lunes, 23 de enero de 2012

Custodiar el tiempo que nos toca

POR QUÉ ESCRIBIMOS

Uno hace versos y ama
la extraña risa de los niños,
el subsuelo del hombre
que en las ciudades ácidas disfraza su leyenda,
la instauración de la alegría
que profetiza el humo de las fábricas.

Uno tiene en las manos un pequeño país,
horribles fechas,
muertos como cuchillos exigentes,
obispos venenosos,
inmensos jóvenes de pie
sin más edad que la esperanza,
rebeldes panaderas con más poder que un lirio,
sastres como la vida,
páginas, novias,
esporádico pan, hijos enfermos,
abogados traidores
nietos de la sentencia y de lo que fueron,
bodas desperdiciadas de impotente varón,
madre, pupilas, puentes,
rotas fotografías y programas.

Uno se va a morir,
mañana,
un año,
un mes sin pétalos dormidos;
disperso va a quedar bajo la tierra
y vendrán nuevos hombres
pidiendo panoramas.

Preguntarán qué fuimos,
quienes con llamas puras les antecedieron,
a quiénes maldecir con el recuerdo.

Bien.
Eso hacemos:
custodiamos para ellos el tiempo que nos toca.



http://es.wikipedia.org/wiki/Roque_Dalton

miércoles, 18 de enero de 2012

Libros como cuervos sobrevolando tu cabeza. La Armonía celestial de Péter Esterházy.


A veces parece que hay autores que te buscan; sin saber cómo, van apareciendo alrededor tuyo libros de un autor, y al final te ves abocado a leerlo, y en buena hora, y piensas cómo no lo habías hecho antes, pero tampoco te mortificas mucho ni te culpas de tu ignorancia; sin llegar al punto en el que das por bueno lo que literariamente vas encontrando, te sumerges en la lectura sin importante un cojón qué se cueza, qué nueva casta de escritores pugne a empujones por sacar su cabeza por encima de otros (darse una vuelta por blogs literarios a veces da mucha grima, por no decir asco, repletos de pagados de sí mismos con ganas de autobombo; vivan los blogs rockeros...). Peter Esterházy ha ejercido su derecho al acoso y derribo y ahora me tiene en vilo.

De vez en cuando reviso los libros disponibles de Bohumil Hrabal, sabiendo que nada nuevo encontraré (Topo dixit), pero aún así yo insisto, no vaya a ser... En los listados siempre aparecia un libro llamado "El libro de Hrabal" de Peter Esterházy, y yo que buscaba (y busco) "Los frutos amargos del jardín de las delicias" de Monika Zgustová (biografía de aquél) no he dado con él, y el préstamo interbibliotecario no me vale porque en la red de bibliotecas tampoco está. El caso es que un mes antes de dejar de ser librero, me pedí el libro de Esterházy "sobre" Hrabal, y digo "sobre" porque su presencia en la novela es referencial: un escritor sin dinero escribe cartas con su mujer a un Hrabal imaginario mientras dan cuenta de sus penurias y las de su país (Hungría). Lo he empezado varias veces, pero es de esos libros que requieren toda su atención, y desde que dejé la librería he dispuesto de todo menos de tranquilidad y sosiego para tirarme un día completo leyendo (los lunes al sol no son tan plácidos como dicen...). Uno de sus libros se llama "Una mujer"; lo vi en la Librería Pasajes, pero acabé comprando "El libro de Nonelle" pensando que recordaba haberlo visto en la biblioteca. Y la editorial Acantilado ha sacado un par de títulos de él (me siguen llegando boletines de editoriales...). Y "Pequeña pornografía rusa" debería haberla comprado cuando seguía disponible y la vi en Méndez.

Me he mantenido lejos del remolino sin saber por qué, sobre todo cuando me he dejado llevar por otros remolinos literarios tanto o más absorventes; pero Esterházy nada. Luego encontré en la biblioteca un par de títulos de él, que me traje a casa, pero que leí a vuela pluma, abriéndolo al azar, como un juego, como si me resistiese a leerlo. Las montañas altas a veces dan miedo. Danilo Kis, Mircea Cartarescu y Peter Esterházy forman el power trio de autores que me rondan y a los cuales me resisto sin motivo, como si sonase el teléfono y supieses que te llama Tom Petty o Anita Blonde y no te atrevieses a cogerlo por un temor visceral a no estar a la altura. Un jueves devolví los libros de Esterházy y seguí a lo mío, perplejo ante las barrabasadas de Olmos y más perplejo aún ante lo que mi vida diaria me deparaba y que aún no sé conjugar para escribirlo aquí. Al día siguiente salimos de viaje.

Cuando llegamos a la casa rural, se dio cuenta de que tuve el impulso de sentarme frente a la pared repleta de libros del hall y por el que irremediablemente había que pasar para ir a las habitaciones, pero ni ella dijo nada ni yo me paré. Un regalo es un regalo, y acostumbrado como estoy esforzándome porque la revolución me pille elegante, por las mismas razones también la pobreza, así que con un latente sentimiento de no merecer, al anochecer salí de la habitación con la excusa de prepararme un té para admirar la biblioteca de aquella casa rural propiedad de una excesiva pareja germano-hispana. Y allí estaba, claro, el escritor húngaro, entre libros en alemán, revistas de arte, la colección completa de Superhumor, Verne, Stevenson, preciosos libros de mapas y guias de Lonely Planet. Armonía Celestial, el nombre del libro era, y es, ese. Cogí varios ejemplares y volví a la habitación. Me miró al entrar y sonrió. El albornoz le quedaba perfecto, y justo antes de sentarse en la cama se le calló el cinturón; yo llevaba puesto uno igual, blanco y un tanto áspero, como suelen serlo por el uso continuado de lejía y cloro de las lavanderías. "No se te ocurrirá", dijo. No, claro, respondí. "Mañana por la mañana los dejas donde estaban", insistió. Él ha dicho que podemos coger los que queramos si queremos leer algo. "¿Y en un día vas a leerte dos revistas de esas (Ars Magazine, algo así como la playmate suprema de las revistas de arte, nota...) y cuatro libros, aparte de los dos que te has traído de casa?". Tienen la colección del Superhumor, contesté mientras pensaba que uno nunca sabe cuándo va a encontrar un ratito para leer. "Tú ya sabes a qué me refiero, mañana las dejas donde estaban...". No supe qué contestar... Qué calor hace con la chimenea, yo ya no sé qué quitarme, murmuré...

Más tarde abrí al azar el libro de Peter Esterházy, página setenta (70), edición de Galaxia Gutenberg, tapa dura con sobrecubierta, leí: 52. "Mi querido padre pensaba en mi querida madre en muchas ocasiones. Por ejemplo, al cortar una rebanada de pan. al quemar el puente de Eszék. Al iniciar el proceso judicial contra los directivos de Banco Agrario. Al hacer frente, un jueves y delante de su casa, al ataque de unos desconocidos armados con bates de béisbol. Al constatar que este país se había gastado un montón de dinero en reestructuraciones de todo tipo, pero que se olvidaron de reestructurar algo, el pueblo, y que hasta que eso no ocurriera , no habría paz social. Al volcarse definitivamente, durante los años inmediatamente anteriores a la Revolución Francesa, hacia el clasicismo. al perder su estilo el virtuosismo que solía tener (por decirlo con pocas palabras). Al preguntar por dónde navegaban los barcos húngaros. Al escuchar las predicciones del hombre del tiempo. Tenía mi querido padre un enorme escritorio desprovisto de estructura superior y compuesto de una tabla lisa, un escritorio del barroco tardío que se popularizó a finales del siglo XVIII, y sentado a ese escritorio arreglaba los asuntos del Estado y a la vez pensaba en mi querida madre. Sentado a su escritorio pensó en mi madre e imaginó qué ocurriría si ella se metía debajo del escritorio, en silencio, sin saludarlo siquiera, y como una perrita con su cabeza, con su cabezota, separaba las rodillas de mi querido padre, sus muslos -mientras, encima del escritorio, éste transformaba los asuntos del Imperio, cambiaba destinos, corregía frases y echaba un vistazo a la correspondencia del día-, etcétera, sin usar las manos, simplemente con los dientes, con la nariz o con el mentón, por no entrar en más detalles, y llegaba hasta los límites de lo imaginable (mi querida madre), pero sin excitarlo hasta el paroxismo, manteniéndolo en el mismo fogoso estado, manteniéndolo así, recordándole a mi querido padre si existencia todo el santo día. (Todo el santo día: incluso cuando mi padre acusaba a la dirección de la joven troupe del nuevo teatro -de Kecskemét- de ocuparse de la cría de ocas y de despreciar al público de provincias, aunque muchos representantes renombrados de la profesión los defendieran. Y como para no perder tiempo mi padre comía sentado a su escritorio, proporcionaría, a modo de descanso, algún que otro bocado a la que estaba debajo del escritorio. ¡Prohibido hablar o tocar!) "Querido mío, usted es un pervertido", constató mi madre tristemente tras escuchar los planes que él tenía en mente para ese día. Sin embargo, mi padre siguió argumentando, hasta que..., ¡milagro!, mi padre llegó a cambiar a tal punto las dimensiones sensuales de mi madre que ésta traspasó los límites (del escritorio, ja-ja-ja), así que mi padre se vio obligado a llamarle la atención, aunque en tono de broma, y a recordarle que al fin y al cabo mi madre era una madre de familia católica con cuatro hijos. "¿Verdad?" "Claro que sí, corazón mío", respondió mi madre, asintiendo con la cabeza pero sin echarse atrás. El genio ya había salido de la botella."

Al final dejé el libro en el mismo lugar, del cual, por el marco de polvo fino, nadie había sacado del allí en algún tiempo. Va a resultar que soy un caballero después de todo. Me sumergí en la luz de invierno, del descanso del guerrero, me convertí yo mismo en el descanso de alquien que no soy yo pero me quiere a su lado, dejé pasar las horas, miré el fuego consumiéndose como si buscase una señal de lo que debo hacer, tuve baños de sol y sueños sin luna, desayunos con dibujos en hojas amarillentas y cenas sin lapiceros, paseos con rodeos y baños sin sobre. Creía que el libro estaba descatalogado y al subirme en el coche el domingo para regresar a casa lamenté no ser un simple ladrón y sí un vulgar hombre. A los dos días decidí probar suerte en la red y lo encontré en perfecto estado (según web) en una librería de segunda mano en Mallorca a un precio que al propio Esterházy le hubiera provocado sonrojo y asombro, me armé del valor y del empuje moral que me faltó días atrás y lo pedí. Llegó en mejor estado del que yo esperaba, y mientras uno de mis mejores amigos espera que me lea de una vez Lulú de Mircea Cartarescu (¿porqué no lo han llamado "Travesti" como el original rumano?) y le llame para hacer el party line literario del mes, estoy knockeado con la prosa del jodido Peter. Tenía miedo al tornado y ahora estoy como Totó, disparado hacia un Oz llamado Hungría de la mano de la familia de los Esterházy, siglos atrás, siglos adelante, 830 páginas. La escucha mientras tecleo todo esto del disco "The king is dead" de The Decemberist tendrá mucho que ver en el caos y el sentimentalismo de todo lo tecleado hasta ahora, pido disculpas por ello. Libros que te desarman, que te ponen en los labios la pregunta de quién eres tú, de dónde vienes... ¿Armonía Celestial? Igual sí...


martes, 10 de enero de 2012

"Huelo a cuando ya es tarde para todo"


Hoy me he perdido en una Biblioteca. Tras un primer momento de angustia, después me ha hecho gracia. La Biblioteca Pública tiene un corredor superior que se yergue vetusto y casi cochambroso entre las dos salas de lectura de la sala de adultos. Tiene una altura de un metro ochenta, justos. La recorren estanterías de chapa repletas de libros antiguos, como si la cima de la civilización literaria, o mejor dicho editora, hubiese sido la década de los setenta, vertiéndose década arriba, década abajo, y decorando la colección libros de la primera mitad del XX y de los últimos años, camuflados entre pastas rugosas y hojas ásperas y un tanto gruesas. Como yo mido cuatro centímetros más, recorro encorvado la galería, siempre torpe, cosa que yo achaco al calor sofocante de un aire acondicionado atroz que cual aliento de dragón, te persigue y embota desde la nuca hasta los pies. Los estudiantes que llenan la sala de lectura me miran aburridos pero yo no les veo, alzan la vista de sus folios subrayados con verde o rosa, que desde la altura parecen bocetos para un próximo corto de Len Lye, y ninguno sonríe; yo no les veo, bastante tengo con leer lomos y sonreír como un bobo, sacando libros y leyendo al azar.

Hay un recodo entre literatura epistolar y literatura española que gira a la izquierda y que se adentra oscura en lo que se intuye un callejón sin salida a causa de la pobre luz, pero de golpe gira a la izquierda de nuevo y la casa de Asterión parece un solar comparado con las dimensiones del pasillo. Un hombre, yo, no puede girar sobre sí mismo sin tirar algo, adiós "Ferdidurke" en edición argentina de 1974, agacharme como apuntado con una luger en el cogote y tirar a Roque Dalton al levantarme. Suspirar sofocado e intentar despojarme del abrigo de Corto Maltés no sin antes meter mi rodilla en la obra completa de un Cela quejicoso al que mis prejuicios apícolas hacen que mire con desdén. Quitarme las gafas y resoplar como un imberbe y sonreír como un completo estúpido al leer mi nombre en un lomo; ponerme nervioso y querer hacer una foto como prueba de un instante que no creo que vuelva a vivir y que luego en casa comprobaré que mi hipertensión y unos nervios infundados han hecho que salga borrosa. Gran parte del fondo proviene de donaciones y palidezco de envidia al imaginar la biblioteca de José Corredor Matheos y al hacer el esfuerzo de imaginar el momento en que decidió desprenderse de todas esas joyas. Le abrazaría si pudiera y me planteo la decisión de hacer lo mismo, en vez de cuando muera, mientras esté vivo, y dudo si sería capaz de ese gesto, máxime cuando pienso que es lo único que voy a poder dejarle a mi vástago. Curioso, dono mi cuerpo a la ciencia y no me veo capaz de desprenderme de mi delgada biblioteca. Lo mismo la revende para vicios y yo envuelto en la inopia, como hicieron los hijos de un hombre que conocí que había sido comercial de Hispavox al vender la discografía original (inglesa e hispana) de los Beatles para drogas y alcohol. Tras hacer la foto caigo en la cuenta de que sólo puedo sacar cuatro libros, así que vuelvo sobre mis pasos colocando los que decido dejar para la próxima vez. Cuando me doy cuenta, en la mano sólo me queda uno, una antología de poesía de Roque Dalton en una edición de Casa de las Américas de la habana cuya selección hizo Benedetti. Abro, ahora, "Huelo a lejos del mar no me defiendo / el algo he de morir por tal olor / huelo a pésame magro les decía / a palidez de sombra a casa muerta". Y me sorprendo, yo, que me sé y me considero un mal lector de poesía. Decido salir del laberinto, bajar digno la estrecha escalera ante la mirada de los que intentan estudiar y se les va el santo al cielo con una mosca; la mosca soy yo, colorado y con la camiseta saliendo bajo el jersey, las gafas en la mano, el abrigo en la otra, Dalton bajo la axila, la mosca soy yo y a pesar de mi aspecto ninguna diosa me ha follado en la sección de literatura hispanoamericana como mandan los cánones y el infantil lugar común de erotismo: Enfermeras, juezas, repartidoras de comida china, bibliotecarias. Aunque yo camine poco despabilado, parece que mi cabeza va por libre, y mi mente me devuelve a la vida al comprobar que mis ojos han leído en una estantería a la derecha del mostrador "Mathias Enard: Habladles de batallas, de reyes y elefantes", libro que me recomendó mi otorrino en un intercambio de mensajes sobre lecturas que de vez en cuando nos mandamos. Al final me llevo dos, y "Mi familia y otros animales" y "Rocco y sus hermanos" en dvd para que las noches perdidas no lo sean tanto. Vuelvo a casa pensado en cosas que escribir, sobre las cosas pendientes que dejé de contar(me) y en que se me ha echado encima el 2012. Recuerdo viejos amigos por sus extrañas costumbres a la hora de leer y busco un papel que no encuentro. Llego a casa, enciendo el ordenador y no sé qué escribir. Comienzo a teclear y me cuento a mí mismo que me he perdido en la biblioteca...

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