La Internazional Samizdat


A veces hablo con mi amigos de abrir una editorial. Sabemos que es como proponer abrir un templo dedicado a Ceres, instaurar un club de esgrima o hacer el Charlie Runkel en despachos privados, esto es, reconforta, pero es inútil.
He encontrado el camino del medio. Samizdat
Samizdat (auto-publicado, en ruso самиздат) era una práctica en tiempos de la Unión Soviética destinada a evitar la censura impuesta por los gobiernos de los partidos comunistas en los países del Bloque oriental. Mediante esta práctica, individuos y grupos de personas copiaban y distribuían clandestinamente libros y otros bienes culturales que habían sido proscritos por el gobierno. La idea era hacer unas pocas copias cada vez y que cada persona que tuviese acceso a un medio de copiado hiciera más copias.
El término fue acuñado por analogía con los nombres de editoriales soviéticas, como Politizdat (abreviatura de Politicheskoe izdatelstvo, Политиздат, Государственное издательство политической литературы, Editorial Estatal de Literatura Política), Detizdat (literatura para niños), etc.


Etimológicamente, la palabra "samizdat" se compone de "sam" (сам, "a sí mismo") e "izdat" (издательство, izdatel'stvo, "editor"). En esencia, las copias de texto samizdat, como la novela de Mijaíl Bulgakov "El Maestro y Margarita", pasaban de una persona a otra como en una suerte de biblioteca clandestina ambulante. Las técnicas utilizadas para reimprimir literatura y propaganda incluían el uso del papel de calco, tanto a mano como con máquina de escribir y la impresión de libros en imprentas semiprofesionales. Antes de la Glasnost, esta práctica era peligrosa, ya que tanto copiadoras, como imprentas e incluso máquinas de escribir de las oficinas estaban de un modo u otro bajo el control del KGB. En Polonia, la República Checa, Eslovaquia y Hungría durante las décadas de 1970 y 1980, varios libros (a veces de más de 500 páginas) fueron impresos en cantidades que llegaron a exceder los 12.000 ejemplares. Hrabal, nuestro opositor a los estalinistas, no sé si desde la derecha o desde la izquierda, promovió toda su obra por este método.

En un correo de un amigo, leo: "Como la editorial samizdat ya existe, entonces yo propongo La Internacional Samizdat. Besos. Loïc"
En un libro de Fresán que estoy releyendo estos días, veo: "No recuerdo quién dijo que los libros nunca se terminan sino que, simplemente, se publican. En cualquier caso -sea quien haya sido- tenía toda la razón del mundo y del universo: difícil determinar el final de la escritura y -para bien o para mal- las fechas del editor o la fatiga de materiales del autor obligan, sí, a gemir o aullar un The End, y a otra cosa. Y, de ser posible, seguir el consejo del siempre sabio y atendible Bob Dylan: "Don´t look back"..." Jardines de Kensington.

Al no tener editor ni posibilidad, la cosa resulta curiosa en el caso de la novela de Milos Meisner. Posiblemente, la escritura sea la única manifestación "artística" (sean benévolos por una vez y admitan al capitán Cousteau como animal acuático...) en la que está peor vista la autoedición, tal vez porque presupone una arrogancia al que viene siendo el llamado "autor" que, por lo que sea, molesta. La música (ese referente vital para unos pocos) hace tiempo que se sacudió el polvo de ese prejuicio. Cualquiera puede fundar una pequeña discográfica y sacar su música y la de quien quiera. Bien es cierto que es inmediatamente más disfrutable que (en el caso que nos ocupa) la escritura, ocupación ésta que, afortunadamente, necesita de una suspensión del tiempo más o menos importante (¿por eso ponen música de fondo en los grandes almacenes y no a un tío leyendo "Crimen y castigo"?). Y si la música se disfruta "antes", se la puede enjuiciar "antes". Con el teatro igual, 4 pueden fundar una compañía y montar una obra. Una película, lo mismo. Que pintas o haces fotos, buscas un sitio donde exponer y listo. En todos los casos no podrás evitar que alguien te mire condescendientemente, pero en el caso de la narrativa, las miradas se multiplicaran. Lo sé porque lo he hecho. Cuando era librero, era entrar alguien ofreciéndome dejar sus libros autopublicados en depósito en la librería y algo dentro de mí se ponía en guardia. Nunca dije que no a nadie, pero reconozco que pocas veces leí algo sin reservas, o al menos sin las reservas con las que abro un libro "editado". Toda esta cháchara de diván de psicoanalista viene a lo que viene. En los primeros años de la Revolución Rusa, existió en Moscú una librería llamada "librería de los escritores"; allí se juntaban escritores que vendían sus ejemplares mecanografiados o copiados editados por ellos mismos. Duró poco, como duran estas cosas donde la verdadera libertad campa a sus anchas (Ed. Sexto piso. La librería de los Escritores).
Realmente este post debería haberse terminado tras la cita de Fresán. Todo lo demás hasta ahora ha sido lloriquear un poco, las cosas como son. Estoy revisando la maqueta que me ha enviado Iván. Ya queda menos. No será un samizdat, pues nadie me ha censurado, pero algo de eso tendrá, solo aspiro a que lean la historia de Milos unos pocos. Podría colgar la novela entera en un blog, darle la vuelta y publicar las entradas desde el último al primer capítulo, dejando el blog inactivo y hecho de un solo golpe, pero aún creo en el papel, en el libro, en eso que uno se lleva al váter o en la cestita de la bici, que uno abre sentado en una terraza al sol o bajo un árbol, en un metro atestado o en un bus de línea, y lo hace sin mirar la batería del libro, a lo sumo mirará el reloj para saber cuánto tiempo puede robarle al tiempo, pero sintiendo el tacto de algo vivo entre las manos, no plástico. A mí me gusta eso, y que lo haga alguien con un libro mío es algo que quiero vivir antes de palmarla, y para eso, como dice Fresán, hay que terminar de escribir y, sí, es cierto, para terminar un libro hay que publicarlo, en los cajones no hay novelas inéditas, hay novelas no terminadas... Si merecía la pena el esfuerzo, eso ya no puedo decirlo yo; a lo sumo puedo escudarme diciendo que hay millones de libros mejores, pero también alguno peor. Como dice mi amiga Amalia, "no cagándola, todo es cuestión de empatía".

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