viernes, 4 de marzo de 2011

De Litoral y desastres personales. De Aluros de plata. De Todo y Nada. Alberto García-Alix

Foto: © Alberto García-Alix
 "Siempre he pensado que el retrato exige una gran capacidad de comprensión, lo cual obliga a comprenderse a uno mismo. Al hacer un retrato, estás jugando con la idea de que la otra persona te muestre una parte de sí misma. Las cámaras me dan miedo, porque sé lo que puede verse a través de ellas. Para empezar, creo que cada uno de los habitantes de la tierra somos un ecce homo. Toda experiencia relacionada con la visión, con la creación, conduce a desangrarse. Mi trabajo no va disociado de mi personalidad. Para hacer fotos, es necesario que sea como soy, porque las fotos nacen de la inestabilidad en la que vivo. Viéndolas, intuyo que lo que puedo contar en el futuro es mi ruina... Será divertido."

Alberto García-Alix. Fotógrafo.



Foto: Alberto García-Alix. Un hombre triste. Autorretrato, 2001.


Una vez vi trabajar a García-Alix, fue hace diez años y yo aún no sabía quién era, aunque, como casi todos, había visto obra suya, en discos, revistas, en catálogos que nunca nos parábamos a leer, o si leíamos se nos olvidaba tan rápido como pasábamos de hoja y descubríamos otra foto. Yo estaba contratado en una escuela de fotografía como "chico para todo"; era duro, o más que duro tendría que decir que era agotador, es lo que tiene ser el último mono; lo mismo limpiaba el laboratorio de revelado o positivado que recogía y ordenaba el material de una clase teórica que preparaba un plató, lo mismo colgaba (con Andrés, el gran Andrés, ¿qué será de él?) las fotos de la sala de exposiciones con un nivel medio roto, un metro, clavos, un lápiz y la socorrída plasta azul moldeable que asistía en una sesión práctica sin tener ni idea de la mitad de las cosas. Como siempre, éramos pocos (2) para toda la escuela, en un mundo ideal tampoco era un curre para deslomarse. Por todo eso, el trabajo lo tenía todo para que yo adquiriera de una vez la conciencia de clase (para que no lo olvidara); mal sueldo,  algunos estudiantes que te trataban como si fueses su esclavo, algunas y algunos modelos y fotógrafos ansiosos por denigrarte (esa Bimba y ese Delfín, incomprensibles personajes) y una desidia directiva que suplíamos como podíamos los de abajo capeando el temporal (donde malmanda patrón los marineros mantienen a flote el barco). No todo era así en aquel trabajo, pero lo primero que me sale es eso. Con calma surgen los colores sepia, los blancos sobre los grises, los filtros. Pablo Esgueva y su candorosa amabilidad e  inmenso saber; Miguel Oriola gamberreando, probándote a cada paso y deslumbrando cuando lo tenía a bien; lo que yo racaneaba a mi superdon de la superubicuidad para colarme en clases y tomar notas a escondidas; estar pendiente a las 11:30 del paseo matutino del poeta José Hierro con su bombona de oxígeno, dándo la vuelta a la manzana, saliendo del portal de al lado como un zorro asustado y sonriéndome al pasar con mi escoba en la mano; las fotos que rescataba de la basura del laboratorio de positivado que no valían una mierda pero que me gustaba coleccionar; la sonrisa de algunas alumnas; los guiños de algunos profesores, las cervezas a hurtadillas escuchando los consejos de Andrés mientras hacíamos de informales camareros en las inauguraciones de las exposiciones el primer viernes de cada mes, cambiando nuestras horas extras por sobras de sandwiches y la posibilidad de entrar media hora más tarde el siguiente lunes. Los achaques no me dejaron mantener el trabajo, pero recuerdo esos diez u once meses bastante bien.

Alberto García-Alix. Las hermanas, 1994


Alberto García-Alix. Moda para Manuel Piña, 1987
Un día, en mi planilla vi que teníamos que preparar un plató para un seminario de García-Alix. Normalmente con ciertos profesores no llegaba a cruzar ni una palabra, eran demasiado importantes como para que los jefes no saliesen a rendirles pleitesía y, mientras los encantaban, tu hicieses tu trabajo como una ratilla hacendosa e invisible. Soy fulanito, te decían, y tu llamabas a dirección y empezaba la rueda a girar mientras con Andrés te organizabas sin hablar para hacer lo que tenías que hacer y a la vez estar enteramente disponible. La mañana que conocí a García-Alix fue en esos momentos de silencio extraños de primera hora de la mañana, mientras estudiaba la planilla tras el mostrador de la entrada y me preguntaba si por una vez Shiva iba a hacerme caso y prestarme alguno de sus brazos de sobra. Entró alguien con casco de motorista aún puesto, chupa de cuero y mochila. Yo creí que era un mensajero y seguí a lo mío. Alcé la vista y vi dos manos con las palabras "todo" y "nada" tatuadas en los dedos. Se presentó con esa voz granulosa, me estrechó la mano y preparé en un plató todo lo que me dijo que necesitaba. Un seminario sobre retrato. Su cámara de medio formato, preciosa. Su dura amabilidad y su voz dura de por sí. El primer día me fue imposible quedarme más de diez minutos en su clase, y por veteranía , el que tenía derecho a escabullirse y que el otro cubriese su ausencia era Andrés. En alguna que otra de sus clases sí que me colé, y es un profesor cojonudo (me descubrió a  Dianne Arbus, y verle moverse con la cámara ya era suficiente). Cito a Molina Foix: Como se trata del fotógrafo menos retórico que pueda haber, apetece repasar literariamente sus obras, tan frecuentemente dotadas de la atmósfera de cuento sucio-realista que sólo tiene desenlace en el misterio o la incertidumbre (cita).

Al terminar el seminario nos regaló un catálogo suyo a Andrés y a mí. Antes de marcharme y despedirme cuando decidí que mi cuerpo no daba para más, Andrés me hizo una copia de una de sus fotos y me la dio (lástima no saber el apellido de Andrés). Perdí la foto y el catálogo, no sé si en alguna mudanza o hurtados por un visitante de alguno de los pisos que compartí, cuando era ingenuo y tenía cosas en las habitaciones comunes y compartía pisos fascinantes con habitaciones infames. Por perder, de esa época, he perdido todos los negativos que hice, incluso perdí hasta la cámara, la única que he tenido, rusa, analógica, con un objetivo cojonudo y cuyo disparador, como un revolver viejo, a veces se encasquillaba. De la escuela de fotografía recuerdo muchos chascarrillos, como acabar de modelo en una clase y terminar preguntándote por qué te has dejado convencer y, lo que es peor, cómo has acabado en pelotas (y años después descubrir que eres tú aquel repetido, deformado y con piel de ciencia ficción del cartel que anuncia una muestra teatral sobre el Sida; no se te reconoce, por eso aceptaste, Oriola te dijo que luego retocaría las fotos, pero aún así descoloca) o asistir como ayudante a una sesión de fotos de un alumno a Juan José Millás  y ver la semana siguiente dichas fotos en el suplemento dominical de El País y descubrir que el fotógrafo es su  propio hijo, y pensar "la casualidad no existe y la ambición es cosa de  padres o padrinos bien relacionados..."

García-Alix, 1977 (la foto que perdí)
Como todo, lo dejé sin más; hacer fotos, digo; otras cosas reclamaban mi ánimo. Ayer me quedé prendado de un libro, el número 250 de la revista Litoral, que sí, es una revista, pero yo la trato como un libro, y he visto una foto de García-Alix en él (Un hombre triste. Autorretrato) acompañada por el texto con el que comenzaba, y por fin llego a donde quería llegar, a recomendar dicha revista. (http://www.edicioneslitoral.com/navega250.html). Escribir la luz, fotografía & literatura se llama. Revistas que merecen la pena ser perdidas, manoseadas, cuidadas como animales frágiles, leídas en la bañera o en el Jardín Botánico cuando por fin arranque la primavera o mejor, que merece la pena regalar. Me gustan que sigan existiendo estas publicaciones, aunque luego las acabe perdiendo me gusta verlas y leerlas despacio. Tirado en el sofá anoche, acariciaba el papel satinado y oía la cola  del lomo resquebrajarse al pasar las hojas y, sí, me volvieron a entrar ganas de tirarme al monte a hacer fotos, pero al final me dormí frente a un poema de Jorge Riechmann y una imagen de Gervasio Sánchez (páginas 284-285) cuando apenas pasaban dos minutos de las doce. Pensaré cómo hacerme con una cámara, aunque he de tener los ojos de un oxidado preocupante, sé que ya no sé mirar como se debe hacer. Conozco a alguien que me vendería una ampliadora, me la ofreció hace años y seguro que sigue teniéndola, pero ya no estoy para tantos romanticismos, y eso implicaría además buscarme un sitio donde hacer un cuarto oscuro, comprar revelador, paro y fijador, carretes, papel fotográfico... Aunque nunca está de más dedicar tiempo a placeres inútiles, eso ya sería demasiado, ¿o no?...


Foto: Alberto García-Alix. La hora de la misericordia (2007)

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