lunes, 31 de octubre de 2011

El maestro y Margarita. Capítulo "perdido", serie encontrada

Wikipedia: "Bulgákov comenzó a escribir su más famosa y admirada novela en 1928. Él mismo destruyó la primera versión de la novela (de acuerdo con el testimonio del propio Bulgákov, quemándola en un horno) en marzo de1930 tras recibir la noticia de que otra de sus obras (Кабала святош) quedaba proscrita. Recomenzó la obra en 1931, completando el segundo borrador en 1936, momento en el que la mayor parte de la trama de la versión final quedó estructurada. Concluyó el tercer borrador en 1937. Bulgákov siguió puliendo la obra con ayuda de su esposa, pero tuvo que dejar de trabajar en la cuarta versión cuatro semanas antes de su muerte en 1940. Su mujer la terminó entre 1940 y 1941.
Una versión censurada del libro (que eliminaba el 12% del texto y cambiaba aún más) fue publicada por vez primera en la revista Moscú (nº 11 de 1966 y nº 1 de 1967). Las partes omitidas, con indicaciones relativas a su ubicación fueron publicadas como samizdat. En 1967, la editorial Posev de Fráncfort publicó una versión a la que se añadían estos fragmentos. En Rusia, la primera versión completa, elaborada por Anna Saakyants, las publicó Khudózhestvennaya Literatura en 1973, basándose en la versión de principios de 1940. Esta versión quedó como referente hasta 1989, año en que Lídiya Yanóvskaya preparó una que se basaba en todos los manuscritos disponibles."

Los manuscritos no arden. 1930, Bulgákov destruye la primera versión de El maestro y Margarita. Me pregunto si cuando en 1940 hubo de dejarla, sintió que estaba terminada. ¿Qué narra El maestro y Margarita? La trama en el fondo es muy sencilla: el Diablo y su comitiva llegan a Moscú sembrando el caos por donde pasan. Arden las casas, el dinero pierde su valor convertido en etiquetas de botellas de vino, honorables ciudadanos aparecen repentinamente en Yalta o Leningrado, hermosas damas se convierten en brujas con escoba voladora...Todo ello en ese, en apariencia férreo, sistema stalinista que todo lo explica y todo lo ordena. En torno a esta trama principal surgen otras dos narraciones. La primera es la historia de amor entre Margarita y un escritor algo mayor que ella cuyo manuscrito sobre la vida de Poncio Pilatos ha sido rechazado por las editoriales moscovitas llevando casi a la locura al autor. El maestro quema su manuscrito. Pero en la novela, Voland, el diablo, entrega una copia intacta al maestro, la cual también aparece engarzada en la obra. Voland se encuentra con el maestro y Margarita. Hay críticos que opinan que la historia de Poncio Pilatos parece algo ajena al conjunto de la novela. Eso dicen. Lanzar paralelismos con la época stalinista que vivió Bulgakov (se dice que Stalin vio él solo "la guardia blanca" en el Teatro del Arte de Moscú y luego prohibió su exhibición; se dice que Bulgakov escribió repetidamente cartas a Stalin pidiéndole que le dejara irse de la URSS; se dice que dos días después del suicidio de Mayakovski sonó el teléfono en casa de Mijail y que era Iosif, éste le dijo que lamentaba sus deseos de abandonar la madre patria y que Mijail, aterrado, se retractó y le dijo: "he comprendido que un escritor ruso no puede existir fuera de su país") es fácil. Comprender que un crítico diga que la parte de Poncio Pilatos parece ajena al conjunto de la obra, no lo es. Pero ellos son crítico y yo no. Creo, y aunque a veces dudo de mi creencia, que nunca leeré un libro que me de tantas veces la vuelta por dentro como cuando leí "El maestro y margarita". Tal vez es por eso que hace años que no la releo. "Los manuscritos no arden" es una de las frases más famosas del libro. "Sympathy for the Devil" de los Stones, está basada en el libro de Bulgakov. Un libro que estuvo oculto, que pasó de mano en mano burlando la censura. Uno encuentra información y piensa cuál será la versión más cercana a la visión que Mijail tuvo de ella. Uno ama un libro pero si lo piensa fríamente no sabe qué libro es. Tal vez ame la idea del libro, la imagen del escritor de un libro increíble. Da igual. Un libro nómada y en gran medida maldito (más en sentido real que literario) da pie a una mito que crece con cada nueva edición.  Luego internet hace el mundo más pequeño y a la vez inabarcable, y entre todo ese diluvio de información uno busca y encuentra cosas sobre la controvertida serie que Vladimir Bortko hizo del libro de Bulgakov e información sobre las otras versiones cinematográficas... y entre todo ese diluvio, el capítulo que en 1966 la Revista Moscú publicó y que no fue incluido en la versión definitiva de Yanóvskaya, aunque igual todo esto es una broma de Popota...

 

 EL SABBAT. (capítulo inédito en español del Maestro y Margarita)

Mijail Bulgákov
traducción del italiano: Patricia Rivas

"De repente el péndulo sobre la chimenea dio una campanada que marcó las once y media.
La música se detuvo y las parejas dejaron de bailar. Fagoth-Koroviev hizo su aparición. Llevaba puesto su habitual saco a cuadros que le iba demasiado estrecho y sus horribles polainas. A pesar de su aspecto, poco adecuado a la ocasión, los invitados (al baile de plenilunio de Voland) se apartaron y Koroviev se acercó a Margarita de manera charlatana, como era su costumbre. La saludó con un gracioso gesto de los dedos y la tomó por el brazo, conduciéndola a través de la sala. Se acercó a su oído. Su voz de falsete tenía un tono extremadamente serio.
-Bese su mano. Llámelo ``maese'' y limítese a responder sus preguntas. Usted no le puede hacer ninguna.
Después de los fuegos artificiales del baile, Margarita tuvo la impresión de encontrarse en una gruta oscura. Un personaje vestido con un hábito violeta apartó su lanza para dejarlos entrar a una recámara donde ardían las brasas en un altar sobre una pequeña mesa; siete velas resplandecían en un candelabro de oro, y a través de esa cálida luz, Margarita distinguió un gigantesco lecho con patas doradas, pesadas pieles de oso en el suelo y un tablero de ajedrez.
El aire estaba saturado de un fuerte olor a medicamentos y a esencia de rosas. Sobre el lecho cubierto de seda arrugada se encontraba el mismo personaje que había aparecido en los estanques del patriarca a la hora del crepúsculo. Llevaba puesta una bata verde manchada de grasa. De uno de los codos descosidos sobresalía un sucio saco de piyama. Las pantuflas que envolvían sus pies desnudos estaban desgastadas y cubiertas con una raída piel; sus dedos lucían adornados con pesados anillos y sortijas. Un orinal coronaba el lecho. El personaje dejaba colgar una pierna para que una bruja desnuda, roja del esfuerzo, le diera un masaje en la rodilla con un ungüento negro que olía a azufre.
Margarita sentía que la masa de invitados se encontraba detrás de ella, sin hacer ruido alguno y llenando poco a poco la habitación. Nadie decía una sola palabra.
El personaje que estaba sobre el lecho movió una figura de oro del tablero y declaró:
-Popota, estas jugando de una manera detestable.
-Calculé mal la jugada, ``maese'' -respondió respetuosamente el enorme gato negro, y agregó confundido:
-El clima de aquí no me ayuda.
-El clima de aquí nada tiene que ver. Simplemente juegas como un asno.
El gato esbozó una sonrisa hipócrita e inclinó su rey en señal de derrota.
En ese momento el personaje vio a Margarita. La joven mujer se quedó inmóvil, mirando cómo el ojo izquierdo estaba increíblemente caído y reflejaba las llamas de los cirios, mientras el derecho estaba completamente muerto.
La bruja desapareció rápidamente, llevándose su oscuro ungüento.
-``Maese'' -dijo Koroviev detrás de Margarita-, permítame presentarle a...
-¿Así que la has traído? Muy bien. Acércate.
Sintió cómo Koroviev la empujaba y dio un paso adelante.
Sentado, el personaje le tendió la mano. Margarita adivinó rápidamente frente a quién estaba. Pálida, se inclinó para besar los fríos anillos de sus dedos.
El ojo derecho la miró fijamente, y ella bajó los párpados, sin poder soportar esa mirada.
-Señora, tendrá que perdonarme por recibirla de esta manera -dijo mientras señalaba la pierna desnuda y cubierta de ungüento, el orinal y el tablero de ajedrez-, pero me encuentro resfriado. El clima de su país es verdaderamente deplorable. ¿No le parece? De pronto frío, de pronto húmedo, de pronto soleado...
-Es un honor -murmuró Koroviev al oído de Margarita.
-Es... -comenzó Margarita con voz grave.
-...un gran... -murmuró Koroviev.
-...un gran honor para mí -pronunció Margarita, y agregó súbitamente inspirada-: Señor[...]*
-Señor, has que regrese mi amante -pidió Margarita.
Voland miró a Koroviev interrogativamente. ?ste le dijo algo en voz baja. Voland observó a Margarita con el ojo caído durante varios segundos, y después dijo:
-Se cumplirá en el acto.
Margarita dio un grito de alegría y se tiró a los pies de Voland, calzados ahora con una pesadas botas de espuelas en forma de estrella. Era tal su emoción que no podía pronunciar una sola palabra.
-Nunca creí que pudiera existir un amor verdadero en este lugar –dijo Voland. Ahora bien[...]
Llevaba un abrigo corto, un pantalón de soldado y botas altas. Estaba sucio y tenía las manos cubiertas de llagas; una barba de muchos días enmarcaba sus mejillas. Deslumbrado por la brillante luz de los candelabros, miraba alrededor suyo con ojos llenos de inquietud y sufrimiento.
Margarita reconoció los ojos verdes y el mechón rebelde, lanzó un grito y corrió a sus brazos. El rostro del hombre se contrajo pero contuvo la emoción y las lágrimas, mientras abrazaba mecánicamente a Margarita.
Hubo un momento de silencio, que fue interrumpido por el señor del lugar, quien dirigiéndose a Fiello dijo:
-Espero que no hayas matado a nadie.
-Pregúntele al gato, ``maese''.
Voland miró al gato, que ronroneaba mientras con una pata acariciaba el estuche de su revólver.
-No has aprendido a manejar las armas, Popota. No reflexionas cuando tiras.
-No soy el único, señor -protestó el gato.
El maestro se dirigió al recién llegado, que dejó de abrazar a Margarita.
-¿Sabes quién soy? -preguntó.
-Lo adivino. Pero todo es tan extraño e incomprensible que siento que me vuelvo loco.
-No sienta eso. Conserve la razón ante todo.
Después se dirigió a Margarita, diciendo:
-Y bien... le agradezco su visita. No quiero retenerla por más tiempo. Váyase con él. Hizo una buena elección. También a mí me gustan su mechón rebelde y sus ojos verdes.
-¿Pero a dónde vamos a ir? -preguntó ella con una voz tímida.
Palabras en voz baja fueron dichas en ambos oídos de Voland: Fiello del lado izquierdo y Koroviev del derecho.
-Que se vaya al diablo... -exclamó el maestro- ...no, mejor que venga aquí.
De inmediato, un desconocido apareció en la estancia cayendo del techo. Visiblemente recién levantado de la cama, iba vestido en ropa interior pero llevaba sombrero y una maleta en la mano. Miraba alrededor con aturdimiento. Se veía claramente que estaba a unos milímetros de perder la razón.
-¿Pankovski?
-Sí. Soy Pankovski -respondió el hombre temblando.
-¿Fue usted, jovencito -el individuo rebasaba ya los cuarenta-, quien escribió -el maestro señaló con la cabeza al del mechón de ojos verdes- que él estaba escribiendo una novela?
-Claro que fui yo -dijo el fulano, más muerto que vivo.
-¿Y ahora usted vive en su departamento, verdad? -preguntó el maestro, mirándolo con un ojo penetrante.
-Sí -gimió Pankovski.
-¡Es una vergüenza! -exclamó el maestro-, ¡fuera de aquí!
Pankovski desapareció sin dejar huella.
-El departamento está libre -dijo alegremente Koroviev.
El ciudadano Pankovski se fue a radicar a Vladivostok.
El mechón osciló y los ojos verdes dirigieron al maestro una mirada inquieta.
-Yo... -el poeta vaciló antes de pegarse a la espalda de Margarita.
-Yo le advierto que no tengo cédula de identidad y que nos detendrán
inmediatamente... es una locura... ¿Qué será de ella?
El personaje, sentado, examinó atentamente al poeta.
-Sírvanle un vodka a nuestro invitado. Está enfermo y débil, por eso se muestra tan inquieto.
Muchas manos acercaron copas de vodka al poeta.
Su hirsuto rostro se llenó de color.
-¿Y mi pasaporte? -repitió el poeta con necedad.
-Pobre -el maestro movió la cabeza hablando con una voz compasiva.
-Que le den una cédula de identidad si tanto le importa tener una.
Koroviev, siempre con la sonrisa a flor de labios, dio al poeta un pasaporte, mientras lanzaba miradas inquietas en dirección de la salida. El poeta guardó el documento en su bolsillo.
Margarita lloraba dulcemente y se enjugaba las lágrimas en su manga larguísima.
-¿Qué nos va a suceder? ¡Estamos perdidos! -gritó el poeta.
-Todo se arreglará -respondió el maestro entre dientes, y ordenó a Margarita que se acercase:
Ella se arrodilló a los pies de Voland. ?ste sacó dos anillos de la almohada y le puso uno a Margarita. Ella tiró de la mano del enmudecido poeta y le puso el otro anillo.
-Ya no serás su amante sino su compañera -dijo Voland tajantemente, en medio de un absoluto silencio.
-Sin embargo, no quiero hacer pronósticos. Aparte de lo que suceda –se dirigió al poeta-, acepte este regalo de mi parte.
Era un pequeño revólver negro y oro.
El poeta, con ojos de disgusto y mirada brumosa, tomó el arma y la guardó también en su bolsillo.
-Nuestra fiesta ha terminado -anunció Voland-. Está amaneciendo y necesito descansar. Los dejo libres.
Con esas palabras, las luces bajaron de intensidad, mientras se evaporaban en la semipenumbra los numerosos invitados.
Margarita sintió cómo la tomaban del brazo para que descendiera las escaleras."




http://cr.middlebury.edu/Bulgakov/PUBLIC_HTML/index.html

viernes, 28 de octubre de 2011

Libros, libros, por qué éramos mañana... Lecturas compulsivamente sosegadas



Procesando; a punto de terminar "Juliet, desnuda", me gustaría decir algo de la novela de Hornby, pero creo que me tiene algo descolocado aún para decir cualquier cosa medianamente coherente; una cosa es cierta, las primeras 100 páginas son indispensables para cualquier melómano rockero que se precie, y más aún si tiene en alta estima "Alta fidelidad" (aquí me vale tanto la peli como el libro). Si digo que no me atrevo a decir nada del libro del bueno de Nick, posiblemente sea por la resaca de "La Librería", el precioso libro editado por Impedimenta de Penelope Fiztgerald, el cual tomé como un divertimento y me acabó dando un bofetón en toda regla, tanto estilística como argumentalmente. Si has sido librero, ese libro duele; y si has sido un librero fracasado, ya ni te cuento; y encima es de esos libros que para hablar de ellos tienes que contar, quieras o no, el final y, salvo que seas como yo y no te importe saber el qué porque sabes que a veces importa más el cómo, contar algo de "La Librería" sin caer en lugares comunes sobre la supuesta liviandad inglesa es bastante difícil, sobre todo cuando esa supuesta ligereza sólo está en las primeras ochenta páginas, y la chicha, lo que duele, está después y, claro, debería poner un spoiler enorme, y prefiero descubrir cómo decir algo de este dolorosamente delicioso libro sin joder el final a algún lector incauto (si es que hay de esos por aquí).
 
Jeremy Geddes, detail


Sí, a pesar de haber insinuado hace ya bastantes entradas que estaba enfrascado en "Por qué nos gustan las mujeres", aún no lo he terminado, qué pasa... Soy así... bebo a sorbos lentos, y hay veces que dos páginas abruman más que cien, y soy de los que aguantan a que suene la campana mientras veo las estrellas tras el gancho al mentón, de los que después se van al rincón y se mentalizan que los quince asaltos van a ser muy, muy largos. Aún tengo a Mircea Cartarescu desolado por alguna rumana de la que recuerda cualquier nimiedad (otro libro que juega al juego de espejos de narrador/autor, sí, y qué), esperando en una estación de tren a que me digne a terminar de leer el cuento que me hizo querer parar y pensar todo lo que había leído antes y termine un libro que ya presuponía precioso pero que lo está siendo aún más. Hay lecturas que requieren los seis sentidos, y ese lujo últimamente es alcanzable muy esporádicamente por mí por cuestiones tan mundanas como imperativas, ergo, paseo el libro de acá para allá junto a otros incautos a la espera del gran momento... "Mañana nunca lo hablamos" de Eduardo Halfon es exactamente igual. La culpa la tiene un primer relato de apenas terminé de leer comprobé me había dejado un ojo morado, un hígado castigado y un pulmón distendido. Un playa, un padre, un niño, una muerte que viene a quedarse y un nadador que no piensa y hace lo que cualquiera haría, cualquiera menos la muerte. La cadencia del mar envolviendo unos pies no de niño, hundiéndolos en la arena y en la infancia. Apenas dos páginas de un libro que intuyo un folio y medio en word, apabullantes. No pude leer más. Desde ese día, como si fueran mis zapatos, el libro de Halfon también va conmigo por si las fuerzas volvieran. "Éramos unos niños" y "Dublinés" completan el sexteto de libros que completan mi jubón. Patti Smith está rompiendo con sutileza e imágenes incontestables mis prejuciosos recelos, y el cómic sobre la biografía de Joyce de Alfonso Zapico ha resquebrajado mi máxima irrenunciable de "el Ulises de Joyce pa quien lo quiera, que yo no doy" y lo mismo lo intento again (y van...)


Demasiado frentes, lo sé... Y más cuando la idea es la de acabar hablando de todos ellos por separado en algún momento de los próximos días.... El primero, lo he decidido ahora, será el de "Juliet, desnuda"; la encuesta propuesta por Nikochan Island (http://nikochanisland.blogspot.com/2011/10/face-to-face-with-guzzest.html...) y a la que he sido invitado, me obliga a  ordenar mi cabeza sobre lo que el libro de Hornby me ha hecho darle vueltas...

lunes, 24 de octubre de 2011

Anuncio una casa donde ya no quiero vivir

Volver la vista atrás para recoger el hilo que Ariadna nos tendió para no perdernos, agarrarnos fuerte a la vara que nos equilibra sobre la cuerda tendida sobre el vacío. Recoger el guante del envite y liarte a bastonazos como un Max Estrella enajenado momentaneamente. Revolverse en la cama suplicándole al despertador que se pare durante cinco minutos. El martes pasado me asusté porque de repente tuve un ataque de amnesia, un lapsus brutal seguido de una angustia en el pecho al no saber qué estaba haciendo en el lugar donde estaba ni por qué estaba allí. Toda la semana he arrastrado la resaca de ese momento de pánico que imagino ha sido causado por el agobio de la olla expres de mi peloto. Sigo en paro y cuesta abajo, las cosas son así, para qué maquillar hablando de algún disco o libro que me salva del naufrágio; pierdo el tiempo en un curso del sepecam (el inem manchego) del que me he negado a escribir aquí durante estos meses por un paranóico estado de confusión y porque me niego a despotricar injustificadamente sobre monitores y alumnos con intereses y escala de valores distintos a los míos. Se anulan propuestas de trabajo tan precarias como necesarias, dejándome en barbecho, contusionado y sin capacidad de alzar los ojos a ver si soy capaz de ver el horizonte, el que sea, uno cualquiera. En fin, un cuadro. Como muchos otros millones, yo otro más ni más ni menos, igual. Soy un tonto, lo sé. Intento relativizar mientras dura la clase, en esas cinco horas de penitencia, y pienso "imagínate que te meten en clase de informática o inglés con tu padre, la gente no tiene la culpa, así que tu ten paciencia...". 
He de soportar todo esto para que al final me den un papelito donde ponga que lo sé, porque como hoy por hoy no tengo ningún papelito que lo diga, nadie (ningún empresario) se lo cree. Lo llevo fatal. Cuatro meses llevo así, y me queda otro más. Y entre medias, leo. Me la suda; leo en clase, no puedo estar pendiente las dos horas que tardamos en crear una tabla de excel sin desear cortarme las venas con el borde de la mesa... Me pongo los cascos, doy al play del cd que deseo reescuchar y leo con el periscópio en alto por si dijeran algo que me interesara. Me traigo libros de casa como si fuese a estar en cuarentena en una celda de castigo. Me importa una mierda que me miren raro. Es un curso destinado a discapacitados (minusválidos, en políticamente correcto). Empezamos quince, y ahora quedamos nueve. Cuando nos ponemos a hablar de lo que nos pasa y/o tenemos, parecemos plañideras, pero este es un jardín donde no me quiero meter. La mayoría son buena gente; con ese aire de llevar a cuestas algo que a pesar de los años no saben explicar ni entender. Dos bipolares, un chavalín con los huesos de cristal al que le gusta el rap patrio, un celíaco brutal, dos con problemas de visión y fibromialgia, un cardiópata, un hemiplégico rehabilitado y encantador con algo de robot que no se entera de nada y a veces me desespera, y una que no habla y que no puedo adivinar qué tiene... Mi ración diária de patetismo la he vomitado hace un rato en el baño y estos son los restos de naufragio. En el espejo tuve una conversación con Phil Lynott y sirvió para que volviera a mi sitio. Alzo la vista en estos momentos y veo que seguimos rellenando los campos de la tabla de países del ejercicio que empezamos hace hora y media. En cuanto salga de aquí, me voy a nadar un rato, como algo, y echo unas horas lavando sábanas en una lavandería, lo cual hace que pueda llevar algo a casa. Sujeto de mala manera el libro que tengo ante mí con una mano, sonrio al creerme a salvo e intento teclear. No puedo... busco lo que estoy leyendo, lo encuentro, copio y leo, menos mal que leo: 
ANUNCIO UNA CASA DONDE YA NO QUIERO VIVIR
del relato “Hermosa Poldi”  (páginas 124-126), de Bohumil Hrabal.
 
Hermosa es la lucecita verde del tablero de mandos del conductor del autobús, una lucecita que es tan grande como cualquier estrella visible. El conductor del autobús a la vez mira la carretera adelante, por ambos lados, y con el espejo también detrás, a la vez averigua cómo va el motor; con la suela da y quita gas, pisa el embrague, el freno; con las manos mueve el volante. Ahora, como todas las mañanas en Vokovice, el conductor se inclina y mira siempre hacia la misma ventana, y cuando en esa ventana hay luz, dice: “ya se ha levantado”. Y cuando la ventana está a oscuras, entonces, el conductor toca largo rato la bocina hasta que en la ventana se enciende la luz, y el autobús sigue contento su recorrido. Imagino: allá, detrás de la ventana, está la cama de una empleada de correos; se despierta gracias a un acuerdo con el conductor del autobús; la veo sentada en el borde de la cama, con la media en la mano, y duda si vale la pena levantarse, contemplar luego a una chica despeinada en el espejo, ¿por qué vivir? Pero el autobús ya va por la carretera, pasa cerca del aeropuerto de Ruzyñ, que está iluminado; seguro que esperan un avión; la pista de aterrizaje está bordeada de luces de color rubí que convergen al final del aeropuerto de tal modo que si alguien estuviese allí, en aquella otra punta, diría: esas bombillas rojas convergen exactamente donde pasa el autobús… Y el avión ha lanzado sobre la pista de aterrizaje un cono, toca tierra, se hace más pequeño y aterriza, pero es tan diminuto como un avión de juguete propulsado con una gomita, las alas giran, los colores han cambiado de sitio y de nuevo se acerca a la estación, aumenta de tamaño, aunque sigue siendo igual de grande… cierro los ojos y veo que todo es totalmente distinto de lo que parece, de lo que es…, todo está en la gomita de la perspectiva, incluso la vida misma es una ilusión, una deformación, una perspectiva… Abro los ojos, estamos delante de la empresa metalúrgica, y los obreros voluntarios se despiertan mutuamente: ¡Levántate, ha llegado el coque! Y yo voy, igual que los demás, con el mismo andar abatido paso por la puerta, enseño mi carnet y me dirijo hacia las duchas, los vestuarios. Veo cómo de la curva sale el trenecito con lingotes candentes de cuarenta y cinto quintales aún sonrosados como las chicas cuando inician las clases de baile; lingotes que parecen capaces de esconder su materia; pero eran de papel pinocho y estaban hinchados por el aire caliente y atados con una cuerda para que no se elevaran como un globo… como aéreos, gráciles e irreales… Pero la locomotora resopla y suelta vapor y, casi de rodillas, con el resto de sus fuerzas pasa a mi lado arrastrando aquella carga de color rosa que me chamusca el pelo y la ropa; yo constato que son toneladas de toneladas de acero, grandes y anchos obeliscos así y así…, pero los veo por un instante con una realidad relativa que enseguida disminuye, y yo al alejarme acelero su disminución, sin que cambie nada de la realidad de aquel trenecito de lingotes… Después me desnudo rápidamente siguiendo el mismo orden de cosas me pongo después una camiseta, después la camisa, después el calzón, después el chándal, después el pantalón, después me calzo las botas, después la zamarra de piel de gato, después los pantalones del mono, después la chaqueta del mono y el blusón, después el delantal y los guantes, y encima el casco; y al igual que los demás obreros salgo a toda prisa a la noche. El lucero del alba, grande pero no mayor que aquella luz verde del tablero de mandos del conductor del autobús, ese lucero del alba brilla en el cielo como inicio de todos los turnos de mañana, pero también como final de todos los turnos de noche. Me giro y veo: por la ladera, a lo lejos, jadea aquel trenecito con cuarenta y cinco quintales de lingotes rosas; ya resulta distinto, pero es el mismo trenecito que hace un rato me ha chamuscado el traje de paisano y el pelo. Ahora, sin embargo, se dirige a Konev, y allí en la ladera es tan pequeñito, no más grande que un tren de juguete del que se tira con una cuerda… Todo depende de la gomita de la perspectiva.
 

jueves, 20 de octubre de 2011

Tom Waits' Private Listening Party... Escuchar "Bad as me" en el radiocasete de un coche junto a Tom...



Early reactions.... Con el sarcasmo y la ironía que le caracterizan, sabiendo que está por encima del bien y del mal y cachondeándose incluso de eso mismo, viendo este video puedes saber lo que le importan las opiniones vertidas en internet sobre Bad as me... y sobre que puedas escucharlo antes de que salga...
Ya no existe la privacidad, dice...  y lo explica a su manera...
¿Y si tu mujer estuviera embarazada y un amigo, o alguien que ni siquiera conoces, te llamará para decírtelo antes de que tú lo sepas? ¿Y si es tu cumpleaños y viene alguien y se come tu pastel, abre tus regalos y luego se va tan pancho?...
Bueno, si viniera Tom Waits a mi fiesta de cumpleaños...

 http://www.tomwaits.com/

Hoy he recibido un correo a mi mail donde se me da una contraseña para poder escuchar Bad as me en su página web... Tengo que sacar un rato... No será como se muestra al final de este genial video, pero seguro que merecerá la pena...




Casualmente hace un par de semanas volví a ver "El rey pescador" de Terry Gilliam; me acordé de lo que me impresionó cuando la vi el año de su estreno en el cine del pueblo que hace años cerró y entendí por qué me dio por obsesionarme con ciertas cosas a partir de ese momento (la culpa, la redención, la locura, el compromiso dado de palabra, Ramon Llull, El Grial como metáfora...) No entraré a cuestionar y/o ensalzar dicha película, me gustó muchísimo en su momento, y el otro día la volví a dirfrutar, con menos inocencia y menos esponjosidad que la primera vez, pero sí con la candidez de quien encuentra un viejo amigo, al que el tiempo quizá no ha tratado muy bien (y seguramente en su momento tampoco fuera tan bueno como tu creías) pero que, aún así, sigue siendo un buen tipo... (PD: imperdonable que en el último Ruta66, al hablar de la carrera como actor de Tom Waits no se cite su relación con Gilliam en ningún momento)


Si la gente mea en las librerías acabaremos en la anarquía social... Luz roja... No sigas adelante...

martes, 18 de octubre de 2011

Pequeñas epifanías de un sordo que se dice melómano. Dino Saluzzi

Sentarme a escribir un sábado, a teclear lo que sea, en la cocina (mi nuevo "estudio"), frente a un ramo de margaritas medio marchitas, con el café templado, la colada sin recoger y la boca sin lavar. Escuchando a Dino Saluzzi, porque hace doce horas no conocía a este músico y ahora estoy en la cocina escuchándolo, porque ayer estuve en casa de Teo escuchando música (ESCUCHANDO MÚSICA) y Teo rompió una de sus reglas de oro más férreas, dejar discos. Me dejó un disco, a mí, de Dino Saluzzi. Responsorium.

He de hacer dos aclaraciones (y las que te rondaré, morena): Escuchar música en casa de Teo es una experiencia sin parangón; y no exagero. No sé cómo definirlo mejor. Una habitación en una casa de pueblo, destinada única y exclusivamente a poder escuchar música. Un equipo inverosímil, dos torres de altavoces aparentemente modestas y, frente a ellas, una silla donde hundirse y morirse. Suena algo ahí y aparece todo ante tí, hasta el aire del estudio donde fue grabado. Y lo dice alguien que tiene tinitus y está medio sordo de un oído. Nunca había sentido la música así, con esa pulcritud y esa nitidez. Puso un montón de discos; ahora no recuerdo la mayoría, pero los apunté en la libreta para tener la excusa donde gastar mis futuribles y más que posibles paupérrimos ingresos (¿cómo sonaría ahí el disco que Rush que llevaba en la mochila? Vapor Trails nada menos. No me atreví a decirle nada). Discos de la compañía Winter and Winter; eso lo dice todo. Y va y me deja un disco de Dino Saluzzi. Ahora suena, pero no es lo mismo, claro que no. Para empezar el sonido que sale de mi modestísimo aparato (perdón) carece de espacio, no tiene profundidad ni matices, pero aún así, afortunadamente, la música que sale de ahí sigue atesorando toda la belleza intacta. Ayer pude escuchar cómo pulsaba las teclas de su bandoneón el señor Saluzzi, cómo se movían por el mástil de la guitarra los dedos de su hijo y cómo se mantenían hasta el infinito las sobrias notas de un contrabajo tocado por un tal Palle Danielson. Espacio... y tiempo... Incluso podría decir dónde estaba sentado cada uno durante la grabación... Y, repito, esto lo dice un tío medio sordo...
Yo no sé lo que es el silencio, y hace años que no me importa, sería estúpido por mi parte amargarme por ese constante zumbido en mi cabeza que, como mucho, cambia de frecuencia y se hace más grave o más agudo según sea el ruido del mundo. Seguramente por eso sea que siempre leo con música, siempre escribo con música, siempre me ducho con música, siempre tomo café con música, siempre desvisto mis hombros con mñusica, siempre cocino o hago las camas con música, al menos siempre que puedo. El zumbido es menos insoportable. Pero a decir verdad ya casi nunca reparo en él, lo mismo que en el perpetuo click de la válvula de mi corazón, ya pocas veces reparo en él, y cuando lo hago, sonrío al ver que sigue ahí, como un niño cuando se toca la cola en mitad de la decadencia de su fase fálica, sin darse cuenta pero a la vez reparando en que eso de ahí es suyo y se rige por otras leyes más allá de las de su voluntad. La verdad es que el click y el zumbido por sí solos harían una banda sonora de mi vida parecida a una peli de David Lynch, solo que sin la rareza de sus kafkianos guiones pero sí con su involuntaria inercia.
Pero hablaba de Dino Saluzzi, o eso parecía, y de dos tíos en paro con una pila considerable de años, obstinados en hacer el salmón y compartir cosas inútiles y, por fortuna (o al menos eso queremos creer), bellas. El mundo se cae a nuestro alrededor y nosotros nos empeñamos en sentarnos a escuchar cosas que hacen más soportable al mundo pero que no nos llenan la barriga ni nos pagan las facturas. Sólo fueron un par de horas, pero suficientes para volver a dudar y tener que tomar partido por escuchar como sea dentro de unos límites, o intentar que prime la calidad, no de lo que se oye (que se intenta que así sea) sino de cómo se oye. Como persona que ha perdido varias frecuencias de agudos y algunas menos de graves y que habla bajito porque sus oídos medio vacíos hacen de caja de resonancia y se oye muy alto a sí mismo, la cosa tiene fácil solución; lo cual no quita que, si se puede, no sepa disfrutar de un buen solomillo a las puertas del cielo (aunque luego me pase un par de días llorando por las esquinas cada vez que me tengo que comer una pechuguita a la plancha; aunque a decir verdad, la pena me dura poco, me acuerdo de Chaplin y de la quimera del oro cuando se zampa gustoso una bota y enchufo mi  radiocasete marca Berthen y subo el volumen de lo que toque, sea un bandoneón que supura nostalgia o una guitarrita que brama a las puertas del infienno, y gozo). A todo esto, ¿quién coño es Dino Saluzzi? Mi diletantismo en este asunto me hace mantener la boca cerrada. Buscad, si es que aún hay algún incauto leyendo todavía. ¿Te gusta Piazzola? (¿y a quién con un mínimo de sangre en el corazón no?) Pues eso... ECM Records GmbH, que los dioses os bendigan... Y lo mismo digo a las etapas de potencia de válvulas, a los cables de hilo trenzado de no sé qué, a los lectores de cd imposibles y a los amplificadores de madera de algo primos hermanos de Hall 9000... sois todos unos cabrones... Gracias, Teo. Cuando baje de la nube, escribiré un post menos incosistente.




domingo, 16 de octubre de 2011

Not to be taken away. El lunático Keith Moon

"La gente frecuentemente me dice: Keith, estás loco. Pues bien, quizás lo estoy, pero vivo mi vida y vivo todas mis fantasías (...) Afortunadamente estoy en una posición financiera que me lo permite. Cuando tienes dinero y haces el tipo de cosas que yo hago, la gente se ríe y dice que eres un excéntrico... que es una forma educada de decir que estás loco de remate, y cuando no tienes dinero se expresan claramente y dicen que estás loco. Y la verdad es que no preocupa, si siento la necesidad de hacer algo, voy y lo hago." Keith Moon, 1978.



Esta es una de mis portadas favoritas, siempre lo ha sido. Tal vez no sea su mejor trabajo (por dios....) pero tiene varias de mis canciones favoritas de los who ("Had enought", "905", "Guitar and Pen" y sí, esa... -cómo no amarla-) y cuando se trataba de tirar de emoción y de impulsar la máquina, seguían siendo únicos. El disco salió el 18 de agosto del 78 en el Reino Unido y el 25 en el resto del mundo. El 23 de agosto Keith Moon cumplió 32 años, y murió el 7 de septiembre. Su decadencia física fue brutal, y sus demonios imposibles. La idea para la portada fue de Pete, mostrando al grupo tras la maraña de cables y amplificadores. Pete tiene cara de cansado, tal vez demasiado; Keith apareció de esa guisa (jockey diletante, algo fondón y peligroso) para la sesión; también estaba cansado, pero tanto tiempo disimulando hacía que pareciese que estaba bien. Fue el propio Keith el que pidió una silla para sentarse, el tratamento con sedantes para controlar el síndrome de abstinencia en su lucha por dejar el alcohol le tenía bastante echo polvo (lo cual se puso de manifiesto en la grabación del disco, pero en vez de decirlo, optó por beber a escondidas tras algunas tomas especialmente duras - me remito al pirata "you are who"-). En la silla pone "Not to be taken away". Algo así como "No llevar", pero en educada flema inglesa. A Pete se le quedó grabado ese detalle macabro, en una entrevista lo leí (para buscar entre los popus antiguos estoy...). No es sólo por eso por lo que es una de mis portadas favoritas, claro, pero siempre que la veo me acuerdo.




"Un día estaba en la habitación de Keith y le dije, «¿Puedo usar tu cagadero?» Él sonrío y dijo: «Claro». Fui allí y no había baño, sólo una especie de curva en S, y pensé «Cristo, ¿que pasó?» Él dijo, «Bueno era una bomba cereza a punto de estallar en mi mano y la tiré por el inodoro para evitar que explotara». Así que le dije, «¿Son tan poderosas?» y el dijo, «Sí, ¡es increible!». Así que le dije, «¿Cuantas de ellas has conseguido?» con el miedo en mis ojos. Él se rio y dijo, «Quinientas», y abrió una caja llena hasta el tope con ellas. Y por supuesto, desde ese momento nos echaron de todos los hoteles en que hemos estado."
Pete Townshend, del libro Amazing Journey: The Life of Pete Townshend por Mark Wikerson


 
La entrada de Keith en la wikipedia es algo a tener en cuenta... No estoy para documentarme y hacer un refrito aparente...
http://es.wikipedia.org/wiki/Keith_Moon

domingo, 9 de octubre de 2011

Too old to rock'n'roll... too young to die... Variaciones sobre un tema de Jethro Tull en clave George Perec


Tener trece años y escuchar esta canción, "Too old to rock'n'roll, too young to die", y sentirte viejo y a la vez con ganas de comerte el mundo, o al menos el mundo que conocías, es decir, cuatro calles. Y sonreír, claro, ante uno de los estribillos más naif de Ian Anderson, más Monty Phyton, más fáciles y hondos, como un péndulo dentro de tu cabeza, como un submarino amarillo siniestro y desolador que, como una nana, te dice qué te deparará el futuro. Trece años, lo recuerdo bien, 1987, y recuerdo esa portada amarilla donde Ian Anderson te hace un corte de mangas. Recuerdo la carpeta del vinilo doble, con un cómic extraño dentro, recuerdo la sucesión de canciones, recuerdo que "Salamander" me dejó boquiabierto. Recuerdo que a quien quise comprarle ese disco no quiso vendérmelo, pero me lo dejó un par de semanas. Recuerdo que lo grabé en una cinta original de zarzuela que afané a mi abuelo por el método de pegarle un trozo de fixo en la ranuras y que hace años perdí. Recuerdo que el dueño de aquel vinilo me llamaba "heavy de pastel" para joderme, y si se lo devolví fue porque todos los días me lo pedía, él, que iba de duro rocker y no quería amigos proto-melenudos, y mucho menos uno que llevara camisetas de los Maiden y Helloween. Recuerdo que luego descubrí que el disco era de su hermano mayor y que ese rocker tan duro realmente era un fraude. Recuerdo que después de escuchar ese disco yo sólo quería escuchar a Jethro Tull, pero sólo pude hacerlo unos meses después cuando conseguí que alguien que frecuentaba el bar el Complot pero que no recuerdo su nombre me grabara en cinta "Stand up", "Aqualung" y "Benefit", en unas TDK de 60 minutos cuyas carátulas tuneé como pude con recortables del catálogo del discoplay. Es extraño contar esas cosas en esta era de "todo al alcance de un click", y no lo digo con acritud, simplemente me parece un sentimiento dificil de explicarle a alguien que sólo conozca "esto".
Recuerdo comprar un libro de estilo seco y malo de cojones de la editorial Júcar que todavía tengo y que a veces releo con el mismo sentimiento de "la puta, qué mal escrito está, ¿no?", pero era la biblia de los Jethro (el único libro en castellano que había de ellos) y al final venían las letras de varias canciones traducidas... 

Recuerdo varios años después robar el vinilo de Aqualung a un pijo redomado madrileño cuyo padre tenía dos copias sin sentirme culpable. Luego descubrí que era porque tenía la edición censurada española y la "normal"; me sentí fatal y devolví aquel disco sin que, por fortuna, nadie se diese cuenta. Recuerdo comprarlo al fin en una tienda de segunda mano. Recuerdo follar una noche de julio del 97 mientras sonaba "My god" en un radiocasete en una playa. Recuerdo comprar "Thick as a brick" en formato periódico en 1996 por cien pesetas un domingo por la mañana en un bar cerca de la Filmoteca que aún olía a tabaco húmedo y resaca donde estaban vendiendo cosas que habían sido de alguien que acababa de morir de sida. Recuerdo ir en el instituto de viaje a Italia y escaparme en Florencia a una tienda de discos diez minutos a comprar "This was" (y el Physical Grafitti de los Zep). Salto lustros de alante a atrás y pierdo la brújula y el sentido de la decencia. Siempre se es demasiado viejo o a la vez demasiado joven para algo... Demasiado joven para seguir haciendo memoria... demasiado viejo para olvidar gilipolleces...

"Too old to rock'n'roll; too young to die" no aparece como una de las obras cumbre del grupo de Anderson. Y entiendo el porqué, pero me da igual. Ian Anderson, Sir Martin "Lancelot" Barre y toda su cuadrilla de hippies britanicos, folkies rockeros y extravagantes, siempre me han parecido un tesoro extraño, entre otras cosas (talento aparte) porque creo que no ha habido otro grupo que se haya reído tanto de ellos mismos y de todo a la vez y, a la vez, se hayan tomado tan en serio su música y lo que eran capaces de crear, por eso que defina esta canción como su canción más Monty Python, algo así como la cara B del hipotético single "always look on the bright side of life". Aún eran jóvenes cuando grabaron este disco, Ian anderson tenía veintinueve; cuando yo los conocí ellos tenían diez años más y yo casi seguía siendo un niño, un niño al que le gustaba tararear "now he's too old, old, old, to rock'n'roll, oll, oll... but he is too young to die..." como si fuese un mantra irónico y acogedor. Hay cosas que se corresponden indefectiblemente a una etapa cronológica de la vida de las personas, al menos eso dicen las personas de bien, pero no estoy muy seguro, sobre todo porque si fuese así, negaría la fina ironía socarrona de la canción de los Tull. Debería quitar lo de "indefectiblemente"... Recuerdo a los Jethro, y a mí escuchándolos con fruición, al igual que otras muchas cosas, pero me sigue resultando extraño recordar que fue con esta canción que los descubrí... y que aquí siga, resonando en mi cabeza de vez en cuando, haciéndome sentir lo mismo cada vez...




 

si no lo tienes y quieres saber más...
si quieres saber algo curioso...
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martes, 4 de octubre de 2011

Translucent Blues, Ray Manzarek y Roy Rogers. Un blues translúcido se torna glorioso azul sincopado.



El gran fumeta blanco, el pasota lleno de sabiduría hippie, el inmenso sardónico de sonrisa malévola y ese algo especial que pocos atesoran, y no, no estoy hablando de Sir Paul o de David Crosby, estoy hablando del segundón de los otros tres, del pomo de la puerta, del guardián de Mr Mojo, del gran arquitecto de la música de los Doors, posiblemente la única persona en el mundo que sabe realmente si Jim sigue vivo o no; estoy hablando de Ray Manzarek, que acaba de ofrecer un disco firmado con Roy Rogers y que es una jodida maravilla. Siempre me gustó Ray, musical y vitálmente, la verdad es que siempre me gustaron los cuatro Doors, es más, tal vez debería decir los seis, Bruce Botnick y Paul Rothchild, siete, con el bajista de estudio… pero para simplificar el mundo me quedaré con los cuatro jinetes del apocalipsis californiano.

Roy Rogers es conocido sobre todo por haber sido guitarrista de John Lee Hooker. Junto a Ray, en 2008, grabaron “Ballands before the rain”, un trabajo acústico e instrumental que se debe paladear despacio, en el camino si se puede elegir hacerlo en el trayecto de un lugar a otro, como la banda sonora de un road movie polvorienta y secundaria. En este nuevo trabajo conjunto, Ray despliega su sabiduría, que no es poca, y entrega un disco con letras muy elaboradas, como si quisiera ajustar cuentas, lleno de poesía y sonoridades conscientemente herederas de Hooker y the Doors (de los Doors de L.A. Woman y Morrison Hotel sobre todo). Hay esfuerzo por parte de Ray de preservar el sonido de su banda originaria, por eso digo que parece un ajuste de cuentas, guante al aire que intentó recoger como hubiera debido en el disco post Morrison de The Doors, “Other voices” (que a mí me gusta…) pero que no pudo ser por la ausencia del gran jinete dionisíaco (el estrambote final de “Full circle” no lo cuento, y el grandioso patinazo, “The mosquito”, no cuela ni como broma macabra). La herencia de the Doors parece que quedó cerrada con llave de plata con “An american prayer”, dignísimo tributo que las tres piezas del marco rindieron al vitriólico Jimbo al desempolvar la cinta magnetofónica en la que Morrison dejó grabada su voz antes de darse el piro a París. En 1974 salió su primer disco firmado con su nombre, “The Golden Scarab”, presentando a un Ray lisérgico y sin vergüenza (ajena) viajando del cielo al infierno en  poco más de sesenta minutos. La temática egipcia, con el tiempo, puede ser un lastre a la hora de disfrutar de un disco altamente reivindicable con composiciones brillantes y arrebatadoras como "Downbound Train" o "Bicentennial Blues" (la odisea espacial de “The Whole Thing Started With Rock and Roll & Now It's Out Of Control” al año siguiente es tan bizarra que me parece otra joya inmensa, incluso mayor que el escarabajo dorado)...


Ahora, a los 72 años coge y saca Translucent Blues. Los títulos de las canciones, Hurricane, River of Madness, Game of Skill, Fives and Ones, Kick, Tension, Blues in My Shoes, New Dodge City Blues, Greenhouse Blues, Those Hits Just Keep on Comin' y las dos instrumentales, As You Leave y An Organ, a Guitar and a Chicken Wing (una de Rogers otra de Manzarek). Por ejemplo, Game to skill” suena como un “Love her madly” revisitado, uniendo a las mil maravillas lo que el último disco de The Doors demostraba, que siempre fueron una banda de blues, una banda de blues única, transcendente y simpar. Y "Kick" es una mezcla de "The spy" y "Riders on the storm" con una letra que te deja noqueado. El resto de canciones siguen esa pauta, blues-rock moderno que llaman, blues-rock “de toda la vida”, blues con algo de jazz vacilón, excitante, mitológico, pétreo y vaporoso, del que te espolea y te impulsa hacia el precipicio con una gran sonrisa en la cara, cantos de sirena tatuada y epiléptica. George Brooks al saxo hace que te acuerdes de lo que pudo ser todo "The soft Parade" sin esos patinazos naif que tiene. Sin ser grandes cantantes, Roy y Ray se esfuerzan en las partes vocales, sabiendo que tienen joyas entre las manos, con unas letras maravillosas, y hacen, no sólo que el disco no se venga abajo ni flojee en ningún momento, sino que sobrevuele con primor. Slide, Groove, un sonido de teclado que ya forma parte de mis genes… Las dos últimas canciones instrumentales cierran el disco de manera extraña; hasta ahí incluso se podía ver un disco ideado a la manera de un vinilo, cinco canciones y cinco canciones (que la quinta sea la atmosférica "Kick" y la precedan cuatro pelotazos da pie a ello) y esas dos... vale, sí están bien, pero deslucen un tanto, quizá, por poner algun pero, aunque igual no. Que la composición final de Ray, un órgano, una guitarra y una ala de pollo, suene a guiri-banda costera en Ibiza terminando un bolo a las cinco de la mañana después de mucha sangría y mandanga de la buena, tal vez le reste medio punto en la nota final, pero aún así no baja de sobresaliente. Antes de eso, un sabio y desvergonzado abuelo Ray (joder, 72 castañas) levanta el polvo del camino que eligió transitar, uno largo y libre, contrario al corto y explosivo que recorrió Morrison, pero acaso el mismo, y me hace pensar lo mismo que pensé cuando le vi en concierto con los Doors del siglo 21 y Astbury al frente, si Ray Manzarek se lo pasa bien y disfruta y transmite ese joy of living de hippie resabiado, yo sólo puedo hacer lo mismo y dejarme llevar. Si suena tanto a The Doors, por qué no está Robbie ahí, puede preguntarse alguno; y tendrá razón, pero me temo que la sinergia musical entre Ray y Robbie no es, hoy por hoy, demasiada y, además, Manzarek necesitaba sentirse totalmente libre para afrontar este reto. Las brillantes letras firmadas por Jim Carroll, Warren Zevon, Noah James y Michael McClure así lo hacen ver… “Lo que Roy y yo hemos tejido en torno a sus palabras son canciones que no son los estándar de 12 compases, pero, de hecho, viven y respiran en el mundo oscuro y subterráneo... de los blues” se lee en la web de su sello (la mítica Blind Pig Records). Manzarek hace lo que sabe que mejor se le da, musicar letras magníficas, pero no simplemente musicarlas, poner música a unas letras con cierta cadencia, sino catalizar esas palabras, matizando, dándoles el beat, el ritmo, la fuerza, las pausas necesarias, es decir, lo que me encandiló de los Doors además de la nova suicida que fue Morrison, un complejo entramado musical que sonaba a rock pero que no era simplemente rock, algo que, sobre todo, sonaba vivo. A todo esto, ¿y Roy Rogers? Joder, genial...

 
¿Exagerado para un simple disco de blues-rock en el año 2011? Va a ser que no. A todos se nos abre el culo con lo último de Dylan o Gregg Allman, o con el de Mavis Staples o Tom Petty, y con razón, y por las mismas razones y por los mismos motivos, a mí me ha pasado también con este disco del bueno de Ray. Mientras The Doors sigue vendiendo un millón de discos al año en el mundo, en la vía de servicio aparece “Translucent blues”, que contiene una música que sólo se debe experimentar por sí mismo sin prejuicios  modernetes, y lo mejor a lo que cualquier melómano puede aspirar es darle una escucha limpia, como una buena película que realmente no esperabas ver, que ves por casualidad apoyado en el coche en mitad de una carretera secundaria mientras una caravana y varios carromatos instalan un extraño circo a tu lado. Cada vez que pienso en lo que hubiese disfrutado Jim Morrison cantando estas canciones, veo sonreir a Ray y sé que él también lo sabe; pero imaginar cómo hubiese sido tan pantagruélica pitanza musical es ya soñar demasiado, ¿no?


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