jueves, 31 de mayo de 2012

Ingravidez


Se me acabaron los planes. Incluso tenía algo preparado para escribir y resulta que lo he perdido. Pablo y yo estamos solos en casa. Él duerme. Yo no. Para acentuar el tono fantasmal del silencio de la casa, he tapado el zumbido del frigorífico poniendo un disco de Chet Baker. Tecleo descalzo. Voy elegante como siempre intento ir, pero estoy descalzo, no soporto llevar zapatos en casa. Fiel a mi dispersión, esto va sobre nada. He empezado “Los ingrávidos” de Valeria Luiselli. Anoche me quedé dormido leyéndolo, sentado en la terraza. Era la una de la mañana, no era culpa del libro. Al revés. Me gusta. De hecho necesitaba una lectura así. Vaporosa y fragmentaria, bonita y evocadora, cruel y real, colofón de un día dinamitado que sólo salvó la sonrisa que encontré al llegar a casa. Me queda muy poco para terminar con las correcciones finales sobre las galeradas de "La muñeca rusa". No es algo pesado, pero al hacerlo sin posibilidad de continuidad (¿una hora, media? imposible) se está eternizando. Ya está todo en marcha. Concretar la portada, corregir sobre la maqueta las erratas y mandar el satélite a la imprenta. De los conocidos que se sentirán kantianamante abocados a comprarme un ejemplar, no puedo aventurar un número. Por otro lado, tengo contabilizados 16 pedidos en firme de excéntricos, esto es, de gente que no tengo el gusto de conocer pero que lee esto. Eso ya de por sí es una victoria en una guerra que me está minando a marchas forzadas. A veces me entran ganas de soltar un sonoro, liberador y brutal grito a la manera del Living Theater o de un Glenn Danzig con dolor de muelas o, mejor, de una cabreada Yoko incapaz de recordar dónde dejó las bolas chinas. ¿Al final? Al final acaba Chet y pongo un disco de Jackson Browne mientras veo dormir a un bebé. Así soy yo, insondablemente ridículo.


Esperaré a la noche para volver a salir a leer a cielo abierto el libro de Luiselli. El consejo del día es sencillo, y como todos los consejos que puedo dar, parte del que parten todos, del primigenio e irrefutable, “el español siempre piensa bien, pero tarde”: Si nunca has trabajado en una Biblioteca pública, no pierdas el tiempo, ni un minuto siquiera, en prepararte un examen para cubrir una plaza en cualquier biblioteca, al menos de la zona de la Mancha. Están cerrando bibliotecas y echando gente de muchos pueblos, por lo que siempre habrá alguien que, aunque haga un peor examen que el tuyo, quedará por encima de ti en el concurso de méritos. Lee, pasea, ofrécete como animal de compañía, métete a fondo en la discografía de Frank Zappa, sacarás más y, lo que es mejor, no te sentirás una puta mierda, si acaso un mierdecilla, pero con eso se puede capear, con lo otro, no, con sentirte una puta mierda, no. Si eres como yo, del género tonto, y estudias, y quedas entre los 8 primeros, y resulta que de esos, sólo tu no has trabajado en bibliotecas (oficialmente), entonces te sentirás derrotadamente ridículo cuando hagas lo que hagas quedes relegado al final de la lista. Da lo mismo para lo que sea el concurso oposición, cambien biblioteca por "limpieza de mobilialio urbano", "educador de adultos en universidad popular", "auxiliar administrativo"… será igual de ridículo y perderán el tiempo estúpidamente. ¿En eso consiste la llamada "generación perdida", en llegar tarde todo o llegar con mal pie? No pierdan el tiempo en oposiciones, en serio; si nunca han trabajado para el puesto que oferten, ni lo intenten, déjenlo (salvo que sean personas con suerte y confíen en ella, que nunca se sabe si esa bolsa de trabajo de la que formarán parte se moverá hasta llegar a ustedes, pero si la suerte es para ustedes una falacia burguesa), hagan algo menos frustrante y positivo con sus vidas, vale desde la revolución hasta cuidar de su hijo, pero no estudiar componentes químicos utilizados en la limpieza de fachadas ni la CDU, ni mecánica de vehículos; eso no. Una vez dicho esto, tal vez sea conveniente un segundo consejo: Quiten cosas de su currículum, y más si tienen estudios superiores, si no lo hacen tendrán que responder surrealistas y vejatorias preguntas cuando les entrevisten para reponer leche en un carrefour, llevar un coche fúnebre o convertirse en mozo de almacén de una tienda de bricolaje; háganse los locos o invéntense una enfermedad para rellenar ese espacio temporal, pero quiten su licenciatura o su master. Y quéjense, formar parte de un colectivo de más de cinco millones no les inhabilita para contar su caída a los infiernos o su travesía por el desierto. Así es la vida, Caperucita, y así la está contando el señor lobo…
 

jueves, 24 de mayo de 2012

Injusticia contra el Capitán Contreras

- Como hay Dios que se han de pagar mejor mis servicios....

- ¿Pero a dónde va vuestra merced?

- A lavar mi honra, o a cenar con San Pedro...

(Desde hoy, al menos una de las frases se verá usada con asiduidad por mi merced)




Y uno de los mejores diálogos de la historia...



martes, 22 de mayo de 2012

Samizdat. Por qué voy a autopublicarme, cap. 3

A veces hablo con mi amigos de abrir una editorial. Sabemos que es como proponer abrir un templo dedicado a Ceres, instaurar un club de esgrima o hacer el Charlie Runkel en despachos privados, esto es, reconforta, pero es inútil.
He encontrado el camino del medio. Samizdat
Samizdat (auto-publicado, en ruso самиздат) era una práctica en tiempos de la Unión Soviética destinada a evitar la censura impuesta por los gobiernos de los partidos comunistas en los países del Bloque oriental. Mediante esta práctica, individuos y grupos de personas copiaban y distribuían clandestinamente libros y otros bienes culturales que habían sido proscritos por el gobierno. La idea era hacer unas pocas copias cada vez y que cada persona que tuviese acceso a un medio de copiado hiciera más copias.
El término fue acuñado por analogía con los nombres de editoriales soviéticas, como Politizdat (abreviatura de Politicheskoe izdatelstvo, Политиздат, Государственное издательство политической литературы, Editorial Estatal de Literatura Política), Detizdat (literatura para niños), etc.



Etimológicamente, la palabra "samizdat" se compone de "sam" (сам, "a sí mismo") e "izdat" (издательство, izdatel'stvo, "editor"). En esencia, las copias de texto samizdat, como la novela de Mijaíl Bulgakov "El Maestro y Margarita", pasaban de una persona a otra como en una suerte de biblioteca clandestina ambulante. Las técnicas utilizadas para reimprimir literatura y propaganda incluían el uso del papel de calco, tanto a mano como con máquina de escribir y la impresión de libros en imprentas semiprofesionales. Antes de la Glasnost, esta práctica era peligrosa, ya que tanto copiadoras, como imprentas e incluso máquinas de escribir de las oficinas estaban de un modo u otro bajo el control del KGB. En Polonia, la República Checa, Eslovaquia y Hungría durante las décadas de 1970 y 1980, varios libros (a veces de más de 500 páginas) fueron impresos en cantidades que llegaron a exceder los 12.000 ejemplares. Hrabal, nuestro opositor a los estalinistas, no sé si desde la derecha o desde la izquierda, promovió toda su obra por este método.

En un correo de un amigo, leo: "Como la editorial samizdat ya existe, entonces yo propongo La Internacional Samizdat. Besos. Loïc"
En un libro de Fresán que estoy releyendo estos días, veo: "No recuerdo quién dijo que los libros nunca se terminan sino que, simplemente, se publican. En cualquier caso -sea quien haya sido- tenía toda la razón del mundo y del universo: difícil determinar el final de la escritura y -para bien o para mal- las fechas del editor o la fatiga de materiales del autor obligan, sí, a gemir o aullar un The End, y a otra cosa. Y, de ser posible, seguir el consejo del siempre sabio y atendible Bob Dylan: "Don´t look back"..." Jardines de Kensington.

Al no tener editor ni posibilidad, la cosa resulta curiosa en el caso de la novela de Milos Meisner. Posiblemente, la escritura sea la única manifestación "artística" (sean benévolos por una vez y admitan al capitán Cousteau como animal acuático...) en la que está peor vista la autoedición, tal vez porque presupone una arrogancia al que viene siendo el llamado "autor" que, por lo que sea, molesta. La música (ese referente vital para unos pocos) hace tiempo que se sacudió el polvo de ese prejuicio. Cualquiera puede fundar una pequeña discográfica y sacar su música y la de quien quiera. Bien es cierto que es inmediatamente más disfrutable que (en el caso que nos ocupa) la escritura, ocupación ésta que, afortunadamente, necesita de una suspensión del tiempo más o menos importante (¿por eso ponen música de fondo en los grandes almacenes y no a un tío leyendo "Crimen y castigo"?). Y si la música se disfruta "antes", se la puede enjuiciar "antes". Con el teatro igual, 4 pueden fundar una compañía y montar una obra. Una película, lo mismo. Que pintas o haces fotos, buscas un sitio donde exponer y listo. En todos los casos no podrás evitar que alguien te mire condescendientemente, pero en el caso de la narrativa, las miradas se multiplicaran. Lo sé porque lo he hecho. Cuando era librero, era entrar alguien ofreciéndome dejar sus libros autopublicados en depósito en la librería y algo dentro de mí se ponía en guardia. Nunca dije que no a nadie, pero reconozco que pocas veces leí algo sin reservas, o al menos sin las reservas con las que abro un libro "editado". Toda esta cháchara de diván de psicoanalista viene a lo que viene. En los primeros años de la Revolución Rusa, existió en Moscú una librería llamada "librería de los escritores"; allí se juntaban escritores que vendían sus ejemplares mecanografiados o copiados editados por ellos mismos. Duró poco, como duran estas cosas donde la verdadera libertad campa a sus anchas (Ed. Sexto piso. La librería de los Escritores).
Realmente este post debería haberse terminado tras la cita de Fresán. Todo lo demás hasta ahora ha sido lloriquear un poco, las cosas como son. Estoy revisando la maqueta que me ha enviado Iván. Ya queda menos. No será un samizdat, pues nadie me ha censurado, pero algo de eso tendrá, solo aspiro a que lean la historia de Milos unos pocos. Podría colgar la novela entera en un blog, darle la vuelta y publicar las entradas desde el último al primer capítulo, dejando el blog inactivo y hecho de un solo golpe, pero aún creo en el papel, en el libro, en eso que uno se lleva al váter o en la cestita de la bici, que uno abre sentado en una terraza al sol o bajo un árbol, en un metro atestado o en un bus de línea, y lo hace sin mirar la batería del libro, a lo sumo mirará el reloj para saber cuánto tiempo puede robarle al tiempo, pero sintiendo el tacto de algo vivo entre las manos, no plástico. A mí me gusta eso, y que lo haga alguien con un libro mío es algo que quiero vivir antes de palmarla, y para eso, como dice Fresán, hay que terminar de escribir y, sí, es cierto, para terminar un libro hay que publicarlo, en los cajones no hay novelas inéditas, hay novelas no terminadas... Si merecía la pena el esfuerzo, eso ya no puedo decirlo yo; a lo sumo puedo escudarme diciendo que hay millones de libros mejores, pero también alguno peor. Como dice mi amiga Amalia, "no cagándola, todo es cuestión de empatía".

martes, 15 de mayo de 2012

La muñeca rusa. Bocetos para su edición, I


En marcha desde lo más profundo del cutrerío artesanal.... Andrea lo ha captado a la primera...
Puede quedar bonito... No. Va a quedar bonito.
Andrea es un genio, aunque no es por eso que la quiero tanto. 
Iván se está quitando tiempo de sueño y ratos de estar con sus hijos para maquetarlo... Por algo es quien es en mi vida, pero con esto se está ganando que le deje en herencia mis discos y mi memorabilia de los Allman (no todo iba a ser bonito, Iván..., en ellos se esconde el secreto del tiempo, entre otras cosas..). Mercedes se está desdoblando (sufriéndome a la vez) corrigiendo repeticiones innecesarias, errores de estilo y atropellos varios de un diletante que a veces se fija demasiado en los árboles y no ve el bosque y otras sólo ve bosque y el lobo feroz se le lleva la merienda en un oximorón perfecto de ecos siberianos y relente bibliófilo (¿por qué Almería, un sitio que apenas conozco, se convierte en el centro de un laberinto que ni yo comprendo? Porque he acabado allí dos veces justo cuando pasaba por un momento de esos que llaman "trascendentales" en la vida de todo hijo de vecino, y que me hicieron acabar donde estoy ahora. Curiosamente, la primera en una gira de teatro que bien merece un libro, y otra en una gira roquera con la Vacazul que bien merece otro).
Lo que hay que hacer para demorar la llamada a la imprenta; tengo el miedo en el tuétano, me da que no me va a llegar el parné... ¿Cuántos kilos de sábanas sucias me tocará limpiar este año? ¿Cuantos kilos de autoestima cuando vuelva a pedir porque no me llega? Aún hay un ayuntamiento que me debe dinero de cuando era librero y servía libros a varias bibliotecas municipales de la ínclita y esperpéntica provincia ciudad-realeña. Va para 18 meses. El alcalde ya ni me coge el teléfono. No es mucho, pero es mío y me da para diez ejemplares. Yo contaba con eso para otra letra del préstamo (losa-tumba-pesadilla-de-mis-entretelas) y para echar a andar las máquinas con la historia de Milos Meisner, pero me temo que a lo sumo, como no me plante en la biblioteca de Carrizosa y me lleve los libros que les serví, no voy a conseguir nada. La muñeca rusa ha echado a andar, no hay vuelta atrás, o me hundo o me pierdo en las simas oceánicas... ¿Alguien está dispuesto a leerla?

viernes, 11 de mayo de 2012

De citas y empanadas literarias a la sombra del péndulo de Foucault

Soy un péndulo andante, una mecedora portátil a la que el primer motor le ha empujado y ahora no puede parar de balancearme. Inconscientemente acuno todo lo que cae en mis brazos. Cuando me doy cuenta, parezco un maternal oligofrénico. La culpa no es mía, claro. El cansancio y la falta de sueño tiene mucho que ver. Anoche me di cuenta que estaba acunando un libro. Era tarde y el bebé dormía en brazos de su madre. Se lo había pasado hacía un rato, pero cuando me di cuenta yo seguía con el vaivén oceánico sujetando en mi pecho "La educación de la chicas de Bohemia" de Michal Viewegh, mientras daba cabezadas al ritmo de las variaciones Goldberg del Ensemble de Uri Caine. Lo que parece un detalle cultureta no lo es tanto, lo mismo me hubiese dado que estuviese sonando, no sé, Queensryche o Gene Clark, que de hecho lo estuvieron unas horas antes, que yo hubiese estado con el efecto péndulo igualmente. De pie, sentado, recostado, andando, ahí estoy, como un satélite ptolemáico con demasiados epiciclo y deferentes como para levar una trayectoria curvilínea regular... En fin.
Mientras reescribía "La muñeca rusa", estudiaba para limpiador de mobiliario urbano (ha salido convocatoria nueva), cambiaba pañales, acunaba, planchaba e intentaba llevar una casa como una regia gobernanta, intentaba sacar un ratito para leer, vicio irrenunciable (no me tiren de la lengua...) que me he dado cuenta que (también) he de ordenar. Partiendo de ese hecho ineludible (que necesito orden) he de poner orden en las lecturas, porque he caído en la cuenta de que mi cabeza no puede procesar tantas lecturas simultaneas a la vez (si puede, pero no en el estado de inercia cuasizombil en la que me hallo). Mezclo nombres de personajes de los 8 (ocho) libros que he reparado que estoy leyendo a la vez. Como los tiempos de lectura varían entre cinco y quince minutos, me escabullo agarrando el primero que tengo a mano sin importarme cual es; leo varias páginas y vuelvo al pie del cañón. Luego me hago una imagen mental y veo que los "Diarios" de Tolstoi se mezclan con "El caso Tulayev" (tremenda crítica en el niño vampiro), que Kral no es un personaje de "Amor y basura" de Klima, sino de Viewegh, que "La armonía Celestial" de Esterhazy se me mezcla con la autobiografía de Mingus que estoy intentando releer en honor al grandísimo ser supremo que es Aitor y con las "Memorias de un librero pornógrafo" de Armand Coppens. El problema es más gordo de lo que parece, porque se me están empezando a mezclar también con libros que he ido terminando últimamente, como uno de Auster que no recuerdo cómo se llama (porque tengo a mano "Invisible" que caerá pronto como me despiste -en una de esas lecturas homenaje a Henry Miller de exilio intestinal básicamente-) y el de Houellebecq (inmenso). Con el de Little Richard no hay problema, lo leí unos días antes de que naciese Pablo y es tan grande que es impermeable a mi gazpacho mental de ahora.
Para colmo "mis personajes" han empezado a habitar también otros libros. No es arrogancia, es sueño, insisto; pero de todos modos es bonito ver que ubico a Milos Meisner en mitad de ese emocionante relato sobre el nefasto destino de un aviador checo voluntario de la segunda guerra mundial que tras huir a Polonia, se alistó en la aviación inglesa que, una vez acabada la guerra, resulta que es encarcelado por corrupción ideológica, del libro de Ladislav Mnacko "Invierno en Praga" (que también). No temo acabar como un don Quijote cualquiera, sencillamente porque eso hace muchísimo tiempo que ya me pasó y por lo mismo me la trae al fresco. Lo cual no quita para que, insisto, necesito orden.
De momento he cogido uno, y sólo uno, que no pienso soltar (y acunar) hasta que no lo acabe. "La educación de las chicas de Bohemia" de Michal Viewegh. Un profesor de instituto es contratado por un mafioso para que de clases de "escritura creativa" a su gótica y deprimidísima hija. Terrible y divertido a partes iguales. ¿Por qué éste? Simplemente porque fue el que llevaba en la mochila cuando acabé la semana pasada en urgencias, alertado y alarmado por un candoroso médico de cabecera que creyó ver un indicio de fuga en el aneurisma que, gracias a Thor, no fue tal, pero que me tuvo sentado en una sala de espera lo suficiente como para poder leer casi una hora seguida, sacándome de mí mismo y mi terror jovial un rato, mientras esperaba los resultados del scaner con contraste (en aneurisma está como estaba, pero los dibujitos de "érase una vez el cuerpo humano" que me pueblan, últimamente se portan...
 
Página 72/73 (extinta Editorial Metáfora) "en la buhardilla se había producido un solo cambio apreciable: olía a vino. Agucé la vista en la oscuridad: había una botella en la mesita de noche.  Beata no estaba cubierta más que por una sábana arrugada; por el momento no estaba del todo seguro pero me dio la impresión de que estaba desnuda. El edredón se había caído al suelo junto a la cama. Las dos cosas me ponían un tanto nervioso, de modo que preferí no encender la luz y me limité a retroceder imperceptiblemente en la silla giratoria hacia la biblioteca, como si los lomos de los libros, casi todo ellos bien conocidos, a los que ahora tocaba con las yemas de los dedos, fueran capaces de asegurar la conexión a tierra de toda aquella tensión mía. Estuve largo rato pensando cómo empezar, hasta que en vista de la ausencia de mejores ideas tuve que emplear la de Kral del día anterior: ¿Soy infeliz? Más bien no. Así que me limitaré a enseñar cómo lo hago:
Intento descubrir buenas señales (Doctorow).
Intento amar más a la vida que a su sentido (Dostoievski).
Intento extraer de los años que he vivido el sedimento de los hábitos y afectos que para mí puedo considerar característicos y duraderos, y a estos les dedico especial cuidado, para que mi vida, la que he elegido, me dé alegría (Proust).
Intento no perder el sentido del humor, porque sólo una broma nos puede reconciliar con lo grotesco de la vida (S. J. Lec) y porque mientras uno se pueda reír, está a salvo (K. Kesey).
Intento mantener ciertas reglas de juego, porque las reglas son lo único que tenemos (Golding).
Intento estar de acuerdo con todas las maneras de entender el mundo que conduzcan a la amabilidad (Simecka), y no intento leerlo todo y entenderlo todo, porque las carencias educativas también pueden ser una fuente de fuerza y serenidad (Italo Svevo), y más aún cuando todo lo que una persona necesita saber lo aprende en la guardería (Fulghum).
Intento quererme y trato de olvidar lo antes posible a qué partido han votado algunos de mis amigos.
Intento no comprar lotería y no apostar a la primitiva.
Intento beber para relajarme y no para destruirme.
Intento evitar los bailes y los grandes almacenes.
Intento no mirar mucho a mi alrededor cuando estoy en una sauna de hombre.
En la sala de espera del dentista prefiero que se cuenten chistes malos a que se hable de extracciones.
Y en la vida hago lo mismo.
Al final - como ya estaba lanzado - le revelé el truco más refinado para arrancar un torcito de felicidad: Sacrificarse, ceder. Si no te puedes salvar a tí mismo, trata de salvar a los demás.
La clave definitiva de lo segoistas más astutos.
Me bastaron menos de cuarenta minutos para dejarlo absolutamente todo resuelto con la ayuda de dos decenas de citas: el hundimiento de los valores tradicionales, el incremento de la enajenación, el consumismo, la crisis de la familia, la desaparición de Dios y la pérdida de la identidad; y aún me quedaron diez minutos para resumir y repetir. Fue una hora de clase ejemplar.
Estaba satisfecho conmigo mismo.
-Amén- dijo Beata.
Ya estaba bastante bebida y yo no hacía más que aburrirla repitiendo cosas sensatas (Saul Bellow)"

Pues eso, a intentarlo hasta que el cuerpo aguante...

jueves, 10 de mayo de 2012

Por qué voy a autoeditarme, cap. 2

Hace varios días terminé la revisión de "La muñeca rusa". Releída y (re)corregida ortográficamente, se la he enviado al maquetador jefe. La portada está en diseño...
He de llamar a la imprenta...
Elegir un nombre para "la editorial"...
Registrarla en CC (corren nuevos tiempos...)
Rediseñar el blog par albergar a la criatura y poder "recibir pedidos"...
Poner en orden mi día a día una vez abandonada la cueva (retomar el blog, crear plusvalía, atender al pequeño Pavel)...
¿De qué hablan Milos Meisner, Henry, Tristán Léglise, Pavel Sisak, Irina Belokoneva, Cyrano de Bergerac, Baikonur y Yuri Gagarin en una librería llamada "El Nautilus"...?

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