El mundo presidiario. Mi relación con él a lo largo de los años ha sido meramente tangencial, tal vez curiosa, pero totalmente lejana a su más dura realidad. Nunca he ido a visitar a nadie la carcel y, salvo unos meses en los que una novia que tuve estuvo trabajando en una y me contaba las historias de algunos presos, nunca he pensado mucho en esos lugares. Alguna vez a lo largo de los 4 años que la Pecera lleva abierta han venido de la cárcel de Herrera de la Mancha a encargarme algún libro para un preso. Con su peculio se supone que hacen lo que quieren, y en un par de ocasiones me ha llamado el que se encarga de gestionarles fuera de la cárcel ese tipo de cosas para preguntarme por el precio de algún libro. No me acuerdo de cuáles eran los libros que me pidieron, no lo sé. Hoy sin embargo ha sido tan... ¿obvio?... ¿de perogrullo?... ¿tristemente evidente?... que me ha resultado imposible de entender, de comprender, más exactamente, por eso comenzaba escribiendo que mi relación con lo penitenciario siempre ha sido tangencial.
Me han pedido don libros para un preso, como el chiste más malo del mundo y a la vez más triste, eran "El código penal" y una novela llamada "Vis a vis" (Editoral Absalon, autor Jorge de la Hidalga, para los más descreídos). El hombre que ha venido me ha dicho que eran para la cárcel cuando le he pedido el teléfono para avisarle cuando estuvieran, "son para un preso, no te preocupes, yo me paso la semana que viene y te pregunto..."). Cuando ha salido por la puerta y estaba dando de alta los libros ha sido cuando el chiste ha dejado de tener gracia. El código penal y un libro llamado "Vis a vis". Alguien no hace mucho me pidió la autobiografía del Lute. Está descatalogada. ¿Si me hubiese pedido "El conde de Montecristo" estaría escribiendo esto? No sé, tampoco tiene mucho sentido pensar más en ello.
Unos meses antes de volver al "ínclito y maravilloso" Manzanares a montar la librería, mi último trabajo en Madrid fue de teleoperador. Hacía encuestas a clientes de un banco sobre su grado de satisfacción con el trato que recibían del mismo. El horror... todo, el trabajo, el lugar donde lo realizaba, el trato que nos dispensaban, el horario (currábamos y llamábamos a cualquier hora!!) y el sueldo. Entré por una ETT a una empresa contratada por el banco, pero nosotros decíamos que llamábamos, no sólo del banco, sino de la sucursal a la que habitualmente iba el cliente y teníamos que decir que era importante. Una vez que teníamos acojonado al susodicho o susodicha, soltábamos la retahíla. Era infernal. Un día llamé y comencé con el rollo. Pregunté por X y alguien me preguntó que quién era, le dije que llamaba del banco X, de la sucursal Y, de la cuidad Z y que necesitaba hablar con el señor X. Es que ahora mismo no se puede poner, me dijeron. Pregunta 2 del manual, ergo, contestación 2.b. del esquema a seguir. Es que es importante. Tras un segundo se silencio me contestaron, espere un momento. Era por la tarde, no sé si habría anochecido porque las oficinas donde trabajábamos no tenían ventanas, aunque por la hora puede que sí o puede que no. Que te llamen del banco, de tú banco, a horas no de oficina y que de digan que es importante, acojona; luego cuando soltabas la chapa de la encuesta de satisfacción (estúpida, ramplona y enfermiza, como todas las encuestas de ese tipo) había gente que directamente te mandaba a tomar por culo, otros indignados por la hora y el avasallamiento intentaban descubrir quién eras para ir al día siguiente a la oficina a partirte la cara, pero eran los menos, a la mayoría los acojonabas suficiente de entrada como para hacerles la encuesta hipnotizados, y sólo la frase "muchas gracias por su tiempo y muchas gracias de parte de su banco" les pudiera hacer despertar. Cuando hice esa llamada, pensaba que todo iba normal, sin embargo cuando me dijeron que esperase un momento oí que por megafonía decían, "el preso X, persónese lo antes posible en..." no sé, no me acuerdo, dónde sea que se llame eso en una cárcel... Me quedé de piedra, no jodas, pensé... Nos grababan las encuestas y todos los días llamaban a alguno para revisar una al azar, así que nos cuidábamos muy mucho de colgar o contestar a los insultos o soltar charcarrillos... ¿Qué hacía? ¿Colgaba? Mientras pensaba en aquel cubículo infame me imaginaba a esa persona yendo para allá, pasando puertas de rejas, preguntándose qué querrían de él... Le dirían que era de su banco, a esas horas y, cuando él pensase algo lógico a la par que hiriente, un imbécil le diría que si le importaría que le hiciese una encuesta sobre el trato que recibía en su banco cuando iba a realizar gestiones... ¿Cómo calificaría el trato que recibe por el personal de ventanilla? A un preso... No-me-jodas... Intenté que el funcionario me oyese, y yo gritaba por el teléfono "oiga... oiga...", que no le llamase, que era una gilipollez, una broma de mal gusto de un banco que blanqueaba dinero subcontratando a una empresa que se dedicaba a explotar a diez sudamericanos y a dos españoles sin futuro para mayor estupidez del mundo. Pero nada... Cuando oí que le volvían a llamar con insitencia por megafonía, no pude más y colgué. Me quité los cascos, apague el ordenador y me fui a mi casa. sin decir nada a nadie Al día siguiente me tragué una charla infame del encargado y en mi cabeza sólo resonaba la frase de Tyler Durden: "No soy mi trabajo. No soy mi cuenta corriente. No soy el contenido de nuestra cartera. No soy mis pantalones. . . Soy la mierda contante y sonante del mundo." Con gusto me hubiese meado en su cara, pero estábamos a mediados de mes y tenía un alquiler, un abono transporte, unos botes de alubias precocinadas y una entrada para el concierto de los Doors del siglo 21 que comprar, así que aguanté el chaparrón (días después, al salir de aquel concierto, con las imágenes de Ray Manzarek y Robbie Krieger y el vozarrón de Ian Astbury sobre las canciones de Jim resonando infinitas en mi cabeza, mientras volvía a casa paseando por un violento y fascinante Madrid, decidí dejar ese trabajo, esa ciudad, el piso compartido, los amigos que tan poco veía e intentar la aventura de la Pecera en Manzanares -algo que pintaba bien, aunque me endeudase de por vida soy un tío con ciertos arrestos, salvo que olvidé un detalle importante, que Manzanares es Manzanares)...
A Dani venían a buscarlo en coche (con chófer) antes de que acabara el día, él alardeaba de los lugares donde había vivido pero no soltaba prenda de dónde vivía en Manzanares ni de dónde venía, misterioso halo que alimentaba con un "no puedo decirlo", además nunca podía quedar después del cole salvo en contadas ocasiones. Al final descubrimos que era el hijo del director de la cárcel de Herrera. A veces no iba durante varios días, que siempre coincidían si había habido un atentado. Las pocas niñas cuyos irresponsables padres las habían matriculado en ese colegio bebían los vientos por él, y su fama se extendió por los otros centros, pero sólo nosotros éramos sus amigos (la clase entera, vamos). Un día nos dijo que nos invitaba a su casa a celebrar su cumpleaños. ¿A la cárcel? Vaya... Un autobús vendría a recogernos, pasaríamos el día allí y por la tarde nos traerían de vuelta. Ostias... En aquella época aún estaba el módulo de régimen abierto, que eran unos edificios tristes alejados de la cárcel principal y separados de ella por la carretera. En el trayecto en tren entre Manzanares y Alcázar, aún se pueden ver esos barracones, abandonados, sin ventanas y llenos de pintadas. Lo celebramos allí, sintiéndonos peligrosos y a la vez más acojonados que las hermanas Brönte en un callejón oscuro, vamos, como Lucía Etxebarría en una habitación con Nacho Vidal. No recuerdo muchas cosas, supongo que pasado el gusanillo fue un cumpleaños normal y vulgar, con su ágape, su tarta, su Kas y sus sandwiches de salchichón, sin embargo por la tarde, henchidos de confianza y temeridad fuimos haciéndonos con el lugar. No había muchos presos en régimen abierto y los que allí estaban eran en su mayoría yonkis y expertos en farmacias con mala suerte, nosotros, sin embargo, éramos unos veinte animales sobrestimulados que, puestos al lado de los de verano azul, parecíamos los hell's angels más chungos de la mancha (aunque no tuviésemos ni media ostia, la verdad). Al final acabamos echando un partido de fútbol con los presos, ahí, en mitad del campo, en una desangelada esplanada llena de piedras con dos famélicas porterías de hierro oxidado sin red. A la primera zancadilla de los presos nos acojonamos, en seco, como cuando oíamos el chasquido de la vara de Don Mariano, pero un golazo de Miki a pase de Cañadas nos devolvió el arrojo infantil. Aquello de convirtió en un partidazo, infantílmente épico, pero a la vez sucio y duro, de tú a tú (quizá lo recuerdo tanto porque jugué poco y me dediqué a mirar ambobado). Una vez quedó claro que aquello era serio, que para los presos no era una mera pachanga, sólo jugaron los mejores, y evidentemente yo no era uno de ellos. Hacía mucho frío, sentados al lado de la montaña de trenkas y anoraks tirados de mala manera, veíamos a esos tíos delgados con tatuajes chungos poco definidos y emborronados intentando ganar como fuera a unos mocosos resabiados y marrulleros con el hijo del director de la cárcel de portero, mientras el cielo amenazaba tormenta y el aire convertía aquel partido en mitad de la nada en un acontecimiento del que el mundo desgraciadamente no sabría nada. Insultos, patadas, sonrisas, mala leche y subidas por la banda se mezclaban en algo que impresionaba (yo siempre he sido muy impresionable), pero siempre había una mano tendida para ayudar a levantarse al contrario y una palmada de ánimo, fuese quien fuese, niño o preso. Un par de funcionarios miraba también desde la ventana, sin saber si bajar o no a calmar un poco ese partido duro entre perdedores y perdidos. Cuando empezó a llover a cántaros vino el autobús a buscarnos y el partido acabo de golpe, aunque de allí nadie quería moverse. Íbamos ganando. Nos despedimos a voces y con aspavientos de aquellos presos con la cara pegada a los cristales del autobús mientras ellos nos miraban con caras de asco, rencorosas y a la vez amigables y sonrientes, en un todo que bajo la lluvia que caía no podía ser más que triste e injusto. Al año siguiente, Dani no volvió al colegio, nos dijeron que habían destinado a su padre a otro centro; fue una pena porque recuerdo que con Fernando, Antonio y Miki hizo muy buenas migas.
Unos meses antes de volver al "ínclito y maravilloso" Manzanares a montar la librería, mi último trabajo en Madrid fue de teleoperador. Hacía encuestas a clientes de un banco sobre su grado de satisfacción con el trato que recibían del mismo. El horror... todo, el trabajo, el lugar donde lo realizaba, el trato que nos dispensaban, el horario (currábamos y llamábamos a cualquier hora!!) y el sueldo. Entré por una ETT a una empresa contratada por el banco, pero nosotros decíamos que llamábamos, no sólo del banco, sino de la sucursal a la que habitualmente iba el cliente y teníamos que decir que era importante. Una vez que teníamos acojonado al susodicho o susodicha, soltábamos la retahíla. Era infernal. Un día llamé y comencé con el rollo. Pregunté por X y alguien me preguntó que quién era, le dije que llamaba del banco X, de la sucursal Y, de la cuidad Z y que necesitaba hablar con el señor X. Es que ahora mismo no se puede poner, me dijeron. Pregunta 2 del manual, ergo, contestación 2.b. del esquema a seguir. Es que es importante. Tras un segundo se silencio me contestaron, espere un momento. Era por la tarde, no sé si habría anochecido porque las oficinas donde trabajábamos no tenían ventanas, aunque por la hora puede que sí o puede que no. Que te llamen del banco, de tú banco, a horas no de oficina y que de digan que es importante, acojona; luego cuando soltabas la chapa de la encuesta de satisfacción (estúpida, ramplona y enfermiza, como todas las encuestas de ese tipo) había gente que directamente te mandaba a tomar por culo, otros indignados por la hora y el avasallamiento intentaban descubrir quién eras para ir al día siguiente a la oficina a partirte la cara, pero eran los menos, a la mayoría los acojonabas suficiente de entrada como para hacerles la encuesta hipnotizados, y sólo la frase "muchas gracias por su tiempo y muchas gracias de parte de su banco" les pudiera hacer despertar. Cuando hice esa llamada, pensaba que todo iba normal, sin embargo cuando me dijeron que esperase un momento oí que por megafonía decían, "el preso X, persónese lo antes posible en..." no sé, no me acuerdo, dónde sea que se llame eso en una cárcel... Me quedé de piedra, no jodas, pensé... Nos grababan las encuestas y todos los días llamaban a alguno para revisar una al azar, así que nos cuidábamos muy mucho de colgar o contestar a los insultos o soltar charcarrillos... ¿Qué hacía? ¿Colgaba? Mientras pensaba en aquel cubículo infame me imaginaba a esa persona yendo para allá, pasando puertas de rejas, preguntándose qué querrían de él... Le dirían que era de su banco, a esas horas y, cuando él pensase algo lógico a la par que hiriente, un imbécil le diría que si le importaría que le hiciese una encuesta sobre el trato que recibía en su banco cuando iba a realizar gestiones... ¿Cómo calificaría el trato que recibe por el personal de ventanilla? A un preso... No-me-jodas... Intenté que el funcionario me oyese, y yo gritaba por el teléfono "oiga... oiga...", que no le llamase, que era una gilipollez, una broma de mal gusto de un banco que blanqueaba dinero subcontratando a una empresa que se dedicaba a explotar a diez sudamericanos y a dos españoles sin futuro para mayor estupidez del mundo. Pero nada... Cuando oí que le volvían a llamar con insitencia por megafonía, no pude más y colgué. Me quité los cascos, apague el ordenador y me fui a mi casa. sin decir nada a nadie Al día siguiente me tragué una charla infame del encargado y en mi cabeza sólo resonaba la frase de Tyler Durden: "No soy mi trabajo. No soy mi cuenta corriente. No soy el contenido de nuestra cartera. No soy mis pantalones. . . Soy la mierda contante y sonante del mundo." Con gusto me hubiese meado en su cara, pero estábamos a mediados de mes y tenía un alquiler, un abono transporte, unos botes de alubias precocinadas y una entrada para el concierto de los Doors del siglo 21 que comprar, así que aguanté el chaparrón (días después, al salir de aquel concierto, con las imágenes de Ray Manzarek y Robbie Krieger y el vozarrón de Ian Astbury sobre las canciones de Jim resonando infinitas en mi cabeza, mientras volvía a casa paseando por un violento y fascinante Madrid, decidí dejar ese trabajo, esa ciudad, el piso compartido, los amigos que tan poco veía e intentar la aventura de la Pecera en Manzanares -algo que pintaba bien, aunque me endeudase de por vida soy un tío con ciertos arrestos, salvo que olvidé un detalle importante, que Manzanares es Manzanares)...
En el colegio, un día, llegó Dani. Si no recuerdo mal fue en quinto de EGB y el curso ya había empezado. Era rubio, alto, atlético y guapo, así que en la clase de energúmenos que éramos hubo ostias (literales) por sentarse con él. Don Mariano puso orden como sólo él sabía hacerlo. Ríete tú del tío de la vara, la de Don Mariano tenía hasta nombre, y en un colegio que hacía apología de un gallardo espíritu "joseantoniano" (aunque los ochenta ya hubiesen empezado, aun no habían entrado por las puertas de ese colegio según qué cosas) no podía tener más nombre que doña Justicia. Así que soltando mandobles cual Cid Campeador alopécico y algo fondón, Don Mariano puso orden y decidió colocarnos por orden alfabético, así que acabé sentado delante de Dani. Y encima era ambidiestro... En un colegio donde hasta nuestro curso habían quitado la zurdez a base de cariñosas muestras de afecto y capones a cascoporro, para mí, que había sufrido varios intentos de "curarme" en años anteriores y que por fin me habían dejado por imposible, ver cómo Dani escribía con ambas manos perfectamente así tuviese a bien su ánimo era como si hiciese magia. Después, en el recreo hubo otra pugna por la amistad del nuevo probando su resistencia jugando al burro, y los días siguientes fueron testigos de truculentas pruebas de valentía y arrojo para alcanzar posiciones frente a aquel chico que nos miraba halagado sin dar crédito ante aquel atajo de niñatos asilvestrados y descontextualizados del mundo.
A Dani venían a buscarlo en coche (con chófer) antes de que acabara el día, él alardeaba de los lugares donde había vivido pero no soltaba prenda de dónde vivía en Manzanares ni de dónde venía, misterioso halo que alimentaba con un "no puedo decirlo", además nunca podía quedar después del cole salvo en contadas ocasiones. Al final descubrimos que era el hijo del director de la cárcel de Herrera. A veces no iba durante varios días, que siempre coincidían si había habido un atentado. Las pocas niñas cuyos irresponsables padres las habían matriculado en ese colegio bebían los vientos por él, y su fama se extendió por los otros centros, pero sólo nosotros éramos sus amigos (la clase entera, vamos). Un día nos dijo que nos invitaba a su casa a celebrar su cumpleaños. ¿A la cárcel? Vaya... Un autobús vendría a recogernos, pasaríamos el día allí y por la tarde nos traerían de vuelta. Ostias... En aquella época aún estaba el módulo de régimen abierto, que eran unos edificios tristes alejados de la cárcel principal y separados de ella por la carretera. En el trayecto en tren entre Manzanares y Alcázar, aún se pueden ver esos barracones, abandonados, sin ventanas y llenos de pintadas. Lo celebramos allí, sintiéndonos peligrosos y a la vez más acojonados que las hermanas Brönte en un callejón oscuro, vamos, como Lucía Etxebarría en una habitación con Nacho Vidal. No recuerdo muchas cosas, supongo que pasado el gusanillo fue un cumpleaños normal y vulgar, con su ágape, su tarta, su Kas y sus sandwiches de salchichón, sin embargo por la tarde, henchidos de confianza y temeridad fuimos haciéndonos con el lugar. No había muchos presos en régimen abierto y los que allí estaban eran en su mayoría yonkis y expertos en farmacias con mala suerte, nosotros, sin embargo, éramos unos veinte animales sobrestimulados que, puestos al lado de los de verano azul, parecíamos los hell's angels más chungos de la mancha (aunque no tuviésemos ni media ostia, la verdad). Al final acabamos echando un partido de fútbol con los presos, ahí, en mitad del campo, en una desangelada esplanada llena de piedras con dos famélicas porterías de hierro oxidado sin red. A la primera zancadilla de los presos nos acojonamos, en seco, como cuando oíamos el chasquido de la vara de Don Mariano, pero un golazo de Miki a pase de Cañadas nos devolvió el arrojo infantil. Aquello de convirtió en un partidazo, infantílmente épico, pero a la vez sucio y duro, de tú a tú (quizá lo recuerdo tanto porque jugué poco y me dediqué a mirar ambobado). Una vez quedó claro que aquello era serio, que para los presos no era una mera pachanga, sólo jugaron los mejores, y evidentemente yo no era uno de ellos. Hacía mucho frío, sentados al lado de la montaña de trenkas y anoraks tirados de mala manera, veíamos a esos tíos delgados con tatuajes chungos poco definidos y emborronados intentando ganar como fuera a unos mocosos resabiados y marrulleros con el hijo del director de la cárcel de portero, mientras el cielo amenazaba tormenta y el aire convertía aquel partido en mitad de la nada en un acontecimiento del que el mundo desgraciadamente no sabría nada. Insultos, patadas, sonrisas, mala leche y subidas por la banda se mezclaban en algo que impresionaba (yo siempre he sido muy impresionable), pero siempre había una mano tendida para ayudar a levantarse al contrario y una palmada de ánimo, fuese quien fuese, niño o preso. Un par de funcionarios miraba también desde la ventana, sin saber si bajar o no a calmar un poco ese partido duro entre perdedores y perdidos. Cuando empezó a llover a cántaros vino el autobús a buscarnos y el partido acabo de golpe, aunque de allí nadie quería moverse. Íbamos ganando. Nos despedimos a voces y con aspavientos de aquellos presos con la cara pegada a los cristales del autobús mientras ellos nos miraban con caras de asco, rencorosas y a la vez amigables y sonrientes, en un todo que bajo la lluvia que caía no podía ser más que triste e injusto. Al año siguiente, Dani no volvió al colegio, nos dijeron que habían destinado a su padre a otro centro; fue una pena porque recuerdo que con Fernando, Antonio y Miki hizo muy buenas migas.
2 comentarios:
Buen post ,que tambien muy buena historia ,deberias transformarlo en un cuento y publicarlo .Saludos
Evelio, es usted tremendamente amable... hace años que dejé lo de los concursos por agotamiento, y me retiré como mejor pude, de hecho, lo de la revista eñe sigo sin entenderlo y un par de rechazos editoriales después dieron con mis huesos en el mundo blog, que igual no es tan literario pero es más gratificante y divertido. No sé si el blog es positivo o negativo en ese sentido pero entre un cajón sin llave o una carpeta polvorienta en el ordenador llamada "cuentos" y esto, prefiero esta ventanita... Del mismo modo le digo que si algo no le gusta, lo diga igualmente, que viniendo de vuestra merced no me sentiré ofendido...
Saludos...
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