martes, 18 de enero de 2011

Las manos de Clara o el poder de la música

"Las manos de Clara o el poder de la música" es un relato de Teo Serna, amigo, escritor, pintor, diseñador, poeta de salvajismo interno y desaforado, melómano brutal, conversador socrático de vocación y parco en palabras por rebeldía. Tengo el honor y el placer de tener su visita en La Pecera de manera regularmente matutina, a veces sólo para saludar, otras para comentar algo que quiere compartir, otras sólo para hablar un rato, y siempre, cuando se marcha, pienso que me alegra que haya venido aunque a veces me lamente de estar liado con cosas y no poder otorgarle la atención que merece. El otro día, no sé cómo, hablamos de Schumann, de hecho nunca sé cómo terminamos hablando de ciertas cosas cuando viene y me dijo, como si nada (él siempre dice las cosas como si nada, aunque sean incontestables) que en un libro suyo hay un relato breve sobre Schumann, o sobre la mujer de Schumann, Clara, o sobre sus manos, no sé exactamente. Se acercó a la estantería y sacó su libro, "Lecciones de anatomía" editado por Huerga y Fierro en 1997 y me lo dejó en el mostrador; cuando se fue le dije que lo leería y me puntualizó que lo mejor era leerlo escuchando el segundo movimiento (Langsam) del concierto para violín y orquesta en Re menor de Schumann, como fondo. Vi que el relato era muy breve y lo dejé para luego (malditos pagos a Hacienda). Como soy obediente, el domingo cuando me senté a leer su cuento, busqué dicha pieza (no tengo ese disco, de hecho creo que no tengo ningún disco de Schuman) en la web y lo leí. Terminé y no pude dejar el libro, pues me pareció asombroso, como una bofetada mientras masticas una deconstrucción de atún de almadraba con salsa de pistachos, es decir, que estás estupefacto por la explosión de sabor pero no sabes por dónde te vienen las hostias. "Lecciones de Anatomía" reune una serie de relatos cuyo demoninador común es la mujer, o sus partes, obsesión suprema desmenuzada y puesta ante ti en una suerte de universo vasto conectado por referencias que a cada frase salen disparadas por doquier. "El lunar de Lotaria o nada es lo que parece", "El dedo de Paula o los misterios de la Luna", "El estómago de Merceditas o la cucurbitáea gestada" o "El perfil de Betsabé o la incitación a la papiroflexia" son algunos de los títulos. Nada es casual en esos relatos, nada se cita o se dibuja o se bosqueja sin un motivo. El libro está dividido en tres partes, la primera, que trata de partes externas, o sea, aquéllas fácilmente accesibles en la desnudez, sea inocente o no, la segunda, que trata de partes internas,o sea, aquéllas que no están a la vista, o requieren de intervención para llegar a ellas, y la tercera, que trata de partes que quizá no lo sean, ya por intangibles o sutiles, pero que conforman las maneras y modos de la mujeres; tres partes que se completan con un glosario onomástico, el cual, a su vez, rompe sus márgenes y se convierte en un relato más, cerrando los anteriores, dando pistas, detalles que faltaban, jugando con todo. Borges, Quignard, Schwob... Absolutamente recomendable. El libro está descatalogado, pero a él le quedan unos 15 o 20; yo le he pedido cuatro ejemplares que quiero regalar a amigos que sé que les puede gustar y que me gustaría que leyeran; dejaré uno en la Pecera,  por si acaso (el que sacó del estante ya no vuelve, me lo quedo)... Una pena, pero el mundo editorial está lleno de historias así, de hecho ni siquiera aparece en el catálogo de la editorial; me dijo, de pasada, que nunca recibió dinero por derechos de autor o por liquidación de ventas, y que alguna agria discusión tuvo al respecto...


"Las manos de Clara". Teo Serna. Lecciones de anatomía. Huerga y Fierro editores, 1997.

Endenich, Octubre, 1855
Mi querido Johannes:
Me apresuro  a escribirte aprovechando estos momentos en que la razón acude a mi mente, cansada sin duda de tanto vagar solitaria por los rincones del manicomio gris donde me encuentro.
Aún me vienen a la memoria, con la transparencia del cristal, los gloriosos días de Düsseldorf, en la primavera de 1853, con el revuelo que armó mi artículo en la Neue Zeitschrift Für Musik, y lo que nos reímos juntos, frente a una jarra de cerveza, cuando Vd. me decía: "¿No le parece, Schumann, que eso de un hombre joven a cuya cuna dieron guardia las Gracia y los Héroes es demasiado?" Sí, Johannes, entonces reímos. Yo estaba ultimando mi concierto en re menor y Vd. tenía entre manos su sonata en fa menor. Y hablando de manos... ¿recuerda las de mi Clara? ¡Cómo olvidarlas! Cuando se posaban sobre el teclado, su firmeza de mármol se volvía ligereza de pluma y saltaban, volaban sobre la superficie blanquinegra con la agilidad de la alondra.
La primera vez que vi a Clara (lo recuerdo perfectamente) fue en casa del doctor Carus: nos reunimos varios amigos para hablar de música y de poesía; entonces apareció ella, frágil, con el pelo recogido por una pequeña cinta dorada. Llevaba un vestido largo, rosa, ceñido a la cintura con un lazo negro. Esa tarde tocó la sonata patética y todo dejó de existir, salvo ella y Beethoven. Y nada en ella era más cierto que sus manos. Me enamoré al instante. Yo tenía 19 años; ella 9, pero supe que los dos estaríamos unidos siempre. Incluso aquí, ahora, la veo entre las sombras, sus manos saltarinas dibujando mariposas en el aire. Papillons. Nadie las tocó como ella. Nadie podrá tocarlas como ella jamás. A veces creo que sin ella mi música nada valdría. No existiría. Quizá yo tampoco.
No sé el tiempo de lucidez que me quede. Quisiera escribirle a Clara, decirle -otra vez- que la añoro, que la ausencia de sus manos descubre el silencio y que lo terrible se me revela con una certeza de gruta oscura y fría. Si la ve, Johannes, dígale esto; dígale, también, que perdone los celos que alguna vez sentí hacia ella, hacia su fama, hacia sus manos.
He de dejarle ya, el doctor me visitará pronto y a él no le gusta que escriba demasiado. Estos días han sido tristes. Dibujaré en un papel sus manos. Las manos de Clara. Las recortaré luego y las colocaré en el techo. Sobre las paredes se proyectará su sombra cuando la luz de la tarde pase por la ventana. Cogeré entonces un espejo y lanzaré rayos y más rayos. En todas direcciones. Será un tiovivo de sombras, un manantial de manos oscuras, una cajita de música destapada. Sus manos surcarán este pesado ambiente buscando mi razón, mi memoria. y las encontrará sin duda entre las flores marchitas que tengo en el jarrón. Serán sus manos quienes me salven otra vez, quienes me resuciten, quienes me rescaten de esta pesadilla.
¿Se imagina, Johannes? la habitación toda llena de manos fantasmas, fantásticas, toda llena de espíritus puros que volarán como papillons de clara sombra. De sombra clara. De Clara.
Reciba un fuerte abrazo de: ROBERT.

P.D. ¿Verdad que tratará de editar mi concierto para violín? Nadie lo sabe, pero el motivo inicial me lo susurró directamente al oído el alma de Mendelsson.
¡Ah, Johannes! ¡Aquellos días de primavera en Düsseldorf!



Extractos del Glosario Onomástico:


CARUS, DOCTOR: Médico alemán, residente en Leipzig; él y su mujer Agnes fueron amigos de Robert Shumann. Agnes, excelente cantante, reunió a un grupo de amigos para celebrar una velada musical; allí conoció Schumann a Clara Wieck, hija del famoso pianista Friedric Wieck

CLARA: Clara Schumann, de soltera Clara Wieck (Leipzig 1819 - Frankfurt del Main 1896), fue esposa de Robert Schumann. Célebre pianista y compositora, mantuvo una gran amistad con Johannes Brahms, quien  -se dice- estaba platónicamente enamorado de ella.

ROBERT (Schumann): Compositor alemán (Zwickau, Sajonia, 1810 - Endenich, cerca de Bohn, 1856). En 1834 fundó la revista Neue Zeitschrift Für Musik, donde realizó labor de crítica, apoyando al por entonces Johannes Brahms. Se casó con Clara Wieck, tras vencer la oposición del padre de ésta en una lucha que duró cinco años. En sus escritos, se adelanta a Pessoa en la creación de heterónimos, firmando como Eusebius (el soñador) y Florestán (el enérgico), entre los cuales aparece Maese Raro, representando la moderación. Los tres personajes (como una trinidad) representan tres facetas de la personalidad de Schumann, sostenidos en la lucha contra los filisteos en una unión de la cofradía de David (Davidbund). Murió loco en el manicomio de Endernich.

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