viernes, 31 de diciembre de 2010

De cenas cordiales y mañanas tontas

El futuro es incierto y críptico...
Ayer cené en casa de unos amigos, estaba solo y surgió de improviso. Ramón vino a que le envolviera un regalo que había comprado para su amigo invisible y al final acabé cenando en su casa, con su guapa santa y sus hijas. Mientras preparaba la ensalada me atiborré de pepinillos con la más pequeña, de dos años, poniendo caras por el vinagre e intentando descifrar ese lenguaje chapurreante y lleno de lógica de esos seres tan chicos y sin dobleces. Cuando nos quedamos solos los tres, con la casa en silencio, cenamos y comenzamos a hablar. Que no son tiempos de chanza y comentarios pizpiretos es evidente, pero lo nuestro ayer fue un poco sombrío, y no eran únicamente penas personales (que algunas hay, como en toda casa de vecino) sino en general. Él es profesor de instituto, ella trabajadora social en un pueblo cercano donde siempre da el sol, yo librero. El trío calavera éramos ayer, pero al menos, pasadas las doce, alguien, no sé si yo, dijo que estaba bien sacar todo lo malo fuera, aunque se nos quedase cara de acelga entre suspiros y sonrisas aviesas, como exorcismo de sobremesa, y dejarlo partir; nos faltó hacer un pira en el patio con todo eso escrito, sellado, lacrado y mandarlo al carajo entre llamas de Belcebú reconfortantes y calentitas. Fue como si estuviésemos en una cena filmada por Aristarain y este se hubiese ido a por el postre dejándonos solos comentando la jugada y no hubiera vuelto.

...pero siempre nos quedará cantarle a la Luna
Este post no es de resumen del año, simplemente quería anotar la agradable cena, los comentarios cercanos, las sonrisas a pesar y sin pesar, los años que hace que nos conocemos, lo que nos une y lo que nos separa pero no nos distancia, las expectativas que atesoramos y los sueños que aún tenemos indemnes y a salvo de las derrotas. En la Pecera suena uno de los programas de radio de Bob Dylan (Bob Dylan 's Theme Time Radio Hour) el programa 14, dedicado al Diablo. Suenan las campanillas de la puerta de vez en cuando, pero no con insistencia, escribo al vuelo, como casi siempre. La voz de Dylan suena reconfortantemente cercana, presenta a Grateful Dead. Vendo el último de Paul Auster. Recuerdo que debía de haber comprado el periódico. Bod dice algo sobre Elvis que me cuesta entender. Me pregunto qué coño estoy escribiendo. Hoy es el último día del año. Busco en el youtube "Thing have change" y la pongo, siempre tuve querencia por esa canción de Dylan. Paro y pienso en buscar las canciones de Dylan que tienen la palabra "change" en el título, pero al final no lo hago. Vendo el último ejemplar que me quedaba de Ken Follett. Aún no he decidido si abro esta tarde. Recibo un mensaje por si me apetece una caña antes de comer. Entran cinco personas y un cochecito de niños y parece que la tienda está abarrotada. Tecleo mientras oigo cómo cogen libros. Un padre se gana mis simpatías al comentarle a su hija que el de la foto que tengo al lado de la pizarra es Bogart en el Halcón Maltés, pero esa sensación desaparece cuando me pregunta si no tengo cómics más normales y señala "Megalex", el último de Alejandro Jodorowsky y Fred Beltrán. No respondo, Dylan pone "Way Down in a Hole" de Tom Waits y yo subo el volumen sutílmente. Se marchan, preguntándome antes si abriré esta tarde. "Creo que sí" digo, y me miran raro, aunque sonriéndome. Recuerdo le cena de ayer, me pregunto si mi enfermera favorita se habrá levantado ya  y cómo habrá sido su noche de guardia. Recuerdo la película "La primera noche de mi vida" de Miguel Albadalejo, y no sé por qué, no era una gran película, aunque se dejaba ver. Dylan despide su Theme Time Radio Hour, yo también. Echo la verja y pongo a todo volumen una de las canciones del que será uno de los grandes discos del 2011.
Ciao, primera década del siglo XXI, ciao 2010.





miércoles, 29 de diciembre de 2010

Sobre las máquinas de escribir en Trópico de Cáncer

Seis veces escribe "máquina de escribir" Henry Miller en Trópico de Cáncer. Por orden....

"He trasladado la máquina de escribir a la habitación contigua, donde puedo verme en el espejo mientras escribo."

"El día va avanzando a buen paso. Estoy arriba, en el balcón de la casa de Tania. El drama continúa abajo, en el salón. El dramaturgo está enfermo y desde arriba su cráneo desnudo parece más escabroso que nunca. Su cabello es de paja. Sus ideas son de paja. También su esposa es de paja, aunque todavía un poco húmeda. Toda la casa está hecha de paja. Aquí estoy en el balcón, esperando a que llegue Boris. Mi último problema -el desayuno- ha desaparecido. He simplificado todo. En caso de que se presenten nuevos problemas, puedo llevarlos en mi mochila, junto con mí ropa sucia. Estoy despilfarrando todo mi dinero. ¿Qué necesidad tengo de dinero? Soy una máquina de escribir. Se ha apretado el último tornillo. La cosa fluye. Entre la máquina y yo no hay separación. Yo soy la máquina..."

"La Pascua llegó como una liebre congelada... pero en la cama se estaba calentito. Hoy vuelve a hacer bueno y por los Campos Elíseos, al atardecer, es como un serrallo al aire libre atestado de huríes de ojos negros. Los árboles están completamente cubiertos de follaje y de verdor tan puro, tan rico, que parece como si todavía estuvieran mojados y resplandecientes de rocío. Desde el Palais du Louvre hasta Etoile es como una pieza de música para pianoforte. Hace cinco días que no toco la máquina de escribir ni miro un libro;  tampoco se me ha ocurrido ni una sola idea, salvo la de ir al American Express. Esta mañana, a las nueve, ya estaba allí, justo cuando abrían las puertas, y he vuelto a la una. Sin noticias. A las cuatro y media salgo como una flecha del hotel, decidido a hacer una última intentona."

"Un día mi amigo Anatole vino a verme. Nanantatee quedó encantado. Insistió en que Anatole se quedara a tomar el té. Insistió en que probase las tortitas de grasa y el pan rancio. «Has de venir todos los días -dijo-, a enseñarme ruso. Un idioma muy bello, el ruso. Quiero hablarlo. ¿Cómo dices eso, Endri? Repítelo: ¿borsht?  ¿Quieres escribírmelo, Endri, por favor?...» Y tengo que escribírselo a máquina, nada menos, para que pueda  observar mi técnica. Compró la máquina de escribir después de haber cobrado la indemnización por  el brazo, porque el doctor se lo recomendó como un buen ejercicio. Pero pronto se cansó de la máquina: era  una máquina inglesa."

Henry Miller’s Typewriter at the Henry Miller Library, Big Sur:

"A petición de Swift, había empezado a dejarme crecer la barba. Decía que la forma de mi cráneo requería una barba. Tenía que sentarme junto a la ventana con la Torre Eiffel detrás de mí, porque él quería que saliera también en el cuadro la Torre Eiffel. También quería que se viese la máquina de escribir. Kruger cogió también la costumbre de pasar a visitarnos por aquella época; sostenía que Swift no sabía nada de pintura. Le exasperaba ver cosas desproporcionadas. Creía en las leyes de la Naturaleza, implícitamente."

Máquina de escribir de Henry Miller, Big Sur, California

"Hasta que no me hube sentado y no hube contemplado despacio la habitación, no me di cuenta de que estaba otra vez en París. Era la habitación de Carl, no había duda. Como una jaula de ardilla y un cagadero a un tiempo. Apenas había espacio en la mesa para la máquina de escribir portátil que usaba. Siempre era igual, tanto si tenía una gachí como si no. Siempre un diccionario abierto sobre un volumen del Fausto de cantos dorados, siempre una petaca, una boina; una botella de vin rouge, cartas, manuscritos, periódicos viejos, acuarelas, una tetera, calcetines sucios, mondadientes, sales de Kruschen, condones, etc. En el bidet había cáscaras de naranja y los restos de un bocadillo de jamón." 


(A veces sueño que) soy henry Miller


viernes, 24 de diciembre de 2010

El transportista lector

Posteo al vuelo. Miro la librería, sentado en el taburete tras el mostrador y siento algo de pena, pero no sé el motivo de la misma. Estaré cansado. La culpa de todo la tiene el blues, que ha estado sonando casi todo el día, y de la gente que compra libros para regalar como quien compra una mascota de la que se cansará a la semana, y de que me pregunten qué libro está mejor, si el último de Mendoza o el Follett. Aprovecho que acabo de cerrar, saboreo este instante de tranquilidad en la Pecera para teclear sin pensar antes de marcharme a casa. Durante el resto del año los momentos de tranquilidad abundan en la Pecera, pero hoy es Nochebuena y nadie puede entrar en casa más tarde de las 8 sin algo bajo en brazo, da igual si es un libro o no. Yo iré con las manos vacías. Sorry. "Dame lo que sea para mi madre" me  ha dicho hoy un chaval de no más de 15 años. A veces me siento dolido, como si entraran en mi casa, mirasen mi biblioteca y cogiesen algún libro que yo revendo porque necesito dinero, y me duele que les dé igual lo que cojan. En el fondo es así, la Pecera es como mi casa, sobre todo viendo lo pequeña que es la tienda y, aunque ya no tan a menudo, porque duermo encima, en un estudio cartujo y lunático con la ventana rota y con manchas de humedad en las paredes, donde escribo todo eso que, salvo excepciones, no muestro aquí. Por eso me da pena que haya gente que se lleve libros sin importarles lo más mínimo; se podrían llevar 200 gramos de choped y daría igual, incluso sabes que se lo entregarán a sus madres, novias o padres como regalo con la misma cara de beatos canallas con la que se hacen los porros y miran en culo a las chicas de rimel lascivo y talle bajo. Yo nunca he regalado un libro que no hubiese leído antes, salvo, claro, cuando sabía que el susodicho o la susodicha quería un libro en concreto. Pero las cosas son así, tampoco sé por qué me quejo, la verdad. Mis contradicciones, supongo, que me pierden. Me sorprende la gratuidad con la que se viven y hacen ciertas cosas, nada más, tampoco me voy a poner ahora en plan santurrón cínico. Hace tiempo que convivo con los best seller y con la literatura sin maniqueísmos, no es eso de lo que estoy hablando (de vez en cuando viene bien variar la dieta, pero comer sano es importante. Un exceso de Dan Brown o de vacuidad vampírica adolescente puede provocar serios daños mentales. Como el cine palomitero, puede ser divertido de vez en cuando, pero de vez en cuando, y ya). hablo de currártelo. Que tu madre diga que le gusta en cine no significa que le lleves a ver cualquier bazofia para Navidad y encima esperes que te lo agradezca.

De todos modos, prefiero acordarme de los clientes que animan a seguir sintiéndome librero, esa media docena, o un poco más, de la que quizá no sepa los nombres de la mayoría pero que ennoblecen la Pecera. Hay uno en particular que hoy ha vuelto, un conductor de camiones que cada quince días viene a por una novela y que ha crecido como lector por sí solo, y yo lo he visto. Vino por primera vez hace casi tres años. Me confesó que no tenía hábito de lectura y quería que le recomendase algo. Se llevó "Los hechos de Rey Arturo" de Steinbeck. Hasta la semana pasada yo no sabía que era transportista. Me lo dijo mientras comentábamos algo sobre la extensión del último libro que se llevaba; "es que esta vez me toca un viaje largo", me dijo. Después de tanto tiempo ya tocaba estrechar lazos. Se ha aficionado a leer en sus trayectos y ahora no puede dejarlo. Él hace trayectos, no viajes, me puntualizó. Los viajes los hago por placer; cuando me toca llevar algo por trabajo, hago trayectos, me dijo también. No le aplaudí ni le abracé, pero tuve ganas. Tiene voz nasal y  ojeras de lumpen mal remunerado, aunque sonríe siempre que entra y más de una vez  me ha echado la bronca por dejarle llevarse algún truño que otro. Antes me pedía consejo; ahora le gusta mirar y elegir por sí mismo. A mi pesar, Italo Calvino no le gusta ("El barón rampante" lo cogió demasiado pronto, me temo) pero Sandor Marai le ha gustado bastante. Ya va teniendo sus preferencias y yo le dejo solo, él sabe que me gusta que venga a mirar tranquilamente y últimamente husmea como pez en el agua. Hay algo que sólo hago con él, cuando quiere probar alguna lectura nueva, le dejo que se lleve el libro y yo le digo que si lo empieza y no le gusta que me lo traiga y lo cambie. A nadie más se lo digo. Es duro dormir en un camión, aparcado en una vía de servicio y leer un libro que no te está gustando. Él lo empieza antes de irse y si no lo ve claro, vuelve al día siguiente y se lleva otro. A veces hablamos de trabajo, de mi trabajo, y me sonríe amable cuando sale el tema del traspaso. La última vez me dijo que estaba enfadado conmigo, porque ahora que se había aficionado a leer se iba a quedar sin su librería. Me gustó que me dijera que ésta era su librería. Hasta ese momento nadie me había dicho nada similar.

Hoy ha venido a llevarse "El cementerio de Praga" de Umberto Eco, se ha llevado el último ejemplar que me quedaba y que yo había escondido para mí porque Random lo ha distribuido fatal y a las librerías pequeñas como ésta no llegan porque han decidido distribuir la primera edición en grandes superficies (a mí  me han llegado 3 ejemplares por un favor personal de mi comercial). No he podido decirle que no lo tenía. Ha entrado, ha visto que había gente, ha vacilado un momento y ha venido directo a preguntarme si tenía el último libro de Umberto Eco. Recuerdo que e entusiasmo "El nombre de la Rosa". Ese día le di cuatro o cinco libros y estuvo un rato viendo a ver cuál se llevaba y se llevó el de Eco. le he preguntado y me ha dicho que hoy cenaba aquí con su familia pero que mañana se marchaba a uno de sus trayectos. No me ha dado tiempo preguntarle dónde iba, un chaval nos ha interrumpido para preguntame si tenía el libro de Pepe Reina, y cuando he querido darme cuenta, me deseaba feliz año antes de marcharse, mezclándose su peculiar voz con la de Bo Diddley, la campanilla de la puerta y los murmullos de los tres clientes que en ese momento había en la Pecera. Tendrá un trayecto largo si  no piensa volver hasta el año que viene. Espero que el libro de Eco le guste. Cuando vuelva prometo que le preguntaré su nombre, ya es hora de que lo sepa.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Time goes by


Alberto García Alix.  Autorretrato

"Me han puesto un insuficiente en matemáticas y de inmediato he decidido callármelo. La reunión de padres es dentro de quince días. Al menos hasta entonces mamá no se enterará. Ya me siento como un condenado a muerte al que sólo le quedan quince días. Por suerte, acabo de cumplir siete años y, a esa edad, quince días son como quince años. Ante mí se extiende el tiempo largo y lento; según vaya creciendo, pasará más deprisa, acelerará como un gran camión intercontinental e interestelar, y así seguirá hasta que empiece a transcurrir tan veloz que ya no lo atraparé y correrá muy lejos de mí y me parecerá que la mayor parte de mi vida transcurrió entonces, cuando tenía siete años, y que un cuarto de siglo más tarde seré, por mi experiencia, un niño de siete años que por error ha caído en la máquina de envejecimiento acelerado. Despúes de callarme el primer insuficiente, me callaré todos los demás hasta que me canse y crezca, hasta que termine el colegio y hasta que a mi madre le aburra dedicarse a mis insuficientes."
 Miljenko Jergovic. Mamá Leone.



jueves, 16 de diciembre de 2010

Los que nos acordamos de Topo, aunque esté "prohibido mirar atrás"


En varias entradas anteriores he hablado de la música que descubrí gracias, indirecta y directamente, a mi primo mayor. Por motivos varios, he vuelto a escuchar cosas que me hizo conocer él. Tener el ánimo tanguero responde no sólo a la pereza que me producen tan señaladas fechas sino también a ciclos internos de periodicidad variable. Llevo una temporada anclado a un pasado imperfecto que a veces me reconforta y otras me asquea, supongo que es una manera de "protegerme" de la fugacidad y el aluvión de los tiempos presentes, donde todo es de usar y tirar, donde los hábitos de lectura, información y visualización que provoca internet, los extrapolamos a la vida diaria y eso nos convierte poco más que en hiperactivos insatisfechos más cercanos a cobayas sobrestimuladas que a personas serenas con inquietudes varias. Cuando me harto de novedades musicales, literarias, cinematográficas o de series de TV que hoy por hoy son infinitamente mejores pero que me resultan dificilmente abarcables, me vuelvo un poco niño ostra, canturreo a Karina, y tiro de baúl de la Piquer, recordando ciertas cosas que como Miguelito de Mafalda, me recuperan (y dejo la angustia de Felipe aparcada un poco). Por edad, me tocan los ochenta, década que ha quedado para la posteridad musical como la de "La Movida Madrileña", bandas como Alaska Y Dinarama, Gabinete Caligari, Hombres G, Aviadro Dro, Nacha Pop, Radio Futura o Los Secretos aparecían cada sábado en La Bola De Cristal, así como en La Edad De Oro o Popgrama que apenas sí recuerdo (Rockopop era insufrible; Rápido en cambio tenía su aquel). Eso de La Movida es como la gran estafa musical de la cutre historia de la música patria, como diría Mariskal Romero, "la movida es la mejor ficción que Pedro Almodovar nunca filmó". La Movida recibió el apoyo de la oficialidad y según su historia leída desde nuestros días no existió otra cosa, o al menos no tan relevante para la música del país como aquellos quienes fueron apoyados porque ¿hay alguien que haya oído hablar de Asfalto, Ñu, Topo, Leño, Rosendo o Barón Rojo? Ah, que éstos eran melenudos y malhablados. O ya para qué nombrar por ejemplo a La Banda Trapera Del Río, La Polla Records, Cicatriz, Kortatu, Suburbano, Viceversa, 091, La Granja, Sex Museum, Los Enemigos... grupos de una repercusión ínfima (las cosas son como son) pero no (dejemos el sarcasmo de lado) por ello menos relevantes. No sé si otros países europeos han maltratado tanto su herencia musical como este país. De vez en cuando aparece algún iluminado que recupera como por arte de magia algún grupo y parece que se reescribirá la historia y algo quedará pero este país es como es y te das cuenta de que no aprenderemos nunca (hablo de la movida pero si miramos la década de los '90 uno también se puede echar a llorar, Superskunk, Sobrinus, La Vacazul, Los Marañones o alguno de los '80 que entró en los '90 con paso firme, firmando incluso alguno de sus mejores discos (Sex Museum y su Sparks, por ejemplo) por citar algunos a bote pronto).

He recibido como novedad flamante el libro de Jesús Ordovás, llamado "Los discos esenciales del Pop Español", y una vez leído a conciencia no diré que lo he tirado por la ventana pero sí que me ha parecido un truño considerable que baila al son de la oficiosidad más cutre y triste, sintomático de todo lo dicho anteriormente. Mientras Alaska sale citada relevantemente 13 veces, Los Enemigos sólo aparecen una (y es Ordovás, oiga, que no es cualquier mindundi). Smash, que siempre queda muy bien citarlos por eso de quedar pintón, aparecen citados seis veces, de Triana al menos sale un disco, como Smash, pero no te creas tu... Carlos Berlanga sale citado 13 veces, Nacho Canut, 12. Barón Rojo ni aparece y Asfalto tampoco. A mí que me lo expliquen... Tío, que es sobre Pop apañó, dirá alguno... Ya, pero es que salen Los Nikis, Sex Museum, Calamaro, El Omega de Morente, Rosendo, Pata Negra, Camarón, Burning (es que si no salen todos estos hubiera sido para matarlo)... ¿Pop? ¿De verdad? ¿Miguelito Bosé y un par de páginas después el "Loco por incordiar" de Rosendo? ¿Los discos esenciales del Pop español? ¿Are you talking to me? No entiendo nada... En serio, no estoy en plan abuelo cebolleta que ni con una enciclopedia de 5.000 páginas se hubiera quedado contento (soy una persona fácil, en serio). Me gusta pensar que en ciertas cosas soy como me exigía mi abuela, si te pones, te pones, pero para ponerte a medias no... Son 130 páginas... En estos días, con eso de la impresión digital y demás, añadirle 50 o 100 más no hubiera supuesto un descalabro comercial... y sin subirle el precio, señora... Pues no, 19,50 € el libro cuesta. Allá cada cual con su dinero. Si me pregunta alguna madre qué regalar a su chavalín del instituto que le gusta la música, lo mismo me lo quito del en medio y allá él, pero estando aún en la estantería la biografía de los Beatles de Hunter Davies, o "Londres 1960-1966. Los mods, los clubs, los grupos, la herencia", el delicioso libro de Ángel de la Iglesia, como que no. Hablo del libro de Ordovás porque es el último y porque le están dando bastante cancha, cosa que no pasó con libros similares anteriormente. Así y con todo,  por lo que a mí respecta, he recuperado un grupo de esos que me ponía mi primo en su habitación cuando yo era un canijo, TOPO, y no sólo por un acceso de nostalgia, que también, sino porque han sacado un disco nuevo.

Topo es una de las grandes formaciones de la historia del Rock Español. Surgió en 1978 como una escisión de Asfalto. Topo es una de las grandes formaciones de la historia del rock español; esta frase ya la he dicho pero no está de más repetirla. Topo es un gran grupo, con diferentes etapas, con altibajos, con éxitos y fracasos, con muchas de las miserias y con muchas más glorias de eso del rock, pero sin duda merecedora de ser considerada como una de las bandas de primer nivel en nuestro país, pero parece ser que no, salvo para cuatro flipaos como yo. Topo surgió en 1978 como una escisión de la mítica formación Asfalto, los cuales, en ese mismo año habían publicado su disco debut, dicho disco (que tampoco sale en el libro de Ordovás, y eso sí que no tiene perdón de Thor, lo mires por donde lo mires) obtiene gran éxito en listas, pero la grabación y el resultado final no satisfacen al grupo. Así pues, José Luis Jiménez (Bajo y voz) y Lele Láina (Guitarra y voz) se embarcan en la creación de otra banda junto a Terry Barrios (Batería) y Víctor Ruiz (Teclados). Rápidamente graban su primer plástico, de titulo homónimo al grupo, que contenía éxitos atemporales como "Vallekas 1996" o "Mis amigos dónde estarán". Con este disco se colocaron en la primera línea del rock nacional. Es un disco (para los tiernos oídos de hoy en día) difícil y a la vez naif. Difícil porque es progresivo, enrevesado, complejo, y naif por unas letras directas, cargadas a veces de una tal vez simple pátina social, pero con enjundia otras. "Autorretrato" es tan preciosa como difícil, "Abélica" es una joya progresiva con voces inmensas y cerrando la cara A, "La catedral", que es puritito Pink Crimson de altura. Si la cara A era asombrosa, la cara B es ya para llorar de placer, "Mis amigos dónde estarán" es uno de esos himnos sencillos y emotivos por el que no pasa el tiempo, y "Qué es esta vida" siempre me pareció el "Because" beatleliano patrio. "El periódico" me sigue emocionando cosa mala (ahora mismo no más) y cerrando el disco el gran Terry Barrios pone los pelos de punta con "Vallekas 1996" (el grupo que me hizo leer a Orwell y a Bradbury, y no mi profesor de literatura). No sólo eran unos músicos arriesgados y virtuosos, sino que posiblemente sean uno de los poquísimos grupos que en este país han cuidado las voces y las armonías vocales de una manera tan exquisita. Terry, José Luis y Lele se compenetrablan de manera emocionante, y las armonías que se sacaban de la manga son de lo mejor que yo nunca he oído.

Victor, José Luis, Lele y Terry
Topo sufrió lo que sufrieron las otras bandas de su compañía, Chapa, que, lejos de apoyar incondicionalmente la música de sus bandas, mostró con el tiempo que sólo buscaba formas de enriquecerse rápida y fácilmente. Un disco como ese hoy debería estar reseñado como la maravilla que es dentro de cualquier historia decente del rock español, y no como un Wally que nadie sabe dónde está, ninguneado por modernos y gafapastas cuyas carnes se abren ante cosas como la de los Planetas (nunca he entendido lo de este grupo, sorry) o que dicen Fangoria y se corren de gusto. Encuentro paralelismos entre ese disco de Topo y alguno de la Premiata Forneria Marconi, grupo italiano que en el país del latín y la Loren son tenidos como lo que son, un clásico del que se enorgullecen (visto por estos ojitos), pero como digo esto es España y Topo se topó (perdón) con la Movida, entrando a formar parte de ese saco donde metieron a todos los grupos que, parafraseando a Tierno Galván, no estuvieron al loro, no se colocaron, se movieron y no salieron en la foto. No hablo de teorías conspiratorias, sino de cutrerío patrio; aquí, simple y llanamente, la música era considerada (y es) como un simple negocio de guapos y guapas  manejables y no como una forma de arte comercializable, pero arte al fin y al cabo.

Terry Barrios y su batería
Respecto a Topo, con estas premisas, en 1980, Chapa les "anima" a realizar un disco "nuevaolero", al estilo de lo que funcionaba en Gran Bretaña, con un sonido próximo a "The Police". Para estos cuatro proles curtidos durante años en el local de ensayo y en bolos infames, el caramelo no les pareció mal, pero, hablando mal y pronto, se la metieron doblada. Este intento de reformularlos, concretado en un disco llamado "Pret a portet", fracasa estrepitosamente y hace que Topo abandone la discográfica. No es un mal disco, tiene sus momentos, pero no era apropiado para un grupo como Topo. Recuerdo cuando me sentaba frente al equipo de música de mi primo y pensaba, ¿son el mismo grupo? En serio, aquello era extraño de oír. Fascinado por "El periódico" o "Vallekas 1996", después escuchaba "Vudu Baby" y me quedaba a cuadros.

Para resarcirse grabaron su tercer disco, "Marea negra", intentando poner las cosas en su sitio, y vaya si lo consiguieron, un disco magnífico que con el tiempo se ha convertido en mi favorito, o casi. Terry Barrios catalizó las inquietudes del grupo y puso las cosas en orden (a parte de ser un batería contundente y preciso, tenía un sonido y una pegada muy característica, y en grabaciones posteriores se le echó en falta, lo cual es mucho decir a la hora de hablar de un batería). Durante un tiempo (finales de los '90) lo encontré en Madrid Rock a un precio irrisorio, y hubo unos meses que me dio por regalarlo a amigos; cuando iba a por algo para mí, siempre acababa cogiéndolo y regalándoselo a alguien (tantas veces que incluso me quedé yo sin él). A finales del 84 Terry, Lele y Víctor abandonan el grupo, y son sustituidos por Luis Cruz (Guitarra), Kacho Casal (Batería) y Pablo Salinas (Guitarra, teclados). Esa formación, junto a José Luís Jiménez, grabará en 1986 "Ciudad de Músicos", editado a través del sello SNIF. Un producto de la época, delicioso y sonrojante a la vez (y mucho mejor que Pret a Portet, de hecho fue el disco que en su día más me gustaba oír). Y llegó 1988, que fue cuando yo descubrí a Topo (diossss, qué triste...). Tenía catorce años y me tragaba lo que me daban, aunque algo de criterio iba teniendo (ya ves tu...), y un día mi primo me puso un disco en directo llamado "Mis amigos están vivos". Una obra mítica editada por la  tenáz voluntad de Jose Luís Jiménez, único componente original que quedaba, y vista hoy en día es la muestra más evidente de la historia de Topo (y de tantos otros), es decir, un lujo perdido en el olvido de los medios (nunca se ha editado en CD, y sólo se encuentra ripeado en algunos blogs). Un disco doble en directo que tenía que haber puesto las cosas en su sitio, un disco que en cualquier otro lugar sería una pieza indiscutible pero que aquí se quedó en nada. (salvo en el testamento del grupo hasta su vuelta en el 92 con "La jaula del silencio", gran disco ya sin Terry, que falleció ese mismo año). Cuando mi primo se compró ese disco en directo de Topo, nada más salir, se le veía entusiasmado. Entre otras cosas porque él estuvo en ese concierto, el 30 de octubre de 1987 en la sala Canciller, concierto en el que participaron todos los músicos que habían pasado por la banda y donde sonaron todos sus “himnos”, y también porque de algún modo mi primo se hizo muy amigo de Terry Barrios y tener ese disco le emocionaba. A mi me contaba esas cosas y yo flipaba (en Manzanares como mucho yo podía aspirar a charlar con el Jaro, batería de los Rurals y Malva). Mi primo trabajaba de botones en L'oreal y desayunaba casi todos los días en el mismo bar que Terry; una cosa llevó a otra y un simple saludo y unas palabras amables se convirtieron en una costumbre y unas charlas alrededor de un café y una tostada. Aún hoy me gusta cuando me cuenta cosas así. Creo que fue en el 2004 o 2005, cuando vinieron a tocar al Festival Lazarillo, no Topo, que en esos momentos no funcionaban como tal, sino Lele Láina y José Luís Jiménez (tocando canciones de Topo y Asfalto) junto al batería Miguel Bullido. De estrangis le pedí a la mujer de mi primo ese disco en directo de Topo para que me lo firmaran para él, incluso hice lo que pude para que vinieran pero no pudieron. Yo "trabajaba" en el festival de todo, lo mismo me entrevistaban en la radio comarcal en calidad de programador del festival que montaba una carpa a las diez, descargaba una escenografía a las doce, comía con los técnicos a las tres, montaba un infantil de calle a las ocho o me dormía rendido de cansancio y sueño en una butaca viendo un Brecht que ya había visto dos veces antes el quinto día del festival. Pero venían los Topo ese año, así que hice la planificación pertinente y delegué lo que pude para poder ayudar a montar ese concierto. Eso de la música en el festival de teatro estaba muy mal visto, como algo secundario y gratuito que se montaba para alargar el ambiente farandulero, pero para mí era igual de importante (e infinitamente más barato). Años anteriores me había pasado que había dejado de estar con alguno de los grupos que vino para atender a actores y compañías y al final me había arrepentido. Topo llegaron a media tarde; yo ya había avisado que conmigo no contaran más allá del curre físico, ni protocolo, ni tele municipal, ni delegado provincial ni leches, yo iba a montar el equipo de Topo con Iván, que la cara la pusiera otro, yo ya había montado por la mañana la obra de ese día y había organizado a los montadores dónde tenían que estar (esos días de talleres de niños, teatro de calle, teatro de sala y concierto en el mismo día, madre mía) así que yo montaba con Topo, punto. Uno siempre tiene miedo de cagarla con la gente que admira, pero nada más llegar se mostraron de lo más amable y agradecido, incluso flipaban de que allí (aquí) hubiera seguidores suyos, y descubrimos a unos perros viejos desencantados de la industria pero increiblemente cercanos y entusiasmados de poder seguir tocando. Les dije que los había visto en la plaza de las Vistillas ese mismo año, en las fiestas de San Isidro (ese concierto lo disfruté con mi primo como dios manda, como una de esas cuentas pendientes que la vida te deja saldar, asistiendo a un concierto tan memorable como entrañable), les pedí que me firmaran el disco, Lele me estrechó la mano y listo, camaradería rockera de la vieja escuela y todo sobre ruedas. Me quedé a la prueba de sonido, a pesar de que me esperaban las autoridades políticas de turno para hacer el paripé y se suponía que a eso no podía faltar (así me va); llamé, se encargó encantado alguien que disfrutaba mucho con esas cosas y me quedé con mi amigo Iván a  ver la prueba de sonido tras comprobar que llevaban tantos años montando su equipo sin ayuda que tener a dos tíos y al dueño del local a su disposición les parecía un lujo. Aquella prueba de sonido fue como un pase privado para nosotros, atardeciendo, cerveza en mano, solos, medio a oscuras, cinco canciones (cuando a la segunda ya estaba todo listo, les apeteció hacer tres más). Después los acompañamos al hotel y les dejamos tranquilos hasta el concierto. Por un par de personajillos autóctonos  de turno borrachos el bolo fue difícil, pero tuvo sus momentos, sus muy buenos momentos (mi hermana, que lo vio al lado del escenario de cara al público, dijo que molaba  ver las caras de la gente cantando).

Es una pena que la genialidad de gente como el propio José Luis Jiménez (un grandísimo bajista, si no uno de los mejores bajistas de rock de aquí),  Lele Láina, Víctor Ruiz o Terry Barrios nunca sea reconocida, ni siquiera por los supuestos profesionales de eso de la música. A veces fantaseo con la idea de qué hubiera sido de Asfalto o Topo con más apoyo comercial por parte de la prensa y por sus compañías discográficas, pero al menos ahí siguen. Acaban de sacar un disco nuevo "Prohibido mirar atrás" (José Luis Jiménez, Lele Laína, Miguel Bullido y  un rescatado Luis Cruz, optando por dos guitarras y sin teclados) y el 14 de enero tocan en la sala Heineken de Madrid. Por mi parte haré lo que pueda por ir. La verdad es que la canción que han elegido para presentarse de nuevo suena genial, letras típicas y terriblemente sinceras, voces, música... Topo...



martes, 14 de diciembre de 2010

Moby Dick, extractos, imágenes, recuerdos, sueños y el porqué la Pecera se llama como se llama

"Llamadme Ismael. Hace unos años -no importa cuánto hace exactamente-, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo. Es un modo que tengo de echar fuera la melancolía y arreglar la circulación. Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que en mi alma hay un nuevo noviembre húmedo y lloviznoso; cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes; y, especialmente, cada vez que la hipocondria me domina de tal modo que hace falta un recio principio moral para impedirme salir a la calle con toda deliberación a derribar metódicamente el sombrero a los transeúntes, entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda. Es mi sustituto de la pistola y la bala. Catón se arroja sobre su espada, haciendo aspavientos filosóficos; yo me embarco pacíficamente. No hay en ello nada sorprendente. Si bien lo miran, no hay nadie que no experimente, en alguna ocasión u otra, y en más o menos grado, sentimientos análogos a los míos respecto del océano."


"¿Qué son los derechos humanos y las libertades del mundo sino peces sueltos? ¿Qué son las ideas y opiniones de los hombres sino peces sueltos? ¿Qué es el principio de la creencia religiosa sino un pez suelto? ¿Qué son los pensamientos de los pensadores para los literatos palabreros, contrabandistas y ostentosos? ¿Qué es el mismo gran globo sino un pez suelto? ¿Qué eres tú, lector, sino un pez suelto y también un pez sujeto?"


Imagen de diseño de producción para el proyecto del ruso director de Wanted de llevar la obra magna de Herman Melville, con estética de cómic y épica a lo Señor de los Anillos.


Orson Welles meets John Huston

 
“Hay ciertos raros momentos y ocasiones en los que este extraño y enrevesado asunto al que llamamos vida, en el que un hombre toma todo de este universo como una broma pesada, y aunque sólo llega a discernir su gracia vagamente, tiene más que sospechas de que la broma no es a expensas de nadie, sino de él mismo. De cualquier manera, nada descorazona y nada parece cuestionable. Él engulle todos los acontecimientos, todos los credos, todas las convicciones, todas las cosas duras, visibles e invisibles, sin importarle nunca lo nudosas que sean; como un avestruz de poderosa digestión que engulle las balas y pedernales.”

Mastodon, en un tema de mi disco preferido de éstos...

Las aguas que le rodeaban se iban hinchando en amplios círculos; luego se levantaron raudas, como si se deslizaran de una montaña de hielo sumergida que emergiera rápidamente a la superficie. Se intuía un rumor sordo, un zumbido subterráneo...Todos contuvieron el aliento al surgir oblicuamente de las aguas una mole enorme, que llevaba encima cabos enmarañados, arpones y lanzas. Se elevó un instante en la atmósfera irisada, como envuelta en una grasa de finísima textura, y volvió a sumergirse en el océano. Las aguas, lanzadas a treinta pies de altura, fulgieron como enjambres de surtidores, para caer luego en una vorágine que circuía el cuerpo marmóreo de la ballena.

Extracto de Moby Dick, una adaptación teatral de Alessandro Baricco, con Paolo Rossi, Stefano Benni y Clive Russell, preciosa

"Más vale dormir con un caníbal sobrio que con un cristiano borracho"


"En un instante, los grandes corazones condensan a veces la suma de los breves pesares dispersos en la vida entera de un hombre y los acumulan en un único, inmenso dolor. De ese modo, tales corazones, aunque sucintos en cada sufrimiento, amontonan en la existencia, cuando los dioses así lo disponen, todo un siglo de dolor en el cual se concentra la intensidad de muchos instantes aislados…"

viernes, 10 de diciembre de 2010

Zoo o cartas de no amor, de Viktor Shklovski


La brutal desidia de las mañanas perdidas, colocando libros que ni siquiera abriré, abriendo otros que miro y huelo como si esperase que por ósmosis se puedan instalar todas esas palabras en los pliegues de mi masa gris, provoca que a veces me sienta herido y a la vez hastiado de libros. Se me acumula el trabajo y hay días que me cabreo con los propios libros. Les hablo, les insulto, los desprecio, pero hay otros que me hacen no decir nada, y entonces, por un par de minutos me reconforta ser librero, lo cual no es algo muy común. Cuando viajo siempre intento estar en posesión de media hora para meterme en alguna librería, a sufrir por lo que La Pecera no puede ser y a trastornarme un poco más decidiendo si me llevo algo o si apunto a escondidas para no olvidar el título del libro que quiere que me lo lleve. Hay tantas novedades y rediciones que hago una criba de la criba, me sale el Pepito Grillo que exploto de auxiliar administrativo y que habitualmente está en huelga y pido lo justo (este para mí, estos dos para la Pecera... este para mí, estos dos para La Pecera), aunque reconozco que hay veces que se me va, Pepito Grillo sale a tomar café y hago un pedido de libros que necesito ver, tocar y leer, yo. Como soy un confiado y un arrogante, a veces me llega el pedido y los saco de la caja y los dejo en el mostrador, sabiendo que aunque entre alguien no les prestará atención mientras envuelvo el último de Follett o el de María Dueñas. Pero hoy me he pasado de listo. Me ha legado un pedido de "esos" y un cliente se ha fijado en uno de esos libros y se lo ha llevado. No le culpo, cualquier persona decente lo hubiera hecho. Zoo o cartas de no amor, de Viktor Shklosvki. La semana pasada vi la reseña y lo incluí en el pedido especial. Llegó esta mañana y lo abrí, lo ojeé, lo hojeé, leí algo, hice un poco la Bovary, en fin, el decálogo del lector aplicado al librero. Pero en estas que ha entrado alguien e imprudente de mi lo he dejado a la vista, la costumbre, pero no era de aquí, estaba de paso, y se ha fijado en el libro y se lo ha llevado en muy tunante; podía haber dicho que no, que estaba reservado, pero ha vuelto Pepito y me ha susurrado "lo pides otra vez con un pedido normal" y, claro, he dejado que se lo lleve. Al menos he tenido media hora de lectura tranquila.

La pregunta del libro es ¿cómo hablar de amor a una mujer que te prohíbe que le hables de amor? Durante su exilio forzoso en Berlín, entre 1920 y 1923, Víktor Shklovski se enamoró locamente de Elsa Triolet. El caprichoso personaje de Alia de Zoo o cartas de no amor está directamente inspirado en ella. En Berlín, Shklovski solía mandarle a Elsa varias cartas al día, una situación que ella sólo aceptó con una condición: le hizo prometer que no le escribiría cartas de amor. Shklovski exiliado, lejos de muchas cosas, lejos de su lengua materna. La mujer de la que se ha enamorado es también una exiliada. En la solapa he leído una frase que recuerdo y escribo antes de olvidarla, "su amor tiene algo parecido a mirar un álbum de fotos: reconocerse en lo propio que ya no está". Ella le pide que no la moleste con su cortejo, que le  escriba si quiere y que vaya a verla, pero que no le escriba cartas de amor... Antes de cometer el error de mostrar lo que leía y que me lo quitaran de las manos (recuerda lo que el gitano de Milos te dijo un día: "el librero es la única persona que no puede ocultar lo que lee") he leído alguna de esas misivas. La novela contiene numerosos retratos de la intelligentsia rusa en el exilio y de algunos amigos que se quedaron en Rusia: Pasternak, Chagall, Ehrenburg...

Zoo o cartas de no amor es una novela epistolar nacida de una prohibición. Las misivas del narrador son estampas literarias, notas a sí mismo exiliado de lo que necesita de ella, amor por lo que fue su patria, amor por el arte y amor por sentir amor, el zoo como metáfora de los dispares emigrantes (los rusos solían instalarse a vivir en el barrio del zoo de Berlín), perfiles fugaces de grandes escritores rusos, la teoría del arte y la literatura, observaciones sobre la vida de los exiliados, la cotidianeidad de la vida en Berlín, el progreso y la historia. Podría decir en plan abuelo cebolleta que es una novela propia de una vida donde se escribían cartas y ser falsamente mordaz apuntando que ya no se escriben cartas como antes, pero no, ahora se escribe más, el mail, las redes sociales y esto de los blogs es un lodo gardeliano, un cambalache sobresaturado de palabras, así que la novela de Viktor Shklovski es terriblemente cercana, salvo por un detalle. Él le escribe una carta a ella cada día. A veces va a su casa, se la entrega en mano y espera pacientemente en una silla a que ella termine de leerla. A veces la llama por teléfono. A pesar de ser un amor a distancia, realmente no lo es. Lo que sin duda sí es, es un amor no correspondido, aunque ni una vez se hable de amor. Zoo o cartas de no amor. Elsa Triolet. Tras la marcha de Elsa, en 1923 Viktor acepta la oportunidad de una amnistía que le permite regresar a Rusia.

Novena carta
Me has dado dos encargos:
1) No telefonearte. 2) No verte.
Así que ahora soy un hombre ocupado.
Hay un tercer encargo: No pensar en ti.
Pero ese no me lo has hecho.
A veces me preguntas si te quiero. Entonces sé que es la hora del pase de revista. Respondo con la diligencia de un soldado de la tropa de ingenieros, que no domina lo suficiente la ordenanza de la guarnición: 
—Puesto número tres (a saber si ese es el número).
Ubicación: cerca del teléfono, entre las calles de Gedächtniskirche y los puentes de Jorckstrasse.
Consignas: amar, no encontrarse, no escribir cartas. 


Carta primera:
"Si tuviese un segundo traje, nunca habría conocido el dolor.
Al llegar a casa, cambiarse de ropa, arreglarse, es suficiente para sentirse otro.
Las mujeres usan este método varias veces al día. Cualquier cosa que digáis a una mujer, intentad obtener una respuesta inmediata, si no tomará un baño caliente, se cambiará de ropa, y habrá que volver a empezar desde el principio.
Después de haberse cambiado de ropa olvidan hasta los gestos.
Os aconsejo, insistentemente que obtengáis de las mujeres una rápida respuesta. Si no, a menudo, os tocará permanecer desconcertados ante una nueva, inesperada, palabra.
En la vida de la mujer apenas hay sintaxis.
En cambio el hombre es transformado por su oficio.
El instrumento no sólo prolonga la mano del hombre, sino que hasta ese se prolonga en él.
Dicen que el ciego localiza el sentido del tacto en la extremidad de su bastón.
Yo no siento un particular afecto por mis zapatos, pero a pesar de ello son una prolongación mía, parte de mí.
El bastón cambiaba al escolar y le fue prohibido.
El mono en la rama es más sincero, pero la rama también influye en la psicología del mono.
La psicología de la vaca lechera, que camina sobre el hielo resbaladizo, se ha hecho proverbial.
Más que cualquier otra cosa al hombre lo cambia la máquina."

Prometo ser más cuidadoso la próxima vez, o pido dos ejemplares o lo escondo en la mochila en cuanto me llegue... Igual con una lectura al vuelo de medio libro esto es una exageración, pero algo me dice que no...

jueves, 9 de diciembre de 2010

Los derechos del lector y los delitos del librero


El escritor francés Daniel Pennac en su libro Como una novela (Ed. Anagrama, 2001), en el último capítulo establece los diez derechos imprescriptibles del lector. Ahora que comienza la "campaña" de navidad y a la Pecera entrará gente de todo tipo, desde adorables púberes buscando un libro bonito para sus progenitores (al final son los que más y con más interés miran por las estanterías, y yo tan contento), pasando por despistados que vienen por su libro del año (los que luego te dicen que los libros son caros) para su parienta ("el planeta ese o uno de esos de histórico o amor que vendas más") llegando hasta esa especie de humano orcolizado entrañable que entra balbuceando "amigo, invisible, libro, barato, pero que quede bien", no está de más poner aquí el decálogo de Pennac. "El hombre construye casas porque está vivo, pero escribe libros porque se sabe mortal. Habita en bandas porque es gregario, pero lee porque sabe que está solo. La lectura no toma el lugar de nadie más, pero ninguna otra compañía pudiese remplazarla" (p. 197).

1. Derecho a no leer. Sin este derecho la lectura sería una trampa perversa. La libertad de escribir no puede ir acompañada del deber de leer.

2. El derecho a saltarse las páginas. Por razones que sólo nos conciernen a nosotros y al libro que leemos.

3. El derecho a no terminar el libro. Hay 36.000 motivos para abandonar una lectura antes del final: la sensación de ya leída, una historia que no engancha, desaprobación de la tesis del autor... Inútil enumerar los 35.995 motivos restantes, donde bien podía estar un posible dolor de muelas.

4. El derecho a releer. Por el placer de la repetición, la alegría de los reencuentros, la comprobación de la intimidad.

5. El derecho a leer cualquier cosa. Buscamos escritores, buscamos escrituras; se acabaron los meros compañeros de juego, reclamamos camaradas del alma.

6. El derecho al bovarismo (enfermedad de transmisión textual). La satisfacción exclusiva e inmediata de nuestras sensaciones: la imaginación brota, los nervios se agitan, el corazón se acelera, la adrenalina sube y el cerebro confunde, (momentáneamente) lo cotidiano con lo ficticio.

7. El derecho a leer en cualquier lugar. El viejo Clemenceau daba gracias a un estreñimiento crónico, sin el cual, afirmaba, jamás habría tenido la dicha de leer las Memorias de Saint-Simon.

8. El derecho a hojear. Autorización que nos concedemos para coger cualquier volumen de nuestra biblioteca, abrirlo por cualquier lugar y sumirnos en él un momento. Cuando no se dispone de tiempo ni de medios para ir a Venecia, ¿por qué negarse al derecho de pasar allí cinco minutos?

9. El derecho a leer en voz alta. Flaubert, que peleó contra la música intempestiva de las sílabas, sabía de la tiranía de las cadencias, que el sentido es algo que se pronuncia.

10. El derecho a callarnos. Nuestras razones para leer son tan extrañas como nuestras razones para vivir. Y nadie tiene poderes para pedirnos cuentas sobre esa intimidad.


Y de paso recordamos uno de los delitos del librero (son tantos)

martes, 7 de diciembre de 2010

De todo y de nada. De Quique Gonzalez y José Ignacio Lapido. Y por el camino, la historia de un amor maravilloso y maldiciones por los ladrones de libros y discos

O me hago artista del alambre o cuelgo mis botas del cable atadas por los cordones

Escuchas canciones de fondo, coges una palabra y tiras para delante. Me sobran motivos pero los ladrones apenas me han dejado cosas con las que consolarme esta noche.

Hace mucho frío, me faltan los sabañones y los guantes de lana con los dedos cortados, la bufanda roída, el parche en el ojo, la manta de viaje y el aliento demoledor para declararme el vástago dickensiano de mente preclara y verbo rápido llamado Pirrón Jr.; lamento ser tan pusilánime pero es cierto. Exiliado de mi propio olvido condecoro mi estupidez con la cruz del mérito al valor.


"Historia de un amor maravilloso", libro escrito por Carl Johan Vallgren, la kantiana y preciosa historia de un monstruo (no podemos conocer la realidad del mundo tal y como es, solamente tal y como la atrapamos a través de nuestros sentidos) enamorado de la mujer más bella del mundo, con la que se crió en un burdel de la decadente europa de entreguerras y con la única que no se siente monstruoso. Historia de un amor maravilloso es solamente el título de un libro que hace tiempo leí, dejé y perdí para siempre. Abro la tienda y cualquier amargado es capaz de entrar y echarme en cara que cómo llamándose La Pecera mi mierdosa librería pongo la imagen de un mamífero en el luminoso, como de hecho es una ballena; que vaya cultura que tengo confundir un mamífero con un pez. ¿De verdad hay gente que se levanta por la mañana (un lunes, sobre todo un lunes, ah, no espera que es martes entre festivo, 7 de diciembre, pues peor...) pensando en ver a quién le puede tocar los cojones un poco? Ojalá tenga los huevos de volver, tengo ensayada mi mejor réplica, y me la sé tan bien que soy capaz de soltarla mientras me lanzo como un luchador de Wrestling desde una de las estanterías de la librería (en mayas con lentejuelas, of course). Digo que ojalá vuelva sabiendo que eso nunca pasará... That's the story of my life...

"Historia de un amor maravilloso" es un libro cojonudo,  a veces doloroso, a veces entretenido, incluso a veces subyugante, me recuerda a "El perfume" y al Alesandro Baricco más poético (siempre lo es por otro lado), pero hablo de memoria, porque como digo, hace mucho que lo leí. ¿Que porqué hablo de él? Por que he recordado que lo he perdido, que no sé a quién se lo dejé. A veces recuerdo los libros que he perdido, libros que dejé con la mejor de mis intenciones y que soy incapaz de recordar a quién, y me pregunto si ese "quien" sabiendo de mi mala memoria, por qué no me lo devuelve. Firmin, el libro de Savage, lo perdí del mismo modo, y ese con mayor delito porque era una edición preciosa con los bordes roidos como si un ratón se lo hubiese intentado comer. Un bootleg oficioso de Roxy Music que era brutal de necesidad, de la última gira de Brian Eno con ellos; este sí sé quien lo tiene pero me da vergüenza pedírselo; increible pero cierto, así me va como me va... El vinilo del Sgt. Pepper de los Beatles, me cago en el ladrón que no me dejó ni las figuritas de cartón de los fab four recortables del interior (en una fiesta salvaje mi primer año en Madrid dejé al descubierto mi selección de vinilos que con tanto amor había hecho para tener cerca de mí por culpa de unos besos suicidas en un cuarto de baño y...)... ¿Más? Muchos... me temo... Avería y Redención #7 de Quique González; y de éste tampoco soy capaz de tener el más mínimo indicio de porqué ni a quién... Mejor paro... Siempre me juro a mí mismo que nunca más dejaré discos ni libros a nadie, pero soy débil y olvidadizo, que es peor.

Las gasolineras de mi extrarradio están cerradas por falta de personal y tengo la sensación de estar tirado a media noche con un bidón vacío en la mano, dentro de una película mediocre y amable de personajes carverianos reescritos por Elvira Lindo y dirigida por Benito Zambrano. Ya me gustaría a mí. 

Podría coger mi roñosa libreta y apuntar todo esto pero no tengo ganas de levantarme de la silla, aunque debería hacerlo, sobre todo, o cuanto menos, para coger un cd distinto y quitar de una vez a Quique González porque nos vamos a coger manía y él no me ha hecho nada, la culpa ha sido mía por esperar cosas de él que no tenía por qué esperar (aunque para grandes decepciones, Andrés Calamaro). No es culpa de Quique, la culpa es mía por esperar algo sublime de alguien que ya de por sí es mejor que la media, pero es que llevo tres discos esperando ese gran terremoto en forma de canciones con pelotas, vida y algo de poesía firmadas por él y nada, piñón fijo, sopores y destellos, autocomplacencia y epifanías, fogonazos  de derecha directos al estómago y lugares comunes difíciles de digerir. A Quique no le pido un disco bueno, le pido un disco de la ostia, pero bueno, ya se ha ganado el cielo, pedirle el paraiso es demasiado, aunque seguiré esperando.  Luego no soy tan exigente, por ejemplo, con Josele Santiago o con José Ignacio Lapido; como digo, la culpa es mía. Igual no se trata de eso, sino de hacerse mayor y sonrojarnos de nosotros mismos.

"Cuando estés en vena, acuérdate de mí, trataré de ondear mi bandera"... Sí, Daiquiri Blues es un disco muy bueno, pero la pleitesía por ser el oasis patrio de rock auténtico de una parte de la crítica seria le hace darnos estofados sabrosos pero realmente sin la chicha que se le debería exigir, y así desde La noche americana, flamante zanahoria de un burro como yo pero que aún así posiblemente sea su mejor disco hasta la fecha. El miedo a no repetirse le ha hecho darnos melosos conjuntos de canciones de ficticia pirotécnia suicida. Avería y redención tendría que haber sido su gran disco pero un minutaje excesivo y un par de baches gordos le hicieron fondear antes de llegar a puerto (o se es Wilco o se es Petty, las dos cosas a la vez no). Hoy me aburre Daiquiri Blues, disco tremendo que en una carrera con una obra maestra detrás sería un remanso, una perla en el fondo y no un tostón mañanero según el día. Digo todo esto mientras espero el último de José Ignacio Lapido para curarme en salud. Últimamente echo de menos la voz de José Antonio García (el Pitos es uno de los grandes cantantes más ninguneados y más injustamente olvidados de la cutre historia del rock patrio) en las canciones de Lapido, y espero con tantas ganas esos versos entrelazados en hirientes acordes distorsionados que no quiero devorar "De sombras y sueños" tan rápido como devoré "Cartografías"  y empacharme (y eso que contenía una de las grandes canciones de toda la historia de Lapido, "Cuando el ángel decida volver"). De momento está pedido a Pentatonia; con Lapido paso por caja, y más si la caja es directamente suya, sabiendo que aún así no le devolveré ni la mitad de lo que me ha dado ni con 091 ni en solitario. Solamente no le perdono una cosa, lo que se columpió su manager cuando intenté contratarle para un bolo en el FITC Lazarillo en el 2006, cantidad que por cierto era menor que la que me pidieron por Quique Gonzalez, pero aún así inexplicablemente desorbitada para este improvisado y diletante ex-gestor cultural.

Pirueta y fin, aterrizaje forzoso, vuelta de tuerca y requiebro feroz vestido de rojo.

Vivo a salto de mata, lo sé, aunque a veces me cuesta admitirlo. Cuando la pobreza entra por la puerta el amor salta por la ventana, cantaban El último de la fila, afortunadamente, ese no es mi caso, aunque espero no pecar de listo.
No sé si habrá valido de algo echar mano de la escritura automática... Recuerdo a Kerouac, aunque siempre vuelvo a Hrabal, que es como el abuelo que nunca tuve. Veo sus libros como las cartas que nunca recibí de ese pater lejano que nunca me visitó ni al que nunca pude ir a ver.
La humedad corroe mis huesos y mi librería, y ni siquiera veo la meta, de eso trata todo esto.

 

091... Grandes no, inmensos

lunes, 6 de diciembre de 2010

Thirteen. Big Star.

Azul. Por fin. Otra vez. El cielo. Frío. Azul helado. El gato negro que rescatamos de la calle dormita hecho un ovillo a mi lado, me mira de vez en cuando, bostezando y yo le miro a él, sin bostezar pero en alguna parte haciéndome un ovillo también, en las tripas o en vientre, no sabría decirlo con seguridad. Suena "Thrirteen" de Big Star, tal vez la canción más hermosa que se haya escrito sobre adolescentes flechados para siempre por el rock. No tenía intención de escribir sobre Big Star, pero en estos momentos no puedo dejar de oirlos. Alex Chilton tenía 22 años cuando escribió "Thirteen", intentando recuperar aquellos años de adolescencia, o al menos la sensación de quiebra, de descubrimento perpetuo, de cosas que marcan y cambian para siempre. Eso se llama "melancolía", y supongo que pocas canciones atesoran ese poder evocador. La canción es sencilla, líricamente no es más que una proposición de cita a una chica de instituto, pero musicalmente la convierte en algo casi candoroso pese al tamiz de evocar a la vez esa rebeldía hueca del comienzo de la adolescencia. Hay muchas canciones que tratan con nostalgia una adolescencia de inocencia imposible, pero pocas como "Thirteen". En el mismo disco, impregnado todo él de ese sentimeinto, brilla también "In The Sreet" (retrato de ese típico y entrañable tedio veraniego, en la calle sin nada que hacer), conformando una obra que a pesar de ese tono melancólico, muestra cierta esperanza en el futuro. El disco era "#1 Record", el cual, siendo un disco casi perfecto y alabado por la crítica del momento, resultó un desastre comercial absoluto. Los problemas de su compañía,  Ardent Records, pero distribuida por Stax, para comercializarlo correctamente lastraron fatalmente sus ventas. Una nula difusión radiofónica y las tensiones internas de la banda, que no realizó una gira promocional excesivamente extensa para promocionar el disco, terminarían de rematar la que fue la primera vida del grupo. Teenage Fanclub titularon así uno de sus discos, Thirteen, no el más afortunado (y de portada horrorosa), pero siempre con alguna que otra gema. Aprieto el botón de reproducción aleatoria y dejo la sangre en punto muerto; suena "Ballad of El Goodo", y que un ateo cante "Well, I'll fall if I don't fight, and at my side is God..." puede ser atroz, pero no puedo evitarlo. Hasta el gato me mira extrañado por algo que ni yo entiendo... Busco la pista de "Thirteen" de nuevo y en mi cabeza suena "Won't you let me walk you home from school / Won't you let me meet you at the pool / Maybe Friday I can / Get tickets for the dance / And I'll take you... Won't you tell your dad to get off my back / Tell him what we said about "Paint it black" / Rock and roll is here to stay / Come inside where it's okay / And I'll shake you / Won't you tell me what you're thinking of / Would you be an outlaw for my love / If it's so well let me know / If it's no well, I can go /  I won't make you..." Supongo que fue así, de hecho fue así, palabra por palabra. Hace tiempo ya, pero en el fondo sigo igual. Frente a mí, en la mesa, están "El vaso de plata" de Antoni Marí y "A bordo del naufragio" de Alberto Olmos, y he de comenzar uno de los dos, pero creo que lo que haré será salir a dar una vuelta a escuchar de nuevo #1 Record de Big Star. Corren malos tiempos para todo, la sensación de quiebra es como una sombría erección del vello dorsal (Navokov, dixit), ahí está, como la sucia vuelta de una esquina en la que pronto seremos arrollados por algo.

Wilco haciendo suya Thirteen y despejando el espejo donde se mira Jeff...

¿Para qué escribir nada más hoy...?
THE BALLAD OF EL GOODO" (Bell/*Chilton*)

Years ago, my heart was set to live, oh
And I've been trying hard against unbelievable odds
It gets so hard in times like now to hold on
But guns they wait to be stuck by, at my side is God

And there ain't no one goin' to turn me 'round
Ain't no one goin' to turn me 'round

There's people around who tell you that they know
And places where they send you, and it's easy to go
They'll zip you up and dress you down and stand you in a row
But you know you don't have to, you can just say "no"

I've been built up and trusted, broke down and busted
But they'll get theirs and we will get ours if you can
Just-a hold on, hold on, hold on, hold on

Years ago my heart was set to live, oh
But I've been trying hard against strong odds
It gets so hard at times like now to hold on
Well, I'll fall if I don't fight, and at my side is God...

jueves, 2 de diciembre de 2010

Moonwalkers. Lunáticos que aullan a Selene


Una pregunta estúpida. ¿A dónde puedes ir una vez que has estado en la Luna? De vuelta en tu casa, en tu cama, tumbado, piensas que has pisado la Luna, que hace semanas que volviste, entonces ¿adónde ir? Entre pedidos de navidad, facturas y libros pendientes, por fin le hinco el diente a dos libros que salieron el año pasado sobre la carrera espacial. "La conquista del espacio" de Matthew Brzeninski y "Lunáticos", de Andrew Smith; este último cuenta las peripacias del autor para preguntarles eso mismo a todos los astronautas todavía vivos que han pisado la Luna.¿A dónde puedes ir una vez que has estado en la Luna? Sólo doce personas lo han hecho, siempre y cuando nos creamos totalmente la versión oficial, pero como no estamos para teorías conspiratorias ni apuntes para una novela mediocremente delirante, nos fiaremos de la versión oficial. Doce. En diciembre de 1972 fue el último viaje tripulado a la Luna. No ha habido más. El 20 de julio de 1969 llegó el primer hombre, en 19 de diciembre de 1972 salió de allí el último. Doce hombres han pisadol a Luna (sin contar a Cyrano de Bergerac). Eugene Cernan fue el último, un americano de padre checos; desde entonces no ha ido ningún astronauta o cosmonauta más. El libro de Andrew Smith comienza con su encuentro con Charlie Duke, el décimo de esos doce hombres, y a partir de ahí no podrá dejar la historia para encontrar y entrevistar a los restantes moonwalkers, auténticos lunáticos. Uno pinta siempre el mismo cuadro, otro escribe canciones country sobre su alunizaje, varios se dieron al alcohol, algunos no quieren saber nada del mundo ni de la entrevista, otros sufren enfermedades psiquiátricas, se han apartado del mundo o militan en extrañas religiones... 

"Charlie Duke no fue el único para el que la vuelta a la Tierra fue dificil. Investigué sobre los demás y descubrí que habían reaccionado a aquella experiencia de formas totalmente distintas. El primer hombre ne pisar la Luna, Neil Armstrong, se hizo profesor y se retiró de la vida pública, "para volver a los fundamentos del planeta", mientras que su compañero Buzz Aldrin pasó enredado en el alcoholismo y la depresión, para después lanzarse a desarrollar estravagantes ideas espaciales. Alan Bean, el astronauta rebelde por naturaleza del Apollo 12, dejó el espacio para hacerse artista y pintar multitud de óleos que representan escenas de la misión lunar. Edgar Mitchell experimentó un "fogonazo de comprensión" en el que se conectó al universo, y detectó una inteligencia que pasó toda su vida intentando comprender, después de curó de un cancer mediante un curandero con telepatía y hoy es un acérrimo defensor y testigo de la vida extraterrestre. De manera aún más radical, Jim Erwin afirmó haber escuchado a Dios susurrándole a los pies de los majestuosos y dorados Montes Apeninos, por lo que dejó la NASA y se pasó a la religión a su vuelta. Mientras que, el temible Alan Shepard, el único que almitió haber llorado en la superficie, hizo algo que nadie hubiese imaginado que haría, o más bien, que podía hacer: se serenó..." Esta es parte del prólogo... (...) Un párrafo después... "Los nepalíes, por ejemplo, creen que sus muertos residen en la Luna. Cuando el veterano del Apollo 14, Stu Roosa, visitó Nepal, tuvo un ataque de ansiedad cuando alguien le preguntó: ¿Vio usted a mi abuela?" (...) James Irwin, del Apollo 15, creó una secta cristiana llamada "Alto Vuelo" y dedicó gran parte de sus fuerzas y recursos en montar expediciones a Turquía para encontrar el Arca de Noé"

Hemos crecido viendo películas espaciales, viendo a primates enormes como Chewaka lanzando gurutales gritos mientras millones de chavales soñábamos con tener una pizca de la canalla espacial de Han Solo, y resulta que los pocos hombres que han orbitado y salido de esta roca decadente y preciosa han acabado medio tarados, siendo casi unos inadaptados. Y si miramos a los cosmonautas soviéticos sale otro libro fascinante. El libro de Matthew Brzeninski, "La conquista del espacio" se centra más en los años anteriores al primer alunizaje... (Nota estúpida: Madrid, hace ocho o siete años, borrachera con mi prima, el bar San Román, yo le hablo de estas cosas, lo sé, es algo que siempre me ha llamado la atención, reimos, exaltamos la amistad, o más bien el parentesco, yo digo alunizaje de nuevo, ella me mira muy seria, como si algo en su cabeza se hubiese encendido y pregunta "y si vas a Júpiter, entonces qué es ¿ajupitaje? y de golpe cerveza saliendo por los orificios nasales y ala, fuera del bar...) Ambos libros se pueden leer como libros de ensayo histórico o, uno como novela de aventuras histórica (el de Brzezinski), y otro como el relato de una crónica en primera persona (el de Smith) para buscar una respuesta vital; a poco que alces la vista y mires a la luna mientras lees alguno de ellos, tú también te convertirás en un lunático.
¿Por qué todos los hombres que han sobrevivido a un alunizaje parecen auténticos alienígenas? Auténticos héroes de una época extraña, han sufrido el olvido, el descrédito e incluso la burla, viven en el letargo, la inadaptación.

No sé porqué recuerdo ahora a Rudoff Hess. En varios de sus delirios dijo que habían llegado a la Luna ellos primero, los nazis, y que habían construido una base lunar. Hess en Spandau... Mejor no pensarlo mucho. En enero de 1970, por ejemplo, le dejaron ver la televisión por primera vez en su vida. La primera imagen que apareció fue la de una chica anunciando un sostén. No hubo justicia poética y en la pantalla no apareció un judío en Auswitch, apareció una chica en sujetador. La sonrisa ladina de Hess, la mueca rota de un muñeco infame. El 13 de marzo de 1970, tras una salida de Spandau por causas médicas, Hess volvió a su prisión, a la cárcel más grande para una sola persona tras la salida de Speer. No volvió a su celda de siempre, sino a la capilla, más espaciosa, donde se le instaló una cama de hospital. Aquellos meses volvió a dar muestras de su obsesión con el viaje a la Luna, asunto sobre el que devoraba libros y artículos. ¿Porque el viejo Hess se obsesionaba con la luna en su celda de Spandau? Rudolf Hess, lugarteniente de Hitler hasta su misterioso vuelo a Escocia y posterior captura, tenía un gigantesco póster en su celda con los cráteres lunares. Obsesionado por la astrología hasta el final de sus días, su otra pasión se ha mantenido oculta muchos años: la Luna y sus consideraciones científicas, los entresijos técnicos de la aeronáutica y la carrera espacial. Tenía verdadera fijación personal sobre la Luna, y sus últimos días no hicieron más que acrecentar ese interés. Hay una fotografía donde se le ve señalando algo en la Luna. Su dedo apunta al Mar de la Tranquilidad, aquella zona lunar dónde aterrizó el Apolo XI...

"La conquista del Espacio" de Matthew Brzezinski está editado por Editorial El Ateneo y cuesta 19.50 €; "Lunáticos" de Andrew Smith, por la Editorial Berenice, y son 19.95 €.
¿Qué le dices a alguien que realmente ha cantado en la Luna? ¿Qué puedes pensar que pensaba?
Jack Schmitt y Gene Cernan cantado en la Luna. "I was strolling on the Moon one day, in the very merry month of May..December" Filmado en diciembre de 1972.

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