miércoles, 18 de enero de 2012

Libros como cuervos sobrevolando tu cabeza. La Armonía celestial de Péter Esterházy.


A veces parece que hay autores que te buscan; sin saber cómo, van apareciendo alrededor tuyo libros de un autor, y al final te ves abocado a leerlo, y en buena hora, y piensas cómo no lo habías hecho antes, pero tampoco te mortificas mucho ni te culpas de tu ignorancia; sin llegar al punto en el que das por bueno lo que literariamente vas encontrando, te sumerges en la lectura sin importante un cojón qué se cueza, qué nueva casta de escritores pugne a empujones por sacar su cabeza por encima de otros (darse una vuelta por blogs literarios a veces da mucha grima, por no decir asco, repletos de pagados de sí mismos con ganas de autobombo; vivan los blogs rockeros...). Peter Esterházy ha ejercido su derecho al acoso y derribo y ahora me tiene en vilo.

De vez en cuando reviso los libros disponibles de Bohumil Hrabal, sabiendo que nada nuevo encontraré (Topo dixit), pero aún así yo insisto, no vaya a ser... En los listados siempre aparecia un libro llamado "El libro de Hrabal" de Peter Esterházy, y yo que buscaba (y busco) "Los frutos amargos del jardín de las delicias" de Monika Zgustová (biografía de aquél) no he dado con él, y el préstamo interbibliotecario no me vale porque en la red de bibliotecas tampoco está. El caso es que un mes antes de dejar de ser librero, me pedí el libro de Esterházy "sobre" Hrabal, y digo "sobre" porque su presencia en la novela es referencial: un escritor sin dinero escribe cartas con su mujer a un Hrabal imaginario mientras dan cuenta de sus penurias y las de su país (Hungría). Lo he empezado varias veces, pero es de esos libros que requieren toda su atención, y desde que dejé la librería he dispuesto de todo menos de tranquilidad y sosiego para tirarme un día completo leyendo (los lunes al sol no son tan plácidos como dicen...). Uno de sus libros se llama "Una mujer"; lo vi en la Librería Pasajes, pero acabé comprando "El libro de Nonelle" pensando que recordaba haberlo visto en la biblioteca. Y la editorial Acantilado ha sacado un par de títulos de él (me siguen llegando boletines de editoriales...). Y "Pequeña pornografía rusa" debería haberla comprado cuando seguía disponible y la vi en Méndez.

Me he mantenido lejos del remolino sin saber por qué, sobre todo cuando me he dejado llevar por otros remolinos literarios tanto o más absorventes; pero Esterházy nada. Luego encontré en la biblioteca un par de títulos de él, que me traje a casa, pero que leí a vuela pluma, abriéndolo al azar, como un juego, como si me resistiese a leerlo. Las montañas altas a veces dan miedo. Danilo Kis, Mircea Cartarescu y Peter Esterházy forman el power trio de autores que me rondan y a los cuales me resisto sin motivo, como si sonase el teléfono y supieses que te llama Tom Petty o Anita Blonde y no te atrevieses a cogerlo por un temor visceral a no estar a la altura. Un jueves devolví los libros de Esterházy y seguí a lo mío, perplejo ante las barrabasadas de Olmos y más perplejo aún ante lo que mi vida diaria me deparaba y que aún no sé conjugar para escribirlo aquí. Al día siguiente salimos de viaje.

Cuando llegamos a la casa rural, se dio cuenta de que tuve el impulso de sentarme frente a la pared repleta de libros del hall y por el que irremediablemente había que pasar para ir a las habitaciones, pero ni ella dijo nada ni yo me paré. Un regalo es un regalo, y acostumbrado como estoy esforzándome porque la revolución me pille elegante, por las mismas razones también la pobreza, así que con un latente sentimiento de no merecer, al anochecer salí de la habitación con la excusa de prepararme un té para admirar la biblioteca de aquella casa rural propiedad de una excesiva pareja germano-hispana. Y allí estaba, claro, el escritor húngaro, entre libros en alemán, revistas de arte, la colección completa de Superhumor, Verne, Stevenson, preciosos libros de mapas y guias de Lonely Planet. Armonía Celestial, el nombre del libro era, y es, ese. Cogí varios ejemplares y volví a la habitación. Me miró al entrar y sonrió. El albornoz le quedaba perfecto, y justo antes de sentarse en la cama se le calló el cinturón; yo llevaba puesto uno igual, blanco y un tanto áspero, como suelen serlo por el uso continuado de lejía y cloro de las lavanderías. "No se te ocurrirá", dijo. No, claro, respondí. "Mañana por la mañana los dejas donde estaban", insistió. Él ha dicho que podemos coger los que queramos si queremos leer algo. "¿Y en un día vas a leerte dos revistas de esas (Ars Magazine, algo así como la playmate suprema de las revistas de arte, nota...) y cuatro libros, aparte de los dos que te has traído de casa?". Tienen la colección del Superhumor, contesté mientras pensaba que uno nunca sabe cuándo va a encontrar un ratito para leer. "Tú ya sabes a qué me refiero, mañana las dejas donde estaban...". No supe qué contestar... Qué calor hace con la chimenea, yo ya no sé qué quitarme, murmuré...

Más tarde abrí al azar el libro de Peter Esterházy, página setenta (70), edición de Galaxia Gutenberg, tapa dura con sobrecubierta, leí: 52. "Mi querido padre pensaba en mi querida madre en muchas ocasiones. Por ejemplo, al cortar una rebanada de pan. al quemar el puente de Eszék. Al iniciar el proceso judicial contra los directivos de Banco Agrario. Al hacer frente, un jueves y delante de su casa, al ataque de unos desconocidos armados con bates de béisbol. Al constatar que este país se había gastado un montón de dinero en reestructuraciones de todo tipo, pero que se olvidaron de reestructurar algo, el pueblo, y que hasta que eso no ocurriera , no habría paz social. Al volcarse definitivamente, durante los años inmediatamente anteriores a la Revolución Francesa, hacia el clasicismo. al perder su estilo el virtuosismo que solía tener (por decirlo con pocas palabras). Al preguntar por dónde navegaban los barcos húngaros. Al escuchar las predicciones del hombre del tiempo. Tenía mi querido padre un enorme escritorio desprovisto de estructura superior y compuesto de una tabla lisa, un escritorio del barroco tardío que se popularizó a finales del siglo XVIII, y sentado a ese escritorio arreglaba los asuntos del Estado y a la vez pensaba en mi querida madre. Sentado a su escritorio pensó en mi madre e imaginó qué ocurriría si ella se metía debajo del escritorio, en silencio, sin saludarlo siquiera, y como una perrita con su cabeza, con su cabezota, separaba las rodillas de mi querido padre, sus muslos -mientras, encima del escritorio, éste transformaba los asuntos del Imperio, cambiaba destinos, corregía frases y echaba un vistazo a la correspondencia del día-, etcétera, sin usar las manos, simplemente con los dientes, con la nariz o con el mentón, por no entrar en más detalles, y llegaba hasta los límites de lo imaginable (mi querida madre), pero sin excitarlo hasta el paroxismo, manteniéndolo en el mismo fogoso estado, manteniéndolo así, recordándole a mi querido padre si existencia todo el santo día. (Todo el santo día: incluso cuando mi padre acusaba a la dirección de la joven troupe del nuevo teatro -de Kecskemét- de ocuparse de la cría de ocas y de despreciar al público de provincias, aunque muchos representantes renombrados de la profesión los defendieran. Y como para no perder tiempo mi padre comía sentado a su escritorio, proporcionaría, a modo de descanso, algún que otro bocado a la que estaba debajo del escritorio. ¡Prohibido hablar o tocar!) "Querido mío, usted es un pervertido", constató mi madre tristemente tras escuchar los planes que él tenía en mente para ese día. Sin embargo, mi padre siguió argumentando, hasta que..., ¡milagro!, mi padre llegó a cambiar a tal punto las dimensiones sensuales de mi madre que ésta traspasó los límites (del escritorio, ja-ja-ja), así que mi padre se vio obligado a llamarle la atención, aunque en tono de broma, y a recordarle que al fin y al cabo mi madre era una madre de familia católica con cuatro hijos. "¿Verdad?" "Claro que sí, corazón mío", respondió mi madre, asintiendo con la cabeza pero sin echarse atrás. El genio ya había salido de la botella."

Al final dejé el libro en el mismo lugar, del cual, por el marco de polvo fino, nadie había sacado del allí en algún tiempo. Va a resultar que soy un caballero después de todo. Me sumergí en la luz de invierno, del descanso del guerrero, me convertí yo mismo en el descanso de alquien que no soy yo pero me quiere a su lado, dejé pasar las horas, miré el fuego consumiéndose como si buscase una señal de lo que debo hacer, tuve baños de sol y sueños sin luna, desayunos con dibujos en hojas amarillentas y cenas sin lapiceros, paseos con rodeos y baños sin sobre. Creía que el libro estaba descatalogado y al subirme en el coche el domingo para regresar a casa lamenté no ser un simple ladrón y sí un vulgar hombre. A los dos días decidí probar suerte en la red y lo encontré en perfecto estado (según web) en una librería de segunda mano en Mallorca a un precio que al propio Esterházy le hubiera provocado sonrojo y asombro, me armé del valor y del empuje moral que me faltó días atrás y lo pedí. Llegó en mejor estado del que yo esperaba, y mientras uno de mis mejores amigos espera que me lea de una vez Lulú de Mircea Cartarescu (¿porqué no lo han llamado "Travesti" como el original rumano?) y le llame para hacer el party line literario del mes, estoy knockeado con la prosa del jodido Peter. Tenía miedo al tornado y ahora estoy como Totó, disparado hacia un Oz llamado Hungría de la mano de la familia de los Esterházy, siglos atrás, siglos adelante, 830 páginas. La escucha mientras tecleo todo esto del disco "The king is dead" de The Decemberist tendrá mucho que ver en el caos y el sentimentalismo de todo lo tecleado hasta ahora, pido disculpas por ello. Libros que te desarman, que te ponen en los labios la pregunta de quién eres tú, de dónde vienes... ¿Armonía Celestial? Igual sí...


3 comentarios:

El niño vampiro dijo...

Le tengo echado el ojo a este libro desde hace años, y por una razón u otra todavía no me lo he beneficiado. Pero me han entrado unas ganas enormes leyendo tu reseña y la cita. La literatura húngara es una de mis debilidades (joder, ¿se puede ser más pedante?) y no me ha fallado prácticamente nunca. Sin embargo, a Esterhazy todavía no lo he leído.
Por cierto, el libro de Zgustova sí está disponible (1 ejemplar) en la red de bibliotecas de Cataluña.
Un saudo.

La Pecera del Caimán dijo...

Nada que agradecer, niño vampiro,sino más bien al contrario, porque sus reseñas sí que me tienen a mí embelesado, y como coincidimos en gustos bastante, lo tomo como referencia muchas veces para retomar autores (su crítica a Klingsor me pareció magnífica, http://batboyreads.blogspot.com/2012/01/en-busca-de-klingsor-de-jorge-volpi.html#comment-form) ya hablaremos de Esterházy...

lu dijo...

Se me antoja todo, qué ruina... Por cierto, me alucina Jorge Volpi, ya somos tres. Pedazo reseña la mía, para variar, soy lo peor...

http://luluonthebridge.blogspot.com/search?q=jorge+volpi

Besos!

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