jueves, 29 de agosto de 2013

Primera página de "Sobre hojas de humo"... y algunas disgresiones al azar...


Robar tiempo al sueño, acumular cansancio cuando ya no hay más cansancio y un poco más o menos no cambia nada. Ojeras perpetuas, sonrisa fácil, correcciones a deshoras, frases al azar y como límite siempre el maldito parné. Podria escribir algunas novedades respecto a la novela, a esta escritura y a cosas que pasan pero que nunca, nunca, e insisto en lo de nunca, se concretan en nada, así que es normal que a veces todo parezca un sueño. Pavel, el pequeño Pavel, ayuda a diferenciar sueño y vigilia; cada vez demanda más, y hace que todo se sobrelleve, incluso los latidos torpes que ensombrecen mis ratos cuando me encuentro a solas. El proyecto del nuevo libro se va concretando, pronto podré poner aquí cosas al respecto. De momento, la primera maqueta se está corrigiendo; todo se va perfilando, y parece que puede quedar algo decente (como proyecto, que luego se materialice, dependerá de muchas cosas, o al menos de una determinada cantidad de dinero que más o menos ya aparece clara entre los tachones, cuentas y palabras indescifrables que emborrono en mi cuaderno). Cuelgo la primera hoja del primer cuento del la primera prueba sobre maqueta. Ha cambiado la tipografía del título y una dedicatoria que aquí no aparece y que aparecerá; el resto se queda como está (el número de página también cambia, claro, ahora hay un prólogo que increiblemente he podido escribir a saltos como si de un Rob Gordon tras grabar una cinta recopilatoria o Jimmy Rabbite relajado en la bañera se tratase -añado que mi patito de goma (que cojo prestado a Pavel) no tiene sombrerito ni pañoleta, pero es igual de inspirador-). 
Sí, claro, estoy leyendo (lo que se puede), "La luz es más antigua que el amor" de Ricardo Menéndez Salmón, y también debería decir releyendo ("La literatura nazi en América", edición de Seix Barral, a saltos y como tributo). Estoy a punto de dejarme llevar por el triángulo de las bermudas que es la música de Ray Charles (te entran ganas de mandar el resto de discos a la mierda y abandonarte a la idea de que estás en 1958 y el soul es algo digno a lo que dedicar tu vida (esta noche me (re)veo "The Commitments", decidido), aunque la tormenta aún no es perfecta y llevo el salvavidas del decadente glamour europeista de los discos de los setenta de Roxy Music y el bote del decubrimiento de Ian Carr, así como la sesuda disección del disco de Black Star Riders y la comparación con lo que considero el mejor epígono que nunca ha habido de la música de Thin Lizzy, un grupo maravilloso y entrañable del que nadie se acuerda llamado Pride Tiger. Esta noche sigo corrigiendo. Sólo puedo prometer una cosa, el libro de cuentos que responderá al título de "Cardiopatías", obviando su contenido, va a quedar bonito, bonito...


martes, 20 de agosto de 2013

Lice de Luxe. Los piojos pobres se columpian en la alambrada del vacío


Hace cinco minutos me he acordado de una obra de teatro que vi hace años. Escribo esto por la extrañeza y la sonrisa que ha surgido en mi cara. Estaba escuchando el "Bad as me" de Tom Waits y nada más empezar ("Chicago") me ha venido a la memoria esa obra como un fogonazo. Por un instante he estado tentado a creer que esa canción sonaba durante esa obra, pero eso es imposible, la obra es varios años anterior. Hace años yo dirigí un festival de teatro, el Festival Lazarillo, FITC se pasó a llamar cuando yo lo dejé; me hice cargo de él junto a alguien a quien sigo llamando amigo cuando, hasta ese momento, ninguno de los dos habíamos tenido contacto con ese mundo más allá de ser ocasionales y complacientes espectadores. Luego me hice cargo yo, ayudado por Elena y sufriendo los ecos de telenovela que alguien se empeñaba en hacernos estar envueltos y al cual hace tiempo que dejé de intentar comprender. Ahora recuerdo esos años con una sonrisa, al menos ya no me da coraje, pero durante muchísimo tiempo fue algo que me amargó, sobre todo porque me fue imposible hacer remontar el vuelo mínimamente a dicho festival, así que abandoné, cansado de combatir con el enemigo en casa, harto de politicuchos sin miras (la cultura, ah, la cultura), cansado de mi vida y de lo poco que esta parecía avanzar, como un Sísifo sin cadenas chocando contra un muro que no iba a poder derribar nunca. Ese es el momento que a veces uno se encuentra frente a sí, cuando descubres que esa no es tu guerra y que, lo más importante, no estás dispuesto a que ella te arrastre más. Por esos años, cuando estaba llegando a ese punto, trabajaba en una productora teatral en Madrid, una muy modesta pero muy extraña (vista ahora y desde ahora) con un jefe peculiar que se empeñaba en meterme en mi cabezota que yo era una causa perdida, que mi destino era estar metido ahí, como un beatnik sin solución, peleando con gigantes y sin posibilidad de encontrar nunca la calma. El teatro como causa perdida. El romanticismo llevado al extremo. Una muerte ridícula de la que me salvé cuando descubrí el cartón piedra del que estaba hecho más de uno... Pero estaba diciendo que me acordaba de una obra en concreto... "Lice de Luxe" se llamaba. Una de las cosas más bonitas que he visto nunca (y me niego a hacer recuento, ni siquiera circunscribiéndome a dicho festival). Fue en el año 2004. Joder con el tiempo... Me bastaron unas fotos, un dossier de prensa y un pequeño vídeo para enamorarme de esta obra. "Lice de Luxe", "Piojos de lujo", era a la vez el nombre del espectáculo y el de la compañía. Un grupo de daneses relacionados con el circo decide emigrar a Barcelona en 2002. Karl Stets (el único que sigue actuando, parece), Katja Amtoft y Steffen Lundsgaard formaron la compañia, y se lanzaron a ensayar, a confeccionar una espectáculo precioso, donde cada detalle era importante, vestuario, gestos, música, escenografía. Pero todo de una modestia dolorosa. En 2003 estrenaron el espectáculo en una casa ocupa, y después no pararon de actuar. Festivales de Dinamarca, Suecia, Italia, Francia, Islandia, Argentina, Perú, España... Se adaptaban a cualquier lugar, teatros, carpas de circo y plazas o rincones en la calle. Mientras yo estuve "trabajando" en ese festival, a menudo me topaba con la pregunta de qué podía ser eso del arte total y que Artaud pensó que en ningún otro lugar como en el teatro para encontrarlo... Y en ningún otro lugar tan efímero, si es que yo puedo tener la osadía de puntualizar algo que tan bien dijo Antonin. He visto obras maravillosas de las que apenas hay rastro, he visto obras varias veces en donde una vez encontré magia pura y en otras no tanta. El teatro es algo que al final sólo queda para quien estuvo involucrado. Ningún arte más efímero, ni ningún otro donde la conexión (cuando se da) entre quien actúa y quien asiste pueda ser tan brutal. En "Lice de Luxe" tres personajes actuaban, tocaban instrumentos, hacían malabarismo, bailaban... vivían en un escenario con tres alfombras, un trapecio, un armario, un teclado y una mesa. Con esta estética minimalista, el Doctor Fetz (Steffen Lundsgaard), Kimberley (Karl Stets) y Ursula (Katja Amtoft) mostraban una trama sencilla, pero llena de significado. El espectáculo se definía como circense, pero era algo más. Era bohemia polvorienta en un siglo que no era suyo. Trashumantes aparentemente perdidos en un mundo al que se dedicaban con ahínco hacerlo brillar. Era Ubú mugriento resplandeciendo y liberado de la miseria. Era la estirpe del nomadismo más bello, donde el Doctor Fetz encarnaba un Fausto modesto y apaleado. Mientras la gente se acomodaba, el espectáculo ya estaba ahí, como si la irrupción del público fuese casual en un devenir que seguiría férreo en su decadencia cuando abandonásemos la sala. Éramos parte del espectáculo.

Doctor Fetz, Ursula y Kimberley

Lo programé en un parque. Me hubiese gustado hacerlo en una fábrica de harinas abandonada, ocuparla y meter allí ese precioso espectáculo, pero no puedo ser. La misma historia de siempre. Recuerdo que estábamos esperándolos para montar a media tarde, sentados a la sombra José Luis (uno de los técnicos) y yo, cuando sonó el teléfono. "Ya estamos allí" me dijeron en un perfecto y candoroso español, quizá con demasiado soniquete. "Nosotros también", dije. "Pues no os veo, nosotros estamos en el camión azul, en la plaza del parque donde hemos quedado"... "Pues nosotros también, y no vemos el camión...". Silencio... "Un momento", dije. "¿Dónde estáis?" "En Manzanares el Real", me contestaron como sabiendo lo que yo iba a decir... "El festival es en Manzanares, Ciudad Real". "Ostias, ¿y estamos muy lejos?". Lo preguntó como si nada, con una tranquilidad pasmosa; ni siquiera se rió ni se mostró preocupado. Eran las seis de la tarde y el espectáculo era a las diez y media. José Luis me miró y yo le conté lo que pasaba poniendo la cara más tonta que pude. Sopló y a mí me dio por reír. Al otro lado del teléfono yo escuchaba ruido de papeles y frases en un idioma que no entendía. "No pasa nada", escuché al final, "en hora y media estamos ahí", y colgaron... Yo seguí riendo un rato, aunque estaba agotado y decidí no pensar. Cogí una botella de agua y me senté. Llamé a Elena y a varios de los chavales de la asociación que nos ayudaban para que cuando llegaran pudiésemos montarlo más rápido que pudiésemos y, como ese día no había otro espectáculo, esperamos conjurando al nerviosismo. A la hora y media apareció una furgoneta destartalada azul, viejísima, soltando humo y chirriando por todos lados. Parecía un sueño de Fellini; si era un broma, era cojonuda, y si resultaba que la obra había empezado ya, yo decidí disfrutarla a tope. El furgón giró en la esplanada y, sin parar, se bajó un tipo enorme corriendo, me dio la mano, se presentó, Steffen, preguntó a qué hora venía el público y cuando se lo dije, me contestó, sin problema. Aceptó la ayuda para descargar, pero después dijo que sobraba gente y que montaban solos, sobre todo el trapecio ("si algo falla, que sea culpa nuestra", dijo). De la puerta del conductor se bajó un tipo delgadísimo, rapado, más alto que el primero, sonriente pero algo serio, "soy Karl", me dijo, y me miró a los ojos (aún me acuerdo) esperando algo, no sé el qué, hasta que dijo "¿preocupado? no vale la pena, va a salir una función cojonuda". Su acento era más basto que el de Steffen, y la impresión era más surrealista incluso. Después de bajó Katja, que estaba asombrada con la cantidad de gente que allí estábamos esperándolos. Se marchó casi todo el mundo y nos pusimos a montar. Ese fue uno de esos momentos en los que te sientes feliz, preocupadísimo, pero feliz. Yo sabía que decorado había poco, pero el  trapecio era lo más importante, y Katja no paró de revisarlo y revisarlo mientras Steffen y Karl la cuidaban de una manera preciosa. Todo se hizo bien y la función salió a tiempo. Ya cenaríamos después... Aunque había visto el espectáculo, estaba nervioso, mucho, por verlo otra vez y por esperar que gustase, aunque sabía que común no era esperaba que hubiese gente que conectase con él. Steffen se convirtió ante mis ojos en El Doctor Fetz, que empezaba a  acomodar, a hacer de perfecto anfitrión. Karl, ya como Kimberley, parecía más alto, más delgado y más desvalido. Katja se había convertido en la preciosa y loca Ursula. La función empezó, o la gente creyó que empezaba cuando realmente nunca había terminado. El Doctor Fetz, hizo algún truco de malabarismo y cantó algo mientras se iba descubriendo la trama, donde él era un amante no correspondido, además de jefe explotador. La historia podría resumirse en un triángulo amoroso, pero un exceso de celo y de arrogancia hacía que las simpatías se dirigieran hacia su acosada subalterna Ursula y su maltratado pianista Kimberley. Sin embargo, el Doctor Fetz nunca perdía la simpatía y al final también acababas amándolo, ya que él también es parte de ese circo pobre que da todo de sí por llevar adelante el espectáculo.


Los números se sucedían, y el ambiente cambiaba, como si Terry Gilliam hablase ruso y su decadencia iluminase el aire que rodeaba todo. acrobacias, música. El dominio corporal que desplegaban era asombroso (usar el trapecio de cabeza o sin usar las manos, malabarismo con múltiples sombreros o pelotas, usar una cuerda como si fuese un bastón, etc). Los instrumentos parecían vivos de puro híbridos que eran (una trompa con teclado de viento accionado con un fuelle de pedal). Como llegaron, se fueron... The circus has left the town... Fue una noche mágica de la que no quedó ningún rastro, nadie la fotografió ni la filmó ni apareció en los periódicos nada más que las obvias notas de prensa reproducidas... ni de mí queda tampoco rastro... Una puta maravilla de la que no queda nada...





Compruebo que Karl Stets es el único que sigue en activo, con su magia y su imponente presencia. Hace demasiado tiempo de todo...
Compruebo también que el festival sigue, que afortunadamente sigue, contra todo y a pesar de todo, sigue... 
http://www.lazarillotce.es/

Karl Stets, Steffen Lundsgaard y Katja Amtoft

sábado, 10 de agosto de 2013

La primera escena de "la muñeca rusa" contada como un relato para ser narrado en voz alta con música de Tigran

Hace ya varios meses, una amiga que participa en cosas de cuenta cuentos como talleres y certámenes de narración oral, me preguntó si podría resumirle “La muñeca rusa” en un par de hojas y además hacerlo de manera que se pudiese contar en voz alta y se entendiese. Así de primeras me pilló un poco a destiempo y me pareció imposible, o al menos imposible para mí. De todos modos le dije que sí, primero porque es encantadora, y después porque ella siempre me hace todos los favores que le pido cuando necesito algo de la Biblioteca donde trabaja. Como me seguía pareciendo que yo no era capaz de hacer lo que me había pedido, al principio desistí, pero tampoco quería dejar correr el tiempo lo suficiente como para esperar que ella se olvidase de lo que me había pedido. Creo que volvimos a hablar del tema, tal vez ella me preguntara o quizá yo le pregunté si le valdría otra cosa o qué, pero al final me dijo que con que le contara la historia de Milos e Irina tendría suficiente. No sé qué le hizo creer que eso sería más fácil, pero el caso es que así quedó la cosa. Ya antes, otras personas me habían preguntado de qué iba “La muñeca rusa” y  no había sabido dar una respuesta coherente, por lo que opté por no agobiarme y un día intenté hacer algo, aunque solamente con el primer capítulo. Imaginé recrearlo como si fuese una escena de una película o como uno de los cuentos nunca publicados en vida de Ilf y Petrov, pero como si los estuviese contando alguien un tanto torpe a otro que no lo es tanto, como esas cosas que se cuentan como si nada acodado en la barra de un bar o en una cena con amigos. Aún no le he preguntado si lo ha llegado a utilizar o no, pero así es como quedó:  

Foto: Josef Koudelka

"Esta historia comienza la noche en la que los tanques soviéticos entraron en Praga en 1968. Una habitación en un edificio comunitario, una ventana y un hombre asomado sin cuidado viendo un tanque pasar en dirección al Moldava. La ventana se cierra y el ruido de una tetera cuya agua echa a hervir. Un hombre, veintidós o veintitrés años. Al observar su habitación se diría que ese hombre es carpintero, o quizá un fabricante de marionetas u otra clase de artista o artesano cuidadoso y perfeccionista aunque también algo caótico. La habitación está llena de pequeñas figuritas de madera, de alambre y de barro. Sobre la mesa que hay al lado de la ventana descansan varias figuritas de mujer hechas de madera y de barro. Si las pudiésemos apartar veríamos debajo hojas con montones de dibujos del rostro de una misma mujer. Una mujer de unos veinte años. Si viéramos con detenimiento esos dibujos la podríamos ver llorando, triste, seria, sonriendo, y una, el dibujo más acabado, de ella mirando fijamente al frente, a nosotros, si como digo fuésemos capaces de ver despacio esos dibujos. Es ahora cuando descubrimos que ese hombre realmente trabaja como celador en el sanatorio psiquiátrico que hay a las afueras de Praga gracias a un carnet con su foto tirado en la mesa entre todas esas cosas. Ella es una de las internas. Él, que se llama Milos Meisner, aunque se gana la vida como celador, realmente ha estudiado arte y ha trabajado como escenógrafo en los estudios de cine Barrandov, uno de los más famosos de Europa, pero la censura, el hastío y su propio carácter esquivo hicieron que quisiese trabajar de otra cosa, quizá ayudando a gente, concretamente a gente loca; quizá por ello podríamos decir que Milos Meisner se preocupa por los demás, pero a lo mejor realmente acabó trabajando en aquel psiquiátrico porque fue el único sitio en donde consiguió que le aceptasen. Él está enamorado de una de las pacientes, y la cuida con paciencia y la escucha. Es el único que escucha a esa desvalida mujer que hace poco ha dejado de ser niña, venida de Rusia sin que nadie sepa porqué o enviada por quién y que dice ser la hija de un cosmonauta soviético perdido en el espacio por culpa de una misión espacial fallida con destino a la Luna. Ella se llama Irina Belokoneva y lleva en el psiquiátrico de Praga dos años. Ella le ha contado a Milos una rocambolésca historia acerca del que dice fue su padre, amigo de Yuri Gagarin y ahora perdido dios sabe dónde por los confines del espacio. El dolor por la desaparición de un padre se quedó en nada cuando las autoridades, quizá el KGB aunque igual todavía no se llamaba así o quizá ya había dejado de llamarse así, le dijeron a Irina que estaba loca, que nada de lo que ella decía era verdad, que su padre no era cosmonauta, que no fue a la Luna, es más, le dijeron que ella no era realmente ella, que estaba sola, que no tenía a nadie, y que estaba completamente loca. Irina sobrevivió al dolor de la soledad, al dolor de una muerte inimaginable de sus padres, al dolor del recuerdo y al dolor de su propia locura provocada.

La noche que los tanques soviéticos acabaron con el sueño democrático de los checoslovacos, Milos miró al cielo y vio la luna llena sobre el cielo de Praga. El ruido de los tanques y los aviones inundaba todo. Por un momento sintió miedo, justo cuando un obús explotó demasiado cerca de esa ventana, de esa casa y de esa calle de Praga, pero no quiso seguir pensando en su miedo, no quiso seguir dándole forma, no quiso pensar en qué estaría pensando Irina. Si por un instante hubiera reaccionado al terror de los tanques, quizá hubiera sabido que Irina en ese momento estallaba de locura y dolor en el sanatorio donde él la había cuidado, como todos los días, unas horas antes, en esa habitación con el número 312 clavado en la puerta, donde le había llevado la cena y le había dejado un pijama limpio, donde le había hablado despacio, donde le había vuelto a escuchar una vez más cómo le contaba algo sobre su padre, sobre la luna y sobre las voces que aún escuchaba por las noches, donde él le había acariciado la mano furtivamente, donde la había dejado sentada, sin atreverse a decirle, ni a ella ni a nadie, que estaba enamorado de su rostro, de su cuerpo y de su locura, y que haría lo que fuera para curarla, para devolverla a la tierra desde ese espacio donde vivía, entre la luna y la tierra. Milos no vió cómo aquella noche Irina comenzó a temblar al oír las explosiones, aunque lo peor vino cuando escuchó en los pasillos a los enfermeros correr diciendo que los rusos habían entrado a la ciudad con tanques y ella supo que estaban allí por ella, que había ido allí buscándola para que no contase a nadie más su historia. Fue entonces cuando comenzó a gritar, a pedir ayuda, a golpearse contra las paredes, a llorar, a llorar y a llorar hasta que una inyección la calmó lo justo para el electroshock que la hizo perderse para siempre. Todo en la misma noche, con Milos pensando en su habitación cómo huir de todo, cómo dejar su país, quizá con ella, lejos de todos los sueños rotos, de todas las esperanzas que aquella noche de verano de 1968 estaban siendo aplastadas bajo el olor a gasolina polvorienta de los tanques y las ruedas embarradas de los camiones llenos de soldados... A pesar de todo, aquella noche Milso Meisner durmió plácidamente y soñó con Irina, con cosmonautas, con caballos, con la cara oculta de la Luna y con el mar, un mar que aún no había tenido la posibilidad de ver; soñó que escapaba, que se marchaba pero no se perdía, que amaba pero no amaba, que pisaba la Luna sin billeta de vuelta y que respiraba extrañamente tranquilo bajo la escafandra en un planeta mutilado como un pez sin futuro."
http://elcaimansincopado.blogspot.com.es/p/como-comprar-la-muneca-rusa.html

miércoles, 7 de agosto de 2013

El fin de una editorial nonata y el rescate de un libro que busca su justificación cual salteador gafe

Al final no creamos la editorial, no ha sido posible, lo cual no quita para que la Internazional Samizdat siga funcionando como hasta ahora, a la espera de la patada en la puerta y la confiscación de esta sofisticada máquina de escribir y de todo tipo de documentación relacionada. No ha habido quórum, no ha habido puesta en común. Obviando las rencillas personales que todo esto ha podido causar y que no vienen a cuento, obviando el agotamiento emocional que también haya podido causar este auge y caída en la trastienda de un sueño truncado, he de decir que las cosas, en vez de desaparecer, se han colocado de determinada manera, quizá como al principio, pero no del todo igual. 

Imagen, Andrea Hauer
Lo que no ha cambiado es la arrogancia de seguir publicando a pesar de los rechazos y a pesar de la indolencia.


Ser editor es un oficio hermoso, debe ser de los oficios más bonitos y crueles que existen, y por más que a mí me gustaría entrar en él, de momento es imposible, pero aún así no quiero olvidar dos cosas: Que es un oficio alto burgués que, salvo alguna que otra excepción, está totalmente inmerso en el engranaje capitalista, es decir, que la ejercen quienes tienen dinero y con el cual intentan sacar plusvalía de algo que les es ajeno; y dos, que no quiero renunciar a mi trabajo, esto es, que quiero seguir disponiendo de lo que escribo como mejor me plazca y que, antes de ver publicado mi trabajo bajo cualquier sello renunciando con ello incluso a cualquier tipo de remuneración, prefiero jugarme mis cuartos dirigiendo yo todo el proceso y renunciando, ahora sí, a una más que hipotética y dudosa relevancia y a una mayor distribución. Este segundo argumento tendría peso si hubiera recibido alguna oferta y se me hubiera planteado realmente de facto por cuánto y por qué estoy dispuesto a vender mi trabajo, pero como no ha sido así, sigo por libre… Mejorando, o intentando mejorar la experiencia y renunciando totalmente a crear una Editorial al uso pues, por mucho que discutamos, discurramos, soñemos e imaginemos, eso es algo inalcanzable (ni podemos, ni somos capaces, ni queremos; como dice el dicho "entre todos la mataron y ella sola se murió"). Las mejoras con respecto a lo que supuso la edición y publicación de “La muñeca rusa” vienen principalmente en la infraestructura y en el carácter que envuelve el proyecto de edición. La maquetación de “Cardiopatías” ya está en proceso, así como la elaboración de la portada y el diseño tanto exterior como interior. Como La Internazional Samizdat no es una editorial pero sí un proyecto de edición y publicación, estamos dándole vueltas al concepto, si es que se le puede llamar así, reduciendo todo a su significado más artesanal posible. Como seguimos siendo pobres, la idea es jugárnosla en Verkami con un crowdfunding que nos ayude a publicar. Cuando el libro esté y sepamos cuánto nos cuesta sacarlo, imprimiremos pruebas de todo lo que acompañará al libro (y que seguirá siendo parte del libro) y explicaremos en qué consiste todo, así como también diremos las diferentes maneras como se podrá colaborar y ayudar para que vea la luz. Como jugar al cuento de la lechera con las reservas y con lo que fueron las ventas de “La muñeca rusa” no nos vale esta vez (la mayoría de las hipotéticas ventas de “Cardiopatías” vendrán de lectores de “La muñeca rusa”, por lo que sería muy aburrido, tanto para ellos como para el que aquí escribe, repetir el proceso y publicar “simplemente” otro libro). Queremos hacer algo más bonito (y digo queremos porque incluyo lo que Iván quiere hacer y  lo que Andrea quiere hacer), algo que dignifique al libro y que de sentido a su publicación.

Una vez tomada la decisión de que ya está bien de fustigarse con dudas acerca de la calidad o no de lo escrito (esa sombra de la que nunca, nunca, nunca, me desprenderé y que es más cruel cuanto más rechazos se añaden y cuanto más por libre decido ir) y una vez revisados a conciencia y a manos llenas los relatos que formarán parte de “Cardiopatías” (9, compilación de cuatro singles más el bonus track de “La ciudad trenzada”), la idea es que Ned, Nikochan, Lu, Macarena, Charo, Jesús, y ese par más de decenas que han decidido dar carta blanca o patente de corso o indulto de gracia a lo que escribo comprando la historia de Milos Meisner, puedan, si quieren, tener algo más que “otro libro” de relatos del torpe dueño del caimán. De momento, y por lo que respecta a este espacio, me prometo a mí mismo intercalar escritos ajenos al nuevo libro entre las noticias del mismo.

Cosas del Colectivo el Quiltro

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