jueves, 25 de marzo de 2010

La librería de los escritores

Acabo de volver de mi "revisión" del sintrón; cuatro años de cordialidad con mi enfermero han dado paso a unas afables muestras de aprecio ("hombre..." "buenos días..." "ya te echaba de menos...") curiosamente yo no sé su nombre y él siempre me llama Juan Manuel, pero sé que nos caemos bien. Como los niveles de coagulación estaban bien, me he metido al salir una tostada con tomate y un café enorme entre pecho y espalda, he abierto La Pecera, he llamado a mi santa, he pinchado un disco de Premiata Fornería Marconi y me he puesto a ello. De alguna manera estaba deseando llegar y ponerme porque en la sala de espera he estado leyendo un librito que me llegó ayer de reposición a la Pecera y que me he llevado a la consulta porque cabía en el bolsillo de mi chaqueta y era el que estaba más a mano, encima del montón que hace bulto en el mostrador a la espera de ser colocados en sus correspondientes baldas.
"La Librería de los escritores" tiene varios años ya, pero da lo mismo, es un libro formálmente precioso, muy bien hecho, sensiblemente presentado, con unas ilustraciones cuidadísimas y encima de lo que trata me embauca irremediablemente. El texto es de Mijaíl Osorguín, las ilustraciones son de Alexéi Rémizov y tiene un anexo con poesías (en papel satinado con la copia manuscrita en el margen izquierdo) de Marina Tsvietáiva. Editorial Sexto piso.

Estamos en "Moscú, 1918. El clima de ausencia de censura que sigue a la Revolución de Octubre da paso sin tardanza a una censura aún mayor. El escritor y bibliófilo Mijaíl Osorguín decide entonces, junto a un puñado de intelectuales a cual más excéntrico, fundar en Moscú la que llaman La Librería de los Escritores. Pronto se convierte en un pequeño centro cultural, un lugar de descanso y un refugio para escritores, profesores, artistas y estudiantes, para todos aquellos que no querían romper con la cultura ni reprimir sus últimas inquietudes espirituales. En aquellos calamitosos años, cuando los libros se usaban para calentar las estufas, a falta de novedades editoriales, deciden publicar cortas tiradas de libros manuscritos (puño y letra, un sólo ejemplar) de autores como Alexéi Rémizov o Marina Tsvietáieva. Este es el relato en primera persona de aquella iniciativa única." (sic)


Qué puedo decir, un librito que se lee tan rápido que exalta aún más el placer que supone sumergirse en lo que narra. Bibliófilos penitentes, coperativistas irredentos, quijotescos revolucionarios que pronto comprueban en sus carnes la deriva ideológica de los arribistas hambrientos de poder y sustento, la NEP, las purgas, todo ello contado con una sencillez abrumadora y un amor hacia los libros y la vida que emociona; poco más de 50 páginas que condensan una forma de vivir, de sentir y de afrontar la vida que condensa terriblemente el desencanto y la poesia de quien sabe que lo que le ha tocado vivir es a la vez infame y bello.

Mijaíl Osorguín (Perm, 1879 – París, 1942) tituló una de sus primeras obras "Los juegos del destino" pensando seguramente en su propia vida: su precoz tendencia revolucionaria, cuando era aún muy joven y compaginaba sus estudios de derecho con el periodismo, le obligaron a exiliarse de Rusia en 1906. Tras pasar diez años en Italia vuelva a Moscú entusiasmado por la revolución de Octubre, sin embargo, apenas un par de años más tarde es arrestado, estando en prisión dos años, y en 1922, junto a otro grupo de intelectuales, fue deportado a Alemania. En 1923 llegó a aParís acompañado de una se sus alumnas Tatiana Bakúnina, que pasó a ser poco después su esposa. Entre sus más de veinte libros destaca la novela "Una calle de Moscú", en la que narra cómo las turbulencias de los años 1914 a 1918 sacudieron incluso la más pacífica calle moscovita.

Tanto en la vida como en la obra literaria de Alexéi Rémizov (Moscú, 1877 - París, 1957) lo fantástico y lo estrafalario se unen para dar lugar a un universo tan personal como peculiar. Por su participación casual en una protesta estudiantil en 1897 fue arrestado y deportado a Siberia, primero a Penza y más tarde a Vologda y a Ust-Sysosk; una vez allí aprovechó para profundizar en la historia del folclore ruso y se casó con una estudiante de arqueología que alentó su interés por la caligrafía antigua. Su obra combina las reminiscencias de la cultura popular medieval con elementos góticos. En París, donde se exiliaron en 1923, escribió obras cada vez más estrambóticas, llenas de personajes oníricos y demonios que acompañaba con dibujos y grabados que le dieron cierta fama. Su reputación comenzó a declinar cuando, después de la Segunda Guerra Mundial, se obsesionó con volver a la Unión Soviética, ganándose el desprecio más absoluto del círculo de escritores emigrado rusos, de hecho, Nabokov, que lo trató en esos años finales, dijo de él que "lo único positivo que puedo decir de Remizov es que realmente vivió en el mundo de la literatura".

Marina Ivánovna Tsvetáyeva (en cirílico Марина Ивaновна Цветaева)nació en Moscú en una familia acomodada y, siendo aún muy joven, publicó suy primer libro, "Álbum vespertino", que le proporcionó una precoz celebridad dentro de lso círculos litararios d ela capital. Su vida fue una sucesión de exilios, en 1922 debió exiliarse a Berlín, luego se instaló en Praga y fialmente en París. Vivió 14 años en Francia, desdichada y deprimida. Vuelve a la Unión Soviética para reunirse con su marido Serguéi Efrón y con su hija, en 1939. Durante la invasión nazi, junto con otros escritores, es evacuada a la República tártara. El ostracismo al que fue condenada, la miseria, los horrores del stalinismo, el arresto de su marido y la deportación de su hija a Siberia la llevaron al suicidio en 1941. Deja una obra viva, fuerte, intransigente que fue salvada de la destrucción y del olvido por su hija Ariadna Efrón. En la Unión Soviética permaneció casi inédita hasta después de la Segunda Guerra Mundial, cuando comenzó a ser conocida a través de hojas clandestinas.

Libritos como este le reconcilian a uno con oficio de tendero expendedor de best sellers y se vuelve a creer librero, y lo que es mejor, lector.

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