lunes, 30 de mayo de 2011

Visión de Wilhelm

Visión de Fausto, de Luis Ricardo Falero

VISIÓN DE WILHELM
 Érase una vez una campesina sin tierra, un cazador sin vanidad y un niño que no sabía sonreír. El rey los mandó degollar a los tres en cuanto se enteró de su existencia. Decían que el niño en realidad era hijo de la campesina y el cazador pero ninguno de los dos quiso nunca desmentirlo o afirmarlo, aunque por la forma en que la campesina miró al niño cuando el verdugo alzó el hacha llena de herrumbre con un ruido  de quilla de barco seco, bien se podía asegurar que eso era lo que ella hubiese deseado. En cuanto al cazador, poco se puede decir que no se pueda intuir ya,  pues nadie lo conocía realmente en esa región y nunca antes se vio en aquel reino rostro más hierático que el de ese hombre de piel cobriza y mirada dura que apenas hablaba y que la vez que más palabras se le oyeron decir juntas fue cuando tuvo un hierro al rojo vivo frente a su cara, y aún así solamente se le oyó decirles a los dos verdugos y al sacerdote que lo interrogaban “si no van a disfrutar haciéndome sufrir me temo que esto va a ser un mal trago para los cuatro, pues no pienso decirles nada que no quieran oir”. Y así murió, al cabo de seis horas de tortura, sin abrir la boca más que para gritar cuando el dolor se le hacía insoportable, sin más pena que la de no morir al aire libre, en el bosque, de cualquier modo, eso le hubiera dado igual, cualquier muerte le hubiera parecido bien si sus ojos hubiesen visto un árbol un segundo antes y no una rata mugrienta en una igualmente mugrienta mazmorra, escuchando rezos que nunca entendió por parte de un sacerdote sudoroso, peludo y enjuto y bufidos obscenos de un par de verdugos enajenados después de tantas horas de tortura.

La campesina fue la única que sobrevivió de los tres; no se sabe cómo escapó en realidad, algunos hablan de que la ayudaron infiltrados anabaptistas en la guardia de palacio; otros dicen que miró al carcelero a los ojos varias horas seguidas, casi sin parpadear, y que éste  al final la sacó a escondidas como un hechizado sin futuro; otros dicen que simplemente dijo cuando daban las diez, “me quiero ir”, y la dejaron ir por temor a enfurecer a la bruja que aseguraban era en el fondo... Pero nunca nadie se puso de acuerdo, como tampoco estuvo claro de qué se les acusó realmente; se hablaba de herejía, también de tráfico de armas, otros aseguraban que simplemente estaban ahí... Lo que sí aseguran las personas que la conocieron a ella después de su exilio es que nunca más se la volvió a ver sonreír y que nunca más mostró el más mínimo amor hacia sí misma.

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