sábado, 3 de enero de 2015

Sin matices. Fragmentos de "Un hombre enamorado" de Karl Ove Knausgard.




Conversación entre Karl Ove y Geir. Habla Geir:

"... Hablas del deseo de soltarte y dejarte caer. Si yo me soltara, me quedaría en el mismo sitio. Yo estoy atrapado en el fondo. Nadie se interesa por lo que escribo. A nadie le interesa lo que pienso. Nadie me invita a ninguna parte. Tengo que meterme a la fuerza, ¿sabes? Cada vez que entro en una habitación donde hay gente, tengo que hacer algo para que se me vea. No existo de antemano, como es tu caso, no tengo un nombre , todo tengo que crearlo desde el fondo cada vez. Estoy sentado al fondo de un agujero en el suelo gritando por un megáfono. No importa lo que diga, nadie me oye. Y, ¿sabes?, cuando digo fuera, hay en ello una crítica de lo que hay dentro. Y entonces ya eres por definición un dogmático. Un tipo amargado y pendenciero. Y mientras tanto, va pasando la vida. Tengo casi cuarenta años, y no he conseguido nada de lo que quería. Tú dices que es algo brillante y único, tal vez lo sea, ¿pero de qué sirve? Tú sí que has conseguido todo lo que querías y entonces puedes renunciar a ello, dejarlo estar, no usarlo. Pero yo no puedo hacer eso. Yo tengo que entrar. Ya llevo veinte años en esto. Tardaré al menos otros tres en terminar el libro que estoy escribiendo ahora. Noto cómo mi entorno está perdiendo la fe en el libro y con ello el interés. Me estoy convirtiendo cada vez más en un trastornado que se niega a abandonar su proyecto de loco. Todo lo que digo ahora es evaluado conforme a eso. Cuando decía algo justo después de la tesis doctoral, era evaluado conforme a ella, entonces aún estaba vivo académica e intelectualmente, ahora estoy muerto. Y cuanto más tiempo pase, mejor tendrá que salir el libro. No será suficiente con que sea bastante bueno, bien, contiene cosas buenas, porque el tiempo que empleo es tanto y mi edad es ya tan relativamente alta que tiene que ser único. Bajo esa perspectiva no soy libre."

Karl Ove Knausgard. Un hombre enamorado. Editorial Anagrama, pág 526-527

Geir Angel Oygarden Foto: Christina Ottoson

"Podría decirse mucho sobre la imagen que uno tiene de sí mismo, pero lo que sí es seguro es que no se ha forjado en las templadas salas de la razón. Los pensamientos podrían entenderla, pero carecían de poder para dirigirla. La imagen de uno mismo no trataba de quién era uno, sino también de quién quería ser, podría ser, había sido. Para las imágenes de uno mismo no había diferencias entre lo real y lo hipotético. En ellas se mezclaban todas las edades, todos los sentimientos, todos los instintos. Lo de andar por la ciudad con carro y niña, dedicando mis días al cuidado de mi hija, no aportaba nada a mi vida, no la enriquecía, al contrario, en esa vida se perdía algo, un parte de mi yo, la que tenía que ver con mi masculinidad. Esto no me quedó claro gracias a los pensamientos, porque los pensamientos sabían que lo hacía por una buena razón, es decir, que Linda y yo fuéramos iguales en la relación con nuestros hijos, sino con los sentimientos, que me llenaban de desesperación cuando de esa manera me metía a presión en un molde tan pequeño y tan cercano que ya no podía moverme. La cuestión era qué parámetros debía regir. Si éstos eran la igualdad y la justicia, entonces no era de extrañar que en todas partes hubiera hombres que se refugiaran en lo tierno y lo cercano. Tampoco lo eran los aplausos con lo que esto era recibido, porque si la igualdad y la justicia eran los parámetros, el cambio constituía sin duda una mejora y un progreso. Pero había otros parámetros.La felicidad era uno, la intensidad vital era otro. Y era posible que las mujeres que se dedicaban a su carrera hasta cerca de los cuarenta y entonces, en el último momento, tenían hijos, de los que se ocuparía el marido después de los primeros meses, antes de meterlos en la guardería para que ambos pudieran continuar su carrera profesional, fueran más felices que las mujeres de las generaciones anteriores. Es posible que los hombres que se quedaban en casa ocupándose de los hijos pequeños durante medio año viesen aumentada su intensidad vital. Y es posible que las mujeres realmente desearan a esos hombres de brazos delgados y caderas anchas, cabezas rapadas y gafas de diseño, que lo mismo hablaban de las ventajas y los inconvenientes de bandoleras o fulares para transportar al bebé, que de las ventajas de hacerle la comida en casa o de comprar la ecológica enlatada. Es posible que las mujeres quisieran y desearan esos hombres con todo su corazón y toda su alma. Pero si no eran así, tampoco sería decisivo, porque la igualdad y la justicia eran los parámetros más importantes de todo lo demás en que consiste una vida y una relación de pareja. Fue una elección, y así se había hecho. También en mi caso."

págs 99-100



"Cuando pienso en mis tres hijos, no sólo me aparecen sus caras tan características, también me transmiten un determinado sentimiento. Ese sentimiento, que es inalterable, es lo que ellos "son" para mí. Y lo que "son" ha estado presente en ellos desde el primer día que los vi. No sabían hacer nada, y lo poco que sabían hacer, como mamar, levantar los brazos como acto reflejo, mirar a su alrededor, copiar, lo sabían hacer todos, de manera que lo que "son" no tiene nada que ver con cualidades, no tiene nada que ver con lo que saben hacer o lo que no saben hacer, es más bien una especie de luz que arde dentro de ellos."

pág 26



"¿Qué es una obra de arte sino la mirada de otro ser humano? No por encima de nosotros, ni tampoco por debajo de nosotros, sino justo a la altura de nuestra propia mirada. El arte no se puede vivir colectivamente, el arte es eso con lo que uno se encuentra a solas. Uno se encuentra a solas con esa mirada.
Hasta ahí llegaba el pensamiento, ahí se daba contra la pared. Si la ficción carecía de valor, también carecía de valor el mundo, porque lo veíamos a través de la ficción."

pág. 598

La mirada del mundo, y no su visión; sin engañosos matices.
La mirada, a solas, en el mismo plano, una frente a otra. 

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