martes, 28 de mayo de 2013

Salvation Blues. Mark Olson.


Salvation Blues

En dos días he visto dos arcoiris inmensos entre nubes negras mientras conducía por estas carreteras vastas a la orilla de campos que se están renovando tras el invierno. Pronto la siega, la recogida del melón y la vendimia. El otro día no pude evitarlo y paré el coche y robé varias calabazas en un camino al que de vez en cuando me gusta ir en bici. Me acordé del día de difuntos e imaginé a un americanito pensando qué hacer con las calabazas sobrantes, a principios de siglo XX, y haciéndoles una cara con un cuchillo oxidado. A veces las cosas surgen del aburrimiento más absoluto. Uno empieza a escribir, tras unas frases lo deja y cuando vuelve a escribir han pasado días, muchos, y la estación se ha hecho más calurosa, y el tiempo más lento porque anochece más tarde y los ritmos los marca una personita muy pequeña todavía.

Amontono libretas emborronadas, pero me da miedo acercarme a ellas con la intención de ordenarlas y ver si puedo salvar algo de ellas. La bipolaridad me asalta en cada esquina y compagino sin saber cómo guitarrazos extremos con pianos barrocos, voces sefardíes dolorosamente hermosas con gargantas guturales salidas del mismísimo infierno. Sin embargo me obligo, también aquí, a no ir a la deriva y a intentar centrarme. Smooth, cool, americana, palabras para teclear cualquier cosa. Dylan, la luz, ayer escuché "Oh Mercy" y respiré tranquilo, esperando que el sol de un mayo plagado de invierno llamase a la puerta para que le invitemos a entrar cuando quizá ya esté aquí desde hace semanas. Mark Olson hoy. "Salvation Blues" es algo más que un conjunto de canciones, física y emocionalmente. Disco libro, poesía canción. Si uno se descarga este disco se pierde algo que de ninguna manera voy a explicar más allá de la palabra fetiche. un libro poesía ficticio acompañado de un cd con el propio Mark cantando esos versos llenos de Thoureau, de Gramm Parsons, de Walden, de sol cegador, propiedad de la biblioteca del condado de San Bernardino.



Salgo al patio a descolgar las sábanas de las cuerdas, rápido, llueve, miro hacia arriba y veo un cielo tan negro como confuso iluminado por una luna de espanto, redonda y firme como un pecho polvoriento. Mi cara se moja. Me río de mí mismo, o al menos lo intento. Hay pocas estrellas.

Vi junto a Andrea al señor Olson junto a Gary Louris sin The Jayhawks un sábado hace varios años en Madrid, en el Neu Club (la sala Galileo), acompañados por la soberbia Ingunn Ringvold a la percusión y voces. Ajusté cuentas emocionales y estuve a punto de llorar cuando sonó "Blue" (porque tocaron "Blue"). Volví a 1996, enero, cuando compré el vinilo de “Tomorrow the green grass” de The Jayhawks y me sentí crecer a pasos agigantados. Igual cogí una vía muerta y por eso ahora estoy como estoy, pero aquella noche un jovial Olson me puso un sonrisa en la cara y volví de golpe, más tranquilo y con más ganas de lo que está por llegar. A Gary Louris ya lo había visto, con Jayhawks cuando lo comandaba solamente él tras la marcha de Olson, con Golden Smog (sin Jeff Tweedy por desgracia) y en solitario. La última vez, no sé porqué, me pareció que Louris arrastraba cierto aura de resentimiento, de altanería quizá, esa que a veces le hacía tocar canciones de manera sublime pero que otras le hacía parecer como si fuera a medio gas, como si no quisiera esforzarse y estuviera harto de jugar en una división de la que se estuviera cansando (supongo que es entendible; Louris echó el resto con el increíble "Rainy Day Music", una joya de principio a fin, y no funcionó a nivel de ventas. El estigma de Jayhawks: críticas favorables, una firme base de fans, pero poco efectivo en los bolsillos). No sé, cosas mías. Leo por la web que vuelve a peligrar la continuación de la banda con Olson y Louris. Los fans nos parecemos más de lo que imaginamos al resignado y hedonista Perlman, deja hacer y toca cuando le llaman...

Recuerdo que aquel concierto me gustó mucho. Un concierto de los que van de menos a más, de los que surgen de esa zona templada donde los problemas técnicos (nada importante en este caso, a Olson se le oía más alto que a Louris y eso les dificultaba para cantar a tono, aunque eso, que lo diga alguien medio sordo como yo tiene su guasa) se solventan rápido y en dos canciones se crea ese feedback entre el público y el grupo desde donde surge la magia y uno se termina preguntando quién está más a gusto, si el músico o tú, allí sentado en la oscuridad, rodeado de gente.

De los discos que sacaron en solitario ese año Mark y Gary, sorprendentemente me gustó muchísimo más el de Olson, y digo sorprendentemente porque la voz de Louris es muchísimo más melodiosa y agradable (y junto a la de Olson funciona como nadie más sabe) y siempre fue mi jayhawk favorito, pero, como digo, "Salvation Blues" de Olson me agarró de una y no me ha soltado hasta ahora, lo cual es una explicación tan peregrina como cualquier otra para decir por qué ahora, y no en 2007, que fue cuando salió y lo compré, hablo de este disco (¿de verdad estoy hablando de este disco?). Es tarde y he escrito 18 páginas escuchando este disco, relatos sin destino donde el tiempo vuela, como al escribirlos. Descanso de escribir, escribiendo. Bah, venga, me voy a la cama...

miércoles, 22 de mayo de 2013

Anónimas declaraciones de amor por los suelos


Estaba andando esta mañana, pensando en mis cosas, barra de pan en la mano, cuando he reparado que el suelo había escritas palabras, a lo largo de la calle, en lo que aparentemente era una frase o declaración fragmentada y dejada como las migas de un deseo olvidado, así que he vuelto sobre mis pasos. No sé si he conseguido llegar al principio de esa carta pisoteada. Tras buscar por varias calles creo que "para ocupar" era el comienzo. Estaba cerca de un instituto, aunque eso no significa nada. También estaba al lado de un cine, y ambos sitios son dos reductos de eso que podemos llamar "fábrica de románticos" (el instituto, aunque sólo sea por la acumulación de nínfulas por metro cuadrado y que afectan por igual tanto a profesores y señores de mediana edad como a adolescentes perdidos e hiperestésicos, y los cines, aunque la cartelera deje mucho que desear, démosle todavía el beneficio de la duda). Así que he comenzado por ahí, he seguido la calle y, antes de la primera esquina he encontrado la segunda "pista". Después he dudado si girar o seguir recto pero algo me ha dicho que la cosa era seguir... He encontrado dos más, y la última estaba algo más borrada que las otras, y era también más larga, como si el o la creadora hubiera perdido de golpe la esperanza en su juego e intuyese que el objeto de su deseo posee curiosidad pero tampoco mucha... De todos modos he fotografiado las cuatro "pistas" (en la última, que por el sol, la lluvia de estos días y el tiempo no se veía del todo, se leía un obvio aunque no por ello menos arrebatador "lo mucho que te quiero"). En conjunto no es una frase muy clara, o al menos a mí me despierta muchos interrogantes: Se supone una intención positiva por parte de o la destinataria y un agrado por parte de la o el remitente, por lo que puede ser un alegato a un amor consumado fruto de un subidón, aunque igual me he perdido algo en alguna de las calles y debería haber girado o cambiado de calle. Igual mañana. confiaré en el o la artista... De momento esto es lo que he recopilado en unos aproximados 200 metros. No sé si al autor o autora le habrá funcionado, pero a mí me ha alegrado la mañana... Así que gracias, Cyrano 2.0....






viernes, 10 de mayo de 2013

De reencuentros y cambios de piel en abril. Concierto de Alfa en "La casa con ruedas".

 

Me lo pensé, lo reconozco, un par de veces, pero al final cogí el coche y fui a encontrarme con un viejo amigo un rato antes de que el grupo de música del que forma parte ahora (uno de otros) subiera al escenario por segunda vez desde que se juntaron. Al reencuentro se añadía el hecho de que iba a conocer también a un músico que he seguido durante muchísimos años y al cual admiro y respeto y cuyas canciones guardo a buen recaudo porque son como cajas de Pandora de mis años del pelo largo, de mis posteriores años tangueros y algo cabareteros, cortado y perdido por un mundo que de puro sencillo me empeño en complicar. Alfa (Alfredo Fernández, corazón de los cuasi-míticos Buenas Noches Roses y de los magníficos Le Punk) se ha lanzado a pecho descubierto como rostro visible de un proyecto que lleva su" nombre", aunque a tenor de lo visto antes y durante el concierto, aquello tiene visos de ser en el fondo un grupo en toda regla en el cual Alfa tiene fe ciega y en el que se apoya tranquilo y espoleado (junto a Dani "Patillas", Pax y Khoury). Hacía mucho que no veía a Pax, aunque a menudo hablamos, quizá más de un año, antes de nuestra paternidad, y había ganas. El reencuentro fue bonito, para qué andarme con tonterías. Me costó encontrar el lugar donde tocaban. La casa con ruedas. Al entrar estaban probando. En la sala vacía aquello ya sonaba a gloria. No son advenedizos, eso el oído lo capta ya desde fuera y lo agradece nada más entrar; el pulso estaba, el ritmo estaba, la emoción estaba (probando "¿Cuántos soñaron contigo?" de una tacada, es fácil). Un alzar las cejas y un golpe de cabeza al avistarme y uno (yo) que se apoya en la pared con las manos en los bolsillos y la sonrisa instalada como al entrar en casa. Alfa firmó la única canción que yo he sabido tocar decentemente con una guitarra eléctrica y creó una de los grandes discos de la historia de la música rock de este país ("La danza de araña", aunque mi favorito sea "La estación seca", cuestión de cicatrices), así que ahora, mientras escribo, comprendo por qué me puse nervioso durante el trayecto. Sus letras me gustan mucho, creo que es de los pocos que maneja la lírica rockera en español con verdadera soltura y con verdadero conocimiento de causa (aunque las flores se las lleve Quique González y los laureles Lapido, y con razón, no vaya a ser que alguien me malinterprete, a Alfa se le debe el romper bastantes lanzas a su favor por parte de los "medios" (¿a qué cojones esperan los del Ruta66?) No se le debe condescendencia, se le debe pleitesía, pero...

Y por fin hubo abrazos, y estrechar manos, y sonrisas, y conversaciones dubitativas, y preguntas, y respuestas a medias cortadas por más preguntas, y silencios que miran y se preguntan cuánto tiempo, y qué alegría carajo, y el tiempo, el tiempo que vuela y se sabe en un trayecto en vía muerta, pero qué coño, hay que aprovechar... Así que nos fuimos a cenar, hablando a trompicones, con demasiados temas de los que hablar y no incándole el diente a ninguno. Los recuerdos se mezclaban con nuestros nuevos roles paternales y los vástagos se nos colaban para compartir confesiones y sentirnos en el mismo lugar. Alfa, sentado a nuestro lado, se incorporaba a veces y yo no caía en decirle nada coherente (¿qué se le dice a alguien que llevas años escuchando llegando a obsesionarte con alguno de sus discos y canciones? Nada, supongo). Pax y yo al final abordamos ese tema recurrente que parece ser que tenemos cuando nos vemos, el cual él sabe que puede hablar abiertamente conmigo y del que a mí me gusta hablar, o quizá es al revés, no lo sé, el caso es que una pregunta casual ("¿Has escuchado lo nuevo de Jairo?") nos dio paso a ese círculo en el que, como digo, nos metemos y hablamos a gusto y que tendría como título, si es que tuviéramos que ponérselo, "auge y caída de la Vacazul". Al poco yo me atreví a relajarme y entre risas dimos con ciertas claves y estuvo francamente bien, recordando esas pocas veces en las que me fui con ellos de "pipa" y hablando con franqueza, risas y aplausos de los caminos que los cuatro han emprendido. De todo ello surgió un proyecto que yo siempre he querido afrontar y que nunca me había atrevido a comentarle, sobre escribir la historia de un músico, uno que toca blues, uno que, no sé, un día acaba tocando en Nueva York gracias a una beca, que acaba más adelante tocando en un puticlub fracés para cuatro golfos, obligado y a punta de pistola, que duerme tras un bolo en un edificio a medio construir entre sacos terreros y que ve una gallina sin cabeza corriendo por allí siendo perseguida por un cantante cuando el hambre les puede y no hay nada más que comer, que deja todo y se va a estudiar y a dar clase a niños en Katmandú, no lo sé, algo así pero con algo de chicha y fabulación, con algo de quitarse el sombrero ante ese oficio errante y tan maltratado en este país, sobre todo para esa generación que en los noventa fue demasiado dura y bluesera para los círculos pop y demasiado "blanda" para la escena heavy... En ese punto de la conversación se unió Alfa, aunque a mí me entró una vergüenza horrible y me callé.


Volvimos a la sala, que estaba repleta (a pesar de estar a las afueras del pueblo y que había fútbol y que llovía) y nos despedimos. Mi idea era quedarme tres o cuatro canciones y coger el coche de vuelta, pero al final me quedé casi una hora de concierto, clavado ante esas canciones que sonaban a gloria y que no conocía. La banda sonaba genial, y no es amor de fan locaza. Algo así como The Band más crápulas y arrabaleros que de costumbre, con Alfa como bastardo y luminoso Dylan caído del cielo vía barrio madrileño y navaja nacarada en el bolsillo trasero. Siempre disfruto viendo tocar a Pax, y siempre me saca una sonrisa y un cabeceo ante su clase y maestría tocando. Él habla de musicalidad en su manera de tocar, y no podría estar más de acuerdo. Se les veía disfrutar, que fue lo que más me gustó tras la primera sorpresa ante las nuevas canciones, y me asombró la soltura y presencia de Khoury, el guitarrista, algo así como una mezcla entre un Pete Townshend post Tommy acompañando a Ronnie Lane y un inspirado Mike Campbell escudando al Petty más dylanita. A mis miradas al reloj (esa imagen postmoderna de ver la hora en el móvil, haciendo los mismos gestos que un caballero dickensiano con reloj de cadena pero con lucecita y sin romanticismo) se unió un cada vez más irritante volumen de gente hablando y, claro, se me fue el ancla, y me jodió, no por tener que irme, que era algo que no podía demorar más (me quedaba algo más de una hora de vuelta en coche), sino porque no entiendo que haya gente que se ponga de cháchara en mitad de un concierto como si estuviera en la puta disco.

Al volver me puse los dos volúmenes de "Real to Reel" de Tesla, y bajo la lluvia canturreaba y voceaba sin pudor, contento a pesar de las prisas y los esbozos de todo lo hablado y escuchado, con la promesa de un intercambio vía postal de libros por discos y de un vernos pronto que parece ser que sí se cumplirá. Como nota privada en mi libreta apunté rescatar los discos de Buenas Noches Rose y Le Punk, aunque me temo que lo que me ha acabado enganchando estos días han sido las nuevas canciones de Alfa, todo un tesoro, el cual tiene la mala suerte de ser un músico de culto en un país donde ser músico de culto es una putada y una mierda, pero cuya obstinación y trayectoria la hace más admirable incluso. No hay nada más triste, amigo...



http://www.rocksumergido.es/2012/03/sin-mirar-atras-entrevista-alfa.html

http://www.herecomesthedrummer.com/baterista/Antonio_Alvarez_Pax

El siguiente vídeo no tiene nada que ver con Alfa. Está extraída de la jam que Pax suele hacer los jueves en la sala El Junco (Plaza Alonso Martínez, Madrid), y me encanta...

jueves, 9 de mayo de 2013

La muñeca rusa, fragmento del capítulo 14. Milos en París.

La muñeca rusa, Ed. La Internazional Samizdat, 2012. Fragmentos pág 115-117

"¿Qué había de verdad en el libro de Coppens sobre Milos?
¿Y en la biografía que entregó cuando vino becado a Almarga a hacer su escultura aquel verano? De eso, todo es cierto.
¿Y lo del libro de Armand Coppens? Bueno, nunca estuvo en Londres. Tampoco tiene hijos. Nunca estuvo casado, aunque tuvo un par de relaciones en la que se sintió como si lo estuviera.
En Paris recomenzó otra vez la historia de su vida.
Comenzar de nuevo. Su vida, su historia, ¿qué significa eso?
Tal vez signifique que se eligen unas cosas y se olvidan otras, que se ensalzan los placeres y se olvida el dolor, los pasados y los presentes, pues de los futuros sólo se puede esperar que sean como mínimo algo más benévolos que los que nos definieron. Pero a Milos, una vez allí, en un París hermoso y hostil, le costó llegar a ese punto, al menos un par de años. Por su vida pasaron varias mujeres que no consiguieron hacer que él se mostrara libre y sosegado, y muchas veces se descubrió teniendo aventuras suicidas con amantes que nada le reportaban salvo la oportunidad de romperse en pedazos, encontrando así un motivo que justificara su irremediable huida hacia delante. Acostumbrado a dar placer hasta la extenuación o el aburrimiento, nunca encontró en el sexo ese lugar donde muchos se recluyen o se reencuentran a sí mismos.
(...) Al llegar a París pasó meses en un estado cercano a lo que podría ser el luto, en una pensión barata, malviviendo y mendigando trabajos en el mercado, cargando carne y apilando cajas de verdura, pensando en no pensar y deseando que llegara la noche para poder caer rendido en esa fina cama de colchón acartonado. Poco a poco las cosas fueron cambiando. Encontró trabajo en una ebanistería y en dos meses pudo alquilarse un apartamento.  Al estar lejos de Irina y no poder verla, en lugar de evitar conocer a nadie, se sintió abocado a mantener historias sin futuro, lo cual hizo que poco a poco descubriera cómo era su amor por ella. A veces la recordaba y se quedaba mirando al vacío pensando en el abismo de su cuerpo y sus palabras. La amaba como si todo fuese nuevo, como si él fuese nuevo, como si la promesa de su presencia y lo que ella provocaba le hiciese creer que él mismo era el sol y únicamente tuviera que brillar para ella, Luna, tierra, mar que envolvía con sus mareas su caos, su timidez, sus besos, sus inseguridades y sus certezas. Entonces, ¿por qué no estaba allí, por qué no la había podido llevar a París con él? Esa era una de las preguntas que con más insistencia se hacía, y durante un tiempo la culpabilidad le agrió el carácter, pero con el paso del tiempo Irina se convirtió en algo que se guarda en una vieja caja de galletas y de vez en cuando se rescata para no olvidar lo que fuimos y lo que somos, pero nada más. Así que pasó el tiempo y dejó que Paris le atrapara; la gente que poco a poco iba conociendo le iba haciendo olvidar Praga, lentamente se fuese sintiendo mejor, y poco a poco lo que iba consiguiendo le hizo descansar. A menudo escribía cartas que enviaba a Bohumil a la dirección de éste en la calle Na Hrazí, contándole sus rápidos progresos con el francés y cómo eran los trabajos que iba teniendo, y de vez en cuando él recibía alguna de Bohumil, pero al leerlas descubría que muchas de las suyas no le debían llegar. Luego Milos cambió de casa y aunque sus cartas aumentaron de extensión y de regularidad, hubo dos años que apenas recibió cartas de Bohumil. También escribía a Pavel Sisak, pero éste siempre le contestó con misivas más frías y escuetas. Milos siempre supo que no le perdonó que se fuera, y no podía culparlo por sentirse así. Paulatinamente sus vínculos con Praga fueron haciéndose cada vez más frágiles, hasta que, sin fallas ni sobresaltos, como suceden las cosas a veces, todo quedó en el recuerdo, el presente pasó a ser lo único que tenía bajo sus pies y se aferró a ello con todas sus fuerzas. El hecho de conseguir la nacionalidad francesa en 1979 fue determinante. La solicitó para poder optar a ser profesor de arte. Instigado por unos amigos que le convencieron de que eso era lo mejor para él, y sin darle mucha importancia, solicitó la nacionalidad francesa alegando un exilio político obligado. Más le sorprendió que se la dieran tan rápido, pero optó por interpretar todo aquello como una racha de inesperada suerte, suerte que culminó al aprobar un año después la plaza de profesor en un pueblo cerca de Angouleme." 


Foto de Olga B. C.: "Milos descansa frente al Pompidou"

Sólo me quedan 11 ejemplares...
http://elcaimansincopado.blogspot.com.es/p/como-comprar-la-muneca-rusa.html

sábado, 4 de mayo de 2013

Emmanuel Carrère escribe un maravilloso libro sobre Eduard Limónov mientras yo combato el insomnio



Tengo varias entradas a medias, pero algo pasa que no las termino; cuando por fin me siento a escribir, suele ser muy tarde y tengo la cabeza entre embotada y presa de un incipiente dolor, por lo que me cuesta concentrarme y escribir algo con un mínimo de coherencia. Hoy sin embargo me pondría a escribir disparates, a escupir mala baba y a despotricar sobre el mundo, el país, sobre mi vida o sobre la reputa madre que mal parió a ese mismo en el que estás pensando; sin embargo el cansancio de algún modo atempera la bilis y opto por el camino del medio. ¿Cuál es? No tengo ni puñetera idea pero no es esto. 


Para olvidarme de mí mismo, recomendaría un libro, un libro fascinante y bestial: "Limónov" de Emmanuel Carrère, editado por Anagrama. Insisto, alucinante. Lo he leído a trompicones, lo he leído despacio, lo he leído casi febril, lo he leído deseando que no se acabara nunca y lo he leído deseando llegar al final. "Limónov" sí, es la vida de Eduard Limónov, pero contada por Carrère, con Carrère metido dentro pero con un pié fuera, con Carrère como un Homero del siglo XXI relatando la vida de un Ulises moderno; moderno por su carácter poliédrico y por su insolente ambigüedad moral, ética, política y vital. La sola presentación de dicho personaje en las primeras páginas tiene un resultado casi hipnótico, y a la mitad del libro te encuentras con que devoras las páginas deseando que ese libro te de alguna pauta para interpretar a Limónov. Te cae bien, te cae francamente bien, pero por algún motivo sabes que no te debería caer bien, pero tampoco sabes explicarlo. Carrère tampoco sabe, y mientras cuenta la vida de este héroe ruso con mil vidas dentro de su abrigo, pasa por la historia del fin de la Unión Soviética, pero su forma de abordar esa caída es tan rica y tan literaria, y a la vez tan profunda, como el relato del propio Limónov, y siempre que cierras el libro para seguir con tu vida, todo te parece tan pobre... los tertulianos de las televisiones, los telediarios, los periodicos, los periodistas, la manera en la que los que habitualmente "te cuentan el mundo" te parecen tan estúpidos, tan vacuos, tan gilipollas, que sólo deseas que la rutina te deje volver al libro de Carrère. Con libros así me pasa como al Pierre Menard de Borges, que transcribiría palabra por palabra el libro, pero en vez del Quijote haría de autor de Limónov libro, de Limónov creciendo, abandonando y volviendo a Ítaca, una Ítaca que fue país más grande de la tierra y que es tan miserable como humano. Este libro espolea, te hace sentir miserablemente pequeño, y a la vez te hace sentir que tienes cojones, o que al menos que deberías redescubrírtelos, y que tu vida es tuya y que mientras haces con ella algo, lo que sea, procures que sea hermoso y terrible, y si es una revolución, mejor, mucho mejor...

Pág 15-16: "Le había conocido al principio de los años ochenta, cuando se afincó en París, con la aureola del éxito de su novela escandalosa, "El poeta ruso prefiere a los negrazos". En ella relataba la vida miserable y espléndida que había llevado en Nueva York después de emigrad de la Unión Soviética. Trabajos a salto de mata, supervivencia día tras día en un hotel sórdido y a veces en la calle, polvos heteros y homosexuales, curdas, robos y peleas: podría hacer pensar, por la violencia y la furia, en la deriva urbana de Robert De Niro en Taxi Driver, y por el ímpetu vital en las novelas de Henry Miller, cuya piel coriácea y placidez de caníbal poseía Limónov. el libro no era poca cosa, y su autor no decepcionaba cuando le conocías. En aquel tiempo estábamos acostumbrados a que los disidentes soviéticos fuesen barbudos serios y mal vestidos, que vivían en pisitos llenos de libros y de iconos y se pasaban noches enteras hablando de la salvación del mundo a través de la ortodoxia; y ten encontrabas delante de un tipo sexy, astuto, divertido, que tenía a la vez aire de una marino de juerga y de estrella del rock. Estábamos en plena onda punk, el héroe que él reivindicaba era Johnny Rotten, el líder de los Sex Pistols, y no tenía empacho en calificar a Solzhenitskyn de viejo gilipollas. Era refrescante, aquella disidencia new wave, y, a su llegada, Limónov había sido el niño mimado del mundillo literario parisino, en el que yo, por mi parte, debutaba tímidamente. Limónov no era un autor de ficción, sólo sabía contar su vida, pero era una vida apasionante y la contaba bien, con un estilo sencillo y concreto, sin afectaciones literarias y con la energía de un Jack London ruso. Después de sus crónicas de la emigración publicó sus recuerdos de infancia en la barriada de Járkov, en Ucrania, luego los de sus días de delincuente juvenil, y después los de poeta de vanguardia en Moscú, bajo Brézhnev. Hablaba de esta época y de la Unión Soviética con una nostalgia socarrona, como de un paraíso para hooligans espabilados, y no era raro que al final de una cena, cuando todo el mundo estaba ebrio menos él, que tenía un aguante prodigioso para el alcohol, hiciera el elogio de Stalin, lo que atribuían a su gusto por la provocación. Te cruzabas con él en el Palace, luciendo una guerrera del Ejército Rojo. Escribía en L´Idiot international, el periódico de Jean-Édern Hallier, que no era blanquiazul ideológicamente, pero que reunía a personajes anticonformistas y brillantes. Le gustaba la trifulca, tenía un éxito increíble con las chicas. Su desenvoltura y su pasado de aventurero nos impresionaban a nosotros, jóvenes burgueses. Limónov era nuestro bárbaro, nuestro gamberro: le adorábamos".


Tomas aliento y dices, 396 páginas así y me muero de placer. Ahí no está solamente Limónov, también está Carrère, sabes que va a estar, sin mostrarse demasiado pero dispuesto de aparecer para devolver el globo a tierra, para hacer literatura y a la vez explicar cosas, contar cosas, abrir matices, romper la Historia, para dejarte maltrecho y espabilado... Sin embargo, aunque todo eso lo sabrás mucho más adelante, giras la cabeza y comienzas a leer la página 17, tan sólo un leve movimiento y lees: "Las cosas empezaron a cobrar un cariz extraño cuando se desplomó el comunismo. todo el mundo se alegró menos él, que no tenía el menor aire de bromear cuando reclamaba el pelotón de ejecución para Gorbachov. Empezó a desaparecer para hacer largos viajes a los Balcanes, donde se descubrió con horror que combatía al lado de las tropas serbias, que era como decir, a nuestro juicio, de los nazis o de los genocidas hutus. En un documental de la BBC le vimos ametrallar Sarajevo asediado bajo la mirada benevolente de Radovan Karadzic, cabecilla de los serbios de Bosnia y criminal de guerra reconocido. Después de estas hazañas, Limónov regresó a Moscú, donde creó un partido político que llevaba el prometedor nombre de Partido Nacional Bolchevique. A veces, algunos reportajes mostraban a jóvenes con el cráneo rapado, vestidos de negro, que desfilaban por las calles moscovitas haciendo un saludo a medias hitleriano (con el brazo en alto) y a medias comunista (con el puño cerrado) y berreaban lemas como "¡Stalin! ¡Beria! ¡Gulag!" (sobreentendido: "¡Que nos los devuelvan!"). Las banderas que ondeaban imitaban las del Tercer Reich, con la hoz y el martillo en vez de la cruz gamada. Y el energúmeno con una gorra de béisbol que gesticulaba con un megáfono en la mano, a la cabeza de aquellas columnas, era el muchacho divertido y seductor del que todos, algunos años antes, estábamos tan orgullosos de ser sus amigos. Producía un efecto tan extraño como descubrir que un antiguo compañero del liceo se ha convertido en una figura del hampa o ha saltado por los aires durante un atentado terrorista. Vuelves a pensar en él, remueves recuerdos, tratas de imaginar el encadenamiento de circunstancias y los resortes íntimos que arrastraron su vida tan lejos de la nuestra. En 2001 se supo que Limónov había sido detenido, juzgado y encarcelado por causas bastante oscuras en las que se hablaba de tráfico de armas y tentativa de golpe de estado en Kazajstán. Decir que no nos atropellamos unos a otros en París para firmar la petición que reclamaba su excarcelación sería quedarse corto."



En algo más de dos páginas Carrère ya te ha dicho todo del personaje de su libro. El libro comienza en la página 11, y éstas son parte de la 15, 16 y 17. El resto, las 390 páginas restantes serán una panorámica alucinante de todo ese recorrido, en el cuál Carrère constantemente se cuestionará sus propios prejuicios para con su personaje, intentando comprenderlo hasta sus últimas instancias, y, mierda, vaya si lo consigue; de manera apabullante recorre los últimos 50 años del siglo XX de Rusia, más lo que llevamos de miserable XXI, y abre tantos interrogantes como cierra cuestiones, expande gracias a una prosa aparentemente sencilla pero llena de potencia y fuerza, todo un fresco histórico donde dibuja de manera asombrosa a un personaje tan único como fascinante. Y, claro, me lancé a la búsqueda de más Carrère y algo de Limónov. Tendría que decir que hacía tiempo que quería el libro de Carrère sobre Limónov, pero que no tenía dinero, nada, ni un céntimo, y que un día, al entrar en la biblioteca, lo ví, y me lancé a por él como si me lo fuesen a quitar, cuando lo cierto es que dudo que vuelva a salir michas más veces de allí cuando lo devuelva, porque lo llevo renovando tres o cuatro veces, aunque hace más de un mes que me lo terminé, no sé porqué pero no quiero devolverlo, aunque el lunes lo haré por fin. Y lo cogí, lo leí y me gaste lo poco que había podido rapiñar ese tiempo en dos libros de Limónov y uno de Carrère, y ahora tengo libros amontonados frente a mí, en una de esas noches en las que mi mujer está de turno y el niño duerme, y la niña no está y yo tengo sueño pero no quiero dormir, como si necesitase exprimir la noche en casa, con poca luz, rodeado de cosas que no tengo tiempo de leer ni de escuchar ni de ver, yendo cada poco a verle dormir, elegante, o al menos bien vestido, escribiendo si puedo y el café sin cafeína me permite atenuar con placebo las pastillas que me bajan las pulsaciones. Nada salva la canción, nadie escribe el libro, nadie aúlla por la ventana, nadie me dirá si a la vuelta de la esquina estará la salvación.


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