Ramiro Bennett. "El palacio está lejos" Ed. Caeiro. pág 26.
"Al final a va ser cierto que ver arder un puñado de papeles escritos por uno mismo tiene algo de liberador. Siempre pensé que dicho acto tenía más de cliché que de catarsis real, pero estaba equivocado.
Ayer, en un viejo cubo de latón, ardieron un buen puñado de cuentos, borradores, plagios, homenajes y frases escritas a tumba abierta, y me sentí como si mirase desaparecer un pozo de los deseos infame y vácuo. Hay que contar con que el cloro del papel provocó un espeso humo blanco y apestoso, pero las llamas, pequeñas, balanceantes y casi soberbias, aceleraron mi corazón como si asistiese a una suerte de soflama muda y brutal sobre la futilidad de todo, sobre todo de mí mismo, de mis sentimientos, de mis anhelos, de mi pasado, donde no me reconocí pero que, por una vez en mi vida, en vez de querer guardar todos esos papeles y preservarlos como si tuviera que protegerme del tiempo y la vida y sólo el guardar y atesorar cosas me lo permitiese, decidí verlos arder, decidí sumergirme en el lugar común del despecho, en el calor del fuego y comprobar si sentía algo viendo convertirse en cenizas algo que creía parte de mí.
Y funcionó, vaya si funcionó. Uno puede utilizar el ratón del ordenador y abrir la carpeta donde guarda sus textos, seleccionar uno y darle a la tecla de suprimir, pero no es lo mismo, no es lo mismo ver un puñado de papeles, cartas, postales, relatos y narraciones pesadas arder con las llamas encogiéndote las pelotas, a medio metro de tí. Sonreí como hacía tiempo que no sonreía estando solo, me acerqué, me aparté, rodeé la hoguera donde una parte de mí se consumía. A medida que desparecían espasmódicamente papeles, sentí ganas de seguir echando papeles al cubo ennegrecido que se retorcía ante mí, pero con lo que había sabía que era más que suficiente, pues conozco la enajenación del fuego, su voracidad y su avaricia, así que me limité a sincerarme y ver qué sentía realmente viendo arder todo aquello que era yo pero que sin darme cuenta me tenía anclado a la imagen reflejada de un espantapájaros con demasiada carga innecesaria encima... No quedó nada, sólo un pequeño montón de una pasta negra y humeante sobre la cual, al final, eché una enorme meada, sonriente y limpio como un bebé al que le acaban de lavar y limpiar el culo antes de echarlo a dormir. A los cinco minutos comenzó a llover como hacía tiempo no veía. Dejé el cubo lleno de cenizas en mitad del patio y entré en casa."
"Al final a va ser cierto que ver arder un puñado de papeles escritos por uno mismo tiene algo de liberador. Siempre pensé que dicho acto tenía más de cliché que de catarsis real, pero estaba equivocado.
Ayer, en un viejo cubo de latón, ardieron un buen puñado de cuentos, borradores, plagios, homenajes y frases escritas a tumba abierta, y me sentí como si mirase desaparecer un pozo de los deseos infame y vácuo. Hay que contar con que el cloro del papel provocó un espeso humo blanco y apestoso, pero las llamas, pequeñas, balanceantes y casi soberbias, aceleraron mi corazón como si asistiese a una suerte de soflama muda y brutal sobre la futilidad de todo, sobre todo de mí mismo, de mis sentimientos, de mis anhelos, de mi pasado, donde no me reconocí pero que, por una vez en mi vida, en vez de querer guardar todos esos papeles y preservarlos como si tuviera que protegerme del tiempo y la vida y sólo el guardar y atesorar cosas me lo permitiese, decidí verlos arder, decidí sumergirme en el lugar común del despecho, en el calor del fuego y comprobar si sentía algo viendo convertirse en cenizas algo que creía parte de mí.
Y funcionó, vaya si funcionó. Uno puede utilizar el ratón del ordenador y abrir la carpeta donde guarda sus textos, seleccionar uno y darle a la tecla de suprimir, pero no es lo mismo, no es lo mismo ver un puñado de papeles, cartas, postales, relatos y narraciones pesadas arder con las llamas encogiéndote las pelotas, a medio metro de tí. Sonreí como hacía tiempo que no sonreía estando solo, me acerqué, me aparté, rodeé la hoguera donde una parte de mí se consumía. A medida que desparecían espasmódicamente papeles, sentí ganas de seguir echando papeles al cubo ennegrecido que se retorcía ante mí, pero con lo que había sabía que era más que suficiente, pues conozco la enajenación del fuego, su voracidad y su avaricia, así que me limité a sincerarme y ver qué sentía realmente viendo arder todo aquello que era yo pero que sin darme cuenta me tenía anclado a la imagen reflejada de un espantapájaros con demasiada carga innecesaria encima... No quedó nada, sólo un pequeño montón de una pasta negra y humeante sobre la cual, al final, eché una enorme meada, sonriente y limpio como un bebé al que le acaban de lavar y limpiar el culo antes de echarlo a dormir. A los cinco minutos comenzó a llover como hacía tiempo no veía. Dejé el cubo lleno de cenizas en mitad del patio y entré en casa."
2 comentarios:
Aunque no siempre te deje un comentario, siempre te leo.Gracias por estos magnificos post que ilustran muchas lagunas que tengo en literatura.
un saludo
Lo mismo le digo yo a usted con lo suyo, hasta libreta para ir apuntando tengo...
Saludos.
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