miércoles, 30 de marzo de 2011

Se acabó La Pecera

Se acabó. Es tarde mientras escribo esto. Nunca se debe escribir “se acabó” demasiado tarde. Nuevos hábitos, nuevas rutinas, nuevos flamantes minutos donde acaparar toda la rabia y toda la esperanza. Se acabó, y es algo que no está mal. Se acabó la aventura; por lo menos hubo aventura; se acabó el sueño cuando estaba a punto de convertirse en pesadilla, aunque tampoco fuese siempre un sueño plácido. No estoy haciendo balance. Aún es pronto. 

Sólo quería escribir esto, se acabó. No escribo conectado, es decir, estoy tecleando sabiendo que esto lo colgaré en otro momento. Dí de baja el teléfono de la tienda y ya no ha habido, ni habrá, más mañanas perdidas escribiendo por escribir en el blog, de momento. La casualidad, y la mudanza, han hecho que pase esta noche en la pecera, arriba, en una habitación casi vacía, despojada de las cosas que creo que necesito cerca, guardadas ahora en bolsas y cajas; se ven las grietas como crueles cicatrices bajando por las cuatro paredes; una cama (la cama fakir), un flexo roto, unos zapatos viejos, alguna bolsa con cosas de última hora, de esas que uno no sabe dónde guardar, ni por qué, ni para qué las guarda. Le debo estas líneas a la tienda. El zumbido de un asmático calefactor de aire marca el ritmo, hace fresco, o al menos yo tengo frío, debe ser el vacío y las noches traicioneras de la primavera. No hay nada que decir de la tienda, ya está todo dicho, y ahí está para curiosos y masoquistas las pocas entradas que he salvado de la quema, las pocas que no me he llevado a otro lugar, y que se quedarán aquí testimonialmente. Que la librería siga en marcha aplaca los dolores de cabeza que sufrí, las cuentas que salieron mal; como si el coche que con tanto ahínco trataste de personalizar lo vendieses de segunda mano por problemas de solvencia,  por un cambio de residencia, por un peso que necesitas quitarte, por un ansia de salir y seguir hacia delante, o por todo ello y por nada de eso a la vez, por alguien a quien seguir y por ti a quien salvar, porque la vida se reinventa y uno necesita seguir creyendo que tenemos algo que ver en nuestras decisiones y que ni el guión está del todo escrito ni aún tiene un final previsible y aburrido. Una de las visitas más reconfortantes que he tenido antes de cerrar fue el viernes pasado; alguien a quien ya no esperaba, una clienta habitual, una amiga fugaz, una conocida íntima, vino tarde y quiso comprar por última vez en La Pecera. Es joven, preciosa y se le adivina un talento que debe dejar salir. Me dijo que de algún modo me veía como la muestra de que las cosas cambian, que cambiamos, que no pasa nada por reinventarse las veces que haga falta, que no hay vocaciones inamovibles que acaban por esclavizarnos si nosotros no queremos. Algo así dijo, no sé si la lírica barata me deja decirlo bien.

Ahora toca cambiar otra vez. Estos días han estado llenos de papeleo, bajas de autónomo, altas en el paro, peticiones de vida laboral, trabajadoras del servicio de empleo intentando comprender cómo rellenar mi demanda de empleo, cómo poner las cosas que digo haber hecho y saber, o estar dispuesto a hacer; días de inútiles instancias escritas como cartas a los reyes magos, días de sentir la librería lejana, pequeña, sin importancia, días de seguir yendo a la piscina a nadar porque cada brazada me marca hasta donde sigue llegando mi cuerpo, principio y fin de todas y cada una de mis reconversiones. Pinté la pecera, monté sus estanterías, la llené de libros, la dejé empolvarse, coqueta y soberbia, la barrí, la malcrié y la descuidé, la mantuve a flote cuando el agua me llegaba al cuello, pero ya está, se acabó, la vendí. La malvendí por cuatro duros, con lo que al menos podré pagar alguna de las deudas que he ido acumulando, aunque intento que eso no me obsesione demasiado. He hecho muchas cosas aquí dentro, incluso escribí una novela en ella y, en parte, sobre ella; de nada sirvió, acabó en una carpeta en el escritorio de este ordenador portátil e impresa en una carpeta en un cajón. Pero eso ya lo sabía, si me molestó algo fue mi ingenuidad al creer que con eso podía cambiar mi suerte, que soy algo más que mis ingresos y mis gastos y mis impuestos y mis achaques, pero la verdad es que, realmente, suerte, en el fondo, he tenido mucha; que quiera estabilidad no significa que quiera más, sólo quiero tiempo para mí y mis lecturas, mi melomanía, mi indignación y mis ganas de querer a quien me quiere, no quiero más; por tener, tengo libros sin leer al menos para un par de años, y tres o cuatro ideas para creerme capacitado para volver a intentar contar algo por escrito. Me despido de la tienda con un brindis al sol, con una carrera por el bosque con los grilletes rotos por un cortafríos oxidado, tirando mi traje a rayas entre la maleza, marchándome lejos de algo que quizá debería haber sido mi oasis pero que se acabó convirtiendo casi en mi prisión. Se acabó. Ahí se queda la librería. Me importa tanto que no me afecta qué pueda ser de ella; o quizá me importa tan poco que no creo que vuelva a desear querer entrar en ella. Si aún alguien sigue ahí, recuerde el rancio consejo que puede dar alguien que tuvo un oficio también claramente rancio y en recesión: no dejen de leer, libros; no dejen de perderse por cualquier lugar con un libro de papel en los bolsillos o en la maleta...
Visto lo visto, creo que sólo puedo terminar escuchando y viendo esto...

6 comentarios:

evelio guzman dijo...

no se me ocurre un comentario pero te mando un abrazo

Bloggesa dijo...

Larga vida a la Pecera, a los viejos libros y a los melancólicos libreros guapetones. No sé si me podré acercar a la nueva Pecera, me da mucha pena perderla/te.
Buena suerte, JuanMi, disfruta y sé feliz en tu nuevo camino. Como ya te dije, te echaré de menos.

Patricio Pron dijo...

Querido Juan,

¿No crees que los finales, por duros que sean, señalan también un inicio de algo? En ese caso, y si estoy en lo cierto, bienvenido a este nuevo comienzo, y buena suerte.

lu dijo...

Hola, veo que eres el mismo de La Pecera. "Te conozco" del blog de Aitor, ya es casualidad entrar precisamente hoy aquí, porque he visto esa imagen de "Henry y June", y encontrarte en este momento vital de cambio y "se acabó". Por las etiquetas que veo compartimos muchos-muchísimos gustos literarios, Miller por ejemplo. No me puedo resistir a desearte todo lo mejor en este nuevo capítulo que empiezas a escribir, mucha suerte. Aunque el final del guión es 100% previsible, algo de la trama se puede toquetear, ¿no?
Besos!

La Pecera del Caimán dijo...

Evelio, un abrazo de vuelta.

Bloggesa, vivan los "monstruos", el arte oblícuo y las tardes perdidas hablando de todo y de nada

Patricio, a parte del subidón de verle por aquí, se agradecen los ánimos, y (una vez más) he de darle la razón. Ya sabe de mi admiración hacia su literatura, que es hasta donde llega mi conocimiento, pero intuyo que obra y vida no van separadas. Un abrazo

LU, yo también la conozco del blog de Aitor, y me alegran las conexiones musicales y literarias...

Manuel Gallego Arroyo dijo...

No existen lástimas. Todo cuanto fue pasa a la categoría de sueño, es decir, a la categoría de arte cuando no de pesadilla. "La pecera" se ha elevado a la categoría anaticalderoniana de arte. Pertenece, más que a la vida al mundo otro. Bienvenido sea por lo tanto el caimán que anuncia, como el mesías, nuevos y buenos sueños, y nos dice eso: "no miréis más los peces, son hijos del antiguo testamento. Mirad a esta,la nueva palabra cainita, que promete resurrecciones entre dentelladas.

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