sábado, 29 de diciembre de 2012

Entrevista sincopada. El autor de "La muñeca rusa" se confiesa, o lo intenta, en la Librería Muga


¿Y si acabamos el año con una entrevista?

Boris me dice que no es mala idea, y Phil añade mientras le pasa un pitillo y aquel lo rechaza amablemente, que no importa que no esté muy prolífico últimamente, pero que ponga el link y además una foto de los discos que escuchamos últimamente cuendo nos sentamos a leer. Popota propone que copie alguna cita, a lo que Phil pone pegas, pero al final chasquea los dedos y suelta, ey, bro, you got a bad reputation but nobody give a break when your down on your luck... Boris soríe, y me parece que le guiña un ojo a Popota, aunque no sé qué querrá decirle. Popota alza una copa algo sucia que no sé de dónde la habrá sacado y recita en voz alta: - Todos mis intentos de reducir la novela a un párrafo que permitiera explicar lo que se va a encontrar el lector suelen acabar en una recopilación de frases cortas que tratan de captar las múltiples historias entrecruzadas. Si tuvieras que contar en una frase, en 140 caracteres por ejemplo, lo que hay en el interior de La muñeca rusa, ¿qué dirías? Boris recoge el guante y contesta imitándome, aunque su cerrado acento francés y su ímpetu interpretativo hace que no nos podamos aguantar la risa...: Un checo le cuenta a alguien la historia de su vida; que trabajó como celador en un psiquiátrico y que se enamoró de una interna que decía ser hija de un cosmonauta soviético desaparecido en una misión fallida a la luna en 1961, y que la entrada de las fuerzas del pacto de Varsovia en agosto del 68 en Praga fue el detonante de su huída hacia ninguna parte, como si su historia fuese un puzzle que no le pertenece, un juego de espejos entre el que habla, el que escucha y una luna con ojos azules y nombre ruso. Me he pasado de caracteres, ¿no?… Lo siento… 

No sé qué pensará Milos Meisner de todo esto, aunque presiento que no tardará en escribirme...

Si quieres leer el resto de la entrevista, pincha en la imagen....



lunes, 24 de diciembre de 2012

Presentación de "La muñeca rusa" en la Librería Muga. Un intento de crónica...


Andrés Sorel, un señor y un amigo, en Muga, demostrando que es el único que no tiene una imagen indefinida

Debería haber escrito esto ayer. Hay cosas que no hay que dejar, aunque las dejemos. El viernes 14 se presentó Milos, o su novela, en la librería Muga. ¿Por dónde empiezo? Todo serán apreciaciones subjetivas, que más que ser ésta una frase de perogrullo, tiene su aquel porque el responsable de la historia de Milos Meisner soy yo y, aunque quisiera, no podría ser ni un poquito objetivo.

El viernes cogí el tren temprano y llegué a Madrid a las doce y media. Como andaba nervioso, apenas pude leer en el trayecto, si acaso observar a los demás viajeros mientras escuchaba a Band of Horses. Un asiático leyendo las tragedias de Sófocles en la edición blanca de cátedra vestido con una camisa igual a la que yo había pensado ponerme pero que al final no me puse. Señoras mayores, alguna acompañada de su nieta. Casi todos entretenidos con sus móviles. Yo también, no lo negaré. Fue poner un pie en Madrid y necesitar escuchar el "Smile" de The Jayhawks, que es el disco que me apetece escuchar en Madrid cuando Madrid está gris y lluvioso. La mochila iba a tope, cargado con 25 muñecas rusas, un estuche rosa que le robé a mi hermana hace años (con tres lápices de colores (rojo, verde y morado), dos bolígrafos azules, una pluma reseca con la que me gustaba escribir, un sacapuntas, un borrados, un ticket de algo con la tinta medio borrada (creo que de una cafetería), media servilleta de papel doblada de mala manera con dos títulos de películas apuntadas, un pen sin capucha y una cajita con cartuchos de tinta marrón para la pluma reseca), mi libreta, un cepillo de dientes, un bote pequeño de pasta, un pastillero de Mazinger Z con dos pastillas de cada (seis) y un libro de Graham Greene. No hacía frío. El peso de la mochila me obligaba a andar más derecho que de costumbre, algo que pensé que igual me venía bien, por eso de la actitud y la amplitud de miras. Al llegar a Muga conocí a Pablo (afanado entre albaranes) y a Santiago, un argentino maravilloso que me enseñó la librería y con el que estuve hablando un buen rato, yo que soy de poco hablar, buscando (él) conocerme un poco (no en vano soy un escritor que ha (auto)publicado una novela en una editorial fantasma y la iba a presentar en su librería). El hecho de contar que yo había sido librero, nos introdujo en una conversación graciosa y gremial, sorprendiéndome gratamente la actitud positiva frente a un negocio que yo acabé detestando (ellos son seis, yo era uno, igual era eso...) y lo implicados que están en el barrio (Vallecas). Como me conozco y sabía lo que me iba a pasar, después de mirar un rato estanterías y comenzar a sufrir ante la sobreestimulación, saqué un papel que llevaba en el bolsillo y le pedí dos libros que buscaba desde hace tiempo (no buscaba porque no los encontrase, sino que buscaba poder tener algo de dinero para comprarlos, y qué mejor que dilapidar mi exigua fortuna en dos libros... en la librería que me ha invitado llevar a Milos a Madrid). Para mi sorpresa, Igor, uno de los jefes y con el que yo había ido escribiéndome los días anteriores, me los había apartado después de uno de mis correos, cuando le preguntaba si los tenían allí con la esperanza de que me dijera que no... Para mayor asombro, uno de ellos ("El orientalista" de Tom Reiss) es uno de los libros favoritos de Igor, y también de Santiago por lo que pude comprobar. El otro, "Nostalgia" de Mircea Cartarescu, era mi "regalo" personal para conmigo mismo por eso de estar allí. Mientras hablábamos había un tercer libro en mis manos, y Santiago dijo que me lo regalaba cuando me vio hacer el ademán de dejarlo en donde lo había cogido, a lo cual no me negué, claro, pero él insistió y yo soy fácil... lo sé... "M" de Juan Vilá, del cual hablé en una entrada no hace mucho. Me despedí de Santiago, encantado y encantador, y me pidió disculpas por la ausencia de Igor, inmerso en un atasco en un Madrid lluvioso y con huelga de transportes, al cual conocería y caería rendido por la tarde.


Cogí el cercanías de vuelta al centro, descargado de mis 25 libros, y mientras acariciaba y olía mis nuevas adquisiciones, comprendía por qué Iván dice a veces que mi libro no huele a tinta como los libros impresos en imprentas "clásicas", al haber sido hecho en una imprenta digital y que los de Impedimenta sí, y mucho. Cosas de la Samizdat moderna, me dije mientras sacaba la cara literalmente del libro ante la mirada extrañada y algo bizca de una chaparrita de boca arrebatadora, y me bajé en Recoletos para darme el gusto de salir frente a la Biblioteca Nacional y pasear un rato, callejeando hasta Alonso Martínez. Entré a la librería Pasajes con la tranquilidad que da saber que vas a saludar a una amiga y que no vas a comprar nada, y con cuatro horas por delante antes de mi cita con Sorel, me dediqué a ir de café en café, leyendo las primeras páginas de los libros que llevaba encima, demorando el trayecto de cafetería en cafetería, dejándome mojar por la llovizna y preguntándome cómo era posible que cuando vivía en esa ciudad mirara tan poco hacía arriba como ahora cuando voy de visita, de paso o de vuelta. Ventanas, cornisas, esquinas, lámparas que iluminan sillones ocultos tras cortinas blancas... algún que otro tropezón en la calle Fernando VI, algún que otro pié metido en un charco traicionero y profundo, alguna que otra sonrisa con la cabeza gacha y la mirada por encima de las gafas mojadas mientras me sumía en un sthendalazo con tacones y gabardina...

Me reuní con Andrés Sorel a las seis en la sede la la ACE ( http://www.acescritores.com/) y estuvimos hablando en la misma habitación donde murió Zorrilla (rodeado de su familia o de alguna meretriz, depende de a quién le preguntes), sobre pequeños hoteles en Almería donde poder perderse a escribir, sobre nietas e hijos, sobre cómo todo está a punto de irse al garete, sobre libros, pero sin decir nada de la novela  ("ya te diré todo lo que te tengo que decir en la presentación"). Después cogimos un taxi y nos dirigimos hacia Muga; mientras llovía y el tráfico denso nos hacía ir despacio, recuerdo que yo estaba tranquilo, supongo que oyéndole hablar de la última vez que vio a Vázquez Montalban en un aeropuerto (no sé si dijo un nombre asiático o Barajas), de sus dos hermanos, de la memoria, siempre la memoria... Y al llegar, Igor... fantástico librero y enorme persona... y gente, no sólo amigos, y viejas amigas que hacía años que no veía...


Sobrevolamos la librería con un poco de prisa, saludamos e intentamos (o intenté) parecer tranquilo... La sonrisa de Igor, de los amigos y la family tranquilizaba bastante. Y además estaban Pablo y su mamá... A partir de aquí la cosa se vuelve confusa, en el sentido de que no sé cómo contar algo que sé que tardaré bastante tiempo en digerir y asimilar emocionalmente. El porqué es lo que dijo Andrés Sorel acerca de la novela, todo lo que dijo. Que alguien a quien admiras diga que la lectura de la historia de Milos le ha impresionado y le ha hecho recordar muchas cosas (él estaba en Praga cuando entraron los tanques, vivió el exilio, regresó a Praga un año después de la invasión con Dolores Ibárruri, vio cosas, escribió cosas, estuvo en Moscú y conoció a disidentes que habían pasado por psiquiátricos...) No sé... Es muy muy difícil recordar (no por desmemoriado sino porque estaba sentado a su lado y a veces deseaba tocarle para comprobar que yo estaba allí, que ese libro que él tenía subrayado lo había escrito yo...). Comprendí cosas, sobre mí. Recuerdo que dijo que leer mi novela le había hecho daño porque le había hecho recordar. Habló de las cuatro soledades, y me alegró que se acordara de Alexi, y tuve como un fogonazo al descubrir que la decisión de sacar a la luz este libro me asemejaba a la hija del cosmonauta, o más concretamente a no ser como ella, pues la novela, la historia de Irina y Milos se estaba convirtiendo, rechazo tras rechazo, en ese cosmonauta perdido, orbitando alrededor de la tierra sin que nadie sepa nada, olvidado por todos y obligado a ser olvidado por unos pocos... y que ahí está eso tan egoísta y tan pecaminoso que es editarse, o publicarse a sí mismo, en querer salir de un pozo para seguir escribiendo historias. Sorel habló de la trama como puzzle, del desierto, se dijo la palabra literatura...
Yo no quería hablar, pero tuve que hacerlo, improvisé de mala manera, como un solo atropellado del nuevo en la banda de Duke, sobre todo porque después de haber oído lo que Sorel había dicho no quería leer lo que llevaba escrito. Busqué entre mis papeles una cita que crecía recordar haber leído en un libro de Sergei dovlatov ("Rusia es el único país en donde hasta el pasado es impredecible) y al desordenarlos ya no supe cuál era el primero (lo que tiene imprimir a doble página sin numerar).
Después de abrió un pequeño debate, breve pero con cosas en las que pensar (al menos yo)... Sueños perdidos, dueños históricos que seguramente haya que recuperar tarde o temprano... Alguien preguntó (creo que fue el propio Igor de Muga) y tuve que hablar como si fuese un escritor de verdad; se hablo también de la autoedición y de por qué un libro como el mío no había encontrado editor, y me sentí como si el pecado que hubiese cometido, allí se me estuviese perdonando
Hubo gente, unas veinte personas, más de las que yo pensaba. Vendímos algunos, firmé unos pocos, dibujé lunas y cohetes con un lápiz verde y trazo muy naif. La diferencia entre lo verosímil y lo verdadero, la Internacional Samizdat un poco menos fantasmal y por una noche como una editorial real, la conquista de la alegría como algo no tan lejano, y en esta última frase hablo de lo que hay dentro de la muñeca rusa. Gracias a Andrés y a la gente de Muga, y a todos lo que se acercaron a arroparme tal y como Bulgakov decía que se arropaba algunas noches gracias al capote de Gogol...





martes, 18 de diciembre de 2012

Fragmento del capítulo cinco de "La muñeca rusa", y palabras del gran Juan Almohada sobre algunos aspectos de la misma....


Fragmento del capítulo cinco de "La muñeca rusa", y palabras del gran Juan Almohada sobre algunos aspectos de la misma....

Pinchando AQUI

Milos Meisner en su última visita a casa...

martes, 11 de diciembre de 2012

La librería Muga anuncia la llegada de Milos Meisner mientras yo copio aquí la nota final de "La muñeca rusa"


En "esto" orbitó Yuri Gagarin alrededor de la tierra, y volvió para contarlo...

Desde la Librería Muga me avisan que han escrito algo sobre lo del viernes (esto), y me ha encantado el título: "Próximo alunizaje en Muga: La muñeca rusa". En él, Igor, el jefe de Muga, escribe unas cosas que me niego a copiar aquí, por pudor principalmente. Me pregunto si lo que ha escrito es una estrategia comercial, una boutade, filantropía, enternecedora amabilidad o simplemente impresiones sin la pausa suficiente; de todos modos, allí transcribe la nota final que escribí intentando explicar algo y a la vez hacer como los músicos en los discos, es decir, hacer públicos los agradecimientos. 

Como después de la presentación del viernes he decidido dejar de dar la brasa en este blog con la novela de Milos y ponerme en orden y volver a escribir sobre lo que me apetezca (algo que por otro lado estaba intentando con Jason Bonham y otros discos) o sobre las andanzas que mi alter-ego tenga a bien tener y narrar, voy a copiar también aquí esa nota final incluida en la novela, como una "despedida" a medias...


     

       "Esta historia ha estado mucho tiempo rondando mi cabeza. Luego una frase escrita por Rodrigo Fresán: “No recuerdo quién dijo que los libros nunca se terminan, sino que, simplemente, se publican”. Opté por darle la razón, básicamente porque el, llamémosle, olvidadizo despiste del que habitualmente hago gala, no me dejaba obviar el hecho de que había varios manuscritos cogiendo polvo (físico y digital) en varias carpetas. Asqueado (esa es la palabra) del eterno peregrinar de este manuscrito por un buen número de editoriales, encontré en la frase de Fresán la excusa y, en mi necesidad de crearme una tabla de salvación, la oportunidad para hacerlo. A veces escribir no es más que dejarse llevar por el “¿y si hubiese pasado…?”, que es un pensamiento recurrente que rige nuestra vida y que sólo sirve para intentar explicarnos las cosas, para martirizarnos con ellas o, simplemente, para hacer literatura. La Historia está llena de infinitas ramas podadas. Hacer literatura con eso, algunos lo llaman distopía, otros utopía, otros lo llaman ciencia ficción. Tal vez yo haya hecho un poco de todo, o quizá nada en realidad.

      Los troncos de los que surge la historia de Milos Meisner son evidentes. Uno es un periodo que siempre me ha llamado la atención y me ha atraído desde que comencé a leer a autores checos. El otro es la llamada carrera espacial, cuyos tentáculos puedo adivinar desde mi infancia. Como muchos, crecí sumido  en esa fiebre de películas de ciencia ficción que a finales de los setenta y primera mitad de los ochenta llenó las salas de cine (algunas que recuerdo vivamente, y no hablo sólo de la saga de Star Wars o E.T. –que nunca me gustó–, como Barbarella, Flash Gordon, La fuga de Logan, Enemigo mío, Juegos de guerra (con la ídem fría de fondo, aunque igual ahí no había naves espaciales y yo estoy confundido, pero ya que hablamos de Guerra Fría, cito Amanecer Rojo como cota del delirio cinéfilo distópico que en un cine de verano me hizo preguntarme millones de cosas como inicio de mi juego con la historia), Alien, el octavo pasajero(culpable, entre otras cosas, de que las camisetas interiores de tirantes tengan para mí un alto contenido erótico, amén de cagarme vivo con el dicho bicho), Blade Runner...), películas que, mezcladas con libros de Julio Verne (sí, un lugar común, pero mis inicios lectores son muy vulgares) señalan el punto de partida de mi obsesión por los cosmonautas y astronautas “perdidos”. 

       Respecto a la Primavera de Praga, lejos de entrar en lo que se pueda decir o no en la novela, pertenece a ese grupo de sucesos históricos que entran en la categoría de “oportunidades perdidas”. En cuanto a la carrera espacial, ahí ya entramos en terrenos más pantanosos y, tras lo aquí escrito, creo que es necesaria una explicación. Siempre me ha llamado la atención el hecho de que los soviéticos, después de 1962, entraran en una especie de agujero negro y fuesen los americanos, contra todo pronóstico, los que consiguiesen llevar al primer hombre a la Luna. Dejando de lado el hecho de que yo crea que Korolev era infinitamente mejor ingeniero que von Braun, y que su historia sea también infinitamente más humana y subyugante (esa atracción por los perdedores me pierde), hay en la parte rusa de la historia demasiados puntos sin aclarar. Cómo perdieron la ventaja que llevaban respecto a los americanos es una de ellas. Posiblemente la sucesión de errores técnicos lo explique, pero la duda es demasiado atractiva (como lo es pensar que fue Kubrick el que filmó en un estudio la supuesta llegada a la Luna de Neil Armstrong). Internet es un lugar infinito donde encontrar “información” al respecto. Yo tenía una historia y tenía un personaje (Milos Meisner)pero no sabía qué decir de él, ni cómo hacerlo. El big bang del que surgió todo esto fue encontrar el nombre de Alexi Belokonev. A Milos lo creé yo (o él me creó a mí para que yo le diese voz, quién sabe), pero Alexi no me pertenece, ni él ni su supuesto mensaje, que en la novela aparece transcrito varias veces “literalmente”. A ambos los encontré en la red (plagio o trampolín, cita o rap(sodia) que me hizo comenzar a escribir por fin…). No puedo poner la página en la que encontré su historia (tan delirante como “real”) porque fue en una página que ya no existe. Posiblemente si se teclea “Alexi Belokonev” en google, salga algo como lo que yo encontré. Yo no lo he vuelto a hacer para no perder el norte que me fijé. Copié el nombre y la supuesta retransmisión, así como el año y el nombre del compañero de Alexi y comencé a trabajar. Mi viaje a la Luna se lo debía a Milos y en él me apoyé. Después surgió Irina, me sustenté en Hrabal y Cyrano, y apareció un librero en un pequeño pueblo costero…      
  

    Este libro es el resultado de dos libros anteriores, de dos versiones anteriores fallidas, o debería decir que fui yo el que le falló a Irina y a Milos. Confundí muchas cosas y en vez de soltar lastre y dirigir el rumbo mientras me dejaba llevar, cargué la historia de cosas que no le pertenecían y todo acabó esparcido por el suelo, estrellado como una estrella errante que realmente era como un dedo de grande. Eso fue la primera vez. La segunda acabé flotando en el espacio, vagando y convirtiendo la historia en humo. Respecto a lo que haya conseguido esta tercera, me ahorro cualquier opinión al respecto. Quien haya llegado hasta aquí me juzgará como crea que debe, y eso estará bien, pues no quiero más. Lo que sí quiero decir es que, en todo este proceso, ha habido una serie de personas gracias a las cuales ha sido posible que pueda contar la historia de Milos (y con ello sentirme como un músico de rock escribiendo los créditos de su disco): La nave no se hubiera liberado de la atmósfera terrestre si en los mandos no hubieran estado Iván Pérez y Andrea Hauer (el corazón de Milos les pertenece, y un trozo del mío también). En el hangar me ha acompañado mucha gente, y sin ellas no hubiera encontrado las fuerzas para reconstruir esta Vostok a partir de los pedazos de las dos misiones fallidas anteriores. Mercedes (mi correctora jefe), Lorena (la primera que me obligó a creer en Milos), Araceli, Eduardo (mi Carl Vader Jung particular), Guadalupe (leer esta historia en el metro de Nueva York es una de las imágenes que justifican la historia de Milos), Ariel, Ramón, Charo, Pilar y Enrico, Loïc, Raúl Baena (esa gira por provincias con Buster no se olvida), Antonio Álvarez Pax (una furgo por Almería, él sintiendo su gran viaje y hablándome de él, yo soñando con el mío y encontrando el escenario final frente a una hoguera la noche de San Juan), Teo, Jeremy Geddes (por darme la visión de Alexi), la guitarra de Derek Trucks, el piano de Tigran Hamasyan, Wilco (los tanques rusos al ritmo de A ghost is born, Irina bailando con Reservations...), el visionado obsesivo de Alondras en el alambre, The Allman Brothers Band, David Bowie (por todo, no sólo por lo evidente, el mensaje espacial vía Swinging London del Mayor Tom, los héroes del muro, Ziggy, Ronson, Mott, los jóvenes americanos...), Tom Stoppard y su Rock ‘n’ roll (y montada por el Teatro Lliure)… y al final, mi familia, y en especial, Celia madre (mi Luna), Celia hija y Pablo, el gran responsable de todo esto…"

La muñeca rusa, Juan Miguel Contreras, Internacional Samizdat, 2012

sábado, 8 de diciembre de 2012

Las desventuras del príncipe cosmonauta...



Tenía dos cosas a medio escribir, pero no termino ninguna. Una es una tontería, sobre libros, libros que leo y no termino, sobre por qué no los termino, y sobre cómo leer es una respiración que uno tiene entrecortada y acaba ejerciendo casi a escondidas. La otra cosa que tenía a medio escribir es personal, más que esto, mucho más. Es de noche, como siempre. Sí, llevo el sombrero, y un chaleco. Me visto como un dandy decadente cuando escribo intentando que al menos haya una señal de que lo que hago me lo tomo en serio. Un lumpen beatnik que busca la inspiración escuchando a Genesis o a Bill Evans, cuando no algún guitarrazo con exceso de laca, que la decadencia da mucho juego. Desde que no doy cuenta de mis quehaceres neuronales ando más torpe cuando consigo retomar la mecanografía, y si encima me obligo a dar cuenta de un tiempo para nada remoto, me encuentro con que no sé por dónde empezar. Mi labores de amodecasa me tienen absolutamente absorbido, agotado y un tanto alienado, repito, no sé por dónde empezar. Tras el viaje relámpago a una librería en Almansa, la novela de Milos apenas se ha movido. Por algo que no sé cómo explicar, no muevo nada en el pueblo donde vivo. Como si estuviese esperando ese algo mejor que me salve. Estuve en Madrid, entrevistándome con dos editores, intentando venderles "La Muñeca Rusa". Supongo que esos son los términos exactos, intentando, venderles, una novela. La cosa tiene cierta guasa, pues era algo promovido dentro de un festival literario, y previo pago de una, llamémosla, tasa, valoraban tu "proyecto" y si eras seleccionado, podías entrevistarte con dos editores. Todo muy vago y con tal tufo a "timo de la estampita" que no me lo tomé en serio cuando lo leí. Luego un correo de una antigua compañera de trabajo a tres días de acabar el plazo me hicieron pensarlo. Y ella dijo la frase, "no tienes nada que perder". A veces me asombra el optimismo de la gente para según qué cosas. Total, que mi última, y yo creía definitiva excusa, tampoco sirvió de nada. Ese "no tengo dinero", fue replicado con un "pues yo te lo pago". 20 € no son nada, o pueden no serlo según cierto punto de vista. Me eligieron. En ningún momento se decía que dicha entrevista fuese vinculante. Éramos 16 para 4 editores, divididos en 8 para cada 2, y lo mismo los 16 nos quedamos con cara de tonto mirando nuestro teléfono o abriendo nuestro correo durante varios meses hasta que nos cansemos, sin pensar que esa llamada o correo que esperamos realmente nada va hacer cambiar nuestro más que asumido rencor y nuestro sombrío día a día en lo que a escribir se refiere. Si le sumamos el billete de tren, nos encontramos con un tipo, yo, subido a un vagón con más sentimiento de culpa que otra cosa. ¿La entrevistas? Curiosas. No diré nombres, por eso de que aún estoy en ese espacio donde lo mismo suena la flauta, el teléfono o el timbre del aviso del correo, pero como experiencia poco más puedo decir que "curiosas". Me di cuenta que soy capaz de hablar con mucha vehemencia de Milos Meisner y de lo que intenté contar, tanta como para causar cierta curiosidad a un editor medianamente importante y a otro quizá no tanto. De ahí a que salga algo, ya soy muy mayor para esas cosas. Al menos tomé café con mi hermana, me compré un libro ("Las desventuras del príncipe Sternenhoch" de Ladislav Klíma), comí con mi amigos (esos lejanos y resplandecientes), paseé por Madrid, confesé hastíos, abracé pasados que me asentaron en mi presente y cogí el tren de vuelta justo para poder darle la cena al pequeño Pavel y acostarlo canturreándole ese blues al que cada noche le improviso una letra nueva. Recuerdo que ese día me levanté con ganas de escribir y que en el tren intenté leer cualquier cosa mientras escuchaba a Munford & Sons y miraba por la ventana pensando en lo que echaba de menos viajar en tren. Me acordé de cosas y de gente, y al llegar a Madrid, tras dos actualizaciones de estado en el facebook, el móvil se me apagó.


En el trayecto de vuelta decidí que debía intentar seguir a lo mío con la novela. La internacional Samizdat, en su calidad de editorial fantasma, me debía un sinsabor último. En mi cabeza retumbaban muchas cosas que había oído ese día, y sobre todo una que uno de los editores me dijo cuando, más deseoso de hablar de él que de oírme a mí, se lanzó a desahogarse conmigo contándome lo duras que se estaban poniendo las cosas (aunque el pié se lo dí al decirle que yo había sido librero, él estaba predispuesto) y me dijo algo así como que no veía bien o no estaba dispuesto a ir presentando los libros que editaba por librerías como un grupo de música, que él no estaba para eso, que eso era labor del librero... Yo no contesté, pero me pareció tan triste que estuve un rato en silencio (y lo triste era que disponía solamente de 20 minutos de entrevista) y le dejé hablar. Los libros, o las editoriales (y lo digo desde la poca experiencia que pude adquirir de librero), al menos es este país, parece que han visto siempre con malos ojos eso de gastarse dinero en mover sus libros, como si el libro estuviese imbuido de un halo místico que hace que no necesite venderse. Ellos editan y a lo sumo hacen una presentación, la cual tiene más de ágape entre colegas, y ya. Siempre pienso en la música. Los libros están en ese punto en el que estaban los discos hace quince años, incapaces de ver precipicio. Los grupos que han seguido son los que se han currado las ediciones de su música, el boca a boca, han aprovechado las redes sociales para promover la cercanía con sus seguidores y no se les han caído los anillos que no tienen en patearse las salas que hiciera falta tocando para esa gran minoría que de verdad consume y disfruta la música (ejemplo, Los Coronas, Sex Museum, Depedro). Es normal que uno piense que las editoriales no se están enterando de nada, y que no tardará en llegar ese día en el que empiecen a lloriquear de verdad. Da pena. Y la da de verdad cuando uno ve que se las ve putas para llegar a vender 200 novelas inventándose una editorial y publicando algo, presentándola en un par de sitios y vendiéndola por correo, viendo con asombro que en un club de lectura de una biblioteca cercana te dicen que la están leyendo y que quieren que vayas a comentarla, y dándote cuenta de que "hacer bolos" no es nada indigno y que es ahí donde está ese término medio que esos "editores exquisitos, de minorías, esos que dicen no buscar best sellers y que cuidan a sus lectores" no quieren ver ni trabajarse. Mejor paro que lo mismo me pongo a escribir cosas que no debo sobre ayudas a la edición, diputaciones, premios amañados (uno edita el premio de la comarca de Tonawanda, lo cual significa que a ese autor se le paga con el premio lo que le toque de derechos de autor -normalmente con dinero público- y que con ese mismo dinero se paga la impresión, por lo que el editor no pone un duro (o muy pocos, o igual hasta se lleva) pero si se embolsa lo que venda) o me pongo a decir cualquier otro tipo de tonterías sobre la edición de libros... El caso es que decidí, mientras espero la llamada, seguir a lo mío hasta donde pueda, que en este caso es una última estación; una presentación en Madrid en una librería (Librería Muga), junto a Andrés Sorel, al cual tuve la osadía de darle mi novela y que ha accedido (a día de hoy, y hasta que nos veamos, solamente ha querido decirme que "es una novela que merece la pena"). La internacional Samizdat no tiene mayor recorrido ni más fondos, pero tampoco ha estado mal. Quizá lo más positivo de ese viaje relámpago no fue las dos entrevistas con esos dos editores (que, repito, estuvieron mejor de lo que yo esperaba), sino que mientras paseaba junto a uno de mis amigos haciendo hora para volver éste me preguntase cuándo iba a darle otro manuscrito para que lo pudiese maquetar y publicarlo en nuestra editorial fantasma...



miércoles, 5 de diciembre de 2012

domingo, 2 de diciembre de 2012

Deprimido en Los Ángeles, o esas joyas olvidadas en el tiempo que alguien pone a tu alcance


El crepitar de un disco... Los artistas que uno admira profundamente siempre van por delante de ti, siempre; esperando que no olvides eso, van dejando miguitas, detalles, para que alguien encuentre esas piezas del puzzle, el puzzle que tal vez ellos sean, o que tal vez lo seas tú, eso sea tu puzzle, lo que vas siendo, porque por mucho que lo intentes, lo que eres, lo que te gusta, todo eso que te hace ser lo que eres, no se acaba nunca...
Encontré esto de pura casualidad y, joder, soy feliz...





El  álbum debut de Brewer & Shipley pertenece al glorioso grupo de los "clásicos perdidos". "Down In LA" nunca consiguió su debido respeto, ni en 1968, cuando se publicó, ni luego... Grandes compositores, Michael Brewer y Tom Shipley, grabaron su debut para A & M, pero la escasa repercusión hizo que su relación contractual acabase pronto. Su álbum debut se produjo porque alguien de A & M Records se dió cuenta de que dos de los compositores que tenían en nómina tenían un sonido único, y les dio luz verde para grabar un álbum incluyendo algunas de las canciones que habían vendido a otros artistas. "Down in L.A." contó con algunos de los mejores músicos de estudio del momento, el ahora famoso "Wrecking Crew". Leon Russell, Jim Messina, Hal Blaine, Joe Osborn, Jim Gordon... Brewer & Shipley siguen tocando, y sus posteriores grabaciones son principalmente ellos con sus guitarras acústicas, sin embargo "Down In L.A." con su orquestación ligera marca de la época y esa pedazo de banda respaldándoles, es enormemente especial. Este es uno de esos discos donde todas las canciones fluyen naturales, con ecos a otras joyas producidas al mismo tiempo y con mucha mayor repercusión, como pueden ser los Byrds, el primer disco de Tim Buckley, el primero de Crosby, Stills y Nash. Ensoñación a raudales, psicodelia en pequeñas dosis, gloriosas armonías vocales, melancolía en estado puro, atardeceres en California, días que nunca volverán, el recuerdo de una adolescencia crepuscular, cuando la vida parecía fácil, como un alto en el camino de vuelta a casa, perdido en una isla con una diosa griega; por el tono y el sonido, suena como un Rubber Soul otoñal, como un After The Goldrush decadente, o un Forever Changes menor y pausado. Todos esos álbumes tienen canciones que encajan entre sí, creando un mosaico anímico increiblemente fértil, encajando esta maravilla como una tesela más, como una pieza tal vez no primordial, pero sí fundamentalmente hermosa de ese puzzle que comenzaron The Beatles y Bob.

Debido a que "Down In L.A." fue el único álbum que grabaron para A & M, ninguna de estas canciones llegó a reeditarse nunca en CD, ni tampoco se incluyó en las compilaciones que aparecieron de Brewer & Shipley bajo el sello Buddah. "Down In L.A." es un gran álbum, un clásico perdido que, después de casi 44 años, ha sido finalmente reeditado en CD. Yo no tenía ni idea de su existencia, ni de Brewer & Shipley como "grupo", ni de "Down In L.A." como precioso disco... La casualidad hizo que me fijara en la portada de ese disco y que reparara en lo que es un más que evidente homenaje en la portada del último disco de los Jayhwaks. Louris y Olson tal vez se vean como Brewer y Shipley y esa sea su manera de decirlo, esperando que alguien se de cuenta... y tienen razón, salvo que posiblemente Louris y Olson han trascendido más y tienen en su haber tres o cuatro (o cinco) joyas incontestables... pero siempre está bien rendir tributo a sus antecesores...


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miércoles, 14 de noviembre de 2012

Tormentas Imaginarias

Hoy es un día raro, porque me han citado para entrevistarme con dos editores el sábado, a mí, que hace tiempo que me cuesta creer en cosas que no tenga en casa y pueda tocar cuando la misma se me cae encima. Se supone que debo hablar de porqué escribo y "vender" La Muñeca Rusa o el otro libro, ese que unos días se llama "Tormentas Imaginarias" y otros "Dute Dracu", o si no el libro aquel donde junté los relatos que no tiré a la papelera virtual y que aún responde al nombre de "Cardiopatías"... ¿Qué no tiene "La Internacional Samizdat" que sí tengan las demás? Para empezar, que son reales, y que funcionan dentro de una legalidad que L.I.S. y la novela de Milos no tienen; sin embargo, me siento cómodo en esa irrealidad, cuasi fantasmal, de haber editado bien (el resultado manufacturado es notable, y no es consecuencia mía, sino de Iván, Andrea y Felipe), de haber "publicado" una historia que de no haber sido editada así, me hubiera sumido en un bloqueo al que no me quería enfrentar, es decir, cada vez hubiera escrito menos, y no; me gusta escribir, me siento vivo escribiendo cosas que pasan en los márgenes de eso que es real, rindiéndome cuentas solamente a mí mismo. 
Leo en un blog que sigo, que su autor ha editado una novela, y siento esa ansiedad por leerla ya; busco la editorial que la edita y no encuentro nada, pienso en juegos, pero no me aventuro a sacar conclusiones; la seguiré buscando. Es extraño porque conocí al autor de "m.", pero dudo que él me recuerde a mí. Hay gente que te despierta cosas, que sientes que miras desde abajo y con cierta distancia porque tu a veces crees que has llegado tarde a una fiesta a la que no te han invitado y no quieres hacer ruido, y así era yo a veces en la facultad. Seguiré buscando "m." y la devoraré cuando la tenga en mis manos. http://algodelibros.blogspot.com.es/2012/11/m-la-novela.html. De momento tengo el primer capítulo.



Por mi parte, "La muñeca rusa" apenas sale de casa. Posiblemente su recorrido ya haya sido hecho, o al menos el recorrido que yo soy capaz de darle. Nadie la pide ya. La caja con los ejemplares que me quedan está en el maletero de mi coche. Lo hago porque es una imagen que me gusta, y porque en casa no sé dónde ponerla para que no estorbe, cualquier sitio donde la ponía parecía que estaba en medio de alguna parte. Donde voy yo, viene Milos e Irina. Empieza a hacer frío y algunas noches pienso en ellos, ahí abajo, en el pequeño maletero, sufriendo (el papel sufre). 119 ejemplares no son pocos, y parece ser que es posible que el diciembre la presente en Madrid en una librería que tengo ganas de pisar, junto a alguien a quien admiro y a la que convocaré a esos amigos que hace años que no veo aunque nos escribamos a veces, no cartas ni postales como hace años, cuando los veranos nos separaban y las semanas se medían por las cartas que el cartero dejaba en tu buzón, dando cuenta de esos hilos que te unían a gente a la que echabas de menos.
Sorprendentemente mi cabeza cabila cosas, historias tal vez, que me obligan a pensar en personajes, en otros que no soy yo, para contarlas. También el sueño es más sueño últimamente. Y luego está el miedo, el físico y el del córtex... Como una mala conversación en una película de Bergman que se quedó fuera del montaje, recurrente y estéril. Debería estar contento con la presentación en Madrid, y lo estoy. No sé por qué me he puesto nervioso con lo de tener dos entrevistas con editores de verdad, de esos que se ganan el sueldo como editores. Siento que estoy haciendo pornografía. Y también tenía un rato para escribir; aunque ahora que lo pienso, podría haberlo usado para leer...

martes, 13 de noviembre de 2012

La larga sombra de papá. Bonham: the Disregard of Timekeeping

Se define Pastiche como: m. Plagio que consiste en tomar determinados elementos característicos de la obra de un artista o de las de varios y combinarlos de forma que parezcan una creación original... (R.A.E.)
 
 
Bonham. The Disregard of Timekeeping. O tal vez debería decir "circunloquios sobre tener un papá talentoso para hablar de un disco (para mí) mítico"...

Reconozcámoslo, debe ser jodido ser “hijo de”, si tu padre ha sido famoso por algo, no lo vas tener fácil, no para ganarte la vida, desde luego, pero sí para que te tomen en serio, sobre todo si decides seguir los pasos de tu padre, y ya ni te cuento si tu padre en cuestión ha sido un monstruo en lo suyo. En el rock hay dos categorías dentro de este grupo, los que rozan el patetismo (y a menudo lo sobrepasan y se revuelcan por el fango como cerdetes sin sentido del ridículo) y los que se comportan como esforzados currantes y al cabo de años y años de pelear contra todo tipo de prejuicios, consiguen que su nombre sea tenido en cuenta. Ni ser la hija del bajista de los Maiden, ni mucho menos el hijo de que posiblemente sea el mayor genio de las seis cuerdas salido de la gran Bretaña (con permiso de Jeff Beck y por mucho que Jimmy y la cabeza pensante del rey carmesí me pirren) y te llames Jurgen Blackmore, te garantizan que te tomen en serio.


Ejemplo paradigmático, The Beatles, más concretamente, John y Ringo: mientras los hijos del genio de las gafas redondas, a pesar del dineral que se dejaron en su día los capitostes de sus casas de discos para que nos los tomásemos en serio, fueron pasto de mofa y arqueamiento de cejas en el mejor de los casos, el hijo del pizpireto y marítimo batería (en este caso, Zakk Starkey) se ha labrado una más que respetable carrera como batería, estando entre sus logros haber sido el único batería que ha hecho que los Who sonasen como lo hacían cuando estaba vivo Keith Moon, siendo hoy por hoy uno de los mejores baterías de rock de las islas británicas; pero, eso sí, fama y ego, los justitos, y adiós gracias, que el chico no sólo ha aprendido a aporrear a base de bien, sino a saber que el destello de los focos es tan efímero como venenoso. El ejemplo del hijo de Ringo (y esa es otra de las putadas, asumir que, desde el cole hasta la tumba, vas a ser “el hijo de”) no es casual, tal vez salvando a Jeff, hijo de Tim Buckley, en esto del rock (y Dweezil Zappa, aunque este hay que darle de comer aparte, y Jakob Dylan, ha estado a punto de pasar a este bando de los respetables, pero la resurrección de The Wallflowers con un disco inexplicable ha hecho que no sea así -aunque aprovecharé la ocasión para decir que el disco que vale del hijo de His Bobness es el primero, disco pantanoso y grumosamente etéreo, dueño de un espíritu y una colección de canciones dignas de ser recordadas-; y respecto a los hijos de Gregg Allmann y el bastardo Cliff Morrison, hablaremos otro día), los únicos que se han convertido en respetables músicos han sido los que se han decidido por el artilugio de los parches y los platos:  El hijo de Tom Waits, el hijo de Javier Ruibal con Glazz, el hijo de Ringo, alguno más que ahora mismo se me olvida, y el hijo de John Bonham, que es de quien quiero hablar (¿y para esto todo este rollo?, pensará alguno, ¿para hablar de Jason? y con razón). Sí. Jason me cae muy bien, como a Jimmy...

Jimmy siempre lo supo
 Ahora es el respetado batería del supergrupo del siglo XXI, Black Country Communion, pero me encanta la carrera de este hombre. El pobre se las ha visto de todos los colores y, tenaz como él solo, al final ha conseguido tener una carrera impecable, y eso que lo tenía bastante difícil; no contento con tener el “pequeño” hándicap de ser el hijo de la bestia parda de los Zepp y del batería más recordado y respetado de la historia, parece que nunca le ha caído bien al cantante del grupo de su padre, el cual se ha esforzado en soltar siempre que ha podido dardos elegantemente envenenados, pues no en vano Sir Robert Plant es un inglés de pies a cabeza, que sea un dios dorado no le ha hecho olvidar su flema inglesa, y Jason ha sido testigo y diana de sus dardos…

Desde Freud todos sabemos que debemos matar a nuestro padre (lo sabemos desde los griegos, pero desde Freud ha quedado más claro si cabe), pero a Sigmund se le olvidó el detalle de que algunos padres tienen amigotes muy puñeteros que, incluso muerto tu pater, simbólicamente o no (en este caso, tristemente, no), se lo ponen a uno más difícil todavía. Digámoslo claramente, Jason no sólo ha tenido una carrera digna de mención, sino que, el muy cabrón, hizo el disco que deberían haber hecho Led Zeppelin de haber seguido su padre con vida. ¿Que en qué me baso? Si pones el último disco del dirigible de plomo fue “In through the outdoor”, el cual salvamos porque viene firmado por quien viene y porque tiene al menos dos piezas majestuosas que hacen digerible un plato que difícil digestión (por mucho que Jones sea un genio y él y Percy se empeñasen en salvar los trastos frente a la piltrafa en la que se habían convertido los otros dos: John siendo definitivamente ese kamizake alcohólico hermano de Mister Hyde y Jimmy un etéreo heroinómano más interesado en las nínfulas y el ocultismo que en seguir haciendo estraperlo guitarrístico y parir el siguiente riff definitivo) junto al primer disco del grupo de Jason Bonham, que se llamó “The disregard of timekeeping”, la cosa se pone interesante. Sí, escuchar el último de Led Zepp y después el primero de Bonham es toda una experiencia.


Centrémonos: Jason ya no era el niño de cuatro años que salía tocando la batería en la película del grupo de su padre bajo la atenta mirada de éste, ni el que a principios de los ochenta, con 17 años, ya había firmado un disco como integrante de un grupo de eso que se llamó (y se llama) AOR, de nombre Airrace. Tampoco hay que olvidar que después se unió a (raro pero cierto) Virginia Wolf, con los que grabó dos discos y consiguió telonear a The Firm. Incluso tras eso, Page lo había fichado para varias canciones de su fallido pero entrañable “Outrider” y se lo había llevado de gira en la presentación de éste (deberían preguntarle a Jimmy, seguro que responde que él lo sabía desde el principio, pero había que dejar que Jason se diera cuenta solo). Por último, y supongo que con un Jason cargado de confianza y con el ego algo inflado (y mal aconsejado diría Robert), fue el que se puso la medalla de ser quien unió a los tres, provocando que lo más próximo a Led Zepp que podía existir ya quedase prefijado, haciendo que Page, Plant y Jones tocasen con él el día de su boda en 1989 (más de 20 años después, lo del London´s O2 Arena y el homenaje a Ahmet Ertegün fue una versión ya por fin mejorada y en toda regla de aquello).


Comenzaba todo esto con la definición de "pastiche" (Plagio que consiste en tomar determinados elementos característicos de la obra de un artista o de las de varios y combinarlos de forma que parezcan una creación original). Dejando de lado que desde según qué prisma toda manifestación artística puede ser considerada pastiche (y concretamente el rock, que es de lo que va este post), me quedo con lo positivo de la definición, elementos de otros combinados para hacer algo nuevo. Estamos en 1989. Jason no sólo se casa, sino que ya hemos dicho que en el bodorrio consigue juntar al grupo de su padre y tocar con ellos, algo que sólo había pasado una vez desde la muerte de su progenitor. Además, ese mismo año sale el disco de su primera banda "seria", que lleva su nombre, publicado nada menos que en Epic y producido por Bob Ezrin (seguro que de este último detalle se le olvidó comentarlo en su boda con los otros tres). Este último dato para mí es importante, mucho, no sólo porque Ezrin es quien es (estuvo detrás de "Berlin" de Lou Reed, de las mejores obras de Kiss, de Alice Cooper, El Smile de The Jayhawks, coprodujo The wall de Pink Floyd, cosas que casi todo el mundo sabe, pero que yo tenía ganas de escribir aquí), sino porque Bob da su toque mágico al álbum y lo convierte en un joya que los ingleses llaman underrated, y que sí, que en cervantino es subestimada, pero en esto del rock, en inglés tiene un significado intrínseco de "elmundoestátontoperdidoal importarleunamierdaesto". 1989 fue también el año en el que Robert Plant piensa que más le tocaron las pelotas (y el ánimo), con todas esas bandas imitando su manera de cantar, algunas con cierta dignidad y otras no tanto (http://elcaimansincopado.blogspot.com.es/2011/12/diez-canciones-favoritas-zeppelinianas.html), sin embargo, lo de el hijo del que fuese su mejor amigo ya fue el acabose para el bueno de Percy... Entiendo el cabreo de Page y Plant con todas aquellas bandas, pero en el caso de Bonham (el grupo), siempre he visto algo más, y ese algo más se puede llamar envidia, pero no senso estricto, sino más bien envidia de esa que te da cuando un mocoso de mierda y sus colegas te dejan con un palmo de narices y tu sólo alcanzas a decir con cierta cara de lelo "pero what de fuck..., y yo dejándome los cuernos en componer algo así..."

Sí, Bonham sonaba a Zepp, sonaba mucho a Zepp, pero mucho mucho, sin embargo sonaba también a algo más... Y es ahí donde hay que colocar a Bob Ezrin y a Jason... Al primero dando el toque mágico a una visión legítima de un vástago enamorado perdidamente del legado de su padre, y el segundo queriendo ir un poco más allá y no hacer un simple y triste homenaje... Es decir, el disco, The disregard of Timekeeping, escuchado ahora, es totalmente más convencional y controlado que cualquiera del zepelín, que podrían ser bastante aventureros de vez en cuando, siendo esa loca exuberancia parte de su gloria, sin embargo, si se traza una linea discursiva lógica con los discos de Led Zeppelin, aquel disco del 89 del grupito del hijo de John Henry Bonham, era el que ellos, la banda madre, deberían haber hecho si John no la hubiera palmado. En él, Bonham-grupo toma el modelo de figura rítmica de guitarra/teclado majestuoso de las dos últimas obras del Zeppelin, y lo empaqueta en composiciones primorosas y elegantes que no son tan plagiarias como parecen. Daniel MacMaster canta como un rejuvenecido Plant, en un chillido de tenor familiar, pero sin el poso blues y con tendencia a poner el énfasis en estribillos más, digamos, pop (Holding on Forever, por ejemplo), vamos, como si a Robert le hubieran afeitado las pelotas y en vez de ojear el Hustler flipara con el pulcro Playboy, pero para el conjunto del disco suena de perlas; Ian Hatton repite patrones guitarreros archiconocidos, pero la limpieza y los toques más ambientales (estamos hablando de lo que estamos hablando) hace que suene distinto, y eso que Jimmy Page delimitó tan claramente su territorio que, si asumimos que la peste a meado de león es imposible de eliminar, entonces la cosa se vuelve más complicada a la hora de hablar de originalidad, pero uno no puede negar que Jimmy hubiera firmado de nuevo su pacto con el diablo por escribir algún que otro riff de este disco; John Smithson se calza las botas de John Paul Jones lo mejor que puede y arregla y llena huecos tanto con su bajo como con el teclado  (y el violín, por eso de darle el toque personal) sabiendo que el peso rítmico, lo que más se va a oír en la mezcla final, no va a ser él, sino la batería de Jason, que, literalmente, se sale. El disco, además de buenas composiciones, ofrece kilos y kilos del legado rítmico de Bonham-padre, sólo que, y he aquí el gran detalle, lejos del sonido de su padre, familiar, difícil, leñoso, lleno de groove y hasta sexual. Bob Ezrin hace que Jason suene seco, sin eco... en una palabra, le hace renunciar al característico sonido de su padre (y al que los cientos de imitadores aspiraban) y consigue lo más difícil, y es que el resultado sea igual de sabroso. Porque Jason toca como su padre, igual, no en vano lleva toda la vida estudiando y queriendo tocar como él (y quién no querría tocar como uno de los cinco mejores baterías de la historia, eh...), pero Ezrin le da otro sonido y le convence de que él y su grupo no se queden en unos meros imitadores de Led Zepp. Consigue que, sonando "como" Zepp, vayan más allá. Pero...



Pero... Jason de llama Bonham de apellido, es joven, arrogante y tiene ganas de comerse el pastel al que muchos postores aspiran... y eso la compañía de discos lo sabe y, en consecuencia, lo explota... demasiado tal vez... haciendo que casi nadie se los tome en serio... 
Empecemos por las pegas para llegar a las canciones: 1... El nombre del grupo... Es evidente que eso va a ser una piedra... una piedra que igual te ayuda a abrir puertas pero que la final va a acabar en tu zapato... Encima, si en la tipografía del nombre del grupo metes el símbolo característico de tu padre (los tres círculos) pero cambiándolo (los tres triángulos, que paradógicamente ha acabado siendo el símbolo de otro grupo, The Brew) la cosa no mola... 2... La portada... Lo que podía ser un guiño al último disco de Led Zepp, con esa foto ambientada en un bar que es todo un icono y una de las cumbres del cover-art rockero, tú dejas que la compañía la pase a los ochenta, creyendo que haces algo extremadamente cool, en el fondo lo que estás haciendo es un ejercicio estético vacío sin gracia (y eso que a mí me gusta la portada, llena de guiños e incluso entrañable)... y 3... La gran metedura de pata... Los responsables de prensa de tu multinacional te convencen de que lo mejor es que des rienda suelta a tu ego y te embriagues de un éxito que por derecho te mereces... Mal... Jason... Mal... Las consecuencias fueron las lógicas, una gira extenuante dio paso a un segundo disco flojo que, sin la producción de un sabio que guiara al grupo (Tony Platt no es Bob Ezrin) y con los egos desatados, acabó con los sueños de Jason... o sería mejor decir que acabó con la arrogancia de Jason, porque a la larga se ha visto que el hijo de Bonham es bueno, muy bueno y que él es un trabajador con una visión que nadie le va a quitar.... Y ahora vayamos a las canciones.... Dejando al lado lo que de producto de la época tiene este disco, The Disregard of Timekeeping comienza con una ambiental canción (introducción más bien) homónima, como de tormenta que se avecina, muy del gusto de Erzin, para, de golpe, arrancar con  "Wait for you", zeppeliniana a más no poder (como todo el disco pero con un plus de algo que no se sabe definir, o yo no sé hacerlo, pero que está en todo el disco), mezcla de "Kashmir" e "In The Evening", con unos arreglos sutiles de cuerda y un desarrollo redondo que hacen que la mueca del principio en tu cara se torne gloriosa sonrisa cómplice. La siguiente, "Bringing me down", es más deudora de Zeppelin si cabe, con Daniel Macmaster aullando como un sosías de Plant sin complejos sobre un riff robado de las sesiones de LZII, pero la llegada del estribillo la convierte en una especie de poción mágica que da un pelotazo. "Guilty" es un juguete en manos de Jason, en donde se explaya a conciencia rindiendo tributo a su padre en una más que resultona canción. "Holding on Forever" es como lo que un ausente Page debería haber compuesto en ese último disco de Led Zeppelin... Sin embargo hay algo raro; cuando uno llega a este punto del disco hay algo que hace que no lo quites del reproductor considerándolos unos Led Clones (como diría Gary Moore), y eso es culpa de unos estribillos luminosos que remarcan todas las canciones... Que la cosa no es un mero pastiche lo demuestra definitivamente la siguiente canción, que cierra la cara A, y que es donde Ezrin mete mano a conciencia y les hace sonar como renovadores de un legado musical más que como unos epígonos rozando la parodia. "Dreams" comienza con otra introducción tan típica de Bob, casi cinematrográfica, con ruidos ambientales de pasos y puertas, y una línea de piano que se repetirá a lo largo del tema y que les da por derecho el toque personal, firmando una más que preciosa y perfectamente elaborada canción. La cara B se abre con otro despiporre típicamente Zeppliniano llamado "Don´t walk away", pero llegados a este punto tú ya miras al grupo con otros ojos... y disfrutas esperando otra muestra más de que la cosa va muy en serio. La espera es corta, pues la siguiente canción, "Playing to win", contiene unos teclados típicos de la época y unos breaks rítmicos que sacan a la canción de su aparente medianía. "Cross me and see" es otra de las grandes canciones de este disco, donde la raíz Zeppeliniana es sólo un trampolín para ese algo más que ya te tiene cautivado y que sabes que haría babear a Robert Plant si Bonham (grupo) no fuese tan arrogantemente apabullante y ladrón, y tú (Robert) no fueses tan quisquilloso. "Just another day" pone tan al día el sonido de "In trought the Outdoor" que parece muchísimo mejor de lo que es (y tal vez lo sea realmente). Y si la cara A terminaba a lo grande con "Dreams", la B no iba a ser menos, y "Room for Us All" pasa a ser otra joya que uno no se cansa de oír a pesar de que a veces te chirríe un poco el tono "épico santurrón" que tiene. Jason aquí, una vez más, dinamita la canción erigiéndose como un batería soberbio... Mira que Bob Ezrin ha producido discos, y muchos infinitamente mejores que este del que estamos hablando, pero el trabajo que hizo aquí, puliendo, arreglando y empujando a la banda a buscar y encontrar su personalidad cuando eso, en este caso y por el marchamo tan imponente del sonido de la banda referente, era prácticamente imposible...

Photo: Ross Halfin
Los cinco minutos de gloria de Bonham se condensaron en dos años, gracias a una gira larguísima que acabó como he contado antes, con un disco (Mad Hatters) que, si bien no era malo, sí que a mí no me convenció, y menos aún cuando ves que se publicó un segundo antes de que aquello llamado grunge arrasara con todo... Daniel Macmaster dejó al grupo y los otros tres comenzaron su travesía por el desierto... Ficharon a otro cantante (el gran Marty Frederiksen) y sacaron un disco bajo el nombre de Motherland, el cual tiene sus momentos, pero se hace cansado escuchar entero del tirón, quizá porque, en el fondo, le faltan grandes canciones... Tras eso Jason decide que le van a dar por ahí a todo el mundo y funda la Jason Bonham Band, que poco a poco pasará a ser la Jason Bonham´s Led Zeppelin Experience, donde toca, efectivamente, sólo canciones de Led Zeppelin, sin embargo, un día encuentra a un tal Charles West que canta cojonudamente bien y componen un disco apabullante, que volvió a pasar totalmente desapercibido y que merecería otro post aparte de lo bueno que es (a veces creo que mejor que este que nos atañe), llamado "When you see the sun"... Tras este nuevo fracaso "comercial", Jason asume totalmente su rol de músico de sesión y a sueldo y graba junto a Little Steven y participa en la BSO de RockStar, aunque lo gordo pasa en 2003, cuando se une a UFO, firmando los imprescindibles "You are here" y "Showtime" (afrmación esta por mi parte llena de trampa, porque pienso que todos, todos, todos, los discos de UFO son imprescindibles, mejores o peores dentro de su carrera, pero imprescindibles). Sin embargo, un nuevo periodo gris de la banda de Way y Mogg le hace abandonar UFO y Mick Jones de Foreigner lo ficha para una remozada versión de su (gran) banda, girando con ellos durante varios años. Jason ya tiene nombre, ha crecido como batería, manteniendo las señas de su padre, pero centrándose más en la sobriedad y en el sonido que Bon Ezrin le propuso; tiene respeto y, sobre todo, un ego templado y en paz, así que está preparado para que el destino le coloque donde tiene que estar, en una gran banda propia y a la vez rindiendo homenaje a su padre junto a los compañeros de la que fue la gran banda de aquel. No hay nadie que le sople a Black Country Communion como superbanda, y lo del London´s O2 Arena junto a Led Zeppelin (visto ahora el editado dvd "Celebration day") es simple y llana justicia poética... Así que, señores, señoras, hats off to Jason Bonham...



 

viernes, 9 de noviembre de 2012

Sílvia Pérez Cruz. 11 de noviembre



                     Discos que hay que tener...
                                                                                                   Conciertos que hay que ver...
Canciones que hay que sentir...
                                          Belleza que hay que sufrir...




La descubrí como cantante de Las Migas, y estaba en aquella programación perdida que se estaba confeccionando para el Festival de Teatro Lazarillo del 2010 y que quedó en nada; después vino el disco con Javier Colina, que es un disparate de bonito... Una cuenta pendiente verla en directo... Una voz espectacular y una compositora increíble... 



miércoles, 31 de octubre de 2012

Formas de leer mientras volvemos a casa...

Los placeres de la vida son sencillos, aunque siempre acabemos complicándonos la vida...

Leer no es sólo abrir un libro, todos lo sabemos. Desde hace meses estoy tentado a hacer una entrada sobre "modos de leer", sobre todo atendiendo al recuerdo de amigos y a las peculiaridades que algunas personas me han contado. Las veces que lo he intentado me han salido frases torpes y frías y, al final, es algo que se ha ido quedando en el tintero (como aquella entrada que nunca hice en la que me hubiese gustado contar el día que apareció en la librería un hombre con intención de venderme las bondades -y un par de libros- de una excéntrica (por residual) creencia budisto-cristo-metafísica (una secta, vamos) que resultó ser la que lidera el antiguo guitarrista de Fleetwood Mac, Jeremy Spencer, y yo entusiasmado intenté tener una agradable charla sobre blues y Peter Green con alguien que decía ser amigo de Spencer ("Then play on" es uno de mis discos favoritos (adquirido en diversos formatos), y resultaba que alguien, amigo de Jeremy, estaba en !mi librería!) pero mi gozo se quedó en un pozo cuando con desdén aquel bajito hombre con meliflua voz, calvo y coleta dijo: "Spencer dice que un día se hartó de aquella panda de degenerados invertidos y descubrió a dios"... Vamos, no me jodas... Llamar degenerado invertido a Mick, John, Danny y sobre todo a Peter Green... Venga... Aquello me sentó peor que si llega a llamar barbudo iluminado de mierda a Tolstoi, así que, amablemente, le pedí que abandonase la Pecera porque lamentablemente así no íbamos a llegar a buen puerto, él queriendo hablarme de reencarnación y yo queriendo hablar de un grupo capital en la historia de la música, y más cuando yo hasta ese momento no le había faltado al respeto diciéndole por qué arco del triunfo me paso la meditación transcendental, mis vidas pasadas y mis chakras obviamente obstruidos... Eso sí, si todo hay que contarlo, no le compré ningún libro del Mahatma de turno, pero antes de que saliese por la puerta no pude resistirme a llamarle y le pedí que me vendiese el cd que llevaba del grupo de Spencer, que resultó un chasco lleno de blues edulcorado y sin garra que habré escuchado tres veces con ésta, porque encima, mientras escribía esto, me he levantado a buscarlo... si es que no aprendo... pero... ¿por dónde cojones iba?...)

Leer... si, leer...

Escribiendo en la cocina, de madrugada...Por cierto, uno de los dos discos es una maravilla, el otro, no, lo juro...

Hace poco mi santa me dijo, "¿por qué mueves tanto los dedos de los pies cuando lees?". Era finales de verano y por lo visto llevaba mucho tiempo queriéndomelo preguntar, supongo y espero que más intrigada que irritada. Yo no había reparado nunca en ello. A veces me doy cuenta de que leo pasándome la mano por la cabeza (iba a decir pelo, jate...) en una especie de ritual mitad relajante mitad "a ver si activamos las neuronas por fricción", pero no había caído en lo de los pies. Y parece ser que sí, que cuando leo muevo los dedos de los pies, como si entre ellos se contasen lo que estoy leyendo, cuan nabuconodosorcitos en una danza simpática, mitad headbanging mitad ritmillo sincopado. Seguramente lo mismo es hasta reflejo de una conducta patológica, no lo sé, pero desde ese día, cuando estoy leyendo, paro un segundo y compruebo que los dedos de mis pies están ahí, a lo suyo... También desde ese día estoy intentando hacer memoria de esas conductas de amigos y conocidos mientras leen. Como he desistido de hacer una clasificación entomológica (entre otras cosas porque es evidente mi falta de tiempo actual para escribir y si espero a tener algo para hacerlo, lo mismo ni lo hago; joder, lo del seguidor "hare hare" de Jeremy Spencer pasó hace cuatro años y mira...) me pongo y listo...


Leer no es sólo abrir un libro...

Tenía un amigo que le gustaba leer en la linea circular (la 6, creo) de Metro de Madrid, horas y horas, dando vueltas bajo tierra, leyendo. Recuerdo que decía que le gustaba porque el traqueteo le hacía concentrarse y que los vagones eran espaciosos. Recuerdo también que decía que a veces no bajaba del vagón hasta que no había acabado y que Borges era su autor preferido. Yo, siempre que oigo decir "Borges", me entran ganas de subirme al metro, a leer...

Tengo un amigo que siempre que se sienta a leer lo hace con un lápiz de carpintero, de eso anchos de punta gruesa, en la mano. Utiliza uno de dos colores, azul y rojo, mitad de cada. Con el color azul subraya lo que le gusta, con el rojo lo que considera realmente importante. Si alguna vez te deja un libro, uno se siente como si fuese en un avión y él en la distancia, te fuese guiando con esos bastoncitos luminosos a través de, no un libro, sino una guía cartográfica con notas invisibles que a veces te cuesta entender el porqué están subrayadas...

Otro amigo irrenunciable, cuando lee, pone sin darse cuenta cara de estar muy concentrado y se acaricia lentamente la barbilla con el pulgar y el índice, como si mesara una barba que no tiene, adquiriendo sin querer un aspecto bíblico low cost francamente entrañable...

El cuarto amigo es amiga, y reconoce con un placer casi voluptuoso, que disfruta como una loca cuando puede leer descalza en la cama, con las piernas en alto en un cojín rojo que tiene desde la adolescencia, haga frío o calor. Que el cojín lleve impresa la cara de Jon Bon Jovi, a ella le parece irrelevante, pero para mí que no...

Luego está el ya mítico recurso Henry-Milleriano de leer en el retrete. Tengo un amigo que reconoce no ser persona si, al menos una vez al día, no puede estar diez minutos tranquilamente leyendo sentado en el baño, y no, su lectura preferida no está impresa en papel cuché, más bien al contrario, pues admite haber leído la "Crítica de la Razón Pura" de Kant, prólogo de Pedro Ribas incluido, sentado ahí con el culo al aire (ay, si Inmanuel levantase la cabeza). Si le pinchas un poco, es capaz de decirte de memoria, punto por punto, el índice de tan magna obra... Y si lo escuchas con detenimiento, entiendes por completo el orden del mundo...

Yo, dispuesto y preparado para poner los dedos de  mis pies a danzar...

Luego está el amigo que ha acabado deseando ir a trabajar sólo por el trayecto (hora de ida y hora de vuelta) porque ese es el único momento del día en el que pueden leer a gusto...

De la "manía" de este otro amigo hablaré sin tenerlo demasiado claro, aunque ha sido algo que siempre he querido preguntarle, porque no sé si con el tiempo he acabado adornándolo yo, pero nunca he encontrado el momento de hacerlo. Creo recordar oírle en la cafetería de la facultad hace muchos años decir que a veces se iba a la marquesina de cualquier parada de autobús y que se subía a leer, hasta el final de trayecto, y que una vez allí, si la parada final enlazaba con otra, cogía ese otro autobús, sin importarle hacia dónde fuese, hasta que llegaba al final de un trayecto sin correspondencia con ningún autobús más. Y que entonces hacía el camino inverso. Lo que ya no sé si es verdad o no es el recuerdo que tengo de oírle decir que apuntaba los números de las líneas de autobús y que luego en casa releía las páginas del libro con el que estuviese que correspondieran a esos números buscando algo, no recuerdo el qué, igual el sentido de algo. O que dijera también que alguna vez se perdió de verdad encontrándose en mitad de ninguna parte, solo con el conductor del autobús, mirándose extrañados, pero que no le importó. O que más de una vez había estado subiendo y bajando de autobuses todo el día, leyendo y leyendo...

Respecto a la cinematográfica imagen de leer en la bañera, no conozco a nadie que lo haga regularmente, aunque sí conozco a alguien a quien su madre, con doce años, le echó la bronca del siglo porque lo encontró leyendo en una bañera pequeña en un cuarto de baño más pequeño aún, lo cual hubiera tenido su pase si no hubiese sido porque, además, se había pasado el tocadiscos portátil de maleta también al baño y la séptima de Beethoven, poniendo el altavoz en la tapa del vater y el tocadiscos en una banqueta bajo el lavabo. Había cerrado la puerta con pestillo y la pobre mujer le abroncó como nunca por el susto que le entró en el cuerpo al oir desde la cocina que el rayajo al comienzo del cuarto movimiento sonaba y sonaba, una y otra vez, sin el esperado salto que lo arreglase y que le hizo imaginarse lo peor llamar y no poder entrar en el baño. Lo triste de la historia es que al susodicho lector se le habían dormido las piernas (la bañera era pequeña y se había sentado sobre ellas) y no podía levantarse sin que se le acabase mojando el libro (cuentos de Poe traducidos por Cortázar). Después de ese día ella le hizo prometer una cosa; bueno, dos, que nunca más cerraría con pestillo la puerta del baño y que si compraban un radiocasete pequeño dejaría de meterse con el tocadiscos a bañarse y leer. Él aceptó todo, pero respecto a lo de leer, no hizo falta prometer nada, porque le dió tanta rabia que se le estropease el libro al caérsele dentro del agua cuando por fin pudo levantarse que nunca más ha vuelto a leer dentro de la bañera, y eso que ha vivido en casas con bañeras lo suficientemente grandes y ergonómicas como para desear rescatar tan  noble afición, pero el recuerdo de una edición en tapa dura de los cuentos de Poe echada a perder y el frustrante comienzo ad infinitum del último movimiento de la séptima pueden más que un ratito de espumosa lectura...

Para el último he dejado a mi preferido. Mi amigo X tiene una manía que me encanta y me fascina, no puede dejar de leer en página impar ni tampoco cerrar un libro si en la hoja hay un cero. Esto, que puede parecer inocuo y hasta entrañable, le ha puesto en algún que otro aprieto, sobre todo si ha estado leyendo en el metro, en el autobús, en un tren o en la calle. ¿Que tu parada llega y te queda media hoja para acabar la página 11? O bajas sin parar de leer, con el consiguiente riesgo para tu salud e integridad física o, si puedes, sigues hasta la siguiente parada... ¿Que estás en casa leyendo tranquilamente, más a gusto que un lagarto al sol, por ejemplo "Los miserables" y resulta que se te ha hecho tarde y tienes mucho sueño y quieres dejarlo? No hay problema, siempre y cuando no estés en la página 1000... Hasta la 1112 no podrás parar, y ya que te has chupado 112 páginas y se ha ido el sueño, cómo no te lo vas a acabar... total... Quien no se ha ido alguna vez a trabajar sin dormir por culpa de Victor Hugo es incapaz de entenderlo... Admiro a este hombre... Es más, le he jurado que si alguna vez tengo una editorial, haré dos colecciones en su honor, una que llamaré "libros del tirón", cuyas páginas irán numeradas con un cero a la izquierda, y otra colección que llamaré "Insomne X -su apellido-", la cual irá en números romanos...




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