sábado, 29 de diciembre de 2012

Entrevista sincopada. El autor de "La muñeca rusa" se confiesa, o lo intenta, en la Librería Muga


¿Y si acabamos el año con una entrevista?

Boris me dice que no es mala idea, y Phil añade mientras le pasa un pitillo y aquel lo rechaza amablemente, que no importa que no esté muy prolífico últimamente, pero que ponga el link y además una foto de los discos que escuchamos últimamente cuendo nos sentamos a leer. Popota propone que copie alguna cita, a lo que Phil pone pegas, pero al final chasquea los dedos y suelta, ey, bro, you got a bad reputation but nobody give a break when your down on your luck... Boris soríe, y me parece que le guiña un ojo a Popota, aunque no sé qué querrá decirle. Popota alza una copa algo sucia que no sé de dónde la habrá sacado y recita en voz alta: - Todos mis intentos de reducir la novela a un párrafo que permitiera explicar lo que se va a encontrar el lector suelen acabar en una recopilación de frases cortas que tratan de captar las múltiples historias entrecruzadas. Si tuvieras que contar en una frase, en 140 caracteres por ejemplo, lo que hay en el interior de La muñeca rusa, ¿qué dirías? Boris recoge el guante y contesta imitándome, aunque su cerrado acento francés y su ímpetu interpretativo hace que no nos podamos aguantar la risa...: Un checo le cuenta a alguien la historia de su vida; que trabajó como celador en un psiquiátrico y que se enamoró de una interna que decía ser hija de un cosmonauta soviético desaparecido en una misión fallida a la luna en 1961, y que la entrada de las fuerzas del pacto de Varsovia en agosto del 68 en Praga fue el detonante de su huída hacia ninguna parte, como si su historia fuese un puzzle que no le pertenece, un juego de espejos entre el que habla, el que escucha y una luna con ojos azules y nombre ruso. Me he pasado de caracteres, ¿no?… Lo siento… 

No sé qué pensará Milos Meisner de todo esto, aunque presiento que no tardará en escribirme...

Si quieres leer el resto de la entrevista, pincha en la imagen....



lunes, 24 de diciembre de 2012

Presentación de "La muñeca rusa" en la Librería Muga. Un intento de crónica...


Andrés Sorel, un señor y un amigo, en Muga, demostrando que es el único que no tiene una imagen indefinida

Debería haber escrito esto ayer. Hay cosas que no hay que dejar, aunque las dejemos. El viernes 14 se presentó Milos, o su novela, en la librería Muga. ¿Por dónde empiezo? Todo serán apreciaciones subjetivas, que más que ser ésta una frase de perogrullo, tiene su aquel porque el responsable de la historia de Milos Meisner soy yo y, aunque quisiera, no podría ser ni un poquito objetivo.

El viernes cogí el tren temprano y llegué a Madrid a las doce y media. Como andaba nervioso, apenas pude leer en el trayecto, si acaso observar a los demás viajeros mientras escuchaba a Band of Horses. Un asiático leyendo las tragedias de Sófocles en la edición blanca de cátedra vestido con una camisa igual a la que yo había pensado ponerme pero que al final no me puse. Señoras mayores, alguna acompañada de su nieta. Casi todos entretenidos con sus móviles. Yo también, no lo negaré. Fue poner un pie en Madrid y necesitar escuchar el "Smile" de The Jayhawks, que es el disco que me apetece escuchar en Madrid cuando Madrid está gris y lluvioso. La mochila iba a tope, cargado con 25 muñecas rusas, un estuche rosa que le robé a mi hermana hace años (con tres lápices de colores (rojo, verde y morado), dos bolígrafos azules, una pluma reseca con la que me gustaba escribir, un sacapuntas, un borrados, un ticket de algo con la tinta medio borrada (creo que de una cafetería), media servilleta de papel doblada de mala manera con dos títulos de películas apuntadas, un pen sin capucha y una cajita con cartuchos de tinta marrón para la pluma reseca), mi libreta, un cepillo de dientes, un bote pequeño de pasta, un pastillero de Mazinger Z con dos pastillas de cada (seis) y un libro de Graham Greene. No hacía frío. El peso de la mochila me obligaba a andar más derecho que de costumbre, algo que pensé que igual me venía bien, por eso de la actitud y la amplitud de miras. Al llegar a Muga conocí a Pablo (afanado entre albaranes) y a Santiago, un argentino maravilloso que me enseñó la librería y con el que estuve hablando un buen rato, yo que soy de poco hablar, buscando (él) conocerme un poco (no en vano soy un escritor que ha (auto)publicado una novela en una editorial fantasma y la iba a presentar en su librería). El hecho de contar que yo había sido librero, nos introdujo en una conversación graciosa y gremial, sorprendiéndome gratamente la actitud positiva frente a un negocio que yo acabé detestando (ellos son seis, yo era uno, igual era eso...) y lo implicados que están en el barrio (Vallecas). Como me conozco y sabía lo que me iba a pasar, después de mirar un rato estanterías y comenzar a sufrir ante la sobreestimulación, saqué un papel que llevaba en el bolsillo y le pedí dos libros que buscaba desde hace tiempo (no buscaba porque no los encontrase, sino que buscaba poder tener algo de dinero para comprarlos, y qué mejor que dilapidar mi exigua fortuna en dos libros... en la librería que me ha invitado llevar a Milos a Madrid). Para mi sorpresa, Igor, uno de los jefes y con el que yo había ido escribiéndome los días anteriores, me los había apartado después de uno de mis correos, cuando le preguntaba si los tenían allí con la esperanza de que me dijera que no... Para mayor asombro, uno de ellos ("El orientalista" de Tom Reiss) es uno de los libros favoritos de Igor, y también de Santiago por lo que pude comprobar. El otro, "Nostalgia" de Mircea Cartarescu, era mi "regalo" personal para conmigo mismo por eso de estar allí. Mientras hablábamos había un tercer libro en mis manos, y Santiago dijo que me lo regalaba cuando me vio hacer el ademán de dejarlo en donde lo había cogido, a lo cual no me negué, claro, pero él insistió y yo soy fácil... lo sé... "M" de Juan Vilá, del cual hablé en una entrada no hace mucho. Me despedí de Santiago, encantado y encantador, y me pidió disculpas por la ausencia de Igor, inmerso en un atasco en un Madrid lluvioso y con huelga de transportes, al cual conocería y caería rendido por la tarde.


Cogí el cercanías de vuelta al centro, descargado de mis 25 libros, y mientras acariciaba y olía mis nuevas adquisiciones, comprendía por qué Iván dice a veces que mi libro no huele a tinta como los libros impresos en imprentas "clásicas", al haber sido hecho en una imprenta digital y que los de Impedimenta sí, y mucho. Cosas de la Samizdat moderna, me dije mientras sacaba la cara literalmente del libro ante la mirada extrañada y algo bizca de una chaparrita de boca arrebatadora, y me bajé en Recoletos para darme el gusto de salir frente a la Biblioteca Nacional y pasear un rato, callejeando hasta Alonso Martínez. Entré a la librería Pasajes con la tranquilidad que da saber que vas a saludar a una amiga y que no vas a comprar nada, y con cuatro horas por delante antes de mi cita con Sorel, me dediqué a ir de café en café, leyendo las primeras páginas de los libros que llevaba encima, demorando el trayecto de cafetería en cafetería, dejándome mojar por la llovizna y preguntándome cómo era posible que cuando vivía en esa ciudad mirara tan poco hacía arriba como ahora cuando voy de visita, de paso o de vuelta. Ventanas, cornisas, esquinas, lámparas que iluminan sillones ocultos tras cortinas blancas... algún que otro tropezón en la calle Fernando VI, algún que otro pié metido en un charco traicionero y profundo, alguna que otra sonrisa con la cabeza gacha y la mirada por encima de las gafas mojadas mientras me sumía en un sthendalazo con tacones y gabardina...

Me reuní con Andrés Sorel a las seis en la sede la la ACE ( http://www.acescritores.com/) y estuvimos hablando en la misma habitación donde murió Zorrilla (rodeado de su familia o de alguna meretriz, depende de a quién le preguntes), sobre pequeños hoteles en Almería donde poder perderse a escribir, sobre nietas e hijos, sobre cómo todo está a punto de irse al garete, sobre libros, pero sin decir nada de la novela  ("ya te diré todo lo que te tengo que decir en la presentación"). Después cogimos un taxi y nos dirigimos hacia Muga; mientras llovía y el tráfico denso nos hacía ir despacio, recuerdo que yo estaba tranquilo, supongo que oyéndole hablar de la última vez que vio a Vázquez Montalban en un aeropuerto (no sé si dijo un nombre asiático o Barajas), de sus dos hermanos, de la memoria, siempre la memoria... Y al llegar, Igor... fantástico librero y enorme persona... y gente, no sólo amigos, y viejas amigas que hacía años que no veía...


Sobrevolamos la librería con un poco de prisa, saludamos e intentamos (o intenté) parecer tranquilo... La sonrisa de Igor, de los amigos y la family tranquilizaba bastante. Y además estaban Pablo y su mamá... A partir de aquí la cosa se vuelve confusa, en el sentido de que no sé cómo contar algo que sé que tardaré bastante tiempo en digerir y asimilar emocionalmente. El porqué es lo que dijo Andrés Sorel acerca de la novela, todo lo que dijo. Que alguien a quien admiras diga que la lectura de la historia de Milos le ha impresionado y le ha hecho recordar muchas cosas (él estaba en Praga cuando entraron los tanques, vivió el exilio, regresó a Praga un año después de la invasión con Dolores Ibárruri, vio cosas, escribió cosas, estuvo en Moscú y conoció a disidentes que habían pasado por psiquiátricos...) No sé... Es muy muy difícil recordar (no por desmemoriado sino porque estaba sentado a su lado y a veces deseaba tocarle para comprobar que yo estaba allí, que ese libro que él tenía subrayado lo había escrito yo...). Comprendí cosas, sobre mí. Recuerdo que dijo que leer mi novela le había hecho daño porque le había hecho recordar. Habló de las cuatro soledades, y me alegró que se acordara de Alexi, y tuve como un fogonazo al descubrir que la decisión de sacar a la luz este libro me asemejaba a la hija del cosmonauta, o más concretamente a no ser como ella, pues la novela, la historia de Irina y Milos se estaba convirtiendo, rechazo tras rechazo, en ese cosmonauta perdido, orbitando alrededor de la tierra sin que nadie sepa nada, olvidado por todos y obligado a ser olvidado por unos pocos... y que ahí está eso tan egoísta y tan pecaminoso que es editarse, o publicarse a sí mismo, en querer salir de un pozo para seguir escribiendo historias. Sorel habló de la trama como puzzle, del desierto, se dijo la palabra literatura...
Yo no quería hablar, pero tuve que hacerlo, improvisé de mala manera, como un solo atropellado del nuevo en la banda de Duke, sobre todo porque después de haber oído lo que Sorel había dicho no quería leer lo que llevaba escrito. Busqué entre mis papeles una cita que crecía recordar haber leído en un libro de Sergei dovlatov ("Rusia es el único país en donde hasta el pasado es impredecible) y al desordenarlos ya no supe cuál era el primero (lo que tiene imprimir a doble página sin numerar).
Después de abrió un pequeño debate, breve pero con cosas en las que pensar (al menos yo)... Sueños perdidos, dueños históricos que seguramente haya que recuperar tarde o temprano... Alguien preguntó (creo que fue el propio Igor de Muga) y tuve que hablar como si fuese un escritor de verdad; se hablo también de la autoedición y de por qué un libro como el mío no había encontrado editor, y me sentí como si el pecado que hubiese cometido, allí se me estuviese perdonando
Hubo gente, unas veinte personas, más de las que yo pensaba. Vendímos algunos, firmé unos pocos, dibujé lunas y cohetes con un lápiz verde y trazo muy naif. La diferencia entre lo verosímil y lo verdadero, la Internacional Samizdat un poco menos fantasmal y por una noche como una editorial real, la conquista de la alegría como algo no tan lejano, y en esta última frase hablo de lo que hay dentro de la muñeca rusa. Gracias a Andrés y a la gente de Muga, y a todos lo que se acercaron a arroparme tal y como Bulgakov decía que se arropaba algunas noches gracias al capote de Gogol...





martes, 18 de diciembre de 2012

Fragmento del capítulo cinco de "La muñeca rusa", y palabras del gran Juan Almohada sobre algunos aspectos de la misma....


Fragmento del capítulo cinco de "La muñeca rusa", y palabras del gran Juan Almohada sobre algunos aspectos de la misma....

Pinchando AQUI

Milos Meisner en su última visita a casa...

martes, 11 de diciembre de 2012

La librería Muga anuncia la llegada de Milos Meisner mientras yo copio aquí la nota final de "La muñeca rusa"


En "esto" orbitó Yuri Gagarin alrededor de la tierra, y volvió para contarlo...

Desde la Librería Muga me avisan que han escrito algo sobre lo del viernes (esto), y me ha encantado el título: "Próximo alunizaje en Muga: La muñeca rusa". En él, Igor, el jefe de Muga, escribe unas cosas que me niego a copiar aquí, por pudor principalmente. Me pregunto si lo que ha escrito es una estrategia comercial, una boutade, filantropía, enternecedora amabilidad o simplemente impresiones sin la pausa suficiente; de todos modos, allí transcribe la nota final que escribí intentando explicar algo y a la vez hacer como los músicos en los discos, es decir, hacer públicos los agradecimientos. 

Como después de la presentación del viernes he decidido dejar de dar la brasa en este blog con la novela de Milos y ponerme en orden y volver a escribir sobre lo que me apetezca (algo que por otro lado estaba intentando con Jason Bonham y otros discos) o sobre las andanzas que mi alter-ego tenga a bien tener y narrar, voy a copiar también aquí esa nota final incluida en la novela, como una "despedida" a medias...


     

       "Esta historia ha estado mucho tiempo rondando mi cabeza. Luego una frase escrita por Rodrigo Fresán: “No recuerdo quién dijo que los libros nunca se terminan, sino que, simplemente, se publican”. Opté por darle la razón, básicamente porque el, llamémosle, olvidadizo despiste del que habitualmente hago gala, no me dejaba obviar el hecho de que había varios manuscritos cogiendo polvo (físico y digital) en varias carpetas. Asqueado (esa es la palabra) del eterno peregrinar de este manuscrito por un buen número de editoriales, encontré en la frase de Fresán la excusa y, en mi necesidad de crearme una tabla de salvación, la oportunidad para hacerlo. A veces escribir no es más que dejarse llevar por el “¿y si hubiese pasado…?”, que es un pensamiento recurrente que rige nuestra vida y que sólo sirve para intentar explicarnos las cosas, para martirizarnos con ellas o, simplemente, para hacer literatura. La Historia está llena de infinitas ramas podadas. Hacer literatura con eso, algunos lo llaman distopía, otros utopía, otros lo llaman ciencia ficción. Tal vez yo haya hecho un poco de todo, o quizá nada en realidad.

      Los troncos de los que surge la historia de Milos Meisner son evidentes. Uno es un periodo que siempre me ha llamado la atención y me ha atraído desde que comencé a leer a autores checos. El otro es la llamada carrera espacial, cuyos tentáculos puedo adivinar desde mi infancia. Como muchos, crecí sumido  en esa fiebre de películas de ciencia ficción que a finales de los setenta y primera mitad de los ochenta llenó las salas de cine (algunas que recuerdo vivamente, y no hablo sólo de la saga de Star Wars o E.T. –que nunca me gustó–, como Barbarella, Flash Gordon, La fuga de Logan, Enemigo mío, Juegos de guerra (con la ídem fría de fondo, aunque igual ahí no había naves espaciales y yo estoy confundido, pero ya que hablamos de Guerra Fría, cito Amanecer Rojo como cota del delirio cinéfilo distópico que en un cine de verano me hizo preguntarme millones de cosas como inicio de mi juego con la historia), Alien, el octavo pasajero(culpable, entre otras cosas, de que las camisetas interiores de tirantes tengan para mí un alto contenido erótico, amén de cagarme vivo con el dicho bicho), Blade Runner...), películas que, mezcladas con libros de Julio Verne (sí, un lugar común, pero mis inicios lectores son muy vulgares) señalan el punto de partida de mi obsesión por los cosmonautas y astronautas “perdidos”. 

       Respecto a la Primavera de Praga, lejos de entrar en lo que se pueda decir o no en la novela, pertenece a ese grupo de sucesos históricos que entran en la categoría de “oportunidades perdidas”. En cuanto a la carrera espacial, ahí ya entramos en terrenos más pantanosos y, tras lo aquí escrito, creo que es necesaria una explicación. Siempre me ha llamado la atención el hecho de que los soviéticos, después de 1962, entraran en una especie de agujero negro y fuesen los americanos, contra todo pronóstico, los que consiguiesen llevar al primer hombre a la Luna. Dejando de lado el hecho de que yo crea que Korolev era infinitamente mejor ingeniero que von Braun, y que su historia sea también infinitamente más humana y subyugante (esa atracción por los perdedores me pierde), hay en la parte rusa de la historia demasiados puntos sin aclarar. Cómo perdieron la ventaja que llevaban respecto a los americanos es una de ellas. Posiblemente la sucesión de errores técnicos lo explique, pero la duda es demasiado atractiva (como lo es pensar que fue Kubrick el que filmó en un estudio la supuesta llegada a la Luna de Neil Armstrong). Internet es un lugar infinito donde encontrar “información” al respecto. Yo tenía una historia y tenía un personaje (Milos Meisner)pero no sabía qué decir de él, ni cómo hacerlo. El big bang del que surgió todo esto fue encontrar el nombre de Alexi Belokonev. A Milos lo creé yo (o él me creó a mí para que yo le diese voz, quién sabe), pero Alexi no me pertenece, ni él ni su supuesto mensaje, que en la novela aparece transcrito varias veces “literalmente”. A ambos los encontré en la red (plagio o trampolín, cita o rap(sodia) que me hizo comenzar a escribir por fin…). No puedo poner la página en la que encontré su historia (tan delirante como “real”) porque fue en una página que ya no existe. Posiblemente si se teclea “Alexi Belokonev” en google, salga algo como lo que yo encontré. Yo no lo he vuelto a hacer para no perder el norte que me fijé. Copié el nombre y la supuesta retransmisión, así como el año y el nombre del compañero de Alexi y comencé a trabajar. Mi viaje a la Luna se lo debía a Milos y en él me apoyé. Después surgió Irina, me sustenté en Hrabal y Cyrano, y apareció un librero en un pequeño pueblo costero…      
  

    Este libro es el resultado de dos libros anteriores, de dos versiones anteriores fallidas, o debería decir que fui yo el que le falló a Irina y a Milos. Confundí muchas cosas y en vez de soltar lastre y dirigir el rumbo mientras me dejaba llevar, cargué la historia de cosas que no le pertenecían y todo acabó esparcido por el suelo, estrellado como una estrella errante que realmente era como un dedo de grande. Eso fue la primera vez. La segunda acabé flotando en el espacio, vagando y convirtiendo la historia en humo. Respecto a lo que haya conseguido esta tercera, me ahorro cualquier opinión al respecto. Quien haya llegado hasta aquí me juzgará como crea que debe, y eso estará bien, pues no quiero más. Lo que sí quiero decir es que, en todo este proceso, ha habido una serie de personas gracias a las cuales ha sido posible que pueda contar la historia de Milos (y con ello sentirme como un músico de rock escribiendo los créditos de su disco): La nave no se hubiera liberado de la atmósfera terrestre si en los mandos no hubieran estado Iván Pérez y Andrea Hauer (el corazón de Milos les pertenece, y un trozo del mío también). En el hangar me ha acompañado mucha gente, y sin ellas no hubiera encontrado las fuerzas para reconstruir esta Vostok a partir de los pedazos de las dos misiones fallidas anteriores. Mercedes (mi correctora jefe), Lorena (la primera que me obligó a creer en Milos), Araceli, Eduardo (mi Carl Vader Jung particular), Guadalupe (leer esta historia en el metro de Nueva York es una de las imágenes que justifican la historia de Milos), Ariel, Ramón, Charo, Pilar y Enrico, Loïc, Raúl Baena (esa gira por provincias con Buster no se olvida), Antonio Álvarez Pax (una furgo por Almería, él sintiendo su gran viaje y hablándome de él, yo soñando con el mío y encontrando el escenario final frente a una hoguera la noche de San Juan), Teo, Jeremy Geddes (por darme la visión de Alexi), la guitarra de Derek Trucks, el piano de Tigran Hamasyan, Wilco (los tanques rusos al ritmo de A ghost is born, Irina bailando con Reservations...), el visionado obsesivo de Alondras en el alambre, The Allman Brothers Band, David Bowie (por todo, no sólo por lo evidente, el mensaje espacial vía Swinging London del Mayor Tom, los héroes del muro, Ziggy, Ronson, Mott, los jóvenes americanos...), Tom Stoppard y su Rock ‘n’ roll (y montada por el Teatro Lliure)… y al final, mi familia, y en especial, Celia madre (mi Luna), Celia hija y Pablo, el gran responsable de todo esto…"

La muñeca rusa, Juan Miguel Contreras, Internacional Samizdat, 2012

sábado, 8 de diciembre de 2012

Las desventuras del príncipe cosmonauta...



Tenía dos cosas a medio escribir, pero no termino ninguna. Una es una tontería, sobre libros, libros que leo y no termino, sobre por qué no los termino, y sobre cómo leer es una respiración que uno tiene entrecortada y acaba ejerciendo casi a escondidas. La otra cosa que tenía a medio escribir es personal, más que esto, mucho más. Es de noche, como siempre. Sí, llevo el sombrero, y un chaleco. Me visto como un dandy decadente cuando escribo intentando que al menos haya una señal de que lo que hago me lo tomo en serio. Un lumpen beatnik que busca la inspiración escuchando a Genesis o a Bill Evans, cuando no algún guitarrazo con exceso de laca, que la decadencia da mucho juego. Desde que no doy cuenta de mis quehaceres neuronales ando más torpe cuando consigo retomar la mecanografía, y si encima me obligo a dar cuenta de un tiempo para nada remoto, me encuentro con que no sé por dónde empezar. Mi labores de amodecasa me tienen absolutamente absorbido, agotado y un tanto alienado, repito, no sé por dónde empezar. Tras el viaje relámpago a una librería en Almansa, la novela de Milos apenas se ha movido. Por algo que no sé cómo explicar, no muevo nada en el pueblo donde vivo. Como si estuviese esperando ese algo mejor que me salve. Estuve en Madrid, entrevistándome con dos editores, intentando venderles "La Muñeca Rusa". Supongo que esos son los términos exactos, intentando, venderles, una novela. La cosa tiene cierta guasa, pues era algo promovido dentro de un festival literario, y previo pago de una, llamémosla, tasa, valoraban tu "proyecto" y si eras seleccionado, podías entrevistarte con dos editores. Todo muy vago y con tal tufo a "timo de la estampita" que no me lo tomé en serio cuando lo leí. Luego un correo de una antigua compañera de trabajo a tres días de acabar el plazo me hicieron pensarlo. Y ella dijo la frase, "no tienes nada que perder". A veces me asombra el optimismo de la gente para según qué cosas. Total, que mi última, y yo creía definitiva excusa, tampoco sirvió de nada. Ese "no tengo dinero", fue replicado con un "pues yo te lo pago". 20 € no son nada, o pueden no serlo según cierto punto de vista. Me eligieron. En ningún momento se decía que dicha entrevista fuese vinculante. Éramos 16 para 4 editores, divididos en 8 para cada 2, y lo mismo los 16 nos quedamos con cara de tonto mirando nuestro teléfono o abriendo nuestro correo durante varios meses hasta que nos cansemos, sin pensar que esa llamada o correo que esperamos realmente nada va hacer cambiar nuestro más que asumido rencor y nuestro sombrío día a día en lo que a escribir se refiere. Si le sumamos el billete de tren, nos encontramos con un tipo, yo, subido a un vagón con más sentimiento de culpa que otra cosa. ¿La entrevistas? Curiosas. No diré nombres, por eso de que aún estoy en ese espacio donde lo mismo suena la flauta, el teléfono o el timbre del aviso del correo, pero como experiencia poco más puedo decir que "curiosas". Me di cuenta que soy capaz de hablar con mucha vehemencia de Milos Meisner y de lo que intenté contar, tanta como para causar cierta curiosidad a un editor medianamente importante y a otro quizá no tanto. De ahí a que salga algo, ya soy muy mayor para esas cosas. Al menos tomé café con mi hermana, me compré un libro ("Las desventuras del príncipe Sternenhoch" de Ladislav Klíma), comí con mi amigos (esos lejanos y resplandecientes), paseé por Madrid, confesé hastíos, abracé pasados que me asentaron en mi presente y cogí el tren de vuelta justo para poder darle la cena al pequeño Pavel y acostarlo canturreándole ese blues al que cada noche le improviso una letra nueva. Recuerdo que ese día me levanté con ganas de escribir y que en el tren intenté leer cualquier cosa mientras escuchaba a Munford & Sons y miraba por la ventana pensando en lo que echaba de menos viajar en tren. Me acordé de cosas y de gente, y al llegar a Madrid, tras dos actualizaciones de estado en el facebook, el móvil se me apagó.


En el trayecto de vuelta decidí que debía intentar seguir a lo mío con la novela. La internacional Samizdat, en su calidad de editorial fantasma, me debía un sinsabor último. En mi cabeza retumbaban muchas cosas que había oído ese día, y sobre todo una que uno de los editores me dijo cuando, más deseoso de hablar de él que de oírme a mí, se lanzó a desahogarse conmigo contándome lo duras que se estaban poniendo las cosas (aunque el pié se lo dí al decirle que yo había sido librero, él estaba predispuesto) y me dijo algo así como que no veía bien o no estaba dispuesto a ir presentando los libros que editaba por librerías como un grupo de música, que él no estaba para eso, que eso era labor del librero... Yo no contesté, pero me pareció tan triste que estuve un rato en silencio (y lo triste era que disponía solamente de 20 minutos de entrevista) y le dejé hablar. Los libros, o las editoriales (y lo digo desde la poca experiencia que pude adquirir de librero), al menos es este país, parece que han visto siempre con malos ojos eso de gastarse dinero en mover sus libros, como si el libro estuviese imbuido de un halo místico que hace que no necesite venderse. Ellos editan y a lo sumo hacen una presentación, la cual tiene más de ágape entre colegas, y ya. Siempre pienso en la música. Los libros están en ese punto en el que estaban los discos hace quince años, incapaces de ver precipicio. Los grupos que han seguido son los que se han currado las ediciones de su música, el boca a boca, han aprovechado las redes sociales para promover la cercanía con sus seguidores y no se les han caído los anillos que no tienen en patearse las salas que hiciera falta tocando para esa gran minoría que de verdad consume y disfruta la música (ejemplo, Los Coronas, Sex Museum, Depedro). Es normal que uno piense que las editoriales no se están enterando de nada, y que no tardará en llegar ese día en el que empiecen a lloriquear de verdad. Da pena. Y la da de verdad cuando uno ve que se las ve putas para llegar a vender 200 novelas inventándose una editorial y publicando algo, presentándola en un par de sitios y vendiéndola por correo, viendo con asombro que en un club de lectura de una biblioteca cercana te dicen que la están leyendo y que quieren que vayas a comentarla, y dándote cuenta de que "hacer bolos" no es nada indigno y que es ahí donde está ese término medio que esos "editores exquisitos, de minorías, esos que dicen no buscar best sellers y que cuidan a sus lectores" no quieren ver ni trabajarse. Mejor paro que lo mismo me pongo a escribir cosas que no debo sobre ayudas a la edición, diputaciones, premios amañados (uno edita el premio de la comarca de Tonawanda, lo cual significa que a ese autor se le paga con el premio lo que le toque de derechos de autor -normalmente con dinero público- y que con ese mismo dinero se paga la impresión, por lo que el editor no pone un duro (o muy pocos, o igual hasta se lleva) pero si se embolsa lo que venda) o me pongo a decir cualquier otro tipo de tonterías sobre la edición de libros... El caso es que decidí, mientras espero la llamada, seguir a lo mío hasta donde pueda, que en este caso es una última estación; una presentación en Madrid en una librería (Librería Muga), junto a Andrés Sorel, al cual tuve la osadía de darle mi novela y que ha accedido (a día de hoy, y hasta que nos veamos, solamente ha querido decirme que "es una novela que merece la pena"). La internacional Samizdat no tiene mayor recorrido ni más fondos, pero tampoco ha estado mal. Quizá lo más positivo de ese viaje relámpago no fue las dos entrevistas con esos dos editores (que, repito, estuvieron mejor de lo que yo esperaba), sino que mientras paseaba junto a uno de mis amigos haciendo hora para volver éste me preguntase cuándo iba a darle otro manuscrito para que lo pudiese maquetar y publicarlo en nuestra editorial fantasma...



miércoles, 5 de diciembre de 2012

domingo, 2 de diciembre de 2012

Deprimido en Los Ángeles, o esas joyas olvidadas en el tiempo que alguien pone a tu alcance


El crepitar de un disco... Los artistas que uno admira profundamente siempre van por delante de ti, siempre; esperando que no olvides eso, van dejando miguitas, detalles, para que alguien encuentre esas piezas del puzzle, el puzzle que tal vez ellos sean, o que tal vez lo seas tú, eso sea tu puzzle, lo que vas siendo, porque por mucho que lo intentes, lo que eres, lo que te gusta, todo eso que te hace ser lo que eres, no se acaba nunca...
Encontré esto de pura casualidad y, joder, soy feliz...





El  álbum debut de Brewer & Shipley pertenece al glorioso grupo de los "clásicos perdidos". "Down In LA" nunca consiguió su debido respeto, ni en 1968, cuando se publicó, ni luego... Grandes compositores, Michael Brewer y Tom Shipley, grabaron su debut para A & M, pero la escasa repercusión hizo que su relación contractual acabase pronto. Su álbum debut se produjo porque alguien de A & M Records se dió cuenta de que dos de los compositores que tenían en nómina tenían un sonido único, y les dio luz verde para grabar un álbum incluyendo algunas de las canciones que habían vendido a otros artistas. "Down in L.A." contó con algunos de los mejores músicos de estudio del momento, el ahora famoso "Wrecking Crew". Leon Russell, Jim Messina, Hal Blaine, Joe Osborn, Jim Gordon... Brewer & Shipley siguen tocando, y sus posteriores grabaciones son principalmente ellos con sus guitarras acústicas, sin embargo "Down In L.A." con su orquestación ligera marca de la época y esa pedazo de banda respaldándoles, es enormemente especial. Este es uno de esos discos donde todas las canciones fluyen naturales, con ecos a otras joyas producidas al mismo tiempo y con mucha mayor repercusión, como pueden ser los Byrds, el primer disco de Tim Buckley, el primero de Crosby, Stills y Nash. Ensoñación a raudales, psicodelia en pequeñas dosis, gloriosas armonías vocales, melancolía en estado puro, atardeceres en California, días que nunca volverán, el recuerdo de una adolescencia crepuscular, cuando la vida parecía fácil, como un alto en el camino de vuelta a casa, perdido en una isla con una diosa griega; por el tono y el sonido, suena como un Rubber Soul otoñal, como un After The Goldrush decadente, o un Forever Changes menor y pausado. Todos esos álbumes tienen canciones que encajan entre sí, creando un mosaico anímico increiblemente fértil, encajando esta maravilla como una tesela más, como una pieza tal vez no primordial, pero sí fundamentalmente hermosa de ese puzzle que comenzaron The Beatles y Bob.

Debido a que "Down In L.A." fue el único álbum que grabaron para A & M, ninguna de estas canciones llegó a reeditarse nunca en CD, ni tampoco se incluyó en las compilaciones que aparecieron de Brewer & Shipley bajo el sello Buddah. "Down In L.A." es un gran álbum, un clásico perdido que, después de casi 44 años, ha sido finalmente reeditado en CD. Yo no tenía ni idea de su existencia, ni de Brewer & Shipley como "grupo", ni de "Down In L.A." como precioso disco... La casualidad hizo que me fijara en la portada de ese disco y que reparara en lo que es un más que evidente homenaje en la portada del último disco de los Jayhwaks. Louris y Olson tal vez se vean como Brewer y Shipley y esa sea su manera de decirlo, esperando que alguien se de cuenta... y tienen razón, salvo que posiblemente Louris y Olson han trascendido más y tienen en su haber tres o cuatro (o cinco) joyas incontestables... pero siempre está bien rendir tributo a sus antecesores...


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