viernes, 29 de enero de 2010

No cuenten que Salinger ha muerto...

"Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan a él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adonde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno. Te parecerá una tontería, pero es lo único que de verdad me gustaría hacer. Sé que es una locura."



A veces creo que Eef Barzelay es uno de los seudónimos de Holden porque sólo él escribiría una cancion así...



Supongo que muchos no seríamos lo que somos sin Holden Caulfield, o sin el lobo estepario, o sin las opiniones de un payaso, o sin haber traspasado el trópico de cáncer, al menos yo no.
Este verano leí por primera vez "Nueve Cuentos", y aún estoy descolocado al recordar "Un día perfecto para el pez plátano", creo que a veces uno tiene la suerte de leer ciertas cosas en el momento más oportuno posible, y con ese cuento me pasó...


Un día perfecto para el pez plátano

"No cuenten nunca nada a nadie. En el momento que uno cuenta cualquier cosa, empieza a echar de menos a todo el mundo".

miércoles, 27 de enero de 2010

De lluvia, viajes, silencios y lloronas vacas azules

Conocía la versión de Chavela, grabada en una cinta cochambrosa cuya portada eran los girasoles de Van Gogh, recortados de un libro de arte que andaba por casa, pero hacía años que no la oía. La primera vez que vi a Jairo Zavala tocar "La Llorona" fue en la furgoneta azul de la vaca, hará cinco años, de camino a Sevilla.
En aquel tiempo en Madrid yo me sentía ajeno a todo, cayendo en picado laboralmente, extraño, desubicado y seguramente más perdido de lo que habría estado dispuesto a admitir si me hubiesen preguntado; paseaba como un lunático, leía como un poseso y me dedicaba a evitar darme cuenta que ya era hora de dejar de esperar; entre medias intentaba quedar con amigos y de vez en cuando me iba con la Vacazul de bolo por ahí. Lo dijo Antonio una vez, “te falta el carnet de conducir y saber llevar una mesa de sonido”. Cabo de Gata, León y Sevilla fue la pequeña gira que hice con ellos, siempre amables, acogedores y geniales. Da para un libro fantástico lo que se habla y se vive en una furgoneta de un grupo de Rock, siempre lo he pensado.
El viaje a Sevilla no fue accidentado pero pudo serlo. Salimos tarde de Madrid, y recuerdo que hacía un día asqueroso, frío y resacoso. Todos estábamos cansados y entre que cargamos la furgo, tomamos café y logramos salir, nos dieron cerca del mediodía.

Las primeras dos horas no paramos de hablar, incluso yo hablaba, poníamos música (pusimos el Burn de los purple, que Jairo quitó a la segunda canción diciendo “demasiada batería, demasiada batería”, un directo de los North Mississippi Allstar que Antonio y Jairo no dejaron de alabar, y un cd de de rarezas de Rod Steward sobre el cual nos reímos y teorizamos estudiando las entradas a destiempo, las guitarras desafinadas, y comentando con envidia cómo a pesar de todo aquello seguía sonando a gloria bendita) y nos contábamos batallas surrealistas sobre cualquier cosa. A mitad de camino paramos y Javi dijo de conducir él, sabíamos que no íbamos bien de tiempo pero no imaginábamos cuanto y hacíamos bromas sobre ello. Yo pasé a sentarme detrás, entre Daniel y Jairo. Llegando a Despeñaperros comenzó a llover, y no precisamente cuatro gotas. Daniel se durmió y como si callándonos fuésemos a llegar a tiempo, en la furgo se hizo un silencio extraño. Supongo que cada uno estuvo acordándose de sus cosas, cosa banales como coladas por poner o recados prosaicos como hacer una copia de las llaves de casa y cosas así. Pensé que Jairo también estaba dormido, así que me incorporé en el asiento y agarrándome al reposacabezas del copiloto miraba la carretera. Llovía a mares. De vez en cuando Javi decía algo, Antonio contaba algo, o yo preguntaba cualquier tontería. Definitivamente sabíamos que íbamos fatal de tiempo y el nerviosismo se empezó a notar. El dueño de la sala llamó al móvil de Javi para preguntar cuánto nos quedaba y le dijimos una hora menos de lo que realmente nos quedaba. Recuerdo que Antonio me dijo, “somos unos impresentables, pero en el fondo siempre llegamos a tiempo, no te preocupes”. Cuando más incómodos estábamos, como si cada kilómetro en vez de acercarnos a Sevilla no valiese para nada, Antonio apagó la música y los tres nos concentramos en la carretera, creyendo que Jairo y Daniel descansaban aún ajenos a todo.
Fue entonces cuando Jairo se puso a tocar “La Llorona” con una guitarra pequeña, casi como un tres cubano que se había traído al viaje todo orgulloso. Fue mágico, de esos momentos que te resarcen de todo y te reconcilian de nuevo. Javi, Antonio y yo nos dimos cuenta de eso, nos miramos, sonreímos y nadie se atrevió a decir nada. Jairo la tocaba despacio, con esa voz que a veces saca, buscando acordes. A veces paraba y comenzaba de nuevo, aprovechando para contarnos que la había oído tocar a un mejicano en la selva hacía poco tiempo. La tocó varias veces, no tuvimos que decirle que lo hiciera, era obvio que todos sabíamos que en aquel momento no importaba nada más que esa canción.
Entrábamos en Sevilla cuando Jairo cantaba otra vez “ay de mí, llorona, llorona, llévame al río… tapáme con tu rebozo llorona, porque me muero de frío…”. Si por mí hubiese sido, hubiésemos seguido hasta Cádiz escuchándole cantar...

Llegamos con el tiempo justo, y el concierto fue buenísimo, y la noche dio para muchas cosas, algunas de ellas delirantes (ese hostal y su dueño...) y otras entrañables… pero como batallitas de abuelote, con esta es suficiente…
He visto este video de Jairo volando como Depedro, grabado en junio del año pasado en el World's Fair Warehouse, unas cien veces en las últimas semanas. Viéndolo, todas estas cosas se me han venido de golpe… Magia, magia de la de verdad… como la de aquel día...

martes, 19 de enero de 2010

Sobre libros y editores... de los libreros ni hablamos...


Poco tengo que decir a la entrada de hoy, salvo que corto y pego un artículo que me ha parecido, si no genial, sí certero e interesantísimo. Ha aparecido en el diario El Pais, con fecha 19-01-2010...


TRIBUNA: LUISGÉ MARTÍN
¡Mueran los 'heditores'!
Sufrimos un bombardeo de mensajes que predican, con voz epifánica, que Internet libera a la cultura de la tiranía de los editores y otros empresarios. ¿Estamos seguros de que, de ser así, represente un claro progreso?


Aristóteles distinguió hace ya muchos siglos entre la democracia, que es el gobierno del pueblo, y la oclocracia, que es el gobierno de la plebe o, si se prefiere, de la muchedumbre. En la primera, elegimos a los que creemos mejores y delegamos en ellos -bajo vigilancia crítica- para que nos dirijan. En la oclocracia, en cambio, no elegimos a nadie ni delegamos nada: todos opinamos de todo, todos hacemos todo y todos somos sabios en cualquier materia y profesión.
En estos días se repite hasta la saciedad que Internet democratiza la cultura, pero yo creo que lo que va a hacer, si nadie lo remedia, es oclocratizarla, y eso, lejos de parecerme una virtud o un beneficio social, me parece una amenaza apocalíptica.

En el artículo de Javier Calvo Por un libro universal (EL PAÍS, 24 de diciembre de 2009) se repetían algunas de esas ideas recurrentes en las que se predica, con voz epifánica, el advenimiento de una cultura liberada por fin de las cadenas de los editores. ¿Pero esas cadenas tan esclavizadoras son reales?

A las oficinas de una editorial media llegan al cabo del año casi 1.000 manuscritos. En España deben de circular durante ese tiempo más de 5.000 originales diferentes. La inmensa mayoría de ellos son impublicables, como sabe bien cualquiera que los haya ojeado, y lo primero que hace el editor (gastando dinero para ello) es separar el grano de la paja. Luego, de entre todos los granos elige aquellos que tienen más afinidad con su línea editorial: literatura de autor, best sellers, creación experimental... Mi biblioteca, como la de cualquier lector curtido, está llena de libros de las editoriales que publican el tipo de literatura que me interesa. Es decir, me he aprovechado de la labor y del saber hacer de sellos como Anagrama, Seix Barral, Alfaguara o Tusquets, y lo he hecho porque confiaba en el criterio profesional de sus editores.

Pero los editores, además, editan los libros, si se me permite decirlo de un modo tan tautológico. Es decir, les aportan valor añadido: hacen sugerencias, corrigen deslices o erratas, proponen cambios, pulen el estilo... Los autores estamos absolutamente ensimismados en lo que hemos escrito y aquellos amigos a los que pedimos opinión no son capaces siempre, aunque lo intenten, de examinarnos con distancia, de modo que los editores son los únicos que pueden enfrentarse a la obra con competencia y desapego a la vez.

Lo que se nos propone ahora es la desaparición del editor. La extensión del modelo de edición tradicional al e-book, se nos dice, es "perjudicial para el autor y el lector". ¿Es beneficioso, entonces, que en vez de 150 novedades anuales clasificadas por sellos editoriales definidos haya en la Red 5.000 textos sin depurar? ¿Es beneficioso que José Saramago y mi prima Paqui (que es casi analfabeta pero se divierte contando historias) estén en pie de igualdad? ¿Es beneficioso que los textos tengan faltas de ortografía, incoherencias narrativas y redundancias? Y aún peor: ¿es beneficioso que desaparezcan esos libros de no ficción que impulsan las propias editoriales, encargándoselos a autores? ¿Quién se ocupará de traducir una novela a otro idioma, de adelantar el dinero que supone ese trabajo?

En la mayoría de los comentarios que predican el nuevo Edén digital se huele el incienso de la España católica: ganar dinero es malo, es pecado; el editor, avaro, insaciable, no lee novelas, sino cuentas de resultados.

Yo, en cambio, he conocido a muchos editores preocupados sólo por llegar a final de año, por mantener puestos de trabajo y por poder editar libros arriesgados aunque su rentabilidad fuera dudosa. Claro que se han hecho algunas fortunas con la edición: ¿y qué? Pero lo peor es que los mismos que abominan del editor mercader nos aseguran sin empacho que una de las soluciones para que el autor tenga ingresos es introducir publicidad en el propio libro. "Cuando una mañana Gregorio Samsa se despertó de unos sueños agitados, se encontró en su cama de Ikea convertido en un monstruoso bicho". ¿Es de eso de lo que hablamos? ¿O de que al cambiar de capítulo en Ana Karenina salte en la pantalla del e-book un banner con un anuncio de agencias matrimoniales? No sé si es que me he hecho demasiado viejo para entender los códigos morales de la post-postmodernidad -o lo que sea esto-, pero reconozco que me escandaliza ver el desparpajo con que se mezcla la ética de Fidel Castro con la de Esperanza Aguirre. Por un lado se sataniza al editor empresario y por otro se recomienda poner un anuncio de Coca-Cola en mitad de una novela para defender así la independencia autoral y la libertad del lector. Antes había "visiones del mundo"; ahora, al parecer, sólo hay ángulos ciegos.

El otro asunto que me desconcierta es el del papel que se le asigna al autor en el nuevo mundo e-editorial. Dado que el editor debe desaparecer, se propone que el autor se comporte como un empresario de sí mismo y asuma el desarrollo informático y administrativo, la gestión comercial y la promoción de sus libros.

Es decir, que además de escribir bien, a partir de ahora para ser autor habrá que tener ánimo empresarial, adquirir conocimientos de márketing, elaborar banners y páginas web, dedicar tiempo a infectar viralmente la Red con nuestros productos, preparar performances y poseer algo de dinero para la inversión informática y los viajes promocionales. Los autores, por tanto, no sólo no cobraríamos, poco o mucho, sino que pagaríamos para escribir. Todo ello con la esperanza vaga de que se produjera un retorno de la inversión que nos permitiese al menos comer. Ese retorno no vendría del pago -barato o caro- de los lectores, que se considera impertinente, sino de algún tipo de publicidad como los ya mencionados.

¿Puede alguien imaginar a Kafka, a Dostoievsky o a Scott Fitzgerald en estas lides? Los autores, sin llegar al tópico romántico, suelen ser seres inadaptados, neuróticos y con una cierta incapacidad para las cosas terrenales. Hubo incluso que inventar la figura del agente literario para que se ocupara de sus asuntos. Y ahora pretendemos que compongan la melodía, dirijan la orquesta y toquen todos los instrumentos. A lo peor alguien como Saramago decidía abandonar la literatura, abrumado por esos deberes mundanos (no olvidemos que hay autores que no soportan ni las giras promocionales), pero mi prima Paqui, en cambio, saldría literariamente reforzada, pues es formidable en las relaciones públicas y en la promoción personal.

Saramago y mi prima Paqui pueden convivir en la Red, por supuesto, pero está en juego el tipo de literatura triunfante, el estilo de libro que queremos para el futuro. Con el e-book desaparecerá aproximadamente un 75% del coste actual del libro -papel e impresión, distribución, venta minorista y gastos de financiación de los invendidos-, de modo que el precio podría abaratarse enormemente sin empeorar la calidad y sin poner a la literatura en manos de Repsol o de Nokia. La distribución, por otra parte, sería universal y perpetua: un libro estaría disponible en Lima y en Tokio, hoy y dentro de 20 años, posibilitando así la difusión ilimitada de los autores, simplificando al máximo la logística de las editoriales y permitiendo a cualquier lector tener acceso a títulos hoy inencontrables. Y técnicas de comunicación digital como la de regalar el primer capítulo de una novela, ahora todavía en pañales, podrían suponer una nueva revolución en los costes de publicidad y una indiscutible garantía para el lector indeciso. ¿Nos parece poco paraíso?

No nos engañemos: lo que peligra con un sistema en el que no haya editores ni haya venta no son los beneficios de los accionistas ni los privilegios de unos pocos, sino la dignidad del libro y de la cultura que transmite. Oclocracia o democracia, that is the question.

Luisgé Martín es escritor; su última novela es Las manos cortadas (Alfaguara).


Fuente:

lunes, 4 de enero de 2010

El capote de Gogol

Es extraño pero necesito el capote de Gogol; se amontonan sobre mí una cantidad dificilmente manejable de cosas y necesito refugio. No es un agobio asfixiante, es orden, tesón y esperanza, y necesito un capote. Quiero releer este libro, pero me lo voy a regalar en esta preciosa edición, aunque mi jefe me lo descuente de la paga.

Título: El capote
Autor: Nikolai Gogol
Ilustrador: Noemí Villamuza
Traductor: Víctor Gallego
Tamaño: 19,5 x 22,5 cm.
Encuadernación: Cartoné con sobrecubierta.
PVP: 25 euros
ISBN: 978-84-936695-7-7
Sinopsis de la página de la editorial...

"El capote, escrito por Nikolái Gógol entre los años 1839 y 1841, y publicado en 1842, nos presenta a uno de los más conmovedores personajes de la Literatura: Akaki Akákievich Bashmachkin, un funcionario de la escala más baja de la administración civil, que se ve ultrajado por las injusticias sociales y la indiferencia egoísta de los fuertes y ricos, y cuyo destino es el de ser un «hombre insignificante». Akaki, para protegerse del gélido invierno de San Petersburgo, necesita un capote nuevo, pero cuando por fin lo consigue seguirá notando frío, el frío gélido que habita en los corazones de las personas que le rodean.
Este maravilloso relato y su protagonista tendrán gran influencia en la literatura posterior: Herman Melville y Franz Kafka nos presentarán a Bartleby y a Gregor Samsa, dos personajes descendientes directos de Akaki."


El booktrailer (preciosa palabra)...
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