Juanmi:
Como un ejercicio, te mando una hipotética y fantasmal portada para tu muñeca.
Salud2
Teo
 
 
Juan Miguel
Terminada de leer tu muñeca, te mando unas impresiones apresuradas, pero frescas y hechas con cariño. No sé qué te parecerán.
Te tengo que dar un tirón de orejas: ya sé que no hay libro sin erratas, ¡pero es que he visto 14!
Bueno, ya hablaremos.
Salud
Teo

PRIMERAS IMPRESIONES APRESURADAS TRAS LEER LA MUÑECA RUSA
Teo Serna
La muñeca rusa es una historia de tres soledades (o así lo veo yo): La soledad asumida de Henry, el librero; la soledad buscada de Milos, el artista; la soledad impuesta de Irina, la hija del cosmonauta. En un principio, planea otra soledad, quizá más atroz: la de Alexei Belokonev, padre de Irina, irremisiblemente perdido en el espacio, condenado a una muerte solitaria que se extendería, como una maldición, a todos sus familiares. Y como decorado inmenso, la soledad común de millones de seres sometidos a un régimen gris que pretendía controlarlo todo (ahora las cosas son más sutiles, pero no menos terribles) ¿Cómo no recordar la vida de los otros?
Soledades, en fin, que corren paralelas y se encuentran, se cruzan y prenden la acción que dan sentido a la novela. La soledad de Alexei cae, como ficha de dominó y empuja la vida de Irina hacia una soledad forzada, extrañada de sí misma, de su historia, de su familia, de su infancia. Será esta soledad impuesta, terriblemente impuesta, la que se cruce con la de Milos, siendo el detonante de una historia de emigración forzosa (como casi todas) externa e interna, pues Milos ya es un emigrado aún estando en su país. Milos se convertirá en un emigrado, pero también en un resentido de sí mismo que no acepta la cobardía que supuso el abandono de Irina en un país tomado, cercado y mutilado. Esa amargura de Milos contaminará el resto de su vida y la de gran parte de las personas con las que Milos se tropezará en un deambular que tiene mucho de huida hacia delante.
Será el encuentro con un librero solitario y taciturno (imposible no ver en él un alter ego del autor) el que facilite una cierta apertura, que tiene mucho de catarsis, al contar una historia que, en realidad, es la mayor amargura de Milos y quizá la que da sentido a su vida, a pesar de ser una historia que el propio Milos (auto engañándose) pretenda olvidar en una especie de suicidio lento (también el olvido puede ser una muerte: siempre es una muerte).
El librero, personaje estático, se opone a Milos, personaje dinámico que se complementa con él como se complementan los opuestos. Las soledades, como vasos comunicantes, imponen una cierta empatía entre las personas que la ¿padecen? Así, la simpatía entre Milos y el librero (disfrazada a veces de distanciamiento), hace que el primero dé salida a parte de su pesadumbre y empiece a contar una historia que aparece tras el telón de fondo de la guerra fría, de la carrera espacial, de las ciudades fantasmas soviéticas, de la primavera de Praga… y que es de lo más interesante de esta novela: la recreación de aquella revolución, que pudo ser mayor y que fue cercenada por la URSS, pero también por el bloque occidental, temeroso sin duda de poder quedarse sin un enemigo que justificase la carrera armamentística y la estrategia de bloques. Aunque, aparentemente, el protagonista de la novela sea Milos, creo que la verdadera protagonista es Irina, esa mujer a la que imaginamos bellísima, desamparada, olvidada: absoluta, cruelmente olvidada. Es aquí donde yo, personalmente, echo de menos una mayor profundización en el personaje. Quiero saber más de Irina; quiero saber más sobre su huída, sobre su deambular por psiquiátricos, sobre su desaparición… La opción, claro, de dejar una gran elipsis sobre este personaje, es decisión del autor, pero así ha dejado (creo) un océano quizá demasiado extenso y muy rico en posibilidades narrativas.

Después de leer esta novela, queda un poso de tristeza cósmica (nunca mejor dicho), como después de haber recorrido un edificio en ruinas que fue bello… y uno, que ya tiene sus años, recuerda la retransmisión de la llegada a la Luna (un pequeño paso…), los años sesenta y los grupos de rock del momento… pero eso es historia personal que nada tiene que ver con lo que estamos comentando. También siente uno un gran cariño sobre todo por Irina y por su padre, y por aquellos años en los que se sabía claramente (eso nos decían) quién era el enemigo. Éramos más jóvenes, claro, y los trajes de cosmonautas era eso: de cosmonautas y no de astronautas; como las naves eran Sputniks y no Apollos.

Ahora el enemigo es más difuso, como lo son las ideologías y los partidos políticos. Pero hay cosas que no cambian: la soledad, por ejemplo, el hecho de seguir siendo bichos raros perdidos en algún pueblo español. La novela dice que es de Almería, pero yo sé que es de Castilla- La Mancha ¡qué carajo!