jueves, 2 de octubre de 2014

Mil lunas para "mi"...




Por algún motivo me siento a escribir. No encuentro nada que decir, ni tampoco mi vida se ha visto sacudida por un suceso revelador o importante. Simplemente hacía demasiado tiempo que no me sentaba ante el ordenador a teclear, teclear, teclear... Ayer recibí noticias de Aitor (tal y como hoy en día se reciben noticias, en un móvil donde aparecen un par de frases que anuncian la promesa de una historia que ansiamos que llegue). Ya no encontramos mensajes en botellas, simplemente llevamos botellas vacías en las manos donde, de vez en cuando, aparecen mensajes que nos hacen creer que abandonamos por un instante nuestra isla desierta. Hace poco, un amigo, durante una de esas conversaciones telefónicas que me atan al mundo, me declaraba su veneración por Orwell y su 1984, que había acertado en todo salvo en lo de las pantallas de televisión que nos vigilan en casa. Me decía que el culmen (y que Orwell no había alcanzado a imaginar, o quizá sí lo había imaginado pero no había querido creer) había sido que "alguien", quien sea, había conseguido que fuésemos nosotros mismos quienes llevásemos nuestra pantallita a cuestas, y que voluntariamente éramos nosotros los que nos dejábamos vigilar "conectándonos" constantemente. "Qué mal te sienta el inicio del otoño", pensé, pero no se lo dije; necesito esas conversaciones como el aire, y en ese momento no me apetecía iniciar una discusión o que pensase que no le tomaba en serio.

A mí tampoco me sienta bien el otoño, de alguna manera yo también pierdo algo, y muchas veces no sé si esa pérdida será reparable, por lo que lo vivo con cierta angustia. Además, estoy leyendo unas cosas que me están costando tomarlas con perspectiva; un manuscrito que me está encantando de un bloguero amigo que se ha convertido en amigo sin más, aún en proceso (el manuscrito) pero luminoso y doloroso. A poco que pula ciertas cosas dará con la radiografía generacional que todo el mundo busca y que pocos libros están ofreciendo (recuerdo el libro de Gonzalo Aróstegui, y me sorprende que no haya parado de crecer en mi memoria después de tanto tiempo). Yo estoy en las mismas, intentando llevar a buen puerto lo que considero que es una historia que merece ser contada, al menos que merece que yo me tome la molestia de intentar contarla, pero por un lado está la falta de tiempo y por otro que lo que yo creía que era un bonsai, está resultando un jardín descontrolado. Echo de menos recibir cartas, como antes, pero más echo de menos escribirlas. Se me acumulan en las intenciones cartas a Araceli, Aitor, Gonzalo, a esas dos personas que por facebook han querido decirme cosas y que no contesto, a mi editor colombiano (¿habrá vendido alguna muñeca rusa o la vostok se habrá estrellado sin dejar rastro?), a Pax, a Andrea, a Iván, a Nerea... incluso a mi mujer... a Pavel hace mucho que tampoco le escribo, y eso que últimamente es evidente que nos echamos de menos de una manera extraña. 

Me resulta paradógico y en gran medida patético por mi parte, descubrir que he dejado de escribir con el ritmo con el que escribía antes no sólo por la falta de tiempo, sino como reacción a la manera en la que veo que escribe y obscenamente se muestra alguien cercano (que no queridamente cercano). Es como decir, joder, si me da asco lo que leo y me ruborizo por las similitudes que encuentro con cierto estilo "confesional" abordado por ambos, ¿no debería dejar yo de hacerlo? Y eso he hecho. De un tiempo a esta parte me esfuerzo en escorar lo que escribo a cierta indeterminación, a cierta profesionalidad si puedo usar esa palabra. Mihailov, Ordine, Townshend, Iniesta... desde marzo de 2014 todo cambió... 

Escuchar discos sin pensar en los otros que quiero escuchar, ir y venir de kilómetros... Lo sé, estoy perdiendo el ritmo de estas frase y sobre todo estoy perdiendo el sentido de las mismas y todo esto está resultando un tanto aburrido... Escribir las biografía, o el intento de nota biográfica de mi tío abuelo, ha hecho que me vacíe más de lo que hubiera sido deseable, y eso que a primera vista no lo parecería, pero me ha obligado a pensar muchas cosas y a recordar muchas otras, y no he sabido gestionarlo bien. Intenté mover el texto por alguna revista especializada, por algo cercano a la justicia poética para con él, un pintor extraño, pero no ha habido suerte; supongo que era esperable... Con el paso de los días se ha despertado en mí cierto resentimiento hacia él, hacia como hizo las cosas y hacia la obligación que parece haberme dejado a cargo. ¿Si él malogró el recuerdo de su obra, por qué he de ser yo el que la intente restituir más allá de esas líneas? Dejarlo todo como está, diluyéndose poco a poco, es hacer lo que hizo él, y meterme en sus entrañas, discutir con gente, pelearme con montones de papeles es de algún modo revelarme contra él, y no sé si se merece tal cosa. Ni yo tampoco.
Stop.
Recordar ahora la exaltación momentánea que me ha supuesto ver de nuevo Un soplo en el corazón de Louis Malle, Creo que ninguna película me ha provocado tal respuesta, con sus últimos diez minutos, como esta película de Malle.
Sumirme en la lectura de "Un hombre enamorado" de Karl Ove Knausgard también ayuda. Me gusta verme leyendo un libro así, me gusta ser capaz de verle las costuras a un autor sabiendo que al libro no se le ven dichas costuras, saber a qué quiere jugar o qué quiere obligarme a hacer. Me despierta los mismos sentimientos que Emmanuel Carrérè, pero de otra forma, porque de algún modo a Knausgard le veo las intenciones, y eso me gusta. Y comenzar Anna Karenina, por supuesto que sí, comenzar Anna Karenina y parar en la página 23 porque de algún modo me siento cegado, como cuando vuelvo a casa de trabajar y en la carretera un puto camión no quita las luces largas y me ciega. Tolstoi como un camión en la noche en una carretera secundaria, cegando a quien se cruza con él. Duele. No es que sea grande, es que es un puto dios, un dios que estorba en este mundo donde la sobreabundancia crea raquíticas obras a su lado. ¿1002 páginas (en la edición de Alba)? ¿Cómo se gestionan 1002 páginas de tal potencia en un día a día de links y lecturas a vuela pluma, en un día a día al que parecen faltarle minutos, o al que parece que uno no está a la altura del ritmo que se te exige? Puto Tolstoi, le amo, su figura, su vida, sus libros, sus diarios, De mayor no quiero ser Tolstoi, me conformaría con ser la mota de polvo que se posa en su mierda antes de que él tire de la cadena. ¿Esto cuela como carta, Aitor? No creo...
Querído diario, ¿debería dejarlo aquí? Como desahogo creo que por hoy ha valido... Al menos me ha acompañado todo este rato Meschiya Lake...




martes, 9 de septiembre de 2014

Confesiones de un joven novelista.

 
@elcaimansincopado

"Cuando un texto es lanzado al mundo como un mensaje en una botella, es decir, cuando un texto se produce no para un solo destinatario, sino para una comunidad de lectores, el autor sabe que no será interpretado de acuerdo con sus intenciones, sino de acuerdo con una compleja estrategia de interacciones que implica también a los lectores, junto con su competencia en su lenguaje como antología social. Con "antología social" no quiero decir solamente una lengua dada compuesta por una serie de reglas gramaticales, sino también toda la enciclopedia que han generado las ejecuciones de la lengua: las convenciones culturales que esta lengua ha producido y la historia de las interpretaciones previas de muchos de los textos, incluido el texto que el lector está leyendo.
El acto de leer tiene que tomar en consideración todos los elementos, incluso siendo improbable que un solo lector los domine todos. Así que cada acto de lectura es una transacción compleja entre la competencia del lector (el conocimiento del mundo que posee el lector) y el tipo de competencia que un texto determinado requiere para ser leído de una manera "económica", o sea, de una manera que aumentará comprensión y el disfrute del texto, y viene apoyado por el contexto.
La literatura, creo, no está pensada solamente para entretener y consolar a la gente. Pretende también provocar e inspirar a leer el mismo texto dos veces, quizá incluso varias veces, para poder entenderlo mejor."
Confesiones de un joven novelistaUmberto Eco.Lumen

sábado, 6 de septiembre de 2014

Antonio Iniesta (1913-1999). Pintor. Un intento de relatar su biografía.

Orgullo y deuda. Antonio Iniesta Jiménez.
Tragedia de un pintor pobre.
  
Antonio Iniesta con su madre, 1936
La vida de Antonio Iniesta Jiménez siempre estuvo marcada por la austeridad, primero brutalmente impuesta como pobreza y penuria, y después, poco a poco, convertida en sencillez y sobriedad. Nació un 3 de agosto de 1913 a las afueras de Manzanares, en un terreno que sus padres tenían en la llamada era de Remolinos, en mitad de un campo (literalmente) tan desolado como inspirador, mientras sus padres segaban. De familia de campesinos, María e Ignacio, también eran caseros de una finca al norte del término municipal, propiedad de una adinerada familia local. Su padre murió cuando él era muy niño, aplastado por un carro que una mula terca no se dejaba guiar, y su madre, una mujer aparentemente pequeña y frágil, tuvo el valor y la fuerza suficiente para sacar a su familia adelante. Al ser el menor de cuatro hermanos, Iniesta siempre recordó como definitorios de su carácter, la periferia, el campo esquilmado por la siega, la presencia demasiado cercana de los muros del cementerio y el sonido de los trenes pasando por la estación cercana. Su personalidad algo tímida y retraída se vio sellada definitivamente cuando se quedó cojo con cinco años (se cayó de un árbol, se rompió la rótula y su madre se la intentó curar como pudo). “El pitido del tren, la niebla de invierno, la soledad, el cementerio cercano… aquellos años me dejaron secuelas, me hicieron ser un hombre tímido”, le confesó en una de sus últimas entrevistas para la revista Siembra a Manuel Rodríguez.

Estudia en el colegio de los Hermanos Maristas, sobresaliendo por su tenacidad y buenas notas, pero el hambre manda y tiene que trabajar el campo junto a los suyos. El problema es su cojera; sufre mucho y es de poca ayuda. Busca otros quehaceres, y cuando puede, coge tizones de la lumbre de la cocina y con ellos pinta por las paredes todo lo que ve. Es evidente que tiene una destreza fuera de lo común. Por mediación de una hermana de su madre, que trabajaba como sirvienta en casa de una importante familia de Manzanares, es acogido bajo el mecenazgo de Tomás Corchado, el cual se hace cargo de los gastos de su educación. Él sólo piensa que quiere ser pintor. Imagina y sueña con otro destino diferente al que hasta ese día ha sido el de su familia. Absorbe todo lo que ve, los cuadros colgados en las paredes de esas casas tan diferentes a la suya donde sus tías sirven, las deficientes reproducciones de los libros que caen en sus manos y que devora irremediablemente sentado mientras los demás niños corren y dan patadas a pelotas hechas con trapos viejos. Estudia y descubre que aprende rápido. Calla y espera. Alguien ha decidido darle una oportunidad. Fiel al lugar donde crece y a la época que pertenece, ve a Dios detrás de todo ello.

En 1934, con veintiún años, aprueba con nota el concurso oposición para poder estudiar en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Al llegar a Madrid, no se puede creer que eso le esté pasando a él, sin embargo, por muy bien que se le dé dibujar, pronto verá que eso es sólo el principio, pues nadie más en su aula viste con alpargatas ni lleva una cuerda como cinturón. Su carácter tímido se recubre para siempre de una orgullosa mesura. El golpe militar de julio de 1936 provoca que huya con su madre y su hermana Juana a Valencia, ejerciendo de escriba y contable en una colectividad agraria. Debido a que sus dos hermanos mayores están aún en Manzanares, consigue volver con su madre y pasan allí el resto de la guerra, ejerciendo también como escriba y contable de la Comunidad de Campesinos. Inmerso en un profundo conflicto interior, pocas veces hablará de esos años más allá de las inevitables generalidades de “hambre, dolor y miseria”, a excepción de un hecho que él consideró absolutamente definitorio de lo que posteriormente fue toda su vida. Durante uno de sus viajes a Alcázar de San Juan para vender una tinaja de diez litros de aceite, es sorprendido en la estación de tren por un ataque de la aviación nacional. Varios cazas pasan ametrallando los andenes, y él, debido a su cojera, no puede correr a esconderse. Siente las ráfagas silbando alrededor suyo, alcanzando a la tinaja. Cuando los aviones desaparecen, está ileso. Una mujer corre hacia él y le ayuda a recoger parte del aceite que se derrama y a cambio le da un pequeño saco de harina y otro de garbanzos. A partir de aquel hecho, en el que él quiso ver una mano providencial, decide dedicar su vida a devolver la deuda que cree haber contraído con Dios, para lo cual sólo cree tener un modo, la pintura.

Al término de la guerra regresa a Madrid y consigue finalizar la carrera con las mejores notas posibles; de nuevo, su madre y su hermana Juana (y la primera hija de ésta con Juan Camarena, Ruperta) van con él. Alquila una pequeña vivienda en un edificio de la calle Castelló y en 1943 saca la plaza de profesor titular de dibujo. Al ser el segundo de su promoción (“el primero se quedó el hijo de un ministro, no recuerdo cuál”), puede elegir centro, decantándose por uno que queda a cinco minutos de su casa y al cual puede ir andando. Durante cuarenta años ejerce de profesor de dibujo en la hoy desaparecida escuela oficial de Artes y Oficios que había en la calle Ayala esquina príncipe de Vergara. Desde entonces, se le podrá ver caminando cargado de papeles y lienzos enrollados por ese barrio en el que, a pesar de los constantes cambios, siempre seguirá teniendo cierto aire de brillante polilla decimonónica. Su mundo discurrirá entre las calles Castelló, Ayala y Goya, donde están su casa, su escuela y un estudio que, de nuevo, Tomás Corchado le cede: un pequeño y luminoso ático en un edificio propiedad de su familia. El refugio para tanta deuda y gratitud lo encontrará en la cercana iglesia de la Concepción, que visita diariamente. A mediados de los años 50, Iniesta traslada su estudio a otro ático, esta vez en el mismo edificio donde reside, en la calle Castelló, el cual mantendrá hasta su regreso definitivo a Manzanares al jubilarse.

A. Iniesta, 1942

En 1943 tiene treinta años y Antonio Iniesta siente que quizá ahora empiece todo para él. Cuida de su madre, a la cual por fin ve descansar, sus hermanos mayores, María y Celedonio, trabajan en Manzanares, su hermana Juana sirve en casa de un importante dentista, y su cuñado, aunque está preso desde el final de la guerra, ha sido trasladado a Cuelgamuros gracias a la intercesión de uno de los clientes del reputado dentista (a cuya primera mujer, Iniesta realiza un retrato de gran formato, una francesa llamada Dana, y que resultó ser espía aliada, hecho que provocó, entre otros sucesos incómodos, la desaparición del retrato). Respecto al traslado de su cuñado, piensan que algo ha tenido que ver un ministro, su hermana cree que el de vivienda, Antonio que el de Asuntos Exteriores. Seguramente tuvo más que ver el fin de la Segunda Guerra Mundial y los gestos que el dictador tuvo que hacer para conseguir partidarios entre los países aliados, pero ellos tienen la impresión de que han sido ayudados por alguien importante y es posible que muchos de sus actos, a partir de ese momento, se rijan por ese sentimiento de deuda. El 1 de agosto de ese mismo año, dos días antes de cumplir treinta, realiza su primera exposición individual. A partir de entonces compagina los encargos que empieza a tener con sus clases, explorará a conciencia los fondos del Museo del Prado (donde lleva años estudiando no sólo a Velázquez, Murillo, Zurbarán y a toda la escuela flamenca, sino también a Carlos de Haes y a paisanos como Ángel Andrade, de quien le habla Antonio López Torres y cuya pintura deslumbra al tener acceso a los fondos de la Diputación de Ciudad Real, en ese momento olvidados sin exponer), viaja y se refugia en unos pocos amigos que aprecia y le aprecian. Pedro Guijarro, José Díaz, el periodista José López Caba (Jolopca), el actor Luis González (Luisillo), José Fernández Arroyo, César López, Jacinto Pintado y Emiliano García Roldán, serán los más queridos por él. Animado por lo que la vida le ha deparado, se siente con fuerzas para tomarse en serio la vertiente literaria que siempre ha sentido. Escribe teatro y poesía, y en 1957 termina el libreto para una Zarzuela titulada “Sotomayor y los franceses” inspirada en la historia de su pueblo. Ésta última será la única que se llevará a los escenarios. Después de su estreno, solamente escribirá sonetos y artículos periodísticos que verá publicados esporádicamente. 

"Megua niña",óleo sobre tela, 1942
Desde 1944, bajo una creciente demanda por parte de particulares, y hasta 1958, expondrá en casi toda España, siempre entre constantes alabanzas a su obra por parte de críticos como José Prados López. El 27 de enero de 1946, sucede un hecho del que nunca hablará y que salvo su familia y allegados nadie sabe, toma los hábitos en la Orden Franciscana y es ordenado fraile seglar, asumiendo todos los votos y obligaciones de la misma. En 1947, la Diputación de Ciudad Real le otorga un pensionado para ampliar estudios; viaja y visita temporalmente otras ciudades en la península, momento en el cual se debate entre el paisaje o profundizar en el retrato y la figura humana, iniciando un serie de cuadros religiosos centrados en el tema de la Pasión; dicha serie será expuesta ese mismo año pero, lamentablemente, hoy no quedan rastros de su localización, a pesar de que uno de ellos, un lienzo titulado “San Francisco”, fue considerado una de sus mejores obras hasta ese momento y con la cual ganó el Primer premio del certamen de Pintura Religiosa de Ciudad Real. A pesar de ello, en 1949 vuelve al paisaje. Es posible que ese paréntesis tenga sus raíces en varios sucesos familiares relacionados con la guerra. Siempre evitó a toda costa dar explicaciones sobre ese abandono, recurriendo a una frase que dijo en múltiples ocasiones: “Fueron los encargos los que me hicieron paisajista”. En 1949, más seguro de sus capacidades, comienza a abordar varias de sus obras más ambiciosas; no abandona del todo la figura humana, pero comienza a sentir que en su proyecto pictórico ésta no tiene cabida. Es el periodo de “La Era”, “Desde Cuelgamuros” y “Desnudo en la playa” (atípico lienzo en su carrera, no sólo por su título, pero inencontrable a día de hoy). Colores vivos, pincelada firme y algo rugosa en lo definitorio, liviana y sutil en la atmósfera y la luz. Quizá el debate no fuese Velázquez o Sorolla (cuyo museo visitaba regularmente), sino el autoconvencimiento y posesión de un estilo propio.

A. Iniesta pintando en las calles de Piedralaves, 1947

El 1 de julio de 1949, sabiendo ya que su proyecto vital será distinto al de los pintores que le rodean, afirma en una entrevista: “Un cuadro interesa mientras se está pintando, luego se desprende de uno. Algunos cuadros nos cansan antes de acabarlos cuando lo que se intentó ya está hecho. Acaso lo que más me gusta pintar es la era con sus mieses a la siesta, cuando no hay nadie…”. Descubre que sus cuadros pueden ser ricos dentro de su básica paleta cromática, que sus motivos académicos no impiden que pueda ser capaz de mostrar su fuerte personalidad y sobre todo, descubre que con su pincelada segura puede evocar todos sus anhelos y toda su espiritualidad dentro de esa suerte de paisajes ideales (que no idílicos) que pinta, donde a pesar de la paz que en primera instancia parecen emanar, aparece siempre una honda melancolía que con el paso de los años dará forma a una serena religiosidad y también a una profunda amargura. En marzo de 1953 es incluido en la exposición colectiva celebrada en el Círculo de Bellas Artes de Madrid dedicada a África, donde gana el primer premio con una de sus obras más expresivas y atípicas, “Cerca de la cábila”. Ese lienzo, a pesar del marcado academicismo, sobresale por su potente expresividad y señala un nuevo punto importante en su carrera. Es en ese momento cuando tiene que hacer frente a uno de los hechos más duros de su vida. En plena trayectoria ascendente de su carrera, donde los cada vez más numerosos encargos se mezclan con ofrecimientos para viajar a Europa, en mitad de un camino donde se intuye una vida nunca imaginada, su madre enferma. Decide pintarla antes de que fallezca.

"Mi madre", óleo sobre tela, 1954
Parte con ella hacia Manzanares y allí morirá unos meses después, ya en 1954, mientras Iniesta aún está trabajando en su retrato. Presa de una infinita tristeza, le duele pintar; por ella él es lo que es, pero por primera vez duda y se plantea cómo ha de ser realmente su pintura. El estudio de Madrid está lleno de lienzos; está orgulloso de ellos y sabe que el camino que hasta ahora ha transitado es el que él quería. Aún así quiere dar un paso más allá. Sueña con idealizar la naturaleza en una suerte de ascesis cromática, para ello, ha de prescindir de la figura humana y, prácticamente, de todo rastro suyo (las casas, los pozos, los puentes… todo aquello creado por el hombre, abandonará cualquier residuo de mundanidad). El retrato de su madre no es sólo un homenaje, sino también una despedida. Dedicará casi un año a terminarlo, poco en comparación con lo que le costará pintar lo que está a punto de adivinar que debe pintar. Un día, a salir de su estudio, pasa por una fragua que hay cerca y se detiene, entra y se da cuenta de que no hay nadie. Se sienta y, mientras anochece y la estancia va quedando en penumbra, descubre que la pregunta no es Velázquez o Sorolla, de Haes o Murillo, sino que la pregunta es hasta dónde podrá llegar de la mano de Velázquez, hasta dónde podrá llegar siendo sólo él amando a Velázquez, hasta dónde podrá llegar pintando sin dejar de ser ese niño pobre que nació en mitad de un campo y que ha llegado a ser un pintor reconocido y con lo que se intuye será un brillante futuro. De momento ha llegado hasta ahí, pero, ¿y si va un poco más allá? ¿Y si saca a Velázquez y a todos los demás que habitan “Las Meninas” y pinta la puerta o las granadas que hay en el suelo detrás de Nicolasito Pertusato? ¿Y si espera a que Apolo y Vulcano abandonen la fragua para ver qué sucede? ¿Y si coge lo esencial de la “Vista del jardín de la Villa Médici” y lo lleva al campo manchego que tanto ama?

"Sandías", óleo sobre tela, 1985
A partir de entonces su pintura se vuelve adulta, serena. Vuelve a pintar al ritmo de antes. Expone en Valladolid, Albacete, Zaragoza, Jaén, Granada, Madrid, Vigo... El problema es que, el 10 de julio 1958, tras exponer en Ciudad Real, se da cuenta de que no tiene cuadros. Ha expuesto en Albacete y Zaragoza, donde ha vendido todo. Para la de Ciudad Real hace veintinueve más, y de nuevo vende todos menos uno, el que hacía el número treinta y que se ha animado a llevar a la capital, “La fragua de Magdaleno”. Por un lado, no quiere desprenderse de él, al igual que tampoco quiere desprenderse del retrato de su madre, pero desea verlo en un museo. Incomprensiblemente, ninguna institución se ha ofrecido. Incluso piensa en otros de sus lienzos (un paisaje de Despeñaperros), donde él cree haber alcanzado la “espiritualidad” que busca, pero que han acabado en manos privadas. Su estudio de Madrid, por primera vez en años, está vacío. Han terminado las clases y regresa a Manzanares; entra en su estudio de la calle de la Cárcel y allí sólo le espera la fragua. La siempre jovialidad de su amigo Luisillo no logra animarlo del todo. Visita Ruidera, donde toma apuntes para una obra de grandes dimensiones que le ha encargado un médico de Ciudad Real, prepara el curso de verano que da a varios chicos del pueblo; desde hace varios años, enseña con especial interés a un joven pintor de Villanueva de los Infantes llamado Juan Antonio Giraldo, a quien anima a exponer.

A. Iniesta pintando en su estudio de Manzanares, 1954

De regreso a Madrid entabla amistad con Faustino Sanz Herranz; pintor y escultor se entienden perfectamente, se intercambian obras y comparten muchas horas de conversación. A Iniesta le llegan ofertas para ir a París y exponer allí, también le ofrecen una beca para residir una temporada en Roma, del Banco Hispano Americano le encargan un gran lote de obras para todos los despachos de dirección de las sucursales de Madrid, toma alumnos de fuera de la escuela; uno de ellos, un agregado militar de la embajada de Venezuela, le encarga treinta cuadros para una galería de su país y le pide treinta más; acepta el primer encargo pero no el segundo. “Mucho jaleo”, dice. José Utrera Molina, un por entonces joven y ambicioso gobernador civil de Ciudad Real, le alaba y encarga obra. Se siente abrumado. Sanz Herranz le aconseja que se haga con un representante pero dice que no. Declina ir a París. Rechaza la beca de Roma. Piensa que todo eso es demasiado. Sólo es un niño pobre que le gusta pintar. De 1959 a 1962, aunque no deje de pintar, no expondrá en ninguna parte, vende pero no expone. Paradójicamente, a la par que esto sucede, o quizá un poco antes, nunca se sabrá, la crítica ha cambiado. A principios de los sesenta, aunque la crítica oficial sigue manteniendo una concepción del arte eminentemente conservadora, asentada en las llamadas propiedades transcendentales de belleza-verdad, una nueva generación de críticos comienzan a abrirse a las manifestaciones de vanguardia. José Hierro, Figuerola-Ferretti, Carlos Antonio Areán y otros, comienzan a hablar de “nueva crítica”. Son los años del grupo “El Paso”, del éxito de Tàpies en la Bienal de Venecia, de las crucifixiones de Antonio Saura. De repente, él, representa lo viejo.

Es entonces cuando Antonio Iniesta escribe una carta que no llega a enviar; aunque no está fechada ni tiene destinatario, posiblemente estuviera dirigida al antiguo alcalde de Manzanares, José Calero Rabadán. En ella aparece el Iniesta más frágil, más humilde, más asustado, pero también el más orgulloso, el más sereno y el más consecuente con todo lo que vendrá después. En esa carta se muestra como es, como siempre ha sido y como inevitablemente, siempre será; alguien con una férrea espiritualidad y con una idea inquebrantable sobre su oficio, alguien que se siente en perenne deuda con quien siente que es responsable de lo que es, pues no hay que olvidar que él está ordenado fraile franciscano e hizo voto de pobreza. Iniesta sitúa la vanguardia en un plano que no tiene ningún sentido para él. Ve las vanguardias como “el camino fácil”. Del mismo modo, sabe y comprende el arte como evasión, pero evasión “hacia un mundo donde la poesía y la ternura tienen su asiento”, no como mera distracción. Decide mantenerse fiel a lo que hasta ese momento ha sido y no sucumbe a lo que él considera “cantos de sirena”, los cuales corromperían su pintura. En el fondo tiene miedo; con los años se ha hecho a una dinámica sencilla (él pinta, alguien compra; nunca pide mucho, el comprador siempre tiene rostro o, como mucho, sólo hay un intermediario y los precios son razonables), ir más allá supone renunciar a muchas cosas, a su visión de la pintura, y a sus votos también. Con esa decisión (y esa carta) simplifica su oficio, lo dignifica, como si de algún modo volviera a esa era donde nació, extramuros, fuera de los límites urbanos, en este caso históricos, donde se baten sus colegas y entran en juego otras cosas más allá de la propia pintura. Él sólo quiere pintar y dar clase. Pedidos y encargos no le faltan. A partir de ese momento, su carrera cambia radicalmente; aunque siga pintando como siempre lo ha hecho hasta ese momento, sus aspiraciones son otras, tan sencillas y banales como pintar, hasta donde le lleve su amor por Velázquez.

"Río Cigüela", óleo sobre tela, 1962

En 1962 (del 24 de marzo al 6 de abril, con 35 lienzos) vuelve a exponer en la que será su galería de referencia a partir de ese momento, la Sala Eureka de Madrid, sita en la calle Caballero de Gracia número 21. Desaparece por completo la figura humana, la atmósfera de sus cuadros se vuelve más gris, la luz más pálida, el final de un verano amable y el inicio de un otoño perpetuo se asientan en su paleta. Críticos como Ramón Lope Villodre aún lo aprecian y defienden, pero también le exigen algo más, algún tipo de riesgo. A él, esas exhortaciones apenas le importan.

Todos los viernes, invariablemente, al terminar sus clases, vuelve a Manzanares, al igual que también hace cuando llega el verano. La vida pasa. En 1974 expone en Valladolid, y en 1978 en su pueblo, donde hace más de veinte años que no exponía.

En 1983, con setenta años, se jubila e instala definitivamente en Manzanares, en la que ha sido su ocasional casa durante cuarenta años, en la calle Clérigos Camarena. Su estudio, el de siempre, en la calle de la Cárcel, sin calefacción, con un aseo comunitario en un patio de vecinos pero con un ventanal soberbio por donde entra una luz maravillosa por las mañanas y que da al callejón de la Hoz (hoy con su nombre).

En 1985, ese Dios con el que él por fin se sentía en paz, le vuelve a poner a prueba cuando menos lo esperaba: el cura de la iglesia de la Asunción le pide la elaboración de un gran retablo para el altar mayor. Una virgen y los cuatro evangelistas. Hace veinte años que no pinta una figura humana (salvo un “Jesucristo portando la cruz”, una “Cabeza de Jesús” que a mediados de los setenta pintó por placer para su propia habitación y otro Jesucristo, con túnica blanca, que regaló a las monjas de clausura de Manzanares). No rechaza el encargo, pero tampoco lo cobrará. El entusiasmo inicial dará paso al recelo, ya no es el mismo técnicamente. En 1986 termina el encargo, le ha costado muchísimo esfuerzo, pero él está satisfecho. Aún así, paralelamente, ha ido preparando una serie de cuadros para la que será la última exposición que hará en vida. Será el mes de noviembre de 1986, en la sala de exposiciones que la desaparecida Caja de Madrid tenía en la calle Virgen de la Paz de Manzanares. Treinta cuadros de los que él está plenamente feliz y en los que se siente realizado plenamente. A varios de ellos les pone el cartel de “vendidos” porque no quiere desprenderse de ellos. Su vida discurre entre su estudio, la iglesia y la compañía de los dos únicos amigos que aún mantiene, Alfonso Márquez y el médico Emiliano García Roldán, tan diferentes y opuestos como necesarios para él.

A. Iniesta en su estudio, 1997
 En 1991 tendrá lugar el que él consideró el único encargo al que debería haber renunciado realmente. La vehemencia con la que le insisten hace que se deje querer y termine aceptando. En el momento en que estuvo ante el lienzo y comenzó a plantearlo, supo que se había equivocado. Su mano no era la misma, esa mano que con tanta pasión aún era capaz de pintar una granada, ya no era la misma para pintar un hecho histórico ocurrido en la guerra de la Independencia española de 1808. Tiene setenta y ocho años y por primera vez en su vida se siente esclavo de su propio estilo, pero no hay vuelta atrás. “El artista debe todo lo que es a lo que es capaz de hacer”, dijo en 1968 en una de las pocas entrevistas que le hicieron en la segunda mitad de su vida; ahora se enfrentaba a sí mismo renunciando a lo que siempre había sido su orgullo, su honestidad. A regañadientes terminó “Sotomayor y los franceses”. Esta vez no hubo una exposición posterior en la que pudiera cobijarse. Le dolieron más de lo que esperaba las críticas que oyó y le llegaron, por lo que decidió refugiarse en la escritura. En 1993 toma a su último alumno, del cual descubre pronto que no tiene el talento suficiente (o quizá ya lo intuía y necesitaba a alguien así para sentirse seguro y a la vez ofrecer seguridad), pero disfruta de su compañía y puede pasar horas hablado con él, recordando su vida o discutiendo de libros, de pintura o de cualquier cosa mientras le ve tomar notas. De la pintura pasan a la máquina de escribir. Sabe que la diferencia de edad es demasiado grande, pero se animan mutuamente a escribir aunque a ninguno de los dos le guste lo que escribe y lee el otro. En 1994 Antonio Iniesta publica su primer libro de poemas, “La rama de olivo”, edición sufragada por él, con poesía en su mayoría de corte religioso. En 1997 ve la luz el libro “Algo más que una lágrima”, con una poesía más diversa a pesar de ser casi todos sonetos, más íntima y más consciente de todo lo que él ha sido. El alumno no aprende a pintar, pero él nunca dejó de hacerlo. El predicado se va difuminando de su definición: Él ya no pinta cuadros, él simplemente pinta.

Antonio Iniesta se fue convirtiendo en su propia obra de arte, él, paseando, despacio, saliendo de su casa, negándose a llevar bastón, en compañía o solo, siempre sonriente, feliz, santiguándose al pasar por la ermita de Jesús del Perdón, canturreando coplas antiguas, recordando a amigos, pensando en su madre, metiendo la llave de esa puerta casi escondida que daba paso a su estudio, vistiéndose con un guardapolvos acartonado y magnífico, eligiendo y poniendo un disco en un tocadiscos barato y tan longevo como él, abriendo los ventanales que dan al pequeño callejón que ilumina la estancia que tantas cosas ha visto, cogiendo su paleta y volviendo a iniciar, de nuevo, una vez más, ese acto precioso y sencillo que consiste en posar el pincel en un lienzo para dar forma a todas esas cosas sencillas, un membrillo, una sandía, una flor, una montaña, un peral, un río, pequeño, silencioso.

A. Iniesta, 1957
Murió un frío martes de invierno, el calendario marcaba el día 27 de enero de 1999. Eran las cuatro de la tarde. Tenía ochenta y cinco años. Dormía y el día anterior había rendido cuentas conquien siempre creyó que fue su Dios. En su tumba siempre quiso que pusiera: “Fue un hombre bueno”. No lo pone, pero yo lo pienso todos los días.


A lo largo de su vida hizo cerca de 5.000 cuadros, publicó dos libros de poesía, escribió nueve obras de teatro y el libreto de una zarzuela. Utilizó dos paletas y tres guardapolvos azules que acabaron asemejándose a armaduras multicolores. Descuidó su legado como posiblemente ningún otro pintor de su generación ha descuidado y todavía hoy dudo si acaso eso realmente le importó, siquiera en sus últimos días. Niño pobre, su religiosidad íntima no le hacía atractivo para la clase política, su humildad y orgullo tampoco ayudaban. Se dejó ignorar antes que ser él el que hiciese valer su propia obra; le bastaba con poder pintar. Decenas de sonetos y escritos suyos aún siguen inéditos. Siempre se abrigó en su fe de viejo castellano, elegante y consoladora, más íntima que pública. Su obra tal vez haya sido olvidada por la crítica y permanezca casi en su totalidad en colecciones privadas, esperando a ser revisada y revindicada como merece.
  
Juan M. Contreras


jueves, 7 de agosto de 2014

Yo no soy solamente yo, segunda parte. "Who I am. Memorias" de Pete Townshend.


"Estábamos en 1981 [...] En 1964, cuando los Who iniciamos nuestra andadura, enseguida supimos para quién trabajábamos y por qué. Ahora, nuestra audiencia de jóvenes de clase trabajadora se había dispersado. Muchos de sus integrantes estaban tan perdidos como nosotros, perplejos ante la celeridad con que el caótico vendaval punk había cedido ante los nuevos románticos y el glamour de la heroína. Como artista, intérprete y compositor ya no podía aspirar a que los jóvenes conformaran mi clientela. "My Generation" se iba instalando ya en la cuarentena, aposentada en el bienestar de la clase media o penosamente relegada entre cajas de cartón en torno a Waterloo, a menos de un kilómetro del pudiente West End.

Los Who habíamos empezado ante una juventud proletaria optimista, que se veía con la oportunidad de cambiar y progresar. "Nunca os ha ido mejor", dijo el primer ministro Harold MacMillan en 1957, cuando yo tenía doce años, y todo había seguido mejorando. Por primera vez en la historia de una generación entera tenía la oportunidad económica y educacional de volver la espalda a los trabajos alienantes, sin futuro, de sus padres, quienes traumatizados por dos guerras mundiales habían reaccionado amparándose  bajo una conformidad protectora.

Bajo este auge de esperanza y optimismo, los Who salimos a manifestar el gozo y la rabia de una generación que luchaba por la vida y la libertad. Aquella había sido nuestra tarea. Y con ella cumplimos. primero lo hicimos con singles pop, luego con exhibiciones más dramáticas y épicas, mediante formatos musicales más amplios que vehiculaban un examen social, psicológico y espiritual para la generación del rocanrol.

A finales de los años setenta, sin embargo, en el último tramo de la administración laborista en Gran Bretaña, justo antes de que el gobierno conservador de Thatcher cuadruplicara las colas del paro, eran los punks quienes encarnaban el nihilismo, la furia y el desdén de una nueva generación de jóvenes, traicionada y abocada al desguace. Sin futuro, ni esperanza, el manifiesto original de los Who había sido desbaratado.

Todo esto puede sonar algo dramático, pero es la exposición de cómo fueron las cosas. Canciones como "My Generation" y "Won´t Get Fooloed Again" se convirtieron en himnos de una época determinada, pero hacia 1981 se había abierto una brecha entre los Who y la generación más joven. Yo debía aceptar que habíamos alcanzado el apogeo de nuestra popularidad en Woodstock, y por famosos y exitosos que siguiéramos siendo como grupo, nuestra capacidad para reinventarnos fue declinando gradualmente ya desde aquel momento en que Roger cantó "See me, feel me, touch me, heal me", el sol salió a nuestra espalda y mi guitarra aulló ante 500.000 personas con el pelo alborotado por el sueño.

¿Dónde estaba mi clientela ahora? Si hablamos de la generación con la que yo había crecido, puede que mis proyectos musicales en solitario le apelaran de modo más directo que los Who. De todos modos, yo también miraba más allá de la música y me implicaba por primera vez en causas radicales y en ayudar a la gente que lo estaba pasando mal. Quería ser más útil a la sociedad. También deseaba airear creativamente la vertiente literaria de mi imaginación. Quería escribir libros, ensayos y, si era necesario, polémicas."
Pete Townshend. "Who I Am. Memorias". Ed. Malpaso. págs: 378-379



Hay memorias y memorias, me refiero a libros de memorias. Por lo general es difícil encontrase con unas donde el autor no parezca que edulcora partes y se dedique a sacarle brillo (o a quitarle polvo) a su ego. Sin embargo, entre las muchas virtudes que tienen las de Pete Townshend, sí que está la de la absoluta sinceridad. No sólo recuerda, sino que se esfuerza en excavar, aunque con ello encuentre cosas que no le hagan quedar bien. No quiero hacer una crítica o comentario de un libro tan extenso y con tantas vivencias como éste; simplemente diré que si los Who han formado parte de tu vida, este libro es totalmente indispensable; si no ha sido así pero tienes curiosidad por un período histórico y una manifestación artística y social determinada como es la de Pete Townshend, este también es tu libro; y si simplemente quieres descubrir un mundo nuevo, ya estás haciendo tarde. Vale todo lo que cuesta y más (excelente y soberbia edición a cargo de la editorial Malpaso, de diez).

Respecto al fragmento que he copiado... No sólo me encantó y releí cuando llegué a él, sino que me ha dado para pensar en él días después de haberlo terminado. en lo particular, es obvio que el disco en solitario, "Empty Glass", resulte infinitamente mejor y más vivo que el simultáneo de los Who, "Face Dances". Pete estaba en otra, y habida cuenta de que nunca había sido un artista y un compositor casual, de hits puntuales, sino alguien profundamente comprometido consigo mismo y con su grupo, resulta paradógico escuchar las canciones de "Empty Glass" una vez leído este libro. Un disco, como digo, absolutamente maravilloso, el mejor de su carrera en solitario y uno de los mejores incluidas sus composiciones con los Who. Hasta la producción ochentera no chirría, y las composiciones son líricamente notables y musicalmente riquísimas. Normal que Roger y John se mosqueasen tanto con Pete, normal, pero entendible visto retrospectivamente, aunque eso supusiera la decandencia musical y primer fin de los Who. Un libro memorable, de verdad... En el epílogo del mismo, Pete comenta cómo tuvo que reducir las 1000 páginas que escribió a las 550 finales... Yo me hubiera leído con gusto las 1000, y me imagino lo que habría en ellas: palabras sobre la muerte de Ronnie Lane y más sobre su relación con él, más y más y más cosas sobre Roger, Keith y John... En fin...

De igual modo, en este bucle whodiano en el que me encuentro debido a la lectura de las memorias de Pete, he descubierto que tengo muchas imágenes relacionadas con los Who que tuvieron una importancia capital para mi vida, sobre todo cinco, las cuales, siempre que las he recordado a lo largo de los años, me han hecho vivir ciertas cosas muy vívidamente. 

UNO: Recuerdo volver a casa una madrugada, año 88 u 87, un viernes, con cierta euforia y cierto aburrimiento, y poner la televisión y aparecer en el canal sur la película "The kids are alright", y sin saber cómo (me sonaban los Who, "My Generation" estaba en alguna cinta recopilatoria) lanzarme al vhs y grabarla, movido por cierta necesidad de identificarme con algo que suponía grande.
No sé la de veces que habré visto esa película (doblada, con un doblaje muy muy bueno), y no sé cómo la habré podido disfrutar tanto: las canciones, las declaraciones de Pete, la obvia trascendentalidad de un grupo fuera de lo común... Creo que si me pongo, me la sé al dedillo...

DOS: El regalo que me hizo mi primo pequeño, Alberto, de una cinta (marca ACME, por dios, marca ACME, qué grande) con Quadrophenia que le había grabado un vecino al comentarle él que a su primo le gustaban los Who y le había hecho ver una película sobre ellos la última vez que estuvieron en el pueblo.
Esa cinta aún la tengo, la guardo y la amo con locura... Ese fue mi primer contacto serio con los Who más allá de los pildorazos obvios de su época mod.

TRES: Verano de 1994. Playa de San Juan. Estamos en una pequeña fiesta cuando ir a la playa con bebidas por la noche era admisible, cuando éramos cívicos y recogíamos, cuando la pandilla era pandilla, cuando el amor era tan fugaz como intenso, cuando todo parecía finito y sublime, cuando no había más que unos labios que besar y un cielo que escudriñar mientras la cabeza se llenaba de sueños imposibles. Un radiocasete plateado y enorme que alguien vuelve a poner después de que Germán y Jose hayan estado tocando canciones de los Kinks, Loquillo y los Beatles con las guitarras acústicas. A punto de cumplir los putos veinte años. Comienza a sonar la cinta que ha traído Jose, todo música de los sesenta y setenta; su padre tiene una buena colección de discos y él es un melómano empedernido... Alguien sube el volumen... Nos desnudamos y corremos a bañarnos... Como si huyésemos de algo o quisiéramos alcanzar algo sumamente vital... Al salir, comienza a sonar Baba O´Riley... Esa secuencia rítmica de sintetizador, esos tres acordes de piano, esa descacharrante entrada de Keith Moon que te pone en guardia... Miro a mis amigos... En ese momento sólo existen ellos... En dos días vuelvo al pueblo y hasta el año que viene no volveré a verles, sobre todo a ellas, sobre todo a alguna de ellas... De estratos sociales muy diferentes, durante quince días sólo somos chavales de vacaciones... Comprendo que a la vuelta me espera el trabajo en la lavandería y por las noches en el pub para poder seguir yendo a la facultad, ya que he perdido la beca y mi padre aún no está muy convencido de que estudiar filosofía valga para algo (y no, no valía)... Ese año sólo he podido ir una semana a la playa, y la he aprovechado bien... Comprendo que nunca estaré a salvo del fracaso, que el yermo adolescente dejará de ser adolescente pero seguirá siendo yermo, que a lo sumo podrá esconder un pequeño oasis tan pequeño como efímero, que no pertenezco a los elegidos ni a los que no tienen que preocuparse de los reveses, que la vida es una mierda pero que he de recordar ese momento... me digo, recuerda esto, recuérdalo... Cuando va a comenzar el gran final con el solo de violín, la busco entre la gente, me mira, me sonríe y camino hacia ella... La volvería a ver durante cinco veranos más. Veinte años después, me alegra saberla bien y feliz. 

CUATRO: Comprarme en la tienda Metralleta de Madrid, el disco Quadrophenia (edición vinilo, edición española, edición censurada -esos dibujitos a mano hechos por el censor, de lencería, tapando los desnudos de las fotos de mujeres de la habitación de Jimmy). Con el texto de Pete traducido gloriosamente... Por trescientas pesetas... 1990... Un vinilo que atronaría en mi habitación meses y meses y meses, cuando yo tímidamente empezaba a escribir y, a falta de una biblioteca medianamente decente (a falta de una biblioteca siquiera podría decir), comenzaba a escribir vergonzantes poemas inspirado por Pete y Jim.

CINCO: Pasamos de siglo. París, 2006. Un visita de cuatro días en las que eran mis primeras vacaciones remuneradas de mi vida, a casa de Cristina y Gaël. Tras volver de patear todo el día París sin rumbo, cansado y redimido, con la reedicion en cd de "The Who by numbers", Gaël está tocando la guitarra. Está solo. Cristina trabaja y cenaremos sin ella, sin nuestra intérprete y musa. Una botella de vino descorchada. Le enseño a Gaël el cd y sonríe; intenta decirme que quiere que veamos una cosa, pero que dura casi dos horas. El vídeo del concierto de la Isla de Wight de 1970. Conecta la televisión a los amplificadores de su glorioso equipo de música. BUM... Revelaciones he tenido algunas en mi vida, quizá menos de las que hubiera debido, pero esta puedo decir que la he tenido... El grupo más grande que sobre un escenario ha habido, la máquina perfecta, cuatro personalidades que encajaban a la perfección y cuya compenetración, energía y visión, creo, no ha tenido nadie más nunca, o al menos con esa magnificencia.

Cinco cajones de mi memoria que posiblemente me hayan marcado más de lo que yo mismo estoy dispuesto a admitir...

Leer las memorias de Pete ha hecho que sienta que no estaba equivocado, que mi vida, en este aspecto, no ha sido en balde.



martes, 5 de agosto de 2014

Yo no soy solamente yo. Pete Townshend. Who I am...


"¿Puede algo seguir siendo, sin cambiar? Nada en la naturaleza se conduce con tanta firmeza como el ser humano en su persecución del infierno." Pete Townshend, "Cuello de caballo", Ed Euler, 1987, pág 14

 

"Debo hacer una pequeña pausa para tomar otra copa de calvados y debo encender otro apestoso cigarrillo antes de proseguir. En momentos como este me siento como una lechuza. Me retiraré en una hora y subiré a dar vueltas en la cama; tiraré de las sábanas, dejando a mi esposa fría y desnuda. Me despertaré cada media hora, más o menos, encenderé al lámpara y garabatearé algunas notas en el dorso de un sobre o en las guardas de una novela cualquiera. Por la mañana me preguntaré en qué demonios estuve pensando. Estoy seguro de que conoces esta sensación" Pete Townshend, "Cuello de caballo", Ed Euler, 1987, pág 16


"En el escenario me ponía de puntillas con los brazos extendidos, como planeando con un avión. Mientras levantaba la tartajeante guitarra por encima de mi cabeza, sentía que estaba sosteniendo el ensangrentado estandarte de siglos de interminables e insensatas guerras. Explosiones. trincheras. Cadáveres. El aullido escalofriante del viento." Pete Townshend. "Who I am. Memorias" Ed. Malpaso, 2014, pág 73.

sábado, 21 de junio de 2014

Blowin´ the blues away.

Los días que sueño que estoy en un sueño y que, en algún momento del sueño todo se para y me miro a mi mismo en el sueño y me digo “estás soñando y debes acordarte de esto cuando despiertes porque es importante”... tEsos días, o esas noches, pasan como un parpadeo, un destello de luz que ciega y deja en la retina su negativo, soñar cosas qe dan miedo, esa amenaza constante e ni en el sueño dejamos de sentir, o acaso sea en el sueño cuando más presente se hace.


Luego, al despertar, de lo único que me acuerdo es de que soñé que tenía que acordarme de algo pero no de qué tenía que acordarme. Recuerdo el miedo, la amenaza, pero ese sentimiento deja su poso y se amortigua al lavarme la cara con agua fría. Esos días son los días más extraños, o al menos esos son los días en los que me preocupo por cuadrar mi vida, por enderezarla, por recomponerla, como si diese por hecho que no lo estuviera, pues eso es algo de lo que pocas veces estoy seguro, y me atormenta el hecho de haber vivido en el sueño algo esencial y que el haberlo olvidado no me fuese a traer nada bueno; en fin, no lo sé, igual no tiene ningún sentido darle tanta importancia a un mísero sueño, aunque sueñe que escribo y haya señalado una frase y me haya dicho "recuérdala" antes de que volviera a sentir la presencia grumosa que me ha obligado a coger a un bebé en brazos y a salir corriendo, de nuevo, corriendo, huyendo.

Sensación extraña para encarar la noche más corta del año.

Estas últimas semanas he vuelto a la carretera, a moverme de pueblo para ir a trabajar, temprano (no todos los días, el contrato no es por un horario completo), pero sí que el regreso es siempre cuando el sol se pone, rojo dolor, pastoso, con una violencia condensada en un horizonte gigantesco, que cae como un titán mitológico, lento y moroso, soles como sumideros incandescentes, atardeceres en una tierra yerma entre la cual yo regreso a casa con las ventanillas bajadas, dejando que el viento golpee mi cara mientras canturreo melodías sincopadas de efectos demoledores para mi ánimo, demasiado acostumbrado a ir por ahí sin coraza.

El hecho de estar metido en el coche un par de horas al día ha hecho que intente a toda costa encontrar la compañía perfecta, la canción justa para atravesar esa estepa manchega desoladora. Durante dos semanas no he dado con nada. Soy, o somos, como antenas receptoras de vibraciones que no comprendemos, y muchas veces la música hace daño o calma, pero también hay otras veces en las que no sentimos nada escuchando cosas que antaño sí provocaron cosas; y la culpa no es de la música en sí, sino de nosotros; aprovecho las rectas para cambiar de disco, y salta la radio, radio3, e insulto a los comentaristas que me asaltan, y a veces pruebo entre disco y disco a ver qué ponen, y nunca siento nada (salvo algún regreso con Juan de Pablos, pequeño sátrapa candoroso que lleva casi toda la vida acompañándome). Y he probado con casi todo, pero no he tenido suerte.

Hasta ayer, cuando con esa sensación de fin inminente, me enteré de que había muerto Horace Silver. El llamado hard bop tuvo la capacidad de volverme loco, durante unos años sólo escuché eso. Sin embargo poco a poco todo lo que me gusta escuchar se fue abriendo paso y he llegado a una especie de entente cordial con todo eso que me gusta y vivo como los ciclos lunares, de fase en fase, pasando de una a otra con naturalidad. Sin embargo, desde que comencé a trabajar de nuevo (de bibliotecario; es la primera vez que lo escribo), la separación con el pequeño, el nuevo ritmo, los nuevos hábitos, los nuevos quehaceres, es como si  hubieran provocado en mí un fallo de sintonización y sin música, sin la música justa, sentía que no podía hacerme a esa nueva rutina. Poco a poco vuelven las sonrisas, las ganas de seguir con lo que me hace mirarme al espejo y no sentir rechazo, y escribir es ritmo y el ritmo es cadencia y la cadencia contiene la melodía si hay algo que contar. Y ha tenido que morir Horace Silver para que yo, mientras el sol a mi izquierda me ciega y acelero mi coche para llegar a casa, pensara de nuevo en todo esto, en contar, en encontrar el ritmo para contar lo que me gustaría contar, lo quiera quien lo quiera o no quiera nadie. Y sentir el poso de una lectura crucial ("Monasterio" de Eduardo Halfon), y cuando digo sentir el poso de una lectura, quiero decir ver salir por los poros palabras; y notar las dos historias que me llaman a mi espalda, tocando con cuidado mis hombros, y decidir plegarlas en simpar combate hasta convertirlas en libros, y ver cómo... sobre todo ver cómo... Y pensar en Horace mientras trabajo, y hacer memoria de la estantería que tengo en casa a ver si recuerdo dónde están los discos de ese pianista de sonrisa pícara y embaucadora, y colocar libros, y buscar otros, y rellenar fichas, y ordenar, ordenar, ordenar, dar las gracias, sonreír, y alegrarme de ver a gente que me recuerda (bien) como librero y explicar cómo he llegado hasta ahí (un examen hace dos años, que hice después de una entrevista para una funeraria y antes de otro examen para llevar un pequeño camión para limpiar grafitis y adecentar aceras), y el cual aprobé (no el del camión) quedándome en una bolsa que (gracias a Atenea se ha ido moviendo hasta tocarme), y colocar la fonoteca con curiosidad de entomólogo de prácticas y descubrir un disco de Horace Silver, y cogerlo como un tesoro, y no llorar porque no era el momento, y volver a casa y poner un disco y nada, otro y nada, y decirme, pon a Horace y deja a The Byrds para otro día, y BUM, y decir "por fin", y subir, subir, subir el volumen, y bajar las ventanillas y levantar el pie del acelerador, y descubrir que el terror de los sueños es invencible y que siempre estará ahí y que sólo a veces podremos vencerlo brevemente, y pensar en la sonrisa de Horace y también en la pequeña sonrisa que espera en casa, y cantar, y llorar porque ahora sí es el momento... es hora de sacarse los blues de dentro... Porque, como dice Juan Claudio Cifuentes, si la primera canción de Blowin´the blues away no te "quita el blues" es que no sabes lo que es "sentir el blues"...


http://www.latercera.com/noticia/cultura/2014/06/1453-583197-9-horace-silver-pianista-emblema-del-hard-bop-muere-a-los-85.shtml

viernes, 9 de mayo de 2014

Antes de que lo perdamos todo. "La utilidad de lo inútil. Manifiesto" de Nuccio Ordine

A veces es necesario tumbarse en el suelo sólo para oír crecer la hierba.

Es difícil no caer en tópicos al hablar de un libro como el de Nuccio Ordine, un manifiesto breve, intenso y que sin duda logra lo que se propone, esto es, convertirse en acicate, en espejo donde revisar nuestra idea del mundo, esa que el lenguaje de los que nos dirigen ha pervertido y el utilitarismo se ha encargado de vaciar de sentido. “Hay dos clases de utilidad –argumentaba Théophile Gautier en el prefacio de Mademoiselle de Maupin de 1834–, y el sentido de este vocablo nunca es sino relativo. Aquello que es útil para uno no lo es para otro. Usted es zapatero, yo soy poeta. Para mí resulta útil que el primer verso rime con el segundo.” La de Gauthier es una de las muchas voces que invoca el pensador italiano Nuccio Ordine en este "manifiesto" sobre la necesidad de la literatura (y especialmente de los clásicos) en tiempos de crisis, contra la mercantilización de la enseñanza y la desintegración de los museos, bibliotecas, librerías y centros de investigación.

Dividido en tres partes, “La útil inutilidad de la literatura”, “La universidad-empresa y los estudiantes-clientes” y “Poseer mata: Dignitas Hominis, Amor, Verdad”, el manifiesto que nos ofrece Ordine es todo un guante lanzado al aire, un grito sordo ante la perplejidad que le supone al autor el monstruoso deterioro no sólo de la concepción del saber como ideal perseguible y anhelado por sí mismo, sino también del obsceno proceso de comercialización de la vida humana en su totalidad. El irónico dicho, “tanto tienes tanto vales”, se ha convertido en axioma fundacional que rige nuestras vidas, por eso ante esta situación, Ordine nos intenta recordar vehementemente que eso no es cierto, que la vida no ha de ser así, que hemos de rebelarnos contra esa concepción que el neoliberalismo intenta grabar a fuego en la conciencia común de todo el planeta, ridiculizando aquello que somos más allá de nuestra cuenta corriente. Para ello recurre a cuantos otros autores han hecho hincapié en esa cuestión (saber vs valor) a lo largo de la historia. Tomando como punto de partida la defensa de una manifestación artística tan ajena a la cuantificación como es la literatura, expone la visión que autores como Dante, Petrarca, Aristóteles, la literatura utópica, Shakespeare, Kant, Montaigne o Leopardi tomaron frente a la mercantilización de la vida y la cultura. Lo que hace a este manifiesto diferente a un simple catálogo es la intensidad con la que Ordine da sucesión a citas y autores, comentando al hilo de las mismas lo justo para hacer más hincapié en esas cuestiones que por obvias no está de más recordar y recordar.

Nuestra sociedad considera útil sólo aquello que produce beneficios, lo cual impone un lógica mercantilista de la totalidad donde la música, la literatura, el arte, las bibliotecas, los archivos de Estado, la arqueología, son consideran inútiles porque no producen beneficios. Es por ello que los gobiernos, cuando hacen recortes, comienzan por estas cosas "inútiles". Pero, al eliminar lo inútil, estamos amputando el futuro de la humanidad. Ese es el drama al que Ordine intenta dar voz en este breve y precioso manifiesto, que todos los ámbitos de nuestra vida están contaminados por la idea del beneficio y del lucro. Si seguimos dejando que eso suceda, si dejamos de educar a las nuevas generaciones en el amor por el bien común, por el desinterés, por lo gratuito, por la cultura, dejaremos de ser hombres y seremos productos. El conocimiento no se compra, se conquista, y esa conquista no es más que una bella manifestación de la dignidad humana.

miércoles, 7 de mayo de 2014

Leyendo "Técnicas de iluminación", de Eloy Tizón, entre sirenas



"Técnicas de iluminación"
Eloy Tizón
Ed. Páginas de espuma, 2013
Fragmento del relato "Fotosíntesis"
pág 12-13

"Una mujer tranquila, con sus orillas húmedas. Nos sirvió una jarra de cerveza, luego una jarra de vino, luego una jarra de nata espolvoreada con canela. No quiso cobrarnos nada. Era la hija del posadero, aunque su verdadero oficio era el de comadrona. Se le transparentaba un poco el vestido. Las ganas de sonreír no se le acababan nunca. Su aldea estaba en fiestas, su esposo estaba en la guerra, no especificó en cuál. El cielo estallaba de cohetes, los músicos ambulantes tocaban hasta el desmayo celebrando la belleza trágica de la vida, los perros ya ni ladraban. Aquello era vivir. Abrazarla en el cobertizo era igual que amasar harina. Su piel, por descontado, también estaba para fiestas, también estaba en guerra. Tan hermosa que uno no sabía por dónde empezar a quererla. Antes de apagar la vela de un soplo, dio la vuelta al retrato de su esposo, que quedó mirando hacia la pared mientras aquello duró. Uno sentía que a su lado nada malo podía sucederle. Ella dijo, al tiempo que se anudaba el cordón del delantal, que rezaría por uno en sus plegarias. Los ojos le brillaban. Antes de despedirse ofreció su nombre en voz alta, con alegría: "Margarita"

Leyendo y escuchando, lo poco que la vida me deja, quizá a escondidas y a deshoras, pero sí, al menos, lo suficiente.

sábado, 1 de marzo de 2014

Boris Mikhailov, un fotógrafo del hundimiento



Boris Mikhailov, Superimposition. 1965.
Enfrentarse a la fotografía de Boris Mikhailov resulta estremecedoramente desolador. Hacía tiempo que no veía algo tan duro. La cosa se complica cuando lees cómo desarrolla su trabajo. En una entrevista del 2011 con motivo de una retrospectiva de su obra en el MOMA, respondió con un lacónico “documentary cannot be truth” cuando le preguntaron su opinión acerca de quienes dudan del carácter documental de sus imágenes, habida cuenta de que él no oculta que paga a sus “modelos”. Esa entrevista se desarrollaba con motivo de su exposición titulada “Case History”, la mayoría sobre indigentes ucranianos. ¿Qué es verdad? Todo se mezcla cuando ves las imágenes de Mikhailov, y más cuando algo particular como es la representación de una Ucrania post-soviética, pasa a ser un universal, y entonces lo que ves es LA pobreza, EL dolor, EL abandono, LA animalidad, EL detritus en el que el ser humano se convierte cuando el capitalismo arrolla con todo y a todos. Mikhailov tiene una posición muy particular respecto a su quehacer fotográfico, lleno de matices en los que perderse, sobre la objetividad, el equilibrio de poder entre el que muestra y el capta, sobre el objeto de la fotografía, sobre cómo es posible, o no, captar la realidad. Como si Boris Mikhailov hubiese dicho, "¿queréis realismo social? tomad realismo social", 
¿Es posible documentar la vida sin mancharnos las manos?.

Tríptico de la serie "The Wedding" 2005 - 2006


Nacido en Ucrania en 1938, Boris Mikhailov es uno de los principales fotógrafos de la antigua Unión Soviética. Fue a finales de la década de 1960 cuando hizo su primera exposición. Después de ella, la KGB entró en su domicilio y encontró fotos de su esposa posando desnuda. El acoso policial del que fue objeto, hizo que perdiera su trabajo como ingeniero, dedicándose tras ello por completo a la fotografía. Durante más de 30 años, su interés ha estado centrado en explorar cómo el individuo se engarza e incorpora a los mecanismos históricos comunitarios, tanto dentro del dominio soviético como en las condiciones de vida en la época post-comunista de la Europa del Este. Su obra más famosa del que podría ser su primer período (1968-1975) fue la "Serie Roja". En estas fotografías utiliza principalmente un filtro de color rojo para representar la ciudad, sus personas y grupos. Hasta la caída del comunismo, experimentó con diversas técnicas de revelado y positivado, aunque su objetivo siempre fue el mismo. Posteriormente, ya en los noventa, centró todo su trabajo en analizar las consecuencias que la ruptura de la Unión Soviética tuvo para la ciudadanía, fotografiando sistemáticamente a personas sin hogar hundidas por el alcohol y la ausencia de futuro. Más de 500 fotografías (la serie "Case History") muestran la situación de las personas que, tras la disolución de la Unión Soviética, no fueron capaces de agarrarse a un sistema que no entendían y que no contaba con ellos. De una manera muy directa Mikhailov centra su crítica contra la "máscara de la belleza" del levantamiento post-soviético dentro del capitalismo salvaje que allí se instauró.


Boris Mikhailov
Aunque profundamente enraizada en ese contexto histórico, el trabajo de Mikhailov incorpora retratos profundamente interesantes y personales de lo que es el humor, la lujuria, la vulnerabilidad, el envejecimiento y la muerte. Con la desintegración de la U.R.S.S. fue testigo directo de cómo su sociedad agonizaba; su trabajo es único a la hora de valorar el tránsito de la decadencia del sistema soviético al capitalismo salvaje en una suerte de apocalipsis poscomunista y postsoviético.

Boris Mikhailov de la serie "Yesterday's sandwich" 1965-1981
Ha sido, como indiqué anteriormente, “Case History” su serie más famosa. En ella explora el horror en el que viven las innumerables personas que se han quedado sin hogar tras el colapso de la Unión Soviética en Ucrania. Con el trasfondo sombrío de la ciudad industrial de Kharkov, las fotografías de Mikhailov (en color, y a tamaño natural) documentan la opresión, la pobreza devastadora y la realidad cotidiana de una comunidad de marginados que viven en los márgenes de nuevo régimen económico de Rusia. Después de vivir unos años, tras la caída del comunismo, en Berlín, Boris Mikhailov recuerda el impacto de su experiencia al volver a Kharkov varios años después. Cuenta cómo, tras la aparente tranquilidad de la devastación, la cual hacía creer que la ciudad había adquirido el halo moderno del centro de Europa (con un montón de anuncios extranjeros, un simple un envoltorio brillante), se quedó muy sorprendido por el gran número de personas sin hogar. Los ricos y los sin techo eran las nuevas clases de una nueva sociedad, y Mikhailov fotografía a una de ellas, la más numerosa, creando una obra que es uno de los documentos más inquietantes de las condiciones urbanas post-soviéticas.

Boris Mikhailov, tríptico "Blue Girl" (de la serie "Look at me I look at water")

Cuando se produjo la caída de la Unión Soviética y de todo el bloque oriental, los nuevos gobiernos pidieron ayuda al Occidente pudiente para superar la crisis. La ayuda llegó en forma de niñatos avariciosos sin escrúpulos graduados en Harvard con brutales programas de "reformas" económicas liberales (nota personal, releer “Limonov" de Carréré). Los resultados fueron desastrosos, y no sólo desde el punto de vista económico (caída de la esperanza de vida, aumento de la mortalidad, desahucios, tasas de paro insoportable, alcoholismo galopante, etc). La privatización acelerada dejó las antiguas empresas públicas en manos de funcionarios corruptos que, con los contactos adecuados, los "empresarios audaces" pudieron comprar por cuatro rublos. De algún modo, los dirigentes europeos estuvieron contentos, pues el futuro que preveían para la parte oriental del continente (que era ser una especie de mezcla entre puticlub de extrarradio y cementerio nuclear) se vio totalmente cumplido. Ya a finales de los noventa escuché en la facultad a un profesor decir que esa demolición exprés de un modo de vida determinado que se había desarrollado bajo un sistema político y económico determinado iba a traer consecuencias nefastas. Muchos vimos a ese profesor como un leninista trasnochado, pero es bien cierto que ese aviso lo he ido escuchando a lo largo del tiempo. Exactamente no recuerdo quién dijo que el futuro no se podía predecir y que dentro de 20 0 30 años nos íbamos a arrepentir de seguir esa política y de ignorar y humillar a esos países, especialmente a Rusia (no sé si fue Houellebeq o Delors, o el propio Limonov).

En los rotativos occidentales, a mediados del 2000, se pudo leer una afirmación de Putin que fue entendida como una boutade más de un tirano ignorante y residual del espíritu soviético, y que era algo así como que la caída de la Unión Soviética había sido la peor catástrofe geopolítica del final del siglo XX. Muchos, incluyendo el por entonces primer ministro Mevdeved, se echaron las manos a la cabeza, pero según las encuestas, la mayor parte de la población de las antiguas repúblicas soviéticas estaba de acuerdo. Hoy, la política rusa es cada vez mas agresiva, aumenta su presupuesto militar, presiona a los países de su entorno para unirse a la nueva Unión Euroasiática mientras, al mismo tiempo, grupos de ultraderecha y fascistas no paran de crecer en Europa Oriental amparados por Estados Unidos y la UE (como algunos de los que han protagonizado la revolución-motin-golpe militar de Ucrania). Tal vez no hoy, tal vez no mañana, pero pronto, nos estalle todo en la cara...

¿Qué tiene que ver esto último con Boris Mikhailov? Muchísimo… Pues algunas de las sensaciones que uno experimenta a ver su trabajo son “miedo”, “horror”, “desolación”. África, Asia... Europa Oriental... cada vez al capitalismo le cuesta más mantener centrifugados a los residuos de su descontrolada voracidad neoliberal. Pero quizá el horror está cada vez más cerca,  igual ya instalado de lleno en el corazón de Europa (la llamada crisis y el soterrado desmantelamiento del ninguneado "estado del bienestar"). Mikhailov lo retrata con la minuciosidad de un cirujano tan hábil como borracho. Pero su trabajo esconde varias paradojas más allá del carácter testimonial de 60 años de trabajo. Dejaré de hablar de la crítica social. No olvido que paga a sus “modelos”. Sin embargo, a la luz de este detalle, ¿dejan de ser veraces las imágenes de Mikhailov por ese hecho?, ¿posar es mentir?, ¿dejarse retratar en fingir? Él insiste: “Documentary cannot be truth”. ¿Qué es entonces lo que él representa, qué sentido tienen sus retratos de indigentes en Ucrania en "Case History"? En la fotografía documental, la interacción fotógrafo-fotografiado siempre implica un sistema de relaciones desigual entre ambos actores. Es inevitable que uno de los dos adquiera una posición de inferioridad, lo cual no implica que el que retrata abuse o se aproveche del retratado, sin embargo no hay que olvidar ese hecho, pues, de esta manera, por ejemplo, el poder recae sobre quien tiene la capacidad de influir en la acción del otro. Pero, ¿quién influye realmente en quién?

Paradójicamente, al comienzo es quien busca las imágenes quien carece de poder, vagando y buscando supuestamente "a ciegas"; un poder que de golpe el fotógrafo adquiere cuando toma una decisión y se acerca a un individuo y le hace una oferta por su imagen, o simplemente cuando intenta fotografiar creyendo captar el instante objetivamente (una falacia positivista como cualquier otra); luego, el individuo que posa recupera el poder cuando la tensión del momento le permite decidir si muestra más o menos. Boris Mikhailov admite sin pudor que paga a los indigentes que posan para él, pues cree que con ello pone en valor la imagen del testimonio que quiere mostrar. Quiere que "ellos" sepan que les está fotografiando, pues esa consciencia tiene sus consecuencias. ¿Cuáles?

Con esto se me cuela el gato de Schrodinger (¿sé dónde está pero no sé cómo es, pero si sé cómo es, no sé dónde está? Eso sin contar que no tampoco sé si está vivo o muerto), pero es innegable que las imágenes de Mikhailov plantean infinitos dilemas, no sólo en lo que atañe a lo que muestran, sino a cómo ha conseguido el fotógrafo que muestren lo que muestran. El acto de pagar a los fotografiados y dirigirlos en su performance puede ser un mecanismo que lo libere del dilema de la veracidad. Sus fotos no son verosímiles, pero son verdaderas. Sus imágenes nos muestran unos personajes con una narrativa impresa en sus propios cuerpos donde la desnudez, el maltrato y el abandono no son más que envoltorios del horror. No estamos hablando de estética apocalíptica a lo Mad Max u otra impostura distópica vacía de contenido, hablamos de lo que está sucediendo en un país que está a un puñado de kilómetros del nuestra amada Unión Europea. Mikhailov (en "Case History" sobre todo, aunque me temo que es algo que lleva haciendo toda la vida) muestra dientes, piel, coños, cicatrices, mugre, hedor, cabezas piojosas, ojos enrojecidos, piel macilenta y pone entre él y el individuo una relación contractual que los deshumaniza y convierte en soportes vivos del relato que quiere construir. Es como si preguntara, ¿de verdad he de esconderme y fotografiar sin que nadie se de cuenta para mostrar la verdad? ¿Y qué pasa si lo que yo muestro te resulta incómodo, acaso es menos verdad? ¿Estás seguro de ello? El momento de encontrarte rodeado de sus fotografías no se diferencia del de mirar pornografía bizarra. Mikhailov con ello muestra la línea divisoria entre la búsqueda de la imagen real y la llamada fotografía documental, desarrollada por fotógrafos cargados de prejuicios, "buenrrollismo" y ganas de agradar... Como leí en alguna parte, no es cómodo ver las imágenes de Boris Mikhailov porque sus pobres están vivos y son atrevidos. Quizá los medios de comunicación nos manipulen y al final no sepamos quién dirige el mundo ni qué sistema de fuerzas e intereses condiciona nuestra conciencia, pero hacia dónde parece que está avocado el mundo, da miedo...


Autoretrato de Boris Mikhailov, Berlin, Germany, 2004 

http://es.wikipedia.org/wiki/Boris_Mikha%C3%AFlov_(fot%C3%B3grafo)

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