lunes, 24 de diciembre de 2012

Presentación de "La muñeca rusa" en la Librería Muga. Un intento de crónica...


Andrés Sorel, un señor y un amigo, en Muga, demostrando que es el único que no tiene una imagen indefinida

Debería haber escrito esto ayer. Hay cosas que no hay que dejar, aunque las dejemos. El viernes 14 se presentó Milos, o su novela, en la librería Muga. ¿Por dónde empiezo? Todo serán apreciaciones subjetivas, que más que ser ésta una frase de perogrullo, tiene su aquel porque el responsable de la historia de Milos Meisner soy yo y, aunque quisiera, no podría ser ni un poquito objetivo.

El viernes cogí el tren temprano y llegué a Madrid a las doce y media. Como andaba nervioso, apenas pude leer en el trayecto, si acaso observar a los demás viajeros mientras escuchaba a Band of Horses. Un asiático leyendo las tragedias de Sófocles en la edición blanca de cátedra vestido con una camisa igual a la que yo había pensado ponerme pero que al final no me puse. Señoras mayores, alguna acompañada de su nieta. Casi todos entretenidos con sus móviles. Yo también, no lo negaré. Fue poner un pie en Madrid y necesitar escuchar el "Smile" de The Jayhawks, que es el disco que me apetece escuchar en Madrid cuando Madrid está gris y lluvioso. La mochila iba a tope, cargado con 25 muñecas rusas, un estuche rosa que le robé a mi hermana hace años (con tres lápices de colores (rojo, verde y morado), dos bolígrafos azules, una pluma reseca con la que me gustaba escribir, un sacapuntas, un borrados, un ticket de algo con la tinta medio borrada (creo que de una cafetería), media servilleta de papel doblada de mala manera con dos títulos de películas apuntadas, un pen sin capucha y una cajita con cartuchos de tinta marrón para la pluma reseca), mi libreta, un cepillo de dientes, un bote pequeño de pasta, un pastillero de Mazinger Z con dos pastillas de cada (seis) y un libro de Graham Greene. No hacía frío. El peso de la mochila me obligaba a andar más derecho que de costumbre, algo que pensé que igual me venía bien, por eso de la actitud y la amplitud de miras. Al llegar a Muga conocí a Pablo (afanado entre albaranes) y a Santiago, un argentino maravilloso que me enseñó la librería y con el que estuve hablando un buen rato, yo que soy de poco hablar, buscando (él) conocerme un poco (no en vano soy un escritor que ha (auto)publicado una novela en una editorial fantasma y la iba a presentar en su librería). El hecho de contar que yo había sido librero, nos introdujo en una conversación graciosa y gremial, sorprendiéndome gratamente la actitud positiva frente a un negocio que yo acabé detestando (ellos son seis, yo era uno, igual era eso...) y lo implicados que están en el barrio (Vallecas). Como me conozco y sabía lo que me iba a pasar, después de mirar un rato estanterías y comenzar a sufrir ante la sobreestimulación, saqué un papel que llevaba en el bolsillo y le pedí dos libros que buscaba desde hace tiempo (no buscaba porque no los encontrase, sino que buscaba poder tener algo de dinero para comprarlos, y qué mejor que dilapidar mi exigua fortuna en dos libros... en la librería que me ha invitado llevar a Milos a Madrid). Para mi sorpresa, Igor, uno de los jefes y con el que yo había ido escribiéndome los días anteriores, me los había apartado después de uno de mis correos, cuando le preguntaba si los tenían allí con la esperanza de que me dijera que no... Para mayor asombro, uno de ellos ("El orientalista" de Tom Reiss) es uno de los libros favoritos de Igor, y también de Santiago por lo que pude comprobar. El otro, "Nostalgia" de Mircea Cartarescu, era mi "regalo" personal para conmigo mismo por eso de estar allí. Mientras hablábamos había un tercer libro en mis manos, y Santiago dijo que me lo regalaba cuando me vio hacer el ademán de dejarlo en donde lo había cogido, a lo cual no me negué, claro, pero él insistió y yo soy fácil... lo sé... "M" de Juan Vilá, del cual hablé en una entrada no hace mucho. Me despedí de Santiago, encantado y encantador, y me pidió disculpas por la ausencia de Igor, inmerso en un atasco en un Madrid lluvioso y con huelga de transportes, al cual conocería y caería rendido por la tarde.


Cogí el cercanías de vuelta al centro, descargado de mis 25 libros, y mientras acariciaba y olía mis nuevas adquisiciones, comprendía por qué Iván dice a veces que mi libro no huele a tinta como los libros impresos en imprentas "clásicas", al haber sido hecho en una imprenta digital y que los de Impedimenta sí, y mucho. Cosas de la Samizdat moderna, me dije mientras sacaba la cara literalmente del libro ante la mirada extrañada y algo bizca de una chaparrita de boca arrebatadora, y me bajé en Recoletos para darme el gusto de salir frente a la Biblioteca Nacional y pasear un rato, callejeando hasta Alonso Martínez. Entré a la librería Pasajes con la tranquilidad que da saber que vas a saludar a una amiga y que no vas a comprar nada, y con cuatro horas por delante antes de mi cita con Sorel, me dediqué a ir de café en café, leyendo las primeras páginas de los libros que llevaba encima, demorando el trayecto de cafetería en cafetería, dejándome mojar por la llovizna y preguntándome cómo era posible que cuando vivía en esa ciudad mirara tan poco hacía arriba como ahora cuando voy de visita, de paso o de vuelta. Ventanas, cornisas, esquinas, lámparas que iluminan sillones ocultos tras cortinas blancas... algún que otro tropezón en la calle Fernando VI, algún que otro pié metido en un charco traicionero y profundo, alguna que otra sonrisa con la cabeza gacha y la mirada por encima de las gafas mojadas mientras me sumía en un sthendalazo con tacones y gabardina...

Me reuní con Andrés Sorel a las seis en la sede la la ACE ( http://www.acescritores.com/) y estuvimos hablando en la misma habitación donde murió Zorrilla (rodeado de su familia o de alguna meretriz, depende de a quién le preguntes), sobre pequeños hoteles en Almería donde poder perderse a escribir, sobre nietas e hijos, sobre cómo todo está a punto de irse al garete, sobre libros, pero sin decir nada de la novela  ("ya te diré todo lo que te tengo que decir en la presentación"). Después cogimos un taxi y nos dirigimos hacia Muga; mientras llovía y el tráfico denso nos hacía ir despacio, recuerdo que yo estaba tranquilo, supongo que oyéndole hablar de la última vez que vio a Vázquez Montalban en un aeropuerto (no sé si dijo un nombre asiático o Barajas), de sus dos hermanos, de la memoria, siempre la memoria... Y al llegar, Igor... fantástico librero y enorme persona... y gente, no sólo amigos, y viejas amigas que hacía años que no veía...


Sobrevolamos la librería con un poco de prisa, saludamos e intentamos (o intenté) parecer tranquilo... La sonrisa de Igor, de los amigos y la family tranquilizaba bastante. Y además estaban Pablo y su mamá... A partir de aquí la cosa se vuelve confusa, en el sentido de que no sé cómo contar algo que sé que tardaré bastante tiempo en digerir y asimilar emocionalmente. El porqué es lo que dijo Andrés Sorel acerca de la novela, todo lo que dijo. Que alguien a quien admiras diga que la lectura de la historia de Milos le ha impresionado y le ha hecho recordar muchas cosas (él estaba en Praga cuando entraron los tanques, vivió el exilio, regresó a Praga un año después de la invasión con Dolores Ibárruri, vio cosas, escribió cosas, estuvo en Moscú y conoció a disidentes que habían pasado por psiquiátricos...) No sé... Es muy muy difícil recordar (no por desmemoriado sino porque estaba sentado a su lado y a veces deseaba tocarle para comprobar que yo estaba allí, que ese libro que él tenía subrayado lo había escrito yo...). Comprendí cosas, sobre mí. Recuerdo que dijo que leer mi novela le había hecho daño porque le había hecho recordar. Habló de las cuatro soledades, y me alegró que se acordara de Alexi, y tuve como un fogonazo al descubrir que la decisión de sacar a la luz este libro me asemejaba a la hija del cosmonauta, o más concretamente a no ser como ella, pues la novela, la historia de Irina y Milos se estaba convirtiendo, rechazo tras rechazo, en ese cosmonauta perdido, orbitando alrededor de la tierra sin que nadie sepa nada, olvidado por todos y obligado a ser olvidado por unos pocos... y que ahí está eso tan egoísta y tan pecaminoso que es editarse, o publicarse a sí mismo, en querer salir de un pozo para seguir escribiendo historias. Sorel habló de la trama como puzzle, del desierto, se dijo la palabra literatura...
Yo no quería hablar, pero tuve que hacerlo, improvisé de mala manera, como un solo atropellado del nuevo en la banda de Duke, sobre todo porque después de haber oído lo que Sorel había dicho no quería leer lo que llevaba escrito. Busqué entre mis papeles una cita que crecía recordar haber leído en un libro de Sergei dovlatov ("Rusia es el único país en donde hasta el pasado es impredecible) y al desordenarlos ya no supe cuál era el primero (lo que tiene imprimir a doble página sin numerar).
Después de abrió un pequeño debate, breve pero con cosas en las que pensar (al menos yo)... Sueños perdidos, dueños históricos que seguramente haya que recuperar tarde o temprano... Alguien preguntó (creo que fue el propio Igor de Muga) y tuve que hablar como si fuese un escritor de verdad; se hablo también de la autoedición y de por qué un libro como el mío no había encontrado editor, y me sentí como si el pecado que hubiese cometido, allí se me estuviese perdonando
Hubo gente, unas veinte personas, más de las que yo pensaba. Vendímos algunos, firmé unos pocos, dibujé lunas y cohetes con un lápiz verde y trazo muy naif. La diferencia entre lo verosímil y lo verdadero, la Internacional Samizdat un poco menos fantasmal y por una noche como una editorial real, la conquista de la alegría como algo no tan lejano, y en esta última frase hablo de lo que hay dentro de la muñeca rusa. Gracias a Andrés y a la gente de Muga, y a todos lo que se acercaron a arroparme tal y como Bulgakov decía que se arropaba algunas noches gracias al capote de Gogol...





1 comentario:

lu dijo...

¿Pero qué pecado has cometido tú, alma de cántaro? Y dale... Que estas cosas te están pasando realmente, ¿no te das cuenta? Y te están pasando porque TÚ las estás haciendo posible. Me habría gustado mucho estar allí y "boicotearte" la presentación con dos collejas.
Un abrazo, Juanmi, y felices fiestas.

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