«La Fortuna y el Fabulista
Un Fabulista atravesaba un bosque solitario cuando se topó con la Fortuna. Muy asustado, trató de subir a un árbol, pero la Fortuna lo retuvo y lo acorraló con cruel insistencia.
—¿Por qué intentaste escapar? —dijo la Fortuna cuando los gritos y los movimientos del hombre cesaron—. ¿Por qué me miras de una manera tan hostil?
—No sé qué eres —respondió el Fabulista, muy alterado.
—Soy riqueza, soy respetabilidad —explicó la Fortuna—, soy casas elegantes, un yate y una camisa limpia todos los días. Soy ocio, soy viajes, vino, un sombrero con brillo y un abrigo sin brillo. Soy dinero suficiente para comer.
—Está bien —susurró el Fabulista—, pero, por favor, baja esa voz.
—¿Por qué? —preguntó la Fortuna, sorprendida.
—Para no despertarme —respondió el Fabulista mientras se le dibujaba en el rostro una calma perfecta.».
Un Fabulista atravesaba un bosque solitario cuando se topó con la Fortuna. Muy asustado, trató de subir a un árbol, pero la Fortuna lo retuvo y lo acorraló con cruel insistencia.
—¿Por qué intentaste escapar? —dijo la Fortuna cuando los gritos y los movimientos del hombre cesaron—. ¿Por qué me miras de una manera tan hostil?
—No sé qué eres —respondió el Fabulista, muy alterado.
—Soy riqueza, soy respetabilidad —explicó la Fortuna—, soy casas elegantes, un yate y una camisa limpia todos los días. Soy ocio, soy viajes, vino, un sombrero con brillo y un abrigo sin brillo. Soy dinero suficiente para comer.
—Está bien —susurró el Fabulista—, pero, por favor, baja esa voz.
—¿Por qué? —preguntó la Fortuna, sorprendida.
—Para no despertarme —respondió el Fabulista mientras se le dibujaba en el rostro una calma perfecta.».
Abrose Bierce.
Hay libros que cuando entran en una librería, la iluminan, y da una pena horrible que se vayan, por eso los libreros los reponemos. Normalmente no salen por la puerta en fila, de a dos o de a tres, descosidos y sin rostro, como algún que otro libro que lo mismo da que esté o que no esté, sino porque son especiales y no salen mucho, o quizá por ello, es triste cuando se van; aunque también es cierto que si el cliente (el despistado, el que no pregunta nada, el que parece no tener suficiente cuello en su camisa para esconderse y mirar por los rincones como un cuervo tímido y desplumado, pero también el que en un giro, en una vuelta rápida, da con dicho libro sabiendo que muy poca gente se fija en él a menudo, como un buscador de oro con suerte, y ojo) lo ha cogido y al abrirlo sonríe, ya no da tanta pena si decide llevárselo. El libro cuesta 18,90 €, y deja un regusto similar al de un plato de calamares a la romana y una cervecita mirando al mar en Cádiz, con el añadido de que no tienes que volver a pagar para abrirlo cuantas veces te plazca.
Repito. Ambrose Bierce. 99 fábulas fantásticas, ilustradas por Carlos Nine, de la editorial Libros del Zorro Rojo, es un libro precioso. Precioso, de esos de horas muertas y secreto íntimo. Lo leí hace siglos, a Bierce, su Diccionario del Diablo, en una edición hiperbarata que se me desmenuzaba entre las manos conforme lo leía, supongo que en una traducción horrible (el libro lo terminé y tuve que tirarlo, había perdido las mitad de las páginas y las que quedaban estaban ansiosas por conocer mundo...), y que compré en un puesto ambulante cuando me gustaba creer en espantajerías como ovnis y espíritus y viajes de Jesús a Cachemira y leía todo en lo que apareciese la palabra diablo, es decir, cuando estaba en esa fase adolescente en la que uno se va desprendiendo como puede de la educación católica y necesita argumentos que lo reafirmen en su decisión y que a la vez le valgan para tocar un poco las narices. Lo releo, o redescubro, en una edición de esas que no repetiré lo bonita que es por no resultar pesado, pero lo es, y gozo (mirándome el dedo gordo del pie, como Arlt), lo cual es lo propio con Bitter Bierce...
Escritor, periodista y editor estadounidense, Ambrose Bierce prestó servicios en el Ejército de la Unión durante la Guerra Civil, en la que estuvo en varios frentes, implicado de manera directa, y en la que fue herido de gravedad. Su primer cuento, «The Haunted Valley», fue publicado en 1871 en la revista Overland Monthly. En 1877 inauguró su famosa columna «Prattle» en el semanario Argonaut. En 1887 empezó a trabajar para los periódicos de William Randolph Hearst (¡¡¡ese, el de Rosebud!!!) y su fructífera relación duró más de veinte años, período en el que su envenenada pluma combatió la impostura de políticos, predicadores, abogados, racistas, capitalistas, poetas, anarquistas e inescrupulosos de todo tipo. La muerte de Ambrose Bierce está rodeada de incertidumbre. En diciembre de 1913, a los 71 años, cruzó a Méjico por El Paso en plena revolución. En Ciudad Juárez se unió al ejército de Pancho Villa, llegando hasta Chihuahua, donde su rastro se desvanece. La última noticia cierta fue una carta que escribió a un amigo íntimo, fechada el 26 de diciembre, donde dice que va a trasladarse a Ojinaga, ciudad donde unos días después se libró una sangrienta batalla. Bierce escribió: «Debe de ser horrible morir entre sábanas; si Dios quiere, a mí no me ocurrirá».
2 comentarios:
A veces te leo y me dan ganas de tener una librería. De hecho yo creo que es el gran sueño de mi padre. Por eso nuestra casa parece una librería. La vida de este señor fue de lo más interesante, con una muerte a su altura. Mi padre me compró una recopilación de relatos suyos de la colección Valdemar Gótica... ahora me siento culpable por no haberlo casi ni abierto. Caerá, tarde o temprano.
Aitor, Bierce merece otra oportunidad... Me gustan las casas que parecen librerías, suelen ser buenos sitios.
Por cierto, esta tarde escribí un comentario enoooooorme en su blog sobre Bowie y la escritura, y al darle a publicar, coge y me da error, borrando todo... Indolente que es uno, no me he puesto de nuevo. Cada vez me gusta más lo que escribes. Saludos
Publicar un comentario