miércoles, 2 de diciembre de 2009

De lápidas robadas, diarios maravillosos y otras empresas destinadas al fracaso


Ha muerto Mirolad Pavic. Ha muerto Art Wye. Ha muerto el escalofrío de lo que brilla sin necesidad de nocilla ni carritos de helados. Sonrío al abrir al azar un libro sobre la mesa (y que el azar también puso ahí) y leer... "comprendí que en el mundo había obstaculos más importantes a superar que una mujer dificil"... Vizinczey y su mujer madura. No busco unas páginas más allá, cuando habla de la banal naturaleza de esas mujeres difíciles, por sobrevivir en el acantilado un poco más bajo mi manta escocesa de viaje. ¿Qué hace que unas líneas traspasen el ámbito de lo íntimo, del diario perpetuo en forma de cuadernos hermosos y maltratados, que no se escriban a boli y se tecleen en la nada del ciberespacio? Tal vez para obligarnos a que la promesa que estamos a punto de hacer la cumplamos... ¿Tiene entonces más entidad moral el espacio de nadie que mi propio espacio fungible?
Escribí una novela que llamé "La muñeca rusa" como si mi vida dependiera de ello (algo que realmente creía pero que ahora sé que no, de hecho pocas cosas conozco que se hayan de hacer como si nuestra vida dependiera de ello y a la vez es cierto que todo depende de todo) y en un momento dado primó acabarla más que exprimir su aparente potencial. Deseando ver qué pasaba no pasó nada. Mejor. Tropiezo porque tengo que tropezar, y escupo sobre mi sombra, como un delirante yonki sonriendo, orgulloso de sus dientes podridos. No hay documento de word previo. Tropiezo de nuevo. Hablo de intentar sacar de la mediocridad a unos sucios personajes entonando un mea culpa cuyo sonido ya es en sí mismo el propio error del cual me lamento.
Milos Meisner me ha vuelto a visitar a La Pecera, y me trae noticias de Irina Belokoneva. Nadie se lo merece más que ellos dos. Que le den por culo a cineastas metidos a escritores, a concursos de cartón piedra y a editoriales con el cupo cerrado a tres años vista. Felipe y Andrea me descubrieron que todo es más sencillo. Marcos me puso el espejo delante y nos recuperamos. Teo me invitó a seguir soñando. Iván se lamentó de que hubiera dejado de hacerlo y no le escuché. Lorena me leyó la primera y me salvó el saberla tan lunática como yo. Araceli y Pilar son las musas que siguen cuidando de mí, incluso desde tan lejos. Charo está, y debe, y afortunadamente el hilo no se rompe. A Eduardo aún le espero, pero siempre le escuché y le seguiré escuchando. Y Celia, además de ser Celia, es todo lo que quiero. Nombres, sólo nombres, preciosos nombres. Siempre hay alguien que se esconde en el tintero y se queda en él. Hoy he recibido un libro de Bulgakov con textos inéditos llamado "Notas en los puños". Lo abras por donde lo abras salen millones de razones. Página 25: "Mi amigo, el doctor N, desapareció. Según una versión, lo mataron; según otra, se ahogó durante el desembarco de Novorrosisk; según la tercera, está sano y salvo y se encuentra en Buenos Aires. En cualquier caso, su maleta con tres camisas de dormir, una brocha de afeitar, el recetario de bolsillo del doctor Rabov (edición de 1916), dos pares de calcetines, la fotografía del profesor Mechnikov, un panecillo francés petrificado, la novela "María Lusieva en el extranjero", seis polvos de piramidón de 0.3 y un cuaderno de notas, fue a parar a manos de su hermana"...
Relaja escribir sin fechas ni esperanzas, pero hay que robarle horas al sueño, noches a la pareja, cachitos de vida para vivir en una nada dificil de justificar, pero supongo que la historia de Irina lo merece. Se lo debo a Milos. Y me gusta que así sea. Robo y cuelgo una preciosísima fotografía de Inés Cotarelo que cuelgo sin permiso para pedirle permiso.


Leí "El maestro y Margarita" en 1999 y no logré comprender cómo me había dignado a escribir yo una novelucha un año antes sin haber leído antes a Bulgakov. De hecho nadie se debería dignar a escribir literatura sin leer antes a Bulgakov. Alguien dice en "El maestro y Margarita" que los manuscritos no arden. No, no arden. Bulgakov tuvo un diario que las autoriades soviéticas le requisaron; tras años de reclamarlo, al final volvió a sus manos. Una vez lo tuvo, humillado una y otra vez por Stalin, temeroso y desolado, decidió destruirlo. Lo quemó. Y en las llamas que envolvián ese cuaderno creyó ver algo parecido a la salvación. Sin embargo, Bulgakov ignoraba que antes de devolverle su cuaderno, las autoriades lo habían fotografiado, copiado a máquina y lo habían guardado en los archivos de la OGPU. Medio siglo más tarde, con la llegada de la perestroika, los empleados de la Lubianka rescataron el diario.
Bulgakov escribió que todo escritor alguna vez ha de cobijarse bajo "El capote" de Gogol. Cuando murió Mijail alguien robó la barata lápida que lo protegía en el cementerio Novodevichy de Moscú. Años después un lunático cogió la lápida de Gogol y la puso sobre la de Bulgakov. Eslavos... Gloriosos eslavos...

Llueve a mares y me duele mucho la espalda. Se que no venderé ningún libro más hoy. Los lectores de Dan Brown no se mojan para leerle. Los de Mijail Bulgakov sí, pero en Manzanares, que yo sepa, de estos no hay.

2 comentarios:

Anonymous dijo...

yo no me escondo en el tintero...pero me has dejado en el ja,toy ofendida jaja... cansa llamarte y ke,o estas ausente o no estas available...estoy leyéndome un libro que me han prestado,precioso,pequeñito llamado Sabor a chocolate,me está gustando...que tal pasar de este a Bulgakov...podré con él?hablas maravillas y aún no le he leido.Ya me dirás cuando vaya al pueblo. Me extiendo,día duro el de hoy toy cansá.Bye hermano,k sepas k te leo kisses

Uno de Manzanares dijo...

Servidor se leyó El maestro y Margarita hace 16 o 17 años. Hace 3 o 4 leí El Código da Vinci.

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