Foto: A. Cassanelli |
LA MUÑECA RUSA. Ed. La internacional Samizdat, 2012, Col. Lunática.
CAP 1. (fragmento) pág 11,12
La noche en la que el ejército soviético entró
en Checoslovaquia, Milos Meisner interpretaría el ruido de los tanques por las
calles de Praga como la gran y estúpida ironía que iba a definir su vida, asaltándole
entonces el deseo angustioso de escapar de su pequeño piso de la calle Na
Hrázi, del hospital psiquiátrico donde trabajaba como celador, de salir de
Praga, de abandonar Checoslovaquia, de exiliarse de su vida, como si esa fuga
pudiese darle la calma y el consuelo que creía necesitar. Fue al asomarse
despacio a la ventana y ver un tanque en su propia calle cuando recordó a
Irina, y el miedo que le asaltó hizo que volviera a oír en su cabeza la risa
incontenible de su amigo Pavel Sisak y el escritor Bohumil Hrabal, cuando un
par de días antes les contaba que se sentía culpable y en cierto modo una
persona inmoral porque se había enamorado de una paciente rusa del hospital que
decía ser hija de un cosmonauta ucraniano perdido en el espacio cuya vida había
sido borrada por las autoridades soviéticas; unas risas que no ha vuelto a oír
nunca más, la de Pavel como la de un grajo luminoso y la de Bohumil igual que la
de un hermano mayor que sabe cosas que nosotros nunca podremos saber; los tres ebrios,
felices y asustados; él mirándoles y descubriendo ese fuego en los ojos de los
que no tienen miedo a nada y a la vez están aterrados por todo.
Estamos en 1968 y, por extraño que
parezca, casi nadie imaginaba que la invasión de Checoslovaquia por parte de
las fuerzas del Pacto de Varsovia realmente iba a ocurrir. Hacía más de un año
que Irina Belokoneva había aparecido en el hospital mental de Praga y nueve
meses desde que se habían iniciado las reformas democráticas de Dubček. La
noche del 20 de agosto de 1968 se oyeron las explosiones de algunos obuses
fortuitos a lo lejos, como si la brutalidad y la represión que se avecinaba
quisiera entrar llamando a pesar de no estar invitada, tamborileando sobre el
ruido de tanques, anunciando que, por muy cruel, injusto y desolador que pareciese,
todo estaba a punto de terminar.
Foto: A. Cassanelli |
1 comentario:
Era el único libro que podía (y debía) hacerse ese viaje :-)
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