Andrew Smith. Lunáticos. Ed. Berenice, pág 106-107.
“Al preguntarle si experimentó
algún tipo de depresión post-espacial, Dick Gordon se encoge de hombros.
-
No. ¿Por qué habría de sufrir con las comparaciones?
¿Por qué torturarse a uno mismo pensando, “Dios mío, nunca volveré a hacer algo
parecido”?
Pero parece que algunos de los
otros sí lo hacen.
-
Sí, es verdad. Y me parece bastante triste.
¿Ha encontrado ese tipo de
emoción en algún otro sitio? Pregunto, y la respuesta salta como un resorte.
-
No, imposible. Imposible.
Entonces le pregunto si aún
vuela.
-
No, eh… cuando me lo podía permitir, no tenía tiempo, y
ahora que tengo tiempo, no Melo puedo permitir. El Tío Sam pagaba la mayoría de
los vuelos.
Y una luz se me enciende en el
cerebro. Asumimos que el Tío Sam premió generosamente a los únicos guerreros
que llevaron sus traseros mucho más allá de lo esperado e hicieron una de las
cosas más increíbles que jamás hayamos imaginado. Pero no. En absoluto. Cuando
fueron a la Luna,
recibieron la misma paga por día que hubieran percibido estando en una base de
Baskersfield: ocho dólares al día, más algunas deducciones (como por ejemplo
por alojamiento, ya que el gobierno les proporcionaba una cama en el espacio).
El piloto del módulo de mando del Apollo
11, Mike Collins envió como broma una factura por gastos de viaje (el
comúnmente llamado kilometraje) según lo usual de ocho céntimos la milla, resultando
un montante de unos ochenta mil dólares, pero resultó que alguien en respuesta
le envió una factura a pagar por el concepto de uso de un cohete Saturn V listo para despegar: un total
de unos ciento ochenta y cinco millones de dólares. El resto del tiempo, a los
astronautas de procedencia militar se les pagaba según el rango. La mayoría
eran capitanes, recibiendo unos diecisiete mil dólares al año a finales de los
sesenta –no es mucho para un hombre de treinta y nueve años, con estudios
superiores y ampliamente formado, ni siquiera por aquel entonces. Algunos han
aprendido desde aquellos días a lidiar con diferentes grados de dignidad en
cuanto a su estatus como astronautas Apollo,
pero existe una cruel jerarquía, según la cual la presencia, la firma, la
imagen de uno de los que caminaron por la Luna vale muchísimo más que aquellos que se
quedaron flotando sin realizar los últimos cien kilómetros. La ironía que aquí
se esconde es que los pilotos de los módulos de mando eran asignados de acuerdo
a su mayor experiencia con respecto a los pilotos del módulo lunar que sí
realizaron el viaje completo. Había que asegurarse el regreso, y eso tenía un
precio.”
Dick Gordon en 2011 |
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