Llevo unos días de colapso, blogueramente hablando. Si no me equivoco, soy poco proclive a darme coba a mí mismo en este blog, literariamente hablando (primero porque no hay motivos para hacerlo y segundo porque no hay motivos para hacerlo), pero algo a lo que estoy citado mañana me tiene un poco desorientado. Sé que lo que acabo de decir es una contradictio in terminis, pero no se me ocurria una frase mejor para empezar.
Ya es raro pensar a veces que hace diez años escribí una novela que hace seis que se publicó (¿y?), pero más raro es que te llamen de la biblioteca pública en pleno 2010 para decirte que las 22 personas del club de lectura se la están leyendo y que si quieres ir a comentarla a una charla el martes 26 de octubre (¡¡y que incluso a alguien le ha gustado!!). Han pasado tantas cosas en seis años (que fue la última vez que la leí) que he estado un tanto aterrado estos días en los cuales me he tenido que volver a enfrentar a ella. ¿Veredicto? Dios de mi vida y de mi corazón, cómo no me corté las manos... la boca, la lengua, la nariz y los pies o al menos cómo no hubo alguien que me dijera "así no vas bien...". Amigos míos (los que lo sean y pasen por aquí), os odio.... ¿Por qué no me lo dijisteis? Me he leído un truño de novela de 284 páginas pensando que hubiera quedado menos horrorosa con al menos 100 páginas menos... ¡¡Cojones, que encima la he escrito yo!!
Desde 2004 hasta hoy han pasado muchas cosas, pero las literarias se resumen en pocas palabras; "sí, he seguido escribiendo, pero lo único para lo que ha valido cuando me he decidido a enviar esas cosas por ahí es a coleccionar rechazos de todo tipo, salvo lo de COSECHA EÑE 2007, que fue precioso". Lo de mañana me aterra un poco, 22 personas comentando una cosa que lleva mi nombre y yo intentando defenderlo incluso sin creer en ello. Han habido tantas cartas de rechazo que incluso me da vergüenza defender la que me dio el sí. Hasta hoy me consolaba viéndome, en terminología "Vila-Matiana", como un Bartleby. "La muñeca rusa" hace meses que duerme en un cajón, y el blog se mantiene por esa vena masoquista y narcisista de la cual me cuesta desprenderme, escudándome en un negocio relacionado con libros, como es la modesta y paupérrima Pecera, pareciendo que así tengo una bonita justificación cuando lo que pasa es que tengo un ego desmesurado y ebrio de sí mismo (lleno de moratones y cicatrices, sí, pero ego al fin y al cabo). Hasta ahora he sido una especie de caballero negro de los Monty Python en la mesa cuadrada, sin piernas ni brazos y pidiendo pelea... Pero lo de mañana no es broma y me acojona.
Hacía mucho que no me costaba tanto acabar un libro. Los que no me gustan lo suelo dejar a medias sin ningún tipo de complejo, pero es que este tenía que leerlo entero porque se supone que tengo que hablar de él y apenas me acordaba, no de qué va, sino de cómo es. Un poco truño. Igual mañana me comporto como una de esas señoras maleducadas y vulgares, de esas que saben que su hijo es un deshecho humano, un yonki que si puede darte un sablazo te lo dará, pero que son capaces de montar el cirio padre por defenderlo a las puertas de juzgado, gritando y pataleando. Quien sabe; igual simplemente me pongo a hablar de Leonard Cohen y Howlin' Wolf o de los escritores que me gusta leer y listo...
La verdad es que he pensado en tomármelo como el rito final; tal vez es la señal que necesito para dejarlo estar. Releyendo "Cuando acabe el invierno" me he dado cuenta de tantas cosas que igual está bien que "La muñeca rusa" se quede en el cajón, que "Cardiopatías" se quede en el cajón, que "Varsovia y la fatalidad" se quede en el cajón, incluso que yo mismo me quede en el cajón, mañana me doy un homenaje, aparento ser lo que no soy, aunque me hubiese gustado serlo, y fin. ¿Que qué clase de persona escribe una novela llamada "Cuando acabe el invierno"? No lo sé, pero miedo me da pensarlo. Después cuelgo poco a poco todos esos relatos que por diversos motivos nunca han visto al luz y que guardaba por si acaso algún día los hados me eran favorables, incluso cuelgo "La muñeca rusa" por capítulos, después malvendo La Pecera y me marcho a currar de guardia de seguridad o vaya usted a saber de qué, pero donde contraten a discapacitados, y que no tenga nada que ver con la industria literaria, dedicando mi tiempo libre a la melomanía, a escribir biografías de músicos de rock y actores de teatro caídos en el olvido y a discutir y discutir de literatura con mi amigo Eduardo (lo único realmente divertido). Con un poco de suerte acabaré dejándome mostacho setentero, comprándome una moto ruidosa y molona y releyendo a Erich von Däniken...
No puedo evitarlo, soy un nostálgico, un poco cobarde, pero nostálgico al fin y al cabo...
3 comentarios:
Cuanto rencor, mucho rencor. Claro, ahora resulta que te dijimos que eras el nuevo Cortázar o el nuevo Bolaño o qué sé yo. Los culpables somos nosotros, tus queridos (parece que ya no tanto) amigos, que te doramos la píldora, simplemente porque habías conseguido hacer algo (mejor o peor, parece ser que peor, según tú) a lo que nosotros nos aspiramos ni tan siquiera de lejos. ¿Qué la novela no es buena? Vale. Pero, coño, si alguien llega y dice que la publica, joder, adelante. Y eso es, simple y llanamente, lo que se hizo. ¿O es que, acaso, recién sacado el título, hay que entrenar ya en primera? ¿No habrá que bregarse antes un poco en tercera o segunda B (valga el símil futbolístico, que siempre está a mano). Ay, pero la culpa fue de tus iletrados amigos que no te hicieron ver la cruda realidad... Pues qué quieres que te diga, aprovecha la oportunidad de rodearte de un pequeño grupo de gente que ha leído tu obra y, además (en mayor o menor medida), la estima. ¡A por ellos Hank Moody! (PD: ahora sólo te queda averiguar quién de tus odiados amigos soy, aunque me temo que no te llevará mucho averiguarlo). Cuídense mucho.
¡Pues vaya suerte la mía!
Precisamente esta mañana me llegó, después de múltiples retrasos y un sinfín de llamadas a atención al cliente, el ejemplar de “Cuando acabe el invierno” que pedí por internet. El motivo de tanto trastorno ha sido una simple coma, que hizo que me facturasen el libro por 42 euros. Y bueno, ahora que ¡por fin! tengo el libro en mis manos me encuentro al propio autor diciendo que es un texto infumable. ¿Qué hago, entonces? ¿Le meto mano (literariamente) o empiezo por los otros compañeros de viaje que venían con él en el paquete? No te voy a decir cuáles, pero te adelanto que de algunos de ellos has hablado muy bien en tu blog.
En cualquier caso, mucha suerte en ese encuentro con los lectores. Seguro que ellos lo pasan escuchándote mejor que tú escuchando a Caballero Bonald, jeje.
Un saludo.
Campoviejo: Lee los otros, por supuesto... Ahora es cuando yo debería decir... "hombre, infumable, infumable... tampoco es para tanto..." ¿Dónde lo has pedido? ¿Todavía quedan ejemplares salvados de los ratones del almacén? Esas cosas me superan, y más sabiendo cómo funciona la BAM... Lee los otros, prefiero en un momento dado que me tiren a la cabeza los libros que "recomiendo" que los que "escribo", y al revés igual...
Siempre fui de jugar en la era... y ahí nos quedamos...
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