jueves, 9 de diciembre de 2010

Los derechos del lector y los delitos del librero


El escritor francés Daniel Pennac en su libro Como una novela (Ed. Anagrama, 2001), en el último capítulo establece los diez derechos imprescriptibles del lector. Ahora que comienza la "campaña" de navidad y a la Pecera entrará gente de todo tipo, desde adorables púberes buscando un libro bonito para sus progenitores (al final son los que más y con más interés miran por las estanterías, y yo tan contento), pasando por despistados que vienen por su libro del año (los que luego te dicen que los libros son caros) para su parienta ("el planeta ese o uno de esos de histórico o amor que vendas más") llegando hasta esa especie de humano orcolizado entrañable que entra balbuceando "amigo, invisible, libro, barato, pero que quede bien", no está de más poner aquí el decálogo de Pennac. "El hombre construye casas porque está vivo, pero escribe libros porque se sabe mortal. Habita en bandas porque es gregario, pero lee porque sabe que está solo. La lectura no toma el lugar de nadie más, pero ninguna otra compañía pudiese remplazarla" (p. 197).

1. Derecho a no leer. Sin este derecho la lectura sería una trampa perversa. La libertad de escribir no puede ir acompañada del deber de leer.

2. El derecho a saltarse las páginas. Por razones que sólo nos conciernen a nosotros y al libro que leemos.

3. El derecho a no terminar el libro. Hay 36.000 motivos para abandonar una lectura antes del final: la sensación de ya leída, una historia que no engancha, desaprobación de la tesis del autor... Inútil enumerar los 35.995 motivos restantes, donde bien podía estar un posible dolor de muelas.

4. El derecho a releer. Por el placer de la repetición, la alegría de los reencuentros, la comprobación de la intimidad.

5. El derecho a leer cualquier cosa. Buscamos escritores, buscamos escrituras; se acabaron los meros compañeros de juego, reclamamos camaradas del alma.

6. El derecho al bovarismo (enfermedad de transmisión textual). La satisfacción exclusiva e inmediata de nuestras sensaciones: la imaginación brota, los nervios se agitan, el corazón se acelera, la adrenalina sube y el cerebro confunde, (momentáneamente) lo cotidiano con lo ficticio.

7. El derecho a leer en cualquier lugar. El viejo Clemenceau daba gracias a un estreñimiento crónico, sin el cual, afirmaba, jamás habría tenido la dicha de leer las Memorias de Saint-Simon.

8. El derecho a hojear. Autorización que nos concedemos para coger cualquier volumen de nuestra biblioteca, abrirlo por cualquier lugar y sumirnos en él un momento. Cuando no se dispone de tiempo ni de medios para ir a Venecia, ¿por qué negarse al derecho de pasar allí cinco minutos?

9. El derecho a leer en voz alta. Flaubert, que peleó contra la música intempestiva de las sílabas, sabía de la tiranía de las cadencias, que el sentido es algo que se pronuncia.

10. El derecho a callarnos. Nuestras razones para leer son tan extrañas como nuestras razones para vivir. Y nadie tiene poderes para pedirnos cuentas sobre esa intimidad.


Y de paso recordamos uno de los delitos del librero (son tantos)

3 comentarios:

4 strongs winds and 7 seas dijo...

La primera viñeta es de Claire Bretécher? o me equivoco?
Un saludo

La Pecera dijo...

Creo que son de Quentin Blake, pero nop te fies mucho de mi...

evelio guzman dijo...

Muy buen post como siempre y buen libro el de Pennac.Saludos

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