sábado, 8 de diciembre de 2012

Las desventuras del príncipe cosmonauta...



Tenía dos cosas a medio escribir, pero no termino ninguna. Una es una tontería, sobre libros, libros que leo y no termino, sobre por qué no los termino, y sobre cómo leer es una respiración que uno tiene entrecortada y acaba ejerciendo casi a escondidas. La otra cosa que tenía a medio escribir es personal, más que esto, mucho más. Es de noche, como siempre. Sí, llevo el sombrero, y un chaleco. Me visto como un dandy decadente cuando escribo intentando que al menos haya una señal de que lo que hago me lo tomo en serio. Un lumpen beatnik que busca la inspiración escuchando a Genesis o a Bill Evans, cuando no algún guitarrazo con exceso de laca, que la decadencia da mucho juego. Desde que no doy cuenta de mis quehaceres neuronales ando más torpe cuando consigo retomar la mecanografía, y si encima me obligo a dar cuenta de un tiempo para nada remoto, me encuentro con que no sé por dónde empezar. Mi labores de amodecasa me tienen absolutamente absorbido, agotado y un tanto alienado, repito, no sé por dónde empezar. Tras el viaje relámpago a una librería en Almansa, la novela de Milos apenas se ha movido. Por algo que no sé cómo explicar, no muevo nada en el pueblo donde vivo. Como si estuviese esperando ese algo mejor que me salve. Estuve en Madrid, entrevistándome con dos editores, intentando venderles "La Muñeca Rusa". Supongo que esos son los términos exactos, intentando, venderles, una novela. La cosa tiene cierta guasa, pues era algo promovido dentro de un festival literario, y previo pago de una, llamémosla, tasa, valoraban tu "proyecto" y si eras seleccionado, podías entrevistarte con dos editores. Todo muy vago y con tal tufo a "timo de la estampita" que no me lo tomé en serio cuando lo leí. Luego un correo de una antigua compañera de trabajo a tres días de acabar el plazo me hicieron pensarlo. Y ella dijo la frase, "no tienes nada que perder". A veces me asombra el optimismo de la gente para según qué cosas. Total, que mi última, y yo creía definitiva excusa, tampoco sirvió de nada. Ese "no tengo dinero", fue replicado con un "pues yo te lo pago". 20 € no son nada, o pueden no serlo según cierto punto de vista. Me eligieron. En ningún momento se decía que dicha entrevista fuese vinculante. Éramos 16 para 4 editores, divididos en 8 para cada 2, y lo mismo los 16 nos quedamos con cara de tonto mirando nuestro teléfono o abriendo nuestro correo durante varios meses hasta que nos cansemos, sin pensar que esa llamada o correo que esperamos realmente nada va hacer cambiar nuestro más que asumido rencor y nuestro sombrío día a día en lo que a escribir se refiere. Si le sumamos el billete de tren, nos encontramos con un tipo, yo, subido a un vagón con más sentimiento de culpa que otra cosa. ¿La entrevistas? Curiosas. No diré nombres, por eso de que aún estoy en ese espacio donde lo mismo suena la flauta, el teléfono o el timbre del aviso del correo, pero como experiencia poco más puedo decir que "curiosas". Me di cuenta que soy capaz de hablar con mucha vehemencia de Milos Meisner y de lo que intenté contar, tanta como para causar cierta curiosidad a un editor medianamente importante y a otro quizá no tanto. De ahí a que salga algo, ya soy muy mayor para esas cosas. Al menos tomé café con mi hermana, me compré un libro ("Las desventuras del príncipe Sternenhoch" de Ladislav Klíma), comí con mi amigos (esos lejanos y resplandecientes), paseé por Madrid, confesé hastíos, abracé pasados que me asentaron en mi presente y cogí el tren de vuelta justo para poder darle la cena al pequeño Pavel y acostarlo canturreándole ese blues al que cada noche le improviso una letra nueva. Recuerdo que ese día me levanté con ganas de escribir y que en el tren intenté leer cualquier cosa mientras escuchaba a Munford & Sons y miraba por la ventana pensando en lo que echaba de menos viajar en tren. Me acordé de cosas y de gente, y al llegar a Madrid, tras dos actualizaciones de estado en el facebook, el móvil se me apagó.


En el trayecto de vuelta decidí que debía intentar seguir a lo mío con la novela. La internacional Samizdat, en su calidad de editorial fantasma, me debía un sinsabor último. En mi cabeza retumbaban muchas cosas que había oído ese día, y sobre todo una que uno de los editores me dijo cuando, más deseoso de hablar de él que de oírme a mí, se lanzó a desahogarse conmigo contándome lo duras que se estaban poniendo las cosas (aunque el pié se lo dí al decirle que yo había sido librero, él estaba predispuesto) y me dijo algo así como que no veía bien o no estaba dispuesto a ir presentando los libros que editaba por librerías como un grupo de música, que él no estaba para eso, que eso era labor del librero... Yo no contesté, pero me pareció tan triste que estuve un rato en silencio (y lo triste era que disponía solamente de 20 minutos de entrevista) y le dejé hablar. Los libros, o las editoriales (y lo digo desde la poca experiencia que pude adquirir de librero), al menos es este país, parece que han visto siempre con malos ojos eso de gastarse dinero en mover sus libros, como si el libro estuviese imbuido de un halo místico que hace que no necesite venderse. Ellos editan y a lo sumo hacen una presentación, la cual tiene más de ágape entre colegas, y ya. Siempre pienso en la música. Los libros están en ese punto en el que estaban los discos hace quince años, incapaces de ver precipicio. Los grupos que han seguido son los que se han currado las ediciones de su música, el boca a boca, han aprovechado las redes sociales para promover la cercanía con sus seguidores y no se les han caído los anillos que no tienen en patearse las salas que hiciera falta tocando para esa gran minoría que de verdad consume y disfruta la música (ejemplo, Los Coronas, Sex Museum, Depedro). Es normal que uno piense que las editoriales no se están enterando de nada, y que no tardará en llegar ese día en el que empiecen a lloriquear de verdad. Da pena. Y la da de verdad cuando uno ve que se las ve putas para llegar a vender 200 novelas inventándose una editorial y publicando algo, presentándola en un par de sitios y vendiéndola por correo, viendo con asombro que en un club de lectura de una biblioteca cercana te dicen que la están leyendo y que quieren que vayas a comentarla, y dándote cuenta de que "hacer bolos" no es nada indigno y que es ahí donde está ese término medio que esos "editores exquisitos, de minorías, esos que dicen no buscar best sellers y que cuidan a sus lectores" no quieren ver ni trabajarse. Mejor paro que lo mismo me pongo a escribir cosas que no debo sobre ayudas a la edición, diputaciones, premios amañados (uno edita el premio de la comarca de Tonawanda, lo cual significa que a ese autor se le paga con el premio lo que le toque de derechos de autor -normalmente con dinero público- y que con ese mismo dinero se paga la impresión, por lo que el editor no pone un duro (o muy pocos, o igual hasta se lleva) pero si se embolsa lo que venda) o me pongo a decir cualquier otro tipo de tonterías sobre la edición de libros... El caso es que decidí, mientras espero la llamada, seguir a lo mío hasta donde pueda, que en este caso es una última estación; una presentación en Madrid en una librería (Librería Muga), junto a Andrés Sorel, al cual tuve la osadía de darle mi novela y que ha accedido (a día de hoy, y hasta que nos veamos, solamente ha querido decirme que "es una novela que merece la pena"). La internacional Samizdat no tiene mayor recorrido ni más fondos, pero tampoco ha estado mal. Quizá lo más positivo de ese viaje relámpago no fue las dos entrevistas con esos dos editores (que, repito, estuvieron mejor de lo que yo esperaba), sino que mientras paseaba junto a uno de mis amigos haciendo hora para volver éste me preguntase cuándo iba a darle otro manuscrito para que lo pudiese maquetar y publicarlo en nuestra editorial fantasma...



3 comentarios:

Gonzalo Aróstegui Lasarte dijo...

He mirado hacia abajo tras leer tu texto y me he encontrado con "La guerrilla antifranquista" mirándome desde la estantería. De Andrés Sorel, por supuesto.

Saludos, caimán.

Juanmi dijo...

Hey...!
Pues bien, tocayo, ya terminé tu novela. Enhorabuena por escribirla, me causó ese síndrome en el que dices "cuando acaba este capítulo la dejo para después", y al siguiente decía lo mismo...
Que tengas suerte en la presentación en Madrid. Yo hago lo mismo con una novela corta en la biblio de Manzanares. Mismo día.
Pues eso, que sigas con ello, a pesar de lo que cuesta no ya imaginar historias, sino sacar el ánimo para contarlas.
Un saludo.
Juanmi.

ned henry dijo...

ya te lo dije Juanmi, lo importante es lo que tienes y no lo que tendrás o deberías, ser consciente de lo bueno que poseemos y que no se nos vaya la cabeza con posibles quinielas y quimeras. Me parece que no hace falta que te lo diga.

tal vez me lo esté diciendo a mi mismo, no te extrañe.

buenos días y gracias por tu mensaje en el decibelio.

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...