viernes, 28 de septiembre de 2012

Miljenko Jergovic y el ingenuo librero letraherido


Vuelvo a repostear esta entrada, ¿por qué? Muy sencillo, he encontrado el libro!!! "El jardín de Sarajevo", de Miljenko Jergovic... Juan Almohada me dio la pista, la edición de "Freelander" por Siruela me dió la excusa, un "toma y cómprate lo que quieras por tu cumple" la posibilidad... Ains, que encontrar un libro te alegre el día... pues oui... cosas peores se han visto... Ah, que los dioses bendigan a la librería Alejandría de Sevilla


PUBLICADO ORIGINALMENTE EL 22/11/2010.
LA PECERA estaba aún regentada por mí. aunque tentado, no pienso cambiar ni una coma, ya sabemos gracias a Marty McFly  y al doctor Emmet L. Brown lo que pasa si cambiamos el pasado. Me voy a leer, que llueve a mares y Pavel duerme:



Yo a veces cuando nadie me ve..

Vuelvo a hablar de libros descatalogados. Lo sé, es como si un cocinero tuviera un blog en el que hablase de recetas con carne de diplodocus, de mamut o de cómo hacer jamoncitos de lince con suflé de criadillas de gamusino; pues eso, una putada sin sentido. Supongo que es una postura, no diré que moral, pero al menos una postura ante la idea de que se edita mucho, mal y pensando en "rankins" de ventas más que en el valor de lo que se edita; por otro lado sé que lo que acabo de decir es una chorrada supina, porque a veces pienso que tal sobreabundancia obliga al lector a ser selectivo, a informarse, a depurar su gusto, a buscar la aguja en el pajar mientras por la ropa interior se te cuelan los granos de un pajar que te irrita las partes íntimas, es decir, otra chorrada sobre una industria que está a punto de eclosionar, estando por ver si esa metamorfosis kafkiana es para mariposa o para babosa. Libros, libros, libros... Hay autores que dejan de ser editados sin que se sepa porqué, y de golpe, por el capricho de un editor, vuelven a estar disponibles, y eso es un sufrimiento en según qué casos y para según qué lectores. Uno se puede tirar años (y no exagero) buscando un libro determinado, por la web, por librerías de segunda mano, por bibliotecas, como un Indiana Jones gafapasta y triste. Son esos lectores que te preguntan alicaídos por un libro determinado, sabiendo que les vas a decir que no, pero que aún así, cuando te oyen decir que no, se entristecen aún más. Cuando el triste es el propio librero la cosa de complica, como el dealer yonki en busca del gran pico. Yo tardé cinco años en encontrar "Bodas en casa" de Bohumil Hrabal. Me faltó abrazar al librero que lo tenía y prometerle peregrinación anual con un ramo de flores. Y no hablo de coleccionismo, no es que busques una edición en particular, firmada y con unos sugerentes labios carmesí plantados en amoroso beso celuloso en la primera página, no, lo que quieres es ese libro, sea como sea, como si es en una amarillenta edición de bolsillo de Bruguera ilegible, tu lo compras, que es tu necesidad, y lo lees así te dejes los ojos en el  viaje y te cagues mil millones de veces en el traductor, el maquetador y en la madre del  farmaceútico al que le compras aspiniras cada tres por dos (seis). Yo tuve suerte con el libro de Hrabal, la edición además es bonita. "El poder y la furia" de Graham Greene también me costó lo suyo, pero no tuve tanta suerte con el libro en sí. "Etcétera" de Brodsky sigo sin encontarlo, lo tuve una vez en mis manos, pero no tenía ni un céntimo en el bolsillo, le dije al librero que me lo guardara, pero cuando volví al día siguiente el libro no aparecía por ningún lado. Menos mal que él se acordaba de que yo le había dicho que me lo apartase, por eso de no pensar que estaba loco, pero nada, lo perdí, y a veces pienso que fue él el que se lo quedó. ¿Que cómo lo sé? Porque yo también lo he hecho. Con "Mi suicidio" de Henri Roorda. Yo aún trabajaba en Madrid, alguien nos lo reservó, era tan finito que nunca lo había visto en las estanterías de Pasajes, el cliente vio mi cara cuando me lo dio pidiéndome que se lo guardase hasta la semana siguiente, mis ojos brillaron emocionados y rabiosos, él sonrió en señal de victoria, yo pensé "no cantes que has comprado la piel del oso aún que la escopeta la tengo yo". Cuando le vi entrar días después en la librería, me excusé y le dije que un compañero lo había vendido por equivocación unos días antes. Lo sé, soy un cabrón, pero ese libro necesitaba tenerlo, igual que él... Si lo cuento es porque ese libro se reeditó en 2003 y posiblemente ese hombre ya lo haya encontrado. También diré que no lo he vuelto a hacer. Me sentí tan mal que otra vez que me pasó algo similar no pude hacerlo; me culpé por no haber visto ese libro yo antes y dejé que se lo llevaran, como Bogart en Casablanca dejando que Lazslo se llevase a Elsa con él. También es cierto que esa vez el cliente era "clienta" y era preciosa, y a mí me miran según cómo y dejo que me roben hasta el corazón. Y no es exageración citar a Humphey, sé cómo Rick se sintió el resto de su vida, recordando todos los días a Elsa, unas veces lamentándose de su decisión, otras pensando que estará bien, aunque en este caso Elsa se fue sola, sin Lazslo y con el libro que yo quería bajo el brazo. El libro se llamaba "El jardinero de Sarajevo", de Miljenko Jergovic, de Ediciones Deria. Acabo de llamarles pidiéndoselo y me han vuelto a decir que está descatalogado. Es la tercera vez que les llamo. Una vez les pregunté inocente y me dijeron que no les quedaban ejemplares, otra vez les dije que llamaba de una librería y que era para un cliente especial, pero tampoco hubo suerte; hoy les he dicho que era para mí, que soy librero y que necesito leer ese libro, que mirasen a ver si tenían algún ejemplar por ahí, aunque fuese defectuoso, daba igual, pero nada. Una pena. Mi único consuelo, si es que se puede consolar un librero desesperado por tener un libro, es que he encontrado uno de los relatos que  forman "El jardinero de Sarajevo" por internet. Algo es algo. Miljenko Jergovic es uno de esos autores que no pasan por su mejor momento editorial en España; Siruela mantiene dos libros de él en stock, y los otros tres libros suyos que se editaron, "Los Karivan", "Mamá Leone" y "El jardinero de Sarajevo", están descatalogados; sí, tengo los otros dos, pero me falta el jardinero. 

Miljenko Jergovic pensando en los editores españoles
A veces, cuando hablo de esto con amigos, cuando comenzamos a decir esos libros que aún no hemos leído pero que nos morimos de ganas por leer sabiendo que solamente por un golpe de suerte podremos hacerlo, terminamos diciendo que deberíamos hacer una editorial nosotros mismos y editar esas cosas; en el fondo no es tan descabellado, entre unos y otros conocemos gente que podría traducirnos esos libros, conocemos impresores, maquetadores, diseñadores gráficos, distribuidores, fotógrafos... Nos comeríamos una mierda, pero tampoco nos arruinaríamos tanto y podríamos dormir más tranquilos, como si Golum dijese, a la mierda el anillo, tiro de agenda y me hago uno igual para mí. Mientras tanto, yo seguiré buscando, no me queda otra, sé que aún me queda el último recurso, y es que cuando vaya algún día a Croacia, me lo compre en croata, algo es algo, y no será la primera vez que lo haga.

Miljenko Jergovic a punto de tocarse algo para explicar lo que piensa de los editores españoles

Jergovic leyendo "mi" ejemplar de "El jardín de Sarajevo"
Ahora debería hablar de Jergovic, al menos para explicar tanto desvelo, pero no daría con el tono necesario; copiaré lo que viene en la Editorial Siruela (Miljenko Jergovic nació en Sarajevo en 1966 y desde 1993 reside en Zagreb (Croacia). Es periodista y escribe en las revistas y diarios más importantes de su país, así como en Allgemeine Zeitung, Die Zeit o La Repubblica. Sus obras le han hecho merecedor de varios premios, entre los internacionales el Erich-Maria-Remarque, el Grinzane Cavour por Mamá Leone y el Premio Napoli 2005 por su libro Hauzmajstor Sulc; en Croacia obtuvo el premio August Senoe 2002 por Buick Rivera así como el premio de la Asociación de Escritores de Bosnia y Hercegovina) y a decir que cuando uno coge un libro de un escritor que no conoce de nada y lee (cito de memoria, así que no será exacto): "Cuando nací, oí ladrar a un perro. El médico me soltó, salió al pasillo de la planta del hospital y gritó: Me cago en este país donde los niños nacen en perreras...", entonces uno no puede dejar de leer... Y si leéis el relato de más abajo, entenderéis mi necesidad...

http://en.wikipedia.org/wiki/Miljenko_Jergovi%C4%87


El hurto (relato). Extraido de "El jardinero de Sarajevo". Miljenko Jergovic. Ed Deria. Descatalogado.

En nuestro jardín crecía un manzano cuyos frutos se veían más hermosos desde las ventanas de mis vecinos. En vano, Rade y Jela traían a sus hijas fruta del mercado; ninguna manzana en el mundo era tan apetitosa como las nuestras vistas desde sus ventanas. Cuando sus padres se iban a trabajar, las niñas saltaban la valla y tomaban la fruta más madura. Yo las echaba, les arrojaba barro y piedras, defendía mi propiedad; aunque ni aquellas ni las manzanas me gustaban especialmente. Para vengarse, la hermana pequeña le dijo a mi madre que me habían puesto un uno en matemáticas. La jefa se fue corriendo al colegio y se convenció de la exactitud de sus palabras, y durante días me maltrató con ecuaciones de dos incógnitas. Tanta X y tanta Y me hicieron la vida imposible, por lo que decidí pagarles con la misma moneda empleando todos los medios a mi alcance. Busqué un buen escondite y durante todo el día esperé a las ladronzuelas. Naturalmente ellas aparecieron, yo salté desde un matorral, agarré a la más pequeña por el pelo y empecé a arrastrarla hacia nuestra casa con la intención de encerrarla en la despensa, esperar a que volviera mi madre del trabajo y decidiera qué hacer con ella. La niña se resistía aullando furiosamente, tanto que en la mano me quedó un mechón entero de pelo y un trocito de su cuero cabelludo. Me largué corriendo a casa, cerré con llave y al poco tiempo oí a Rade, bajo la ventana, vociferando que me iba a matar. Lo mismo le repitió a mi madre, que le respondió en idéntico tono. Estuvieron horas intercambiando insultos de una ventana a otra. Ella le gritaba que era un gángster de Kalinovik y él le contestaba que era una asquerosa y disoluta divorciada.
Durante los veinte años siguientes nos retiramos el saludo y las hermanas jamás volvieron al lugar del delito. Transcurrían agostos y septiembres y el manzano seguía dando los mismos hermosos frutos. Nosotros crecíamos sin intercambiar una sola mirada y nuestros padres envejecían sin olvidar las injurias. Las chicas se casaron y se fueron a vivir su vida, pero todo seguía igual.
Al empezar la guerra, la policía registró el piso de Rade y Jela y encontró dos rifles de caza y uno automático. La vecindad fue presa del pánico, sólo se hablaba de a quién y cómo quería y podía haber matado Rade. Él ya no salía de su casa. Probablemente, esperaba que por fin vinieran a prenderlo. Jela iba al mercado a buscar ayuda humanitaria y agua, hasta que un día una granada cayó a diez metros de ella y le arrancó el brazo. Sólo entonces, después de tanto tiempo, los vecinos volvieron a ver a Rade. Cien años más viejo de lo que era hacía apenas unos meses, salía de su casa con una cazuelita de sopa y tres limones ajados. Todos los días iba al hospital con la vista clavada en el asfalto, temiendo que su mirada se encontrara con la de otro.
Ese agosto, en plena guerra, las manzanas habían madurado y eran mejores y más hermosas que nunca. Una fruta así no se veía desde los tiempos del edén. Trepé a lo más alto del árbol, desde donde se divisaban con claridad las posiciones de los chetniks en el monte Trebevic. Inclinado sobre el abismo, las recogí con el entusiasmo del tío Gilito cuando se zambulle en el dinero de su caja fuerte. Cuando alcancé la que estaba tan sólo a medio metro de la ventana de Rade, lo vi al fondo de la habitación. Me quedé inmóvil colgando de la rama. Rade retrocedió unos milímetros. No se por qué, pero no quería que se fuera.
-¿Cómo está, tío Rade?
-Ten cuidado, hijo. Está alto y te puedes caer.
-¿Cómo está tía Jela?
-¡Ah! Se aferra a ese poco de vida con el único brazo. Dicen que pronto saldrá del hospital.
Hablamos así durante dos largos minutos. Con una mano me agarraba a la rama y con la otra sujetaba la bolsa de las manzanas. Me invadió un cierto pesar, mayor que todas esas granadas, que todos los rifles, encontrados y no encontrados. Arriba, en la copa del árbol, bajo su ventana, todo lo que sabía de mí mismo y de los demás, de alguna manera, perdía su significado.
-Sabes, hijo, cuando pierdes un brazo, durante mucho tiempo te parece que lo sigues teniendo. Es algo psicológico. Le llevo lo poco que guiso, pero no hay vida en esos alimentos. Observo esas judías, ese aguachirle que quiere ser una sopa, luego la miro y le digo: Jela; y ella nada, pero entonces dice: Rade, y yo nada. Nosotros, hijo, estamos vivos para mirarnos el uno al otro y concluir que no estamos vivos. Y se acabó. Ya ves, contemplo esas manzanas, ¡hay tanta vida en ellas! Esto no les afecta, no saben. Ni siquiera puedo mencionarlas...
Me estiré hacia la ventana y le tendí la bolsa. Me miró sorprendido y empezó a decir que no con la cabeza. Yo sentí un nudo en la garganta y sólo podía mover los labios. Permanecí allí, colgado, medio minuto; si los chetniks me estaban viendo debían de estar bastante confusos. Rade temblaba como un hombre del que realmente no ha quedado nada. Sólo ese temblor de animalito desvalido. Finalmente, tendió la mano y de nuevo no pudo pronunciar una palabra.
Al día siguiente, Rade vino a nuestra puerta y, con mil excusas porque no quería molestarnos, nos dio algo envuelto en papel de periódico. Se fue corriendo, así que no me dio tiempo de preguntarle nada. En el paquete había un tarrito de confitura de manzana.
Jela salió pronto del hospital. Continuaron viviendo encerrados tras su ventana y Rade no salía más que para recoger ayuda humanitaria. Una vez, mientras aguardaba en la cola detrás de mi madre, le susurró al oído: gracias. Ella se volvió y él repitió que en las manzanas había vida.
En los meses siguentes, personas uniformadas vinieron dos veces a buscarlo, se lo llevaron y lo trajeron de vuelta. Los vecinos espiaban por el ojo de la cerradura y, luego, tal vez para acallar su conciencia, recordaban aquellos rifles. Algunos repetían que, a pesar de todo, Rade había querido matar a alguien, y otros guardaban silencio. La sola idea de ese hombre causaba dolor. Lo más sencillo hubiera sido odiarles, pero de alguna manera, resultaba imposible.
No se sabe quién asesinó a Rade y Jela. Se fueron calladamente, convertidos en miedo. Quizá soy un idiota por decir esto, pero recordaré siempre a ese hombre por aquella confitura y porque nunca, ni siquiera por la noche, estiró el brazo para coger una manzana.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Milos Meisner en tierras italianas. "La muñeca rusa", inicio (fragmento)


Foto: A. Cassanelli
"La muñeca rusa" se ha hecho 790 km, por tren y carretera, de Venecia a Bari... Me imagino a Milos disfrutando del viaje... También  me han dicho que anda por Nebraska, La Solana y Sevilla... ¿Cómo debe ser empezar a leer un libro en Venecia? ¿Y leerlo poco a poco hasta esperar terminarlo frente al Adriático una mañana de sol? Se me ocurren mil libros para hacerlo, si alguien ha elegido éste, ¿quién soy yo para censurarlo?

LA MUÑECA RUSA. Ed. La internacional Samizdat, 2012, Col. Lunática.
CAP 1. (fragmento) pág 11,12


La noche en la que el ejército soviético entró en Checoslovaquia, Milos Meisner interpretaría el ruido de los tanques por las calles de Praga como la gran y estúpida ironía que iba a definir su vida, asaltándole entonces el deseo angustioso de escapar de su pequeño piso de la calle Na Hrázi, del hospital psiquiátrico donde trabajaba como celador, de salir de Praga, de abandonar Checoslovaquia, de exiliarse de su vida, como si esa fuga pudiese darle la calma y el consuelo que creía necesitar. Fue al asomarse despacio a la ventana y ver un tanque en su propia calle cuando recordó a Irina, y el miedo que le asaltó hizo que volviera a oír en su cabeza la risa incontenible de su amigo Pavel Sisak y el escritor Bohumil Hrabal, cuando un par de días antes les contaba que se sentía culpable y en cierto modo una persona inmoral porque se había enamorado de una paciente rusa del hospital que decía ser hija de un cosmonauta ucraniano perdido en el espacio cuya vida había sido borrada por las autoridades soviéticas; unas risas que no ha vuelto a oír nunca más, la de Pavel como la de un grajo luminoso y la de Bohumil igual que la de un hermano mayor que sabe cosas que nosotros nunca podremos saber; los tres ebrios, felices y asustados; él mirándoles y descubriendo ese fuego en los ojos de los que no tienen miedo a nada y a la vez están aterrados por todo.
Estamos en 1968 y, por extraño que parezca, casi nadie imaginaba que la invasión de Checoslovaquia por parte de las fuerzas del Pacto de Varsovia realmente iba a ocurrir. Hacía más de un año que Irina Belokoneva había aparecido en el hospital mental de Praga y nueve meses desde que se habían iniciado las reformas democráticas de Dubček. La noche del 20 de agosto de 1968 se oyeron las explosiones de algunos obuses fortuitos a lo lejos, como si la brutalidad y la represión que se avecinaba quisiera entrar llamando a pesar de no estar invitada, tamborileando sobre el ruido de tanques, anunciando que, por muy cruel, injusto y desolador que pareciese, todo estaba a punto de terminar.  

Foto: A. Cassanelli

sábado, 22 de septiembre de 2012

Pedir un poco de tiempo, aunque sea prestado


Hoy no debería escribir. Estoy echo polvo. Es tarde, me duele todo el cuerpo y no sé qué escribir. Pero tengo tiempo, al menos un rato hasta que el sueño y la iluminación de esta pantalla en blanco hagan que me empiece a doler la cabeza. ¿Qué hago entonces?

Echo de menos estar rodeado de vinilos, echo de menos esa sensación, el olor a vinilo y a cartón. Es raro, porque no es un sentimiento carca, ni esto quiere ser una apología romántica decadente de abuelo cebolleta acerca de un pasado mejor. Simplemente echo de menos esa imagen, y lo que significa para mí. Estoy cansado de desplegar la carpeta del disco duro y clicar carpetas de discos que escucho mal y a medias, de abrir imágenes de portadas y no sentir nada... Es como si Peter Pan sí hubiese crecido y dijera, "no puede ser que eso esté ya tan lejano". Con esto quiero decir que echo de menos escuchar música de determinada manera y a la vez echo de menos tener tiempo para hacerlo. Uno no se permite el lujo de tirarse una tarde
rodeado de carpetas de discos escuchando canciones si no tiene tiempo. Sin embargo, si puedo, prefiero quedarme con la sensación física de la cercanía de la música, de su correlato tangible.
Hubo un tiempo en el que pude hacerlo: la adolescencia, claro. En esos años yo escuchaba lo que iba cayendo en mis manos, no estaba para sutilezas como ahora. Si veía en la furgoneta de los discos del mercadillo del pueblo de los jueves durante tres semanas el "Body Whises" de Rod Stewart, desde luego no le iba a hacer ascos, sobre todo porque en la cubeta sabía que no iba a encontrar nada mejor (los ochenta y su morralla...). Uno, tras meses (y digo meses) de ver el "To hell with the devil" de Stryper (que tu, malo malote, creías que era una invitación a irte con el diablo al infierno, y luego descubrías que no, que aquello, o te lo tomabas a broma o a los de amarillo y negro no había por donde cogerlos más allá de tu personal propedéutica musical), acababas comprándotelo, simplemente porque necesitabas ampliar tu modesta colección y no aparecía nada mejor (a uno no le apetecía tirar por otros derroteros). Incluso llegabas a juntar dinero con otro para comprar algún casete doble, uno se quedaba con una cinta y otro con la otra (culminando el delirio, por algún lado tengo que tener el "Speak of the Devil" de Ozzy (con diferencia la portada que más me ha acojonado de pequeño), en dos cintas, una original, y la otra, con la carátula fotocopiada, pero en vez de graba en una virgen, en una casete de manolo Caracol que le robé a mi abuelo y que sobregrabé con el truco del trozo de cinta en la pestaña..., patético, sí, pero yo era joven, pobre y adicto). Poco a poco las tardes comenzaban a pasar sentado en el suelo, frente al tocata tipo maleta, de un solo altavoz, que fue de tu madre, rodeado de tus discos, leyendo nombres, letras, y demás (y eso que la industria patria debe haber sido de las más rácanas en cuanto a presentación, ahorrándose interiores con letras, prensando discos finísimos, tomándonos el pelo durante años). Joder, yo he llegado a pasarme el tocadiscos al baño, un baño enano, para poder canturrear "Over the hills and far away" de Gary mientras me acicalaba.

Hay varios "hitos" en eso de mi educación vinílico-sentimental. El día que me ofrecieron comprar todos los discos de AC/DC hasta el "For those about to rock" (carpeta negra, cañón dorado), menos el directo "If you want blood" que alguien ya se había agenciado. El tipo que los vendía lo hacía por necesidad, yo siempre pensé que era un yonki, pero creo recordar que resultó ser uno que estaba en la mili y necesitaba dinero, urgentemente. 300 pesetas cada disco. "Los quiero todos", dije, y rompí la hucha (una caja de latón que me había fabricado yo mismo con las herramientas medio oxidadas de mi abuelo). De Serrat a Angus Young y Bon Scott en diez segundos. Bang! No está mal. Mi primo ya me había regalado en las navidades anteriores una cinta con el "Back in Black" en una cara y el "Intensities in 10 cities" de Ted Nugent en la otra, es decir, yo ya me había pasado al lado oscuro directamente, sin pasar por galeras y sin cinturón de seguridad gracias a las casetes de basf de 90 que me iban llegando además de los vinilos que me compraba mitad a ciegas mitad "olfato". En casa siempre había habido discos (recuerdo estar en casa con mi madre y ponerme a Serrat, que le pirraba, y recuerdo ser yo muy pequeño, y escuchar "Mediterráneo" y "Romance de Pedro el Palmo" con la piel de gallina, y escuchar "Señora", muy atentamente, y mirar a mi madre y entenderlo todo...) pero, de todos modos, entrar en casa con esos discos de AC/DC, sacarlos de sus fundas e irlos poniendo poco a poco, fue increíble. Let there be rock, baby, y de qué manera.... Poner todos esos discos a mi alrededor e ir pinchándolos mientras escudriñaba las carpetas... Recuerdo otros, concretamente uno,  "Ritmo Young" se llamaba, un disco de una orquesta  de esas yeyés patrias que había "regrabado éxitos" como Instant Karma, Get Back o Venus, y que supusieron una de mis primeras epifanías musical. Aún lo tengo, pero está medio rallado y prefiero no ponerlo.
Hace poco me puse el primer disco de los Doors; me puse el vinilo y cogí el libreto del cd para leer las notas interiores de la reedición, firmadas por Bruce Botnick. Me sorprendió que contara que en 2003 un profesor de música de Brigham le escribió para decirle que en todas las actuaciones en vivo datadas del grupo de Jim tocaran "Light my fire" medio tono más alto que el vinilo y las reediciones en cd... Bruce luego explica que el proceso de grabado y prensado "alargó accidentalmente" la canción, y que nadie del grupo de dió cuenta!!!! Ni siquiera él, el técnico de sonido!!! Me hizo gracia... Tal vez sea un gilipolléz, pero me gustan estas cosas: Un profesor de música enseñando a sus alumnos cómo tocar "Light my fire" y uno de ellos diciéndole, "profe, los Doors tocan mal su propia canción... van muy rápido..."... "Serán las drogas, niño..." Pues no...


Sacar a colación a los Doors me vale, ya que hay discos difíciles de escuchar en cd, de hecho, en la mayoría de las reediciones en cd se pierde el sentido "narrativo" o "discursivo" del disco, sobre todo cuando los discos tenían "eso"... Hay discos cuyas reediciones en cd los convierten en eternos, e incluso hacen tediosa su audición, perdiéndo todo el sentido (escuchar "Electric Ladyland" en cd, del tirón, sin ninguna pausa, es complicado..., por poner un ejemplo, y no porque eso sea un demérito de sus logros artísticos, simplemente hace más difícil apreciarlos). Hay millones de ejemplos más, y es algo que en todos los discos de los Doors se aprecia perfectamente... La cara A de su primer disco comienza con "Break on Through" y acaba con "Light my fire". Le das la vuelta y "Back door man" sale directamente a tu yugular... cuando te das cuenta, "The end"... Es imposible llegar a The End en cd sin pausa ninguna... Al menos a mí me cuesta... Así que pido tiempo, pero tampoco tanto... ¿Cuánto? Ya lo dijo Ray Manzarek (Ruta 66 nº 171, abril 2001, 450 pesetas, y sí, he parado a buscarlo, y no, no soy un friki del orden, sabía donde estaba tirado porque hace un par de meses releí dicha revista, pero esa es otra historia): 
¿Cómo prefieres escuchar a los Doors, en vinilo o cd? Personalmente prefiero el vinilo. Es más cálido. El sonido analógico es más rico en matices, más agradable, más completo. Me encanta cómo suena mi órgano en un elepé de vinilo. A los Doors tienes que escucharlos veinte minutos, darle la vuelta al elepé, respirar, y escuchar los otros veinte. Así debe hacerse, así lo hacíamos en la época. No puedes alucinar demasiado, la música no va a durar sesenta minutos, vas a tener que levantarte cada veinte minutos y tomarte la molestia de darle la vuelta...



Ejemplos de otros discos que "haya" que oír en vinilo (a parte del sonido y demás), por eso del "concepto"... ahí ya que cada uno haga su lista... yo estoy pensando en irme a dormir...


sábado, 15 de septiembre de 2012

Memorias de un librero pornógrafo, Armand Coppens

Actualmente uno se siente atraído por un libro gracias a muchas cosas, obviando las personales, me quedaré hoy con dos; las reseñas en blogs y las sinopsis que la propia editorial escribe al respecto. Esto último es un arte no bien ponderado... De mis años de librero adquirí un rechazo a toda reseña que viniera de la propia editorial, y la vez me convertí en un adicto a ellas. Casi se las puede considerar un género en sí mismo. Hay editoriales que evidentemente pasan del tema, cuatro líneas y las citas de rigor de críticos, en eso basan todo su "canto de sirena" para que caigas rendido y sientas la necesidad de adquirir el libro. Don Draper los colgaría de las pelotas o les mostraría su elegante desprecio. otras en cambio son pequeñas joyas, no ya de la publicidad (inocular una necesidad, qué es eso si no...) sino de "relato"... Es más difícil para mí, por ejemplo, hacer una sinopsis de "la muñeca rusa" que haberla escrito (al lateral me remito)... Por eso está bien que alguien que no es el autor, lo haga, y que lo haga bien ya debe ser la leche. Hay una a la que tengo gran aprecio (si es que uno puede escribir que siente aprecio por una sinopsis de un libro), y es la que tiene colgada la editorial Tusquets acerca de un libro maravilloso llamado "Memorias de un librero pornógrafo" (genial hasta el título) de Armand Coppens. No puedo evitar la tentación de copiarla aquí, por muchos motivos, incluso por el propio Milos (quien haya leído su historia sabrá por qué, de hecho, esa fue una de las partes que más disfruté escribiendo, no tiene interés ninguno, y no le otorga al texto más valor que el que pueda tener, pero para mí, que soy el relojero, el albañil (ja) o el cuidador del bonsái en el cual se ha convertido "La muñeca rusa", tiene gran valor, por eso de jugar con la realidad, la ficción, la retroalimentación entre ambas, en una palabra, sacar el libro de su espacio ficticio y dejarlo flotando en el espacio); y ahí va:


"Este es uno de los típicos libros eróticos, aclamados por la crítica aficionada al género, cuya leyenda ha rodeado de un halo de misterio debido, ante todo, a la imposibilidad por parte de quienes han tenido interés en investigar la identidad de su autor, ni de saber a ciencia cierta si Armand Coppens es su verdadero nombre, ni si es realmente librero.
   La edición que ha llegado a manos de los lectores franceses —y que ha dado ha conocer este libro— lleva el copyright ilocalizable de «Marie Concorde, éditeur 1970» ; dice ser una traducción del inglés (atribuida a una tal Françoise Maleval) de Memoirs of Erotic Bookseller, cuyo autor es Armand Coppens «con la colaboración de su esposa, Clémentine, exhausta, y de su lejano amante»… Dados la ausencia —intencionada o no— en el título inglés del artículo an (un) delante de Erotic (que, en todo caso, es un error revelador del poco conocimiento del inglés del autor) y el nombre de la esposa de éste —Clémentine—, evidentemente francés, los curiosos e investigadores llegaron a la conclusión de que el recurso a una posible traducción del inglés no fue sino una artimaña para despistar a posibles indiscretos y que Armand Coppens es (o era), efectivamente, de nacionalidad francesa o, por lo menos, de lengua francesa.
   Hace pocos años, el editor y escritor francés Jean-Jacques Pauvert, especialista en literatura erótica, nos puso sobre la pista de un posible librero, de nombre Armand Coppens, en Amsterdam, Holanda. Pero ni él ni nosotros obtuvimos respuesta a nuestras cartas, ni tenemos constancia de que exista tal librero, ni de nadie que responda a este nombre, en la dirección que se nos dio. Por lo tanto, sigue el enigma.
   Sea como fuere, el caso es que estas Memorias de un librero pornógrafo se inscriben, aunque la historia se sitúe en nuestro siglo y bien podría estar ocurriendo todavía ahora en cualquier ciudad de Europa, en la mejor tradición francesa de la literatura erótica del siglo XVIII, siglo muy fructífero y eminentemente creativo en este género.
   Este librero de ocasión pasa de la página al acto, de la biblioteca a la alcoba, del libro a la cama con el desenfado y el tacto de un erudito y de un disoluto. Entre lo que la lectura de ciertos libros suscita en la fantasía sexual de un librero bibliófilo y los actos que su fantasía le conducen irresistiblemente a llevar a cabo, median apenas sutiles fronteras que ningún ser humano sería capaz de delimitar y menos aún de juzgar… Porque quien esté libre de pecado de imaginar y fantasear ¡que tire la primera piedra !"

Es de un naif que tira para atrás, pero también tiene ese punto de espolear la imaginación y querer saber más; no sé, igual mi oficio en el momento que cayó este libro en mis manos (gracias como digo a ésta sinopsis) influyó en mi apreciación de la misma, pero la relectura posterior en la que me hallo no me está quitando la razón... Aunque también he de reconocer otro hecho. Cuando era librero, una vez cada cierto tiempo, hacía un pedido de primera necesidad, por vicio solamente, para calmar mis ansias de acariciar papel, de oler hojas recién impresas, de desvirgar lomos encolados, de leer una pila de libros a las vez, dos, tres hojas no más, al azar, como una especie de trastorno erótico gramático, literario exclusivamente, pues no buscaba quedarme con ninguno ni leer exclusivamente ninguno, sino simplemente leer, crear un libro casual sin argumento de muchos libros, dejarme llevar simple y llanamente por el placer de leer, a veces sólo leía un libro formado por el primer capítulo de 20 libros; no sabía la extensión (dependía de cada libro, y yo no lo sabía, simplemente abría y comenzaba, acabado el primer capítulo, abría otro, y si no había capítulos, en la primera sangría de texto o cambio de ritmo), otras veces de la mitad, una hoja, otras veces de finales... ¿Qué hacía luego con los libros? Fácil, o los devolvía, o los ponía en la mesa de novedades (era muy cuidadoso leyendo cuando era librero, apenas se notaba que había pasado por allí) o terminaban formando parte del fondo de la librería (uno de los argumentos para explicar cómo me fui a la ruina construyendo una librería de fondo en un pueblo donde era imposible que funcionase una librería de fondo). Vicios inconfesables que sólo pueden salir a la luz cuando una lleva ya más de un año alejado del gremio... Pues bien, el libro de Coppens llegó a  mis manos y formó parte de ese ritual, pero no lo devolví ni nadie lo compró... Y esto nos lleva a segundo "arte" de la publicidad literaria: las reseñas de blogs. No voy a diseccionar ni a clasificar, cada uno tendrá sus prioridades y sus gustos, yo tengo los míos, y hay gente que no conozco de nada pero que me animan a hacerme con un libro a ciegas dependiendo lo que digan (El Niño vampiro, El librero humanoide, Lu, Aitor las veces que habló de libros... etc...)... he citado uno, el librero humanoide... fue él el que me hizo sacar el libro de pulcra apariencia rosada de la estantería, haciendo que me dedicara a él exclusivamente.. disfruté como un enano... y he decidido volverlo a hacer, releer la reseña y releer el libro de Coppens...
La copio, pero si has llegado hasta aquí, humilde y alabado lector de este lugar infame, tras leerla, tienes la obligación de pasarte por su espacio...


"26 de dicciembre de 2010.
Un librero pornógrafo puede ser tenido como una especie de sacerdote de un culto pagano, toda vez que el erotismo puede ser visto como una peculiar condición psicológica humana, suceptible de producir un placer ilimitado a través de la única vía de la excitación intelectual. Un librero es alguien que puede transcurrir entre un mundo y otro. Alguien que es capaz de discurrir en el estrecho límite de lo imaginario y lo real. La inclinación o la preferencia de lo imaginario contra lo real no es un caso aislado. La literatura erótica puede funcionar como remedio ante la realidad frustrante. Los deseos, las fantasías, son la única cosa que parece no tener ningún tipo de límite.

Algunas personas creen que el librero forma parte de un mundo insólito y clandestino en el que reina el vicio. Y tal vez sea así, pues el coleccionismo es un tipo de vicio, como lo es el ansia de conocimiento, el ansia de estimular la imaginación y el pensamiento.

Coppens nos relata cómo una vez ha entrado en una librería donde una vietnamita accedió a sacarse fotos subidas de tono, para beneplácito del librero, que luego las venderá en el mercado negro. Mientras Coppens no puede disimular su emoción y su excitación ante el espectáculo casual del que es testigo, el socio del librero se muestra indiferente. Tal vez debido a la costumbre.

Coppens conversa con el librero sobre perversiones y clientes y personajes curiosos, la peculiar galería de consumidores de literatura erótica. Coppens recuerda que alguna vez un gran coleccionista quiso deshacerse de su colección, grandiosa pero sin valor comercial, pues todos los ejemplares fueron dañados por propia voluntad. El cliente habría mutilado todos los margenes de los libros, en una extravagante manifestación de miedo a la castración.

Por otra parte, Coppens piensa que es bueno que el hombre se rebele contra los límites que se le imponen y es natural que trate de traspasarlos. Por eso es necesario que el librero no tenga escrúpulos. Coppens se inició en el oficio por pura necesidad. Si hubiese sido un hombre con dinero, simplemente se hubiera convertido en un coleccionista, pero como sus recursos económicos fueron limitados, tuvo que dedicarse a la profesión para tener acceso a todas esas obras que robaban su sueño.

Alguna vez intentaron persuadir a Coppens de abandonar su predilección por la literatura erótica. Algunas veces los argumentos eran convincentes. Otras, simplemente una manifestación de la estrechez mental que caracteriza a cierto sector de la burguesía bien pensante. Lo cierto es que, con la literatura erótica, se empieza por curiosidad y se acaba verdaderamente poseído. Esta pasión invade todo el ser.

Le han dicho a Coppens que la pornografía solo tiene una finalidad: fomentar los más bajos instintos del hombre, lo cual le impide ver el elemento trascendental del acto sexual. Coppens piensa que, ciertamente, la vida conlleva dos elementos irreconciliables, la concupiscencia y el amor.

La pornografía no satisface al hombre, le deja en un estado de profunda frustración que siempre le conduce a buscar nuevas experiencias sexuales.

Coppens relata la historia del sacerdote fraudulento que fundó su Iglesia Gnóstica Ruso Bizantina, sobre una base ideológica inmoral que, no obstante, gozó de excelente fortuna y aceptación entre numerosos acólitos.

Un loco con imaginación arrastra siempre adeptos. El sacerdocio del protagonista de la historia de Coppens comenzó su carrera por casualidad. Un día se vistió con los hábitos de un cura para una fiesta de disfraces y ya nunca más se separó de su disfraz. Por accidente o por azar, el protagonista aseguró haber encontrado su verdadera vocación. Lo que resulta de lo más extravagante, cuando se tiene en cuenta que este personaje resulta ser un alcohólico y un homosexual que no abandona ni abandonará sus costumbres mientras dura el ejercicio de su religión.

Luego Coppens relata sus andanzas sexuales, las historias de sexualidad y excesos de las que ha sido protagonista o ávido espectador. Incluso la gente más inhibida es proclive a ceder al delirio colectivo. Coppens ha sido testigo de numerosas orgías voluntarias o casuales, en las que ha tenido ocasión de conocer a personajes notables en un contexto insólito.

Aunque el personaje más insólito puede ser un antiguo editor, obsesionado con el lesbianismo, cuya máxima aspiración en la vida es tener ocasión de poder contemplar a dos hermanas acariciándose y besándose frente a él. Su obsesión ha sido tan grande que ha minado todos sus logros y éxitos comerciales. El consuelo de un servicio pago jamás podrá satisfacer una situación que merece ser genuina.

La pornografía, el ocultismo y el surrealismo parecen cortados con la misma tijera. Revelan una tendencia humana hacia lo extravagante y lo abominable. Coppens está igual de interesado por todas las rarezas del género humano.

Cualquier objeto bello es una alegría eterna. Los clientes de Coppens, enloquecen por el libro que les falta. Coleccionistas de literatura de temática homosexual, de sadomasoquismo. Una pareja con extraños rituales. Buenos negocios. Un manuscrito de Ashbee extraviado por accidente. Un suicida incestuoso cuyo objeto de amor reverencial se ha perdido para siempre.

Todos desfilan sin orden ni concierto, por las memorias de un librero pornógrafo. Todos los clientes, los conocidos, los amigos. Todas las pasiones, las fantasías, los éxitos y los fracasos, lo posible y lo imposible. Todo desfila y estalla. En una de las expresiones posibles del mito del orgasmo universal."

http://librerohumanoide.blogspot.com.es/

  Si no tienes la necesidad de hacerte con este libro después de ésto, que Don Draper y Armard Coppens te maldigan

martes, 11 de septiembre de 2012

A salvo en la cuerda floja

He estado en la terraza arreglando varias sillas, encolando y lijando, con Pablo tumbado en una mantita a mi lado, a la sombra, durmiendo mientras escuchábamos el primer disco de Melody Gardot en un deficiente lector de cd's. Hago cosas y me siento mal si me cojo un rato para leer, primero porque tengo que hacerlas, y segundo porque mi poso judeo-cristiano (por muy ateo que me diga) está ahí. La mamá de Pablo se ha reincorporado a su trabajo, su hija ha empezado el cole. La llevo yo, vuelvo, coloco las cosas, hago las camas, alimento al pequeño, limpio... en fin, lo que se supone... No me siento mal por no trabajar, sobre todo tal y como está y pinta la situación, pero no es tranquilizador. Qué coño, sí me siento mal. Pero estoy viendo crecer a Pablo, y eso es bueno. Nos apañamos con un sueldo, y hago mis chapus para pagar poco a poco las letras del préstamo que pedí para abrir la librería y cuya deuda aún colea. El libro de Milos se ha parado, tampoco es que yo haga mucho para moverlo, y si escribo esto, quizá sea para recordarme que he de mandarla a varios sitios y moverme más. Son cosas que he de hacer ajenas a mi cotidianeidad y que atañen a lo que aún sueño con poder hacer con cierta tranquilidad, aunque me reviente, no por "venderme" ni mucho menos, sino porque me ha costado mucho editar la novela y me jode "regalarla" con la esperanza de que alguien me la reseñe o hable de ella y así yo pueda vender algún ejemplar más cuando sé qué eso es bastante improbable (ambas cosas). Luego está el hecho de que incluso quien me la maquetó me la ha pagado; hasta mi madre me la ha pagado... Aunque sólo sea porque en el fondo sigo siendo torpemente kantiano, me jode el agravio. Presento la novela en la biblioteca pública de Manzanares en octubre, y lo mismo sale algo en una librería de Almansa... 
Las sillas quedaron bien. Mañana he de barnizarlas. Se me acumula la plancha y me da pereza, a mí, que desde que mi padre me sentaba al lado del maniquí de vapor de la lavandería he planchado a pesar de mi zurdez (las planchas profesionales está diseñadas para diestros, pero eso es otra historia). Convertir el blog en la vicisitudes de un amo de casa iletrado...? Pablo casi se despierta cuando le he pasado dentro. No sé que haría sin él. Una cosa tan pequeña ha acabado convirtiéndose en mi centro de gravedad. Cuando el cansancio me lo permite, escribo por las noches...

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Tirar notas sobre una novela escuchando a Dylan, Fay y Hunter

Plantear varias cosas. Comenzar una novela con una definición del diccionario, seguir con una frase de una canción de Dylan, no de una de los sesenta, sino de Out of Time. I´m walking throught the streets that are dead... 

Seguir con una cita de una guía Michelin sobre un restaurante coqueto y resultón pero extremadamente caro.
Comenzar un párrafo con las curiosas indicaciones para hacer un guiso de arroz con conejo escuchado en la televisión mientras escribo con ella encendida. Citar algo del libro que ese misma mañana terminé de leer en la plaza del pueblo donde había ido a tomar un café en una terraza y poder leer un rato bajo el ruido de una chicharra. “Construye tú mismo ti casa y quémala tú mismo. No arrojes escombros detrás de tí; que cada cual se sirva de sus propias ruinas... Para todo deseo nuevo, haz dioses nuevos..." Marcel Schwob, el libro de Nonelle...

“Un excitante y a menudo ilusorio y romántico atractivo”. Glamour en el diccionario. También, “atracción personal tentadora y fascinante”. Bill Fay entonces tiene glamour, para mí. Julie Christie también, no es la primera vez que lo digo. http://elcaimansincopado.blogspot.com.es/2010/09/enamorado-de-julie-christie-y-delacroix.html. Lara... ¿De qué va una novela que comienza con la definición de glamour? Espero que sobre Roxy Music antes que un par de cosas tipo Alaska y Mario. 

Ultimamente ando obsesionado con Howlin´Wolf, Chester Burnett, mi cantante de blues preferido, pero la irrupción de Dylan, Fay y Hunter me ha desbaratado todo el plan.

Una frase para comenzar el cuarto párrafo: "Me gusta planchar la ropa interior de mi mujer y siempre me lavo las manos antes de mear, suelo tener la polla más limpia que las manos y soy muy cuidadoso cuando meo." La apunté hace muchos años, se la oí a alguien en un bar de malasaña llamado La Vaca Austera, o tal vez fue en uno que estaba enfrente y que me encantaba ir pero que he olvidado su nombre. El camarero se llamaba Tomás, si no me equivoco, y colgaba fotos de los clientes en una de las paredes. Desde ese día hay algo que nunca había hecho y ahora no puedo dejar de hacer.

Coger una hoja sucia emborronada de palabras, flechas, dibujitos y nombres: Un nombre, Claude Abadie, clarinetista de una banda dixie llamada Les enfants du Orleans que normalmente tocaba en el Club Mabou de Saint Germain de Pres, además de en orfanatos, refugios y comedores sociales. Lugar: Eso fue cuando acabó la guerra y echaron a los nazis de Francia. El médico le prohibió tocar el clarinete. No hay manera de que destierre la neumonía de su cuerpo, y soplar como un condenado ráfagas de riffs sincopados no es lo mejor para unos arrugados pulmones. Lugar: Principios de los sesenta. Oficio: Rentista. Tenía suficiente. Le fue bien, poco a poco redondeaba ingresos haciendo de agente de grupos de jazz y de cantantes folk. El 10% siempre le pareció un acuerdo justo. Lee a Thoreau y a Tolstoi, y eso, supongo, lo explica todo.
En el 71, para hacerle un favor a un compañero, alquila el piso a un cantante americano y a su novia, pagaban bien pero la cosa acabó bastante mal. A primeros de julio Claude se encuentra sin saber cómo, calmando un ataque de histeria de la americana a base de heroína y sacando casi a escondidas el cuerpo de él de la bañera, frío y húmedo como un sapo, y cargándolo escaleras abajo hasta la furgoneta de la funeraria. El que conduce la furgoneta se llama Milos Meisner. El americano, un tal Morrison. Esa es una idea desechada.
"Llevo muchos años muerto y comprenderán que en mis circunstancias es normal que tenga la cabeza echa un lío…" Claude Abadie sólo habla, por eso será una novela corta, no cuenta, habla... Hoy me cuesta escribir...

Será que estoy crepuscular. Me duelen los oídos. Y no, no estoy siendo metafórico. Otitis crónica, amén de otras cosas de nombre largo y raro. he perdido la cuenta de los otorrinos que han urgado dentro de mis oídos. podría decir 20 y no exageraría. Si digo que voy desde los 5 años, entonces sean pocos. La semana pasada tuve una extraña visión. Hasta ahora la cosa había ido así: yo me tumbo en la camilla, pongo mis manos sobre mi vientre, agarro la hebilla del cinturón, cierro los ojos y me dejo hacer. Visualizo el dolor e imagino cosas. Pero el otro día todo cambió. Seguramente será una tontería pero aún le doy vueltas. antes del ritual, el otorrino me metió una cámara y me preguntó si quería verlo. Estuve a punto de decir que no. Dije que sí. Lo ví, me vi... Debería haber dicho que no... Ya no sé qué imaginar. Ahora sólo veo lo que tengo, un oído destrozado y asqueroso, roído hasta el craneo, y ya no es lo mismo al sentir la pinza sacando cosas y el aspirador limpiando. No es que antes imaginase campos de fresas, pero había logrado sublimar el dolor en una especie de mantra visual desde el que me atrincheraba pacientemente. El dolor es una cosa extraña. Siempre ha pendido sobre mí la idea de que me iba a quedar sordo, desde los 5, y esa tal vez sea la causa de haberme lanzado a construir una especie de biblioteca de sonidos y canciones de manera casi suicida, por eso de aprovisionarme para el invierno. De momento hemos sorteado ese escollo. Siempre ha sido así, y siempre lo será. Miedo y hambre. Por eso hay que leer los blogs de Ned, de Tsi y de Chals sobre Bill Fay. Amor a primera vista. Desde la route americana se va a los demás... http://www.routeamericana.com/2012/09/be-in-peace-with-yourself-sobre-el.html. De Dylan hay poco que decir (y antes de la entrada de Chals en la routeamericana sobre Fay, está la de Dylan y su video. Que la gente se escandalize de ese video demuestra lo pacatos que nos estamos volviendo). Maravilloso en su nuevo capítulo dentro de su papel atemporal de cantante de blues eléctrico y rapsoda visionario del ceniciento presente. El silbato del tren de Duquesne es evocador... De Ian Hunter ya dije cosas hace poco más de un año... Clase y elegancia, letras certeras, sonido luminoso, canciones como puños... http://elcaimansincopado.blogspot.com.es/2011/07/ian-hunter-asimilar-el-fracaso-y-saber.html
Sé que es triste citarse a uno mismo, pero más triste es repetirse. Escribía sobre cómo comenzar una novela pero, ¿cómo acabar esto antes de borrarlo?Viendo el video de Dylan y pensado en lo puta que es la vida...



lunes, 3 de septiembre de 2012

Cruel pero justo. Rod Stewart y su estilista

Siempre admiré y admiraré a mi primo mayor. Por muchos motivos, y entre todos ellos, el de inocularme el virus de la música. Siempre he sido un poco melómano, desde muy pequeño, no del tipo de niños que están todo el día cantando y bailando, sino de los que se sentaban frente al tocadiscos a escuchar canciones. Desde muy pequeño siempre he sido igual; cuando tenían que regalarme algo siempre pedía un disco y un libro (y durante unos años una figurita de StarWars, de la que llegué a hacer una modesta colección pero que mi madre regaló, junto con mi colección de comics, cuando consideró que yo ya había pasado a otra cosa, cosa que evidentemente no comprendí ni ahora ni cuando me enteré). En casa, de golpe, apareció una píngüe colección de vinilos. Finales de los setenta. Una de las amistades de mi padre tenía un "Disco-Pub", y al cerrarlo repartió todos los discos. Si recuerdo lo que había soy capaz de sonrojarme, así que no especificaré mucho, tan sólo decir que pasar la fase discotequera de los Bee-Gees y obsesionarse con los singles de Umberto Tozzi, "Tu" y "Gloria" a los 7 años no es sano (mi amigo Antonio se venía del colegio a mi casa a escucharla antes de irse a la suya casi todos los días).


Sin embargo ya apuntaba maneras. En esa colección regalada había un discos recopilatorios. Uno de ellos, "Lo mejor de Epic 1977". Entre una morralla insufrible que no me dignaré a citar (porque aún conservo ese disco) había dos canciones que insitentemente ponía porque me gustaban de verdad. "More than a feelin" de Boston y "Black Betty" de Ram Jam, ambas cortadas a mitad, versión radio imagino. Los rallé de tanto poner. A la mierda el Gloria (que también guardo aún). Mi primo se enteró y para mi noveno cumpleaños me regaló "Lo mejor de Barón Rojo" con un billete de 500 pasetas dentro. Normal que lo tenga en un pedestal. Cuando iba a Madrid, sencillamente babeaba con él, pero él huía cuando íbamos. Nos llevamos los años justos para entender que pasara de mí cuando yo era un mocoso y él un adolescente en Aluche a principios de los ochenta. Yo entraba en su habitación (una habitación minúscula que compartían 3, es decir, litera y una cama mueble que abierta no dejaba espacio alguno) y me quedaba tonto mirando sus discos y sus cintas. Él siempre ha sido extremadamente cuidadoso y todo estaba impoluto, discos en sus fundas, colocados por orden alfabético... Luego crecí y nos dejó a mi prima y a mí acompañarle cuando salía por ahí, pero esas correrías darían para otra entrada...

Nunca entendí cómo, si yo dejaba todo exactamente igual, él supiera que los había cogido. Al principio ni los ponía, le decía a mí tía cuál quería oir, ella lo ponía y yo me quedaba sentado frente al equipo, de medio lado (la litera estaba detrás) y miraba las carátulas de sus discos con una mezcla de miedo y fascinación propia de un niñato impresionable de pueblo como era.
Y ahí apareció Rod... con sus mallas de leopardo rosas, su chaqueta de hombreras, su camiseta de "cruel pero justo" avisando a las nenas, su voz increible y su buen rollo infinito. Rod Stewart y su Absolutely Live. Lo sé, siempre ha tenido el estilista más hortera del mundo, y en el 82 estaba apunto de comenzar su declive, pero, coño, es Rod the Mod!!!! Rod repartiendo rock'n'roll y sano hedonismo frívolo a manos llenas, y ahí estaba yo, dando botes en una minúscula habitación a ritmo de "Hot legs" justo un instante antes de que mis hormonas explotasen y las niñas dejasen de ser esas cosas chillonas e insoportables y se convirtieran en la más absoluta de las perdiciones.
Aquella habitación (seguro que en la cercana cárcel de Carabanchel había celdas más grandes) era el paraíso para mí. Revistas musicales, cómics, pañoletas scout, medallas, zapatillas molonas, camisetas mágicas (el día que me prestó una negra con la leyenda Valle del Kas en letras rosas toqué el cielo) y discos... Todo lo que el pueblo me negaba estaba ahí, y envolviendolo todo, la voz de Rod. Quizá no sea un disco muy valorado ahora, como una obra menor dentro de la discografía de Roderick, pero a mí que no me lo quiten.
Después llegaba mi primo y, a pesar de que todo estuviese en su sitio, igual, me caía una bronca de cojones.


Hubo una canción que me cautivó sobremanera, y no sé porqué; "Young Turks" (quizá reminiscencias de mi pasado Bee Gees...), era sonar y se me aceleraba el corazón... Oir cantar de esa manera "Billy left his home with a dollar in his pocket and a head full of dreams. He said - somehow someway it's gotta get better than this. Patti packed her bags, left a note for her mamma -She was just seventeen, there's a tears in her eyes when she kissed her little sister goodbye..." impresiona y engrandece. Si hago un poco de memoria creo que soy capaz de decir la formación que acompañaba a Rod en ese disco... Jim Cregan, guitarra... Fue en alguna de esas revistas (¿Discoexpress, Vibraciones?) donde leí que su vida giraba alrededor de las rubias despampanantes, el whisky escocés, el rock'n'roll y el fútbol, y me hizo gracia, eso es lo que siempre me ha gustado de él, la imagen que ha dado es la que es, así es él, un entertainment, un vividor con una voz privilegiada y un buen gusto musical; cuenta la leyenda que a Rod lo echaron en los sesenta de España aplicándole la ley de vagos y maleantes cuando aquel mugriento y melenudo adolescente escocés se plantó en el Nou Camp con una pancarta que decía "quiero una oportunidad". Menos mal que no se la dieron, no creo que el mundo de la pelota haya perdido lo que hubiera perdido el mundo de la música si Roderick no hubiese cambiado las botas de clavos por el micro y el blues.

Tardé años en tener ese disco original, mi primo me lo grabó en cinta y la estropeé (rebobinar con los boli bic tenía sus riesgos...) Siempre nos hemos regalado discos, él más a mí que yo a él, pero como le dije una vez, yo aún no le he emborrachado y convencido para que me regale su copia del "Born to Run" como hizo él conmigo. Encontré por fin ese disco en la universidad, en una tienda que no sé si existe aún en los bajos de Moncloa, y me dio tal subidón que me dio lo mismo terminar el mes privándome de la adictiva ensaladilla rusa de la cafetería de la facultad con la que me alimentaba la mitad del mes.
Aquí lo tengo, el disco. Me levanté esta mañana con ganas de escuchar de nuevo esa voz lijosa y cálida, eomcionante y emocional, y rebusqué medio desnudo y descalzo en la pila de vinilos hasta que dí con él y lo puse dispuesto a encarar el día... Luego te pones el video en youtube y ya no hay humano que te lo joda...
Mi primo es el más grande, sí señor, como Roderick David Stewart.



domingo, 2 de septiembre de 2012

Milos alrededor del mundo...

Últimamente no actualizo este blog con material interesante. Sólo escribo para recordar de soslayo que necesito que me compréis el libro, hablando de cualquier otra cosa o subiendo las opiniones que algún incauto o incauta me manda. Nunca hablo de la necesidad real. Necesito dinero.
He encontrado varias cosas sobre "La muñeca rusa" por ahí... Dar las gracias resultaría redundante... o no... Gracias...
http://luluonthebridge.blogspot.com.es/2012/08/lu-recomienda.html

 http://toxicdecibel.blogspot.com.es/2012/08/cosideraciones-sobre-la-muneca-rusa.html

http://lamuerteesunamujerlibidinosa.blogspot.com.es/2012/07/el-escultor-de-la-luna.html

y de paso algunas fotos en plan tío de los Fragels/gnomos de Amelie...

Aeropuerto de Chicago

Proyecto "La muñeca rusa" Andrea Hauer, 1

Proyecto "La muñeca rusa" Andrea Hauer,2

Proyecto "La muñeca rusa" Andrea Hauer,3

Librería Pasajes, Madrid; el libro se lo quedó la librera

Carretera de Alcázar a Manzanares, km 6,800

Biblioteca Pública de Manzanares
Puebla de Lillo (León)

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