viernes, 11 de marzo de 2011

Obituario autoflagelatorio volumen 1, o ¡Que le corten la cabeza! (volumen 4)

Aprovecho una mañana de calma para escribir, tal y como dice Iván que debo escribir aquí, sin corregir y lo que salga, como si de un match de improvisación se tratase. Quedan veinte días para "cerrar" la librería, y cerrar significa que yo me voy con lo puesto y entra otra persona. La semana que viene me toca aleccionar al joven padawan en las artes libreras que sí, algo tienen de jedi, tanto por lo rancio del oficio (librero, válgame) como por la cara de apollardao que se te acaba poniendo, como si un mal viaje te hubiese dejado en órbita o como si poseyeses un secreto privado, que por muy secreto privado que sea, como no vale para nada (arte de vender libros, válgame -2-) pues de ahí la cara de giliposhas. Me armaré de paciencia, primero porque amo mi tienda y, vale que no es el "enterprais" pero sí un rocín orgulloso y terco que merece un final mejor del que yo le puedo dar, y segundo porque lo que yo creía que era el trabajo más sencillo del mundo parece que no lo es tanto, así que no haré como el capitán Cousteau ante la pregunta de cómo se dirige el Nautilus y  no responderé "pues manejándolo, alma de cántaro, tomas asiento y navegas, que no es una central nuclear", sino que me tendré que sentar y parar ante los detalles, contradicciones, trucos, obviedades y silogismos varios que entraman el noble y vulgar arte de vender libros (válgame -3-). Gestionar libros se me da de puta madre (voy a tirarme alguna flor, hombre ya), ahora bien, gestionar económicamente no se me da tan bien. El fondo bibliográfico que ha llegado a tener la Pecera ha sido algo a tener muy en cuenta (piropeado, no mucho, pero alguna que otra vez, y curiosamente, en un 90 % gente forastera que ha visitado y comprado libros entre estas paredes), pero poco a poco se me ha ido marchitando entre las baldas. Es como si en este pueblo me hubiese puesto una levita, me hubiese dejado un bigote daliniano resultón y hubiese sacado de mi chistera a la misma Venus de Boticceli en la plaza del mercado; hasta ahí todo bien (y hasta aquí me duraron las flores para tirarme) pero he tardado en darme cuenta de que a nadie le parecía interesar tan magna belleza y la Venus hubiese acabado entrando casi en coma por el frío, la indiferencia y la dejadez. Ahora bien, dos cosas; primero, la belleza de la Venus no es cosa mía, traer ediciones bonitas y/o baratas y/o maravillosas y/o simplemente ediciones de Carver, Flaubert, Bolaño, Dante, Quiroga, Ajmátova, Perutz, Cheever, Zola... tener todo el fondo de Impedimenta, poner bien a la vista a Wagenstein, Pron, Halfon, Olmos, Foster Wallace, Giralt Torrent, Cartarescu, es decir, intentar mantener el equilibrio entre un fondo bibliográfico que no sólo huele a polvo y a viejo sino que aún está vivo y es algo con sentido y compaginarlo con el noble arte de surtirme de best sellers, esto es, gestionar una librería, eso, eso se hace con la punta de la pluma de la gorra; y segundo, que eso tan bonito sea rentable ya es otro cantar y es un tema a discutir a fondo, y yo no sólo lo he discutido sino que he acabado molido por unos palos que me han caído por todos lados. He sobrevivido cuatro años y medio porque he optado por quitarme gran parte del pan de la boca, renunciando (pero sin renunciar, he ahí el problema) a lo que pienso que debe ser una librería, porque he sacado un pie fuera y he intentado otras opciones laborales (con un pie fuera tampoco uno puede esperar mucho resultados), así que el afuera de mi pie izquierdo se va a convertir en el dentro de mi todo y la Librería pasa a otras manos. He acabado agotado de mi propia cabezonería y romanticismo, y aunque sea muy bonito ser romántico, también es muy ingrato.  Puedo echarle la culpa a la situación geográfico espacial donde se asienta la librería, que no es moco de pavo, pero en el fondo, sé que el problema soy yo. Nueva gestión, nueva vida, el rey ha muerto; ¡Larga vida a la Pecera!


No estaría mal que un día de estos yo pudiese decir como Aristóteles ante las noticias de las gestas de Alejandro, o como Alexis Korner frente a una foto del dios dorado de Robert Plant: "A ese, a ese truhán, todo lo que sabe, se lo enseñé yo", aunque el espíritu sea otro, aunque el rey esté desnudo, y aunque yo siga sin tener para un café. El brillo de la Pecera, o lo que yo quería que fuese, duró poco, tal vez el segundo semestre del 2007 y el primero del 2008, pero al menos conseguí que algo que hice yo brillara, algo al menos, quien quiera verlo que lo vea, y el que no, pues no, pero la medalla es mía y me importa un carajo que al ponérmela me la haya clavado y hecho sangre, aún así luce bien en mi pechera, y me va niquelada con mi decimonónico monóculo y mi ráncio abolengo proletario. ¿Después de esos meses de gloria...? Luego... pues... luego... Si me pongo a pensar en el luego en vez de flores empiezo a tirarme tomates y ya me flagelo bastante yo con lo mío todos los días. Es como montar un sexshop en Siberia, igual por eso de la novedad y el frío y la mente pervertida de algún Siberiano te funciona, pero o le das otro aire o empiezas a pensar cómo darle salida a todos esos dildos, consoladores y fustas. En el fondo he optado por lo fácil, y es pensar que yo no sé hacerlo de otra manera. Es lo primero que le diré al nuevo dueño, dale un buen giro a esto, cúrrate los coles, los "instis", organiza actividades, lo que sea, pero cámbiala (en el fondo eso fue lo primero que le dije cuando me preguntó la primera vez); no es un vago huraño como yo, conoce a bastante gente, así que le será fácil.

Librera Siberiana con local equipado de calefacción central, ¿quién dijo que éste no es un oficio sexy?

Ahora la Pecera da cosa verla; medio vacía, algo melancólica, con una "mustiéz" enorme recorriendo las baldas; sé que tiene hambre de libros y de lectores pero ya le he dicho que espere. En el fondo, y no sé si lo he dicho alguna vez, creo que no, así que creo que por fin lo diré de una vez, el problema es, como también me han dicho bastantes veces mis amigos, que yo mismo soy mi mejor cliente. Imaginaos ese sexshop bien surtido en Siberia; imaginaos un día típico siberiano; imaginaos ahora a ese sexshopero mano sobre mano mirando sus estanterías, fijándose en esa reproducción del aparato genitourinario de la gran Vanessa del Río y mirando la colección de películas altamente esteticistas y preciosas de Andrew Blake, preguntándose cómo demonios no tiene la tienda llena; ahora imaginad que dicho sexshopero se llama Donatien Alphonse François de Sade, oui, vualá, tre vian... Ahora se entiende que nadie le augure un buen futuro al pintón negocio siberiano de ese vicioso marqués; igual con unas mesitas, unas velas, un suculento bizcocho casero, una selección de tés, un taller del uso y correcto majeno de las bolas chinas, una presentación pública para los paisanos siberianos del "jes extender" fabricado por un vecino poeta y lo mismo el sexshop le funciona, pero es que estamos hablando del puñetero marqués de Sade y ese lo que quiere es lo que quiere, está claro; normal que no tenga visión comercial, pero ni aquí ni en Siberia ni en Sebastopol. Ahora bien, darle a ese onanista degenerado un buen mecenas y un gestor con maña y lo mismo convierte esa tienducha perdida en la Siberia más dejada, apática y sin fuste de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviética en un oasis de perversión y libertinaje. Anda que no... Pero la vida es como es, si no se puede no se puede y además es imposible (pleonasmo espetado por Rafael Gómez Ortega "El Gallo" y máxima vital de este librero), y si una etapa se acaba, pues se acaba y punto. Una cosa está clara, voy a echar mucho de menos ser librero, y sobre todo, voy a echar de menos ser mi mejor cliente. A todo esto, ¿de qué estaba hablando? No lo sé, pero mi amigo dice que no debo corregir esto.

4 comentarios:

TSI-NA-PAH dijo...

Sobre tu texto, simplemente y como siempre magnifico.Me encanta leerlos! Pero sobre la lectora de la piscina y tu cabecera felicitarte arduamente!
un saludo

La Pecera dijo...

Es usted sumamente amable, bueno, siempre lo es. Me gusta verle por aquí. Yo también le leo siempre.

José Fernández dijo...

Pues si, gran post. Nada, la vida sigue y hay que intentar encararla siempre con la mejor disposición; por ej. con el buen humor que (parece) le estás echando.

ned henry dijo...

No me vengas con monsergas Juanmi,,, perdón por el tono, no es tan agresivo como parece, pero, ay del librero o del disquero que no sea buen autocliente, poque, si no lo es, seguramente significaría que le da igual vender un Usía que un Cortazar, un Rosa Quintana que un Baroja,,, haz tu el ejercicio, personalizalo, pon un autor deleznable y alguno de esos con los que, dices, has echado la librería a perder. Te diré algo, el sitio, el lugar,,,, eso si es importante, para lo otro te basta con encargar al proveedor un ejemplar extra y lo sabes. No te conozco, pero tenías el entusiasmo,el impulso y un exacerbado amor por los libros. Ahora señalame un librero que no reuna esas características y yo temostraré a un simple mercader.

El sitio, es muy importante, después de todo nadie pone un sexshop en siberia, aunque alguno puede que haya para que se cumpla la regla.

Fuerte saludo.

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