martes, 7 de diciembre de 2010

De todo y de nada. De Quique Gonzalez y José Ignacio Lapido. Y por el camino, la historia de un amor maravilloso y maldiciones por los ladrones de libros y discos

O me hago artista del alambre o cuelgo mis botas del cable atadas por los cordones

Escuchas canciones de fondo, coges una palabra y tiras para delante. Me sobran motivos pero los ladrones apenas me han dejado cosas con las que consolarme esta noche.

Hace mucho frío, me faltan los sabañones y los guantes de lana con los dedos cortados, la bufanda roída, el parche en el ojo, la manta de viaje y el aliento demoledor para declararme el vástago dickensiano de mente preclara y verbo rápido llamado Pirrón Jr.; lamento ser tan pusilánime pero es cierto. Exiliado de mi propio olvido condecoro mi estupidez con la cruz del mérito al valor.


"Historia de un amor maravilloso", libro escrito por Carl Johan Vallgren, la kantiana y preciosa historia de un monstruo (no podemos conocer la realidad del mundo tal y como es, solamente tal y como la atrapamos a través de nuestros sentidos) enamorado de la mujer más bella del mundo, con la que se crió en un burdel de la decadente europa de entreguerras y con la única que no se siente monstruoso. Historia de un amor maravilloso es solamente el título de un libro que hace tiempo leí, dejé y perdí para siempre. Abro la tienda y cualquier amargado es capaz de entrar y echarme en cara que cómo llamándose La Pecera mi mierdosa librería pongo la imagen de un mamífero en el luminoso, como de hecho es una ballena; que vaya cultura que tengo confundir un mamífero con un pez. ¿De verdad hay gente que se levanta por la mañana (un lunes, sobre todo un lunes, ah, no espera que es martes entre festivo, 7 de diciembre, pues peor...) pensando en ver a quién le puede tocar los cojones un poco? Ojalá tenga los huevos de volver, tengo ensayada mi mejor réplica, y me la sé tan bien que soy capaz de soltarla mientras me lanzo como un luchador de Wrestling desde una de las estanterías de la librería (en mayas con lentejuelas, of course). Digo que ojalá vuelva sabiendo que eso nunca pasará... That's the story of my life...

"Historia de un amor maravilloso" es un libro cojonudo,  a veces doloroso, a veces entretenido, incluso a veces subyugante, me recuerda a "El perfume" y al Alesandro Baricco más poético (siempre lo es por otro lado), pero hablo de memoria, porque como digo, hace mucho que lo leí. ¿Que porqué hablo de él? Por que he recordado que lo he perdido, que no sé a quién se lo dejé. A veces recuerdo los libros que he perdido, libros que dejé con la mejor de mis intenciones y que soy incapaz de recordar a quién, y me pregunto si ese "quien" sabiendo de mi mala memoria, por qué no me lo devuelve. Firmin, el libro de Savage, lo perdí del mismo modo, y ese con mayor delito porque era una edición preciosa con los bordes roidos como si un ratón se lo hubiese intentado comer. Un bootleg oficioso de Roxy Music que era brutal de necesidad, de la última gira de Brian Eno con ellos; este sí sé quien lo tiene pero me da vergüenza pedírselo; increible pero cierto, así me va como me va... El vinilo del Sgt. Pepper de los Beatles, me cago en el ladrón que no me dejó ni las figuritas de cartón de los fab four recortables del interior (en una fiesta salvaje mi primer año en Madrid dejé al descubierto mi selección de vinilos que con tanto amor había hecho para tener cerca de mí por culpa de unos besos suicidas en un cuarto de baño y...)... ¿Más? Muchos... me temo... Avería y Redención #7 de Quique González; y de éste tampoco soy capaz de tener el más mínimo indicio de porqué ni a quién... Mejor paro... Siempre me juro a mí mismo que nunca más dejaré discos ni libros a nadie, pero soy débil y olvidadizo, que es peor.

Las gasolineras de mi extrarradio están cerradas por falta de personal y tengo la sensación de estar tirado a media noche con un bidón vacío en la mano, dentro de una película mediocre y amable de personajes carverianos reescritos por Elvira Lindo y dirigida por Benito Zambrano. Ya me gustaría a mí. 

Podría coger mi roñosa libreta y apuntar todo esto pero no tengo ganas de levantarme de la silla, aunque debería hacerlo, sobre todo, o cuanto menos, para coger un cd distinto y quitar de una vez a Quique González porque nos vamos a coger manía y él no me ha hecho nada, la culpa ha sido mía por esperar cosas de él que no tenía por qué esperar (aunque para grandes decepciones, Andrés Calamaro). No es culpa de Quique, la culpa es mía por esperar algo sublime de alguien que ya de por sí es mejor que la media, pero es que llevo tres discos esperando ese gran terremoto en forma de canciones con pelotas, vida y algo de poesía firmadas por él y nada, piñón fijo, sopores y destellos, autocomplacencia y epifanías, fogonazos  de derecha directos al estómago y lugares comunes difíciles de digerir. A Quique no le pido un disco bueno, le pido un disco de la ostia, pero bueno, ya se ha ganado el cielo, pedirle el paraiso es demasiado, aunque seguiré esperando.  Luego no soy tan exigente, por ejemplo, con Josele Santiago o con José Ignacio Lapido; como digo, la culpa es mía. Igual no se trata de eso, sino de hacerse mayor y sonrojarnos de nosotros mismos.

"Cuando estés en vena, acuérdate de mí, trataré de ondear mi bandera"... Sí, Daiquiri Blues es un disco muy bueno, pero la pleitesía por ser el oasis patrio de rock auténtico de una parte de la crítica seria le hace darnos estofados sabrosos pero realmente sin la chicha que se le debería exigir, y así desde La noche americana, flamante zanahoria de un burro como yo pero que aún así posiblemente sea su mejor disco hasta la fecha. El miedo a no repetirse le ha hecho darnos melosos conjuntos de canciones de ficticia pirotécnia suicida. Avería y redención tendría que haber sido su gran disco pero un minutaje excesivo y un par de baches gordos le hicieron fondear antes de llegar a puerto (o se es Wilco o se es Petty, las dos cosas a la vez no). Hoy me aburre Daiquiri Blues, disco tremendo que en una carrera con una obra maestra detrás sería un remanso, una perla en el fondo y no un tostón mañanero según el día. Digo todo esto mientras espero el último de José Ignacio Lapido para curarme en salud. Últimamente echo de menos la voz de José Antonio García (el Pitos es uno de los grandes cantantes más ninguneados y más injustamente olvidados de la cutre historia del rock patrio) en las canciones de Lapido, y espero con tantas ganas esos versos entrelazados en hirientes acordes distorsionados que no quiero devorar "De sombras y sueños" tan rápido como devoré "Cartografías"  y empacharme (y eso que contenía una de las grandes canciones de toda la historia de Lapido, "Cuando el ángel decida volver"). De momento está pedido a Pentatonia; con Lapido paso por caja, y más si la caja es directamente suya, sabiendo que aún así no le devolveré ni la mitad de lo que me ha dado ni con 091 ni en solitario. Solamente no le perdono una cosa, lo que se columpió su manager cuando intenté contratarle para un bolo en el FITC Lazarillo en el 2006, cantidad que por cierto era menor que la que me pidieron por Quique Gonzalez, pero aún así inexplicablemente desorbitada para este improvisado y diletante ex-gestor cultural.

Pirueta y fin, aterrizaje forzoso, vuelta de tuerca y requiebro feroz vestido de rojo.

Vivo a salto de mata, lo sé, aunque a veces me cuesta admitirlo. Cuando la pobreza entra por la puerta el amor salta por la ventana, cantaban El último de la fila, afortunadamente, ese no es mi caso, aunque espero no pecar de listo.
No sé si habrá valido de algo echar mano de la escritura automática... Recuerdo a Kerouac, aunque siempre vuelvo a Hrabal, que es como el abuelo que nunca tuve. Veo sus libros como las cartas que nunca recibí de ese pater lejano que nunca me visitó ni al que nunca pude ir a ver.
La humedad corroe mis huesos y mi librería, y ni siquiera veo la meta, de eso trata todo esto.

 

091... Grandes no, inmensos

2 comentarios:

Anonymous dijo...

Muy buen post, estoy casi 100% de acuerdo contigo :)

Anonymous dijo...

El libro lo tengo yo, no se te ha perdido, pero creo recordar que me lo vendiste...

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