miércoles, 8 de febrero de 2012

Estudio con algo de tedio (poema) de Roque Dalton / Fotografía Mario Santiago

ESTUDIO CON ALGO DE TEDIO
Clov: llora...
Hammn: luego vive.
(Diálogo de Fin de partida, de Beckett)
Tengo quince alos y lloro por las noches.

Yo sé que ello no es en manera alguna peculiar
y que antes bien hay otras cosas en el mundo
más apropiadas para decíroslas cantando.
Sin embargo hoy he bebido vino por primera vez
y me he quedado desnudo en mis habitaciones para sorber
       la tarde
hecha minúsculos pedazos
por el reloj.

Pensar a solas duele. No hay nadie a quien golpear. No hay
      nadie
a quien dejar piadosamente perdonado.
Está uno y su cara. Uno y su cara
de santón farsante.
Surge la cicatriz que nadie ha visto nunca, 
el gesto que escondemos todo el día,
el perfil insepulto que nos hará llorar y hundirnos
el día en que lo sepan todo las buenas gentes
y nos retiren el amor y el saludo hasta los pájaros.

Tengo quince años de cansarme
y lloro por las noches para fingir que vivo.
En ocasiones, cansado de las lágrimas,
hasta sueño que vivo.

Puede ser que vosotros no entendáis lo que son estas cosas.

Os habla, más que yo, mi primer vino
mientras la piel que sufro bebe sombra.

Mario Santiago en Ciudad de México (1978)



domingo, 5 de febrero de 2012

Es cuestión de tiempo que lo veas


Estoy incumpliendo varias reglas no escritas y autoimpuestas esta noche; la más importante es la de escribir cansado. Incumplo otras, claro, como siempre, como no estar elegante y tener algo caliente para beber cerca. No tengo mi sombrero puesto, ni mis tirantes, ni mi pantalón de pinzas, ni estoy dejando que una taza de té se vaya templando hasta que en un impás de esos en los que pienso que no sé cómo seguir me lo bebo de un trago. Hace años que no escribo borracho, salud obliga, pero la máquina funciona por sí sola sin aditamentos, y de los clichés que me vulgarizan ese es el que menos me importa. Mi sombrero sí me importa, los tirantes no tanto. Pero estoy cansado, mucho. Y no me gusta escribir cansado; no debo escribir cansado. ¿Qué estoy haciendo entonces? Escribir con agujetas está bien, siempre y cuando el cuerpo desnudo que miramos dormir se muestre tranquilo mientras tu te afanas en teclear para escapar de la justicia. Por algo digo que me importa mi sombrero. Pero hay cansancios que no son buenos consejeros. Fatiga, somnolencia, falta de sueño en una palabra, acompañado por una espacie de marcha a ralentí de un cuerpo agotado del que nos es imposible disociarnos. 

Han pasado muchas cosas pero del mismo modo todo sigue igual. 

Debería estar contestándole un correo a alguien, alguien que no sé qué rostro tiene pero que me habla con una cercanía que no sé cómo agradecer. Será el sentimiento de soledad, sin ser esa soledad en la que la mayoría piensa inmediatamente; es de la otra. Siempre es de la otra, siempre es otra.  Mi cubículo espacial recibiendo transmisiones como teletipos que hemos de recomponer para seguir en marcha. Se me plantea la idea de reescribirlo todo. Y sé que tiene razón, pero no sé encontrar las fuerzas. Y menos esta noche. Gélida. Palabra. Antes tenía la manía, antes, de recurrir a la libreta del bolsillo, cuando no se me había impuesto este "flotador-blog-salvavidas de idioteces-ventana indiscreta" de manera tan recurrente como ahora, relegando la escritura manual a manierismos de pequeño burgués. Antes, como decía, escribía en una libreta todo, y a veces escribía "una palabra: lucernario; un número: 4; una sensación: modorra". Tal vez esa sea la forma en la que más cerca he estado de escribir eso que llaman "diario". Pero como digo, hace años que no lo hago. Abro libretas viejas y leo esas cosas. Pero esta noche otro alguien me escribe y me dice que reescriba, por mí y por la historia. Y me pregunto muchas cosas. Y sé que todo lo que me pregunto es una excusa para no hacerlo. Mantener la mediocridad aceptada es una manera de evitar defraudarse aún más a sí mismo. No es lo mismo tirarse desde un segundo que hacerlo desde un octavo. Los sesos sobre el asfalto no dicen nada de la euforia que pudiste sentir en la caída. Las escaleras cansan y te quedas siempre a medias. La sonrisa no tiene sentido. El problema es que lo haré, o al menos lo volveré a intentar. Reescribiré todo de nuevo, volveré sobre mis pasos y haré un palimpsesto de ese niño normalito y del montón que salió. El que me escribe (el caballero que me escribe, el compañero que me escribe, el soberbio desconocido que me escribe)  me dice cosas que me han dicho antes pero que hasta hoy me he negado a oír por esa estúpida excusa occidental (americana, burda y complaciente excusa) de "creer en uno mismo". Esta noche decido que lo voy a hacer pero aún sabiendo que no conseguiré nada, acaso pulir el desorden, mostrar  caminos despejados ahí donde dejé crecer hierba descuidadamente, poco más. Tal vez debería regalarla a quien me lo pidiera.

¿No dije que no debía escribir cansado? ¿Dónde he estado todo este tiempo? Todo este tiempo, ¿desde cuándo? La entrada anterior a esta no cuenta por ser la transcripción de un poema, de esos poemas que uno piensa que deberían leer en su funeral, así que la fecha a la que la acusación ha de agarrarse será de la última entrada en la que conté algo "de mí" y que ahora no recuerdo cuál fue. ¿Y entre medias? Materia Prima de La Tristura Teatro (háganse un favor y véanla si tienen oportunidad), gente, cosas, mensajes... Un cosmonauta recibiendo mensajes. That's the point. ¿Y dónde estoy ahora? Pongamos que haces unas prácticas de un curso en una fundación que ayuda a enfermos mentales a reinsertarse, prácticas gratis. Pongamos que cuando acabas lo importante te mandan pasar a limpio historias de pacientes (usuarios), historias clínicas y del equipo de trabajo social. Pongamos que lees cosas atroces, pongamos que lees y lees historias atroces. Diez, doce por día, y que pasas a limpio cinco o seis. Pongamos que esas historias tienen cara, pero tú no sabes cuál es cuál. Van, vienen, se toman su medicación, te saludan, hacen talleres, van d ela euforia a la depresión, del soslayo a la rabia oculta. Miradas. Pongamos que pasan los días y terminas agotado de leer tantas cosas atroces (van tres). Pongamos que preguntas a los compañeros cómo lo hacen para ser impermeables. No puede, nadie puede, pero a todo se acostumbra uno. Pongamos que tu vida sigue. Pongamos que te preguntas dónde está el límite. Pongamos que nadie dice nada. Pongamos que te asquea hasta la nausea la posibilidad de utilizar ese material de manera, digamos, literaria. Pongamos que lees cosas, historias, situaciones donde la locura está presente. Pongamos que comprendes, o crees comprender, pero sabes que no todo se reduce a componentes socio económicos. Pongamos que tú, meses antes, has escrito la historia de alguien que decían estaba loca. Pongamos que esos giros del destino no te hacen gracia, sobre todo cuando la historia que escribiste fue una historia fallida. Pongamos que rescatas de la estantería libros de Foucault. Pongamos que lees a trompicones. Pongamos que lees mal porque no tienes tiempo de leer. Pongamos que escribir de esta manera cansa (pongamos... pongamos...). Ahora estoy en otra. Es dificil quedarse en un sitio. Es difícil tener sitio. Digamos de nuevo que me prometí a mi mismo no volver a escribir cansado. ¿El motivo? Principalmente clicar al icono de publicar sin estar en condiciones decidir si todo eso que has escrito cansado es conveniente que salga del borrador. ¿Y quién está en condiciones de poder decidir eso? ¿Y quién ha dicho que siempre hay que contar algo? Yo, yo lo he dicho.. y sí, estoy cansado, pero llevo puesto mi sombrero, y "porque sueño yo no lo estoy" que repetía Leólo...

...¿estas seguro?


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...