Trabajo en una lavandería. La furgoneta de reparto no tiene dirección asistida. Parece una letanía o una excusa. Tal vez lo sean. Lavar, cargar, descargar, planchar, son verbos que están reñidos con escribir porque extienden su alienación más allá de su actividad, es decir, agotan. Además, apenas leo. "El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia", de Patricio Pron. Eso estoy leyendo robándole horas al sueño, y sí, me sigue pareciendo uno de los mejores escritores actuales y su último libro una obra maravillosa(mente dura, honda, inabarcable, tierna, dulce y brillante). Si soy capaz, cuando lo termine me gustaría poder escribir algo al respecto aquí. "(Mis padres) tuvieron hijos a los que les dieron un legado que es también un mandato, y ese legado y ese mandato, que son los de la transformación social y la voluntad, resultaron inapropiados en los tiempos en que nos tocó crecer, que fueron tiempos de soberbia y de frivolidad y de derrota" (pág 168). Leo cuando mis manos están libres. Leo listas de ingredientes de productos de limpieza, perclorietileno, desengrasantes, ácidos que no recuerdo, cosas que embotan un poco, sobre todo si hace calor. Kilos de mantelería ultrajada pasan por mis manos, que huelen a lejía, cloro y crema barata de manos. Siento entusiasmo por el 15M. Pienso en el nosotros para no pensar en la primera persona del singular. Reconozco que me he llegado a emocionar leyendo y viendo cosas sobre todo lo que han (¿hemos?) comenzado a hacer. Mi participación virtual y mi avidez de información compartida contrarresta con mi hastío político como número 7 de una lista municipal que ha nadie ha importado al final. Al final sólo tengo deudas. Deudas por querer vivir de una ilusión inútil. Vender libros en donde a nadie le importa una mierda leer libros. ¿Compaginar la vida con escribir? No hay eco en lo que escribo, no hay latido, no hay vuelo en picado; y tampoco he conseguido convertirme en un buen vendedor de elixires en ferias ambulantes y decadentes donde el delirio se ha convertido en alucinación colectiva. Mi charlatanería está afónica, mi carromato no tiene quien tire de él, mi levita está repleta de caspa y vulgaridad cotidiana y de mi chistera no salen conocidos bien situados a los que recurrir. De hecho creo que mi literatura es como mi corazón: dubitativo, corrosivo sólo consigo mismo, hipócrita, asustadizo, de caducidad prematura, arrogante a veces y autocompasivo las más, y que con el tiempo tristemente ha llegado a sentir un rencor visceral hacia sí mismo. Intento pensar que no me importa lo que sea de ella, de él si mantenemos la analogía, pero he de aceptar también que me mantiene a flote, aunque cierto es que mi cansancio y fatiga son inversamente proporcionales a mi capacidad narrativa; igual ley vale para buscarse los garbanzos y no querer ir de mal en peor. "Acerca de los caracoles: Mi abuelo y yo pintábamos sus conchas de colores y a veces les escribíamos mensajes. Una vez mi abuelo dejó un saludo en su nombre y puso al caracol en tierra y el caracol se marchó y mucho tiempo después nos lo trajeron: había sido encontrado a unos cuantos kilómetros de allí, a una distancia relativamente grande para mí pero quizá imposible para un caracol; esa proeza suya se me quedó grabada, y también estuve pensando durante un largo tiempo en que todo volvía, que todo regresaba incluso aunque llevase todo lo que tenía consigo y no tuviese ninguna razón para volver." (pág 165). No puedo decir nada más, aunque necesito echarme a dormir, quiero acabar antes el libro de Pron.
1 comentario:
Te prometo hacer los deberes para hablar largo y tendido...
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