Tiempo y dinero, eso ha dicho un amigo antes de colgar el teléfono, sólo necesitamos tiempo y dinero. No para hacer la revolución, que tampoco estaría mal, sino para olvidar nuestro mal llevado día a día de facturas, currículuns (o como coño se escriba), trabajos frágilmente engarzados, más facturas y la pérdida irreparable de años por consumir sintiendo que se nos pasa la vida, el arroz y la entrepierna de los vaqueros. "Me siento muy extraño. Dicen que los cojos y los mancos siguen sintiendo las extremidades ausentes un tiempo después de haberlas perdido. Yo siento a veces que me falta algo y no sé el qué, no es la sensación de "como si no lo supiera", sino la de haberlo olvidado, que es peor", me ha dicho también.
Debe ser el tiempo, el meteorológico, quiero decir. Astenia crónica para el amnésico lumpen. Por olvidar, he olvidado incluso mis efemérides, las privadas y las públicas. Por olvidar he olvidado la fecha en la que murió Bolaño, no recuerdo cuándo nació Boris Vian (mi añorado Boris Vian) he olvidado la fecha del cumpleaños de Ramón Fernández ("Se podría decir que Ramón Fernández fue mi único amigo, o al menos lo fue durante un tiempo, concretamente entre los trece y los dieciocho años") y hasta hace media hora no estaba seguro de cuándo fue exactamente el cambio de válvula (me lo han preguntado en la "consulta" para la renovación del carnet de conducir y he dudado un instante ante la cara de asombro del médico...), confundo los cumpleaños de mi hermana pequeña y mi primo mayor, y he olvidado cuándo John Coltrane grabó "A love supreme" (el disco que más veces he comprado en mi vida junto con The Allman Brothers Band at the Fillmore East, pero lo que diferencia a uno de otro es que mientras el de Coltrane lo he perdido y perdido en mudanzas, amén de algún que otro robo, los de los Allman Brothers los tengo a buen recaudo -vinilo (edición americana del 1971, cara 1 y 4 en el primer discos, y caras 2 y 3 en el segundo, ni yo me lo creo), cinta, cd, edición de Luxe...-). Podría enumerar muchas cosas más. ¿Cuáles considero privadas y cuáles públicas? En este sentido me limito a tirar la piedra y a esconder la mano viendo cómo se disuelven los aros concéntricos en el agua. Si me pongo hiperbólico y obscenamente sincero, por olvidar he olvidado incluso cuándo dejé de ser casto y puro... Tal vez sea mejor así...
Recito esas cosas porque a veces creo que son las que nos ponen los pies en el suelo. Al menos eran importantes para mí, y lo siguen siendo, pero no sé ubicarlas en mi día a día, no sé cómo recordarlas para rendirles tributo. Hablar con amigos vía telefónica y colgar dándome cuenta de lo que los echo de menos hace que me de por escribir estas cosas. Igual ese es simplemente el problema, el no tener ritos en mi vida, el no cumplir rituales, el no rendir culto a esa mitología privada que en el fondo nos define más de lo que nosotros mismos creemos. Tal vez por eso de un tiempo a esta parte estoy más sordo, más opaco, más concentrado en una palabra; ya no estoy tan abierto al mundo. Necesito una puesta de sol de esas de quitar el aliento propias de la mancha perdido en mitad de ningún sitio (es un decir, el camino viejo de Daimiel, desviándose hacia el Moral da mucho juego) mientras suenan Rush, The Band o Tom Petty.
Tiempo... para ver, hablar, crear recuerdos, estar... Tiempo... Hace años tenía una agenda donde había apuntadas fechas de grabación de discos que me gustan. Y me gustaba ponerlos cuando se cumplía el aniversario de los mismos. No es que pensara que se fuera a quebrar el continuo espacio tiempo, pero era un rito que aunque sabía estúpido, me gustaba llevar a cabo. Ahora no sé por dónde andará esa agenda, y hacer una nueva me da pereza.
Los ritos, algún antropólogo diría que eso nos humaniza, y puede ser cierto cierto, eso nos hace crecer o, como diría Ramón Navarro (hablando de echar de menos...), nos ventila las mónadas, lo quiera Leibniz o no.
Hace un rato pensaba que perder ritos es hacerse mayor, ahora tiendo a darle la razón a Lipovetsky... en eso consiste vivir en estos tiempos hipermodernos, en esta era del vacío... lo cual es la mayor gilipollez que he escrito últimamente.
Tiempo y dinero. El año pasado casi tiro la casa por la ventana. Estuve a punto de comprar una entrada para uno de los conciertos de los Allman Brothers en el Beacon Theater y marcharme para NY más feliz que un niño, pero me pudo la cordura (o no), o sería mejor decir la realidad. Hubiera sido una locura, pero es uno de los sueños de mi vida que aún podrían realizarse (como ver a Tom Petty en concierto, cosa que ya no entra dentro de lo posible en el caso de, por ejemplo, con los Screamin' Cheetah Wheelies...) aunque no por mucho tiempo más, que Gregg, Jaimoe y Butch no son eternos...
La librería, de Penélope Fizgerald, es un libro precioso que casi nadie de los que entran en la librería me cree cuando digo que es precioso. Todos los que al entrar en La Pecera me han dicho alguna vez que su sueño siempre había sido montar un sitio como éste deberían leerlo. Pequeña novela, escrita con mimo, donde los personajes que aparecen en ella representan todo un fresco de la sociedad en una pequeña comunidad. El retrato de qué significa y a qué atiende la existencia de una librería en un barrio. No se puede abrir una librería independiente hoy sin haber visualizado y aceptado que en el mejor de los casos, uno acabará echando la cancela con apremio y cierta vergüenza, agotado orgullo y con agujeros en los bolsillos, como la protagonista. Según la web de la editorial Impedimenta: "Novela finalista del Booker Prize, La librería es una delicada aventura tragicómica, una obra maestra de la entomóloga librera. Florence Green vive en un minúsculo pueblo costero de Suffolk que en 1959 está literalmente apartado del mundo, y que se caracteriza justamente por lo que no tiene. Florence decide abrir una pequeña librería, que será la primera del pueblo. Adquiere un edificio que lleva años abandonado, comido por la humedad y que incluso tiene su propio y caprichoso poltergeist. Pero pronto se topará con la resistencia muda de las fuerzas vivas del pueblo que, de un modo cortés pero implacable, empezarán a acorralarla. Florence se verá obligada entonces a contratar como ayudante a una niña de diez años, de hecho la única que no sueña con sabotear su negocio. Cuando alguien le sugiere que ponga a la venta la polémica edición de Olympia Press de Lolita de Nabokov, se desencadena en el pueblo un terremoto sutil pero devastador." La novela se lee con una sonrisa velada, o seguramente será cosa mía, pues es como si un bombero te recomendase ver "El coloso en llamas", pero aún así no deja de ser un muy buen libro.
Tiempo y dinero. Evasión ególatra, puede ser, pero bien es cierto que estamos hasta arriba de "obligaciones" que nos alienan de esa manera tan siniestra que tienen los narcóticos legales. Desde hace 6 años no sé lo que son vacaciones más allá de cuatro días, por eso la llamada de ese amigo se ha superpuesto a la lectura del libro de Penélope (si Serrat no hubiera jodido para siempre ese nombre me gustaría tener una churumbelilla llamada así) y he sentido el vértigo más vértigo, el ritmo más acelerado, los días pisándose los talones unos a otros... Oír hablar de casas rurales en Abruzzo,cerca del mar, es lo que tiene. Me he acordado de la librería Altroquando, de Roma, y del vino que me tomé en una vinacoteca cercana hace años, y a partir de ahí he hilado recuerdos con anhelos y para de contar. Tiempo y dinero. Del primero podemos hacer acopio de mejor o peor manera, del segundo, el maldito parné, la cosa se torna peliaguda... Igual es que son las 10 de la noche , estoy cansado después del paseo en bici y apenas ha entrado nadie en la librería en todo el día, salvo uno que me ha tenido más de 45 minutos buscando libros sobre trastorno de la personalidad y al final ninguno le ha cuadrado... Normal...
Necesito escuchar a los Allman...
and oh, I Ain't wastin' time no more... 'cause time goes by like hurricanes... runnin' after subway trains... don't forget the pouring rain...
Debe ser el tiempo, el meteorológico, quiero decir. Astenia crónica para el amnésico lumpen. Por olvidar, he olvidado incluso mis efemérides, las privadas y las públicas. Por olvidar he olvidado la fecha en la que murió Bolaño, no recuerdo cuándo nació Boris Vian (mi añorado Boris Vian) he olvidado la fecha del cumpleaños de Ramón Fernández ("Se podría decir que Ramón Fernández fue mi único amigo, o al menos lo fue durante un tiempo, concretamente entre los trece y los dieciocho años") y hasta hace media hora no estaba seguro de cuándo fue exactamente el cambio de válvula (me lo han preguntado en la "consulta" para la renovación del carnet de conducir y he dudado un instante ante la cara de asombro del médico...), confundo los cumpleaños de mi hermana pequeña y mi primo mayor, y he olvidado cuándo John Coltrane grabó "A love supreme" (el disco que más veces he comprado en mi vida junto con The Allman Brothers Band at the Fillmore East, pero lo que diferencia a uno de otro es que mientras el de Coltrane lo he perdido y perdido en mudanzas, amén de algún que otro robo, los de los Allman Brothers los tengo a buen recaudo -vinilo (edición americana del 1971, cara 1 y 4 en el primer discos, y caras 2 y 3 en el segundo, ni yo me lo creo), cinta, cd, edición de Luxe...-). Podría enumerar muchas cosas más. ¿Cuáles considero privadas y cuáles públicas? En este sentido me limito a tirar la piedra y a esconder la mano viendo cómo se disuelven los aros concéntricos en el agua. Si me pongo hiperbólico y obscenamente sincero, por olvidar he olvidado incluso cuándo dejé de ser casto y puro... Tal vez sea mejor así...
Recito esas cosas porque a veces creo que son las que nos ponen los pies en el suelo. Al menos eran importantes para mí, y lo siguen siendo, pero no sé ubicarlas en mi día a día, no sé cómo recordarlas para rendirles tributo. Hablar con amigos vía telefónica y colgar dándome cuenta de lo que los echo de menos hace que me de por escribir estas cosas. Igual ese es simplemente el problema, el no tener ritos en mi vida, el no cumplir rituales, el no rendir culto a esa mitología privada que en el fondo nos define más de lo que nosotros mismos creemos. Tal vez por eso de un tiempo a esta parte estoy más sordo, más opaco, más concentrado en una palabra; ya no estoy tan abierto al mundo. Necesito una puesta de sol de esas de quitar el aliento propias de la mancha perdido en mitad de ningún sitio (es un decir, el camino viejo de Daimiel, desviándose hacia el Moral da mucho juego) mientras suenan Rush, The Band o Tom Petty.
Tiempo... para ver, hablar, crear recuerdos, estar... Tiempo... Hace años tenía una agenda donde había apuntadas fechas de grabación de discos que me gustan. Y me gustaba ponerlos cuando se cumplía el aniversario de los mismos. No es que pensara que se fuera a quebrar el continuo espacio tiempo, pero era un rito que aunque sabía estúpido, me gustaba llevar a cabo. Ahora no sé por dónde andará esa agenda, y hacer una nueva me da pereza.
Los ritos, algún antropólogo diría que eso nos humaniza, y puede ser cierto cierto, eso nos hace crecer o, como diría Ramón Navarro (hablando de echar de menos...), nos ventila las mónadas, lo quiera Leibniz o no.
Hace un rato pensaba que perder ritos es hacerse mayor, ahora tiendo a darle la razón a Lipovetsky... en eso consiste vivir en estos tiempos hipermodernos, en esta era del vacío... lo cual es la mayor gilipollez que he escrito últimamente.
Tiempo y dinero. El año pasado casi tiro la casa por la ventana. Estuve a punto de comprar una entrada para uno de los conciertos de los Allman Brothers en el Beacon Theater y marcharme para NY más feliz que un niño, pero me pudo la cordura (o no), o sería mejor decir la realidad. Hubiera sido una locura, pero es uno de los sueños de mi vida que aún podrían realizarse (como ver a Tom Petty en concierto, cosa que ya no entra dentro de lo posible en el caso de, por ejemplo, con los Screamin' Cheetah Wheelies...) aunque no por mucho tiempo más, que Gregg, Jaimoe y Butch no son eternos...
La librería, de Penélope Fizgerald, es un libro precioso que casi nadie de los que entran en la librería me cree cuando digo que es precioso. Todos los que al entrar en La Pecera me han dicho alguna vez que su sueño siempre había sido montar un sitio como éste deberían leerlo. Pequeña novela, escrita con mimo, donde los personajes que aparecen en ella representan todo un fresco de la sociedad en una pequeña comunidad. El retrato de qué significa y a qué atiende la existencia de una librería en un barrio. No se puede abrir una librería independiente hoy sin haber visualizado y aceptado que en el mejor de los casos, uno acabará echando la cancela con apremio y cierta vergüenza, agotado orgullo y con agujeros en los bolsillos, como la protagonista. Según la web de la editorial Impedimenta: "Novela finalista del Booker Prize, La librería es una delicada aventura tragicómica, una obra maestra de la entomóloga librera. Florence Green vive en un minúsculo pueblo costero de Suffolk que en 1959 está literalmente apartado del mundo, y que se caracteriza justamente por lo que no tiene. Florence decide abrir una pequeña librería, que será la primera del pueblo. Adquiere un edificio que lleva años abandonado, comido por la humedad y que incluso tiene su propio y caprichoso poltergeist. Pero pronto se topará con la resistencia muda de las fuerzas vivas del pueblo que, de un modo cortés pero implacable, empezarán a acorralarla. Florence se verá obligada entonces a contratar como ayudante a una niña de diez años, de hecho la única que no sueña con sabotear su negocio. Cuando alguien le sugiere que ponga a la venta la polémica edición de Olympia Press de Lolita de Nabokov, se desencadena en el pueblo un terremoto sutil pero devastador." La novela se lee con una sonrisa velada, o seguramente será cosa mía, pues es como si un bombero te recomendase ver "El coloso en llamas", pero aún así no deja de ser un muy buen libro.
Tiempo y dinero. Evasión ególatra, puede ser, pero bien es cierto que estamos hasta arriba de "obligaciones" que nos alienan de esa manera tan siniestra que tienen los narcóticos legales. Desde hace 6 años no sé lo que son vacaciones más allá de cuatro días, por eso la llamada de ese amigo se ha superpuesto a la lectura del libro de Penélope (si Serrat no hubiera jodido para siempre ese nombre me gustaría tener una churumbelilla llamada así) y he sentido el vértigo más vértigo, el ritmo más acelerado, los días pisándose los talones unos a otros... Oír hablar de casas rurales en Abruzzo,cerca del mar, es lo que tiene. Me he acordado de la librería Altroquando, de Roma, y del vino que me tomé en una vinacoteca cercana hace años, y a partir de ahí he hilado recuerdos con anhelos y para de contar. Tiempo y dinero. Del primero podemos hacer acopio de mejor o peor manera, del segundo, el maldito parné, la cosa se torna peliaguda... Igual es que son las 10 de la noche , estoy cansado después del paseo en bici y apenas ha entrado nadie en la librería en todo el día, salvo uno que me ha tenido más de 45 minutos buscando libros sobre trastorno de la personalidad y al final ninguno le ha cuadrado... Normal...
Necesito escuchar a los Allman...
and oh, I Ain't wastin' time no more... 'cause time goes by like hurricanes... runnin' after subway trains... don't forget the pouring rain...
1 comentario:
todos me gustan hermano, ya sabes que es un placer leer...parece tan fácil ja, pero este me gustó especialmente...si si un beso, descastao ja ahora sí puse la coma
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