jueves, 19 de noviembre de 2009
Ya me lo digo yo todo, como Cyrano, y no termino lecturas
De un tiempo a esta parte he de admitir que muy a mi pesar soy un lector fragmentario y fragmentado. No es lógico, ni moral, tener 18 libros sin terminar de leer, y seguro que con poco esto está estipulado como patología y tiene hasta nombre. El motivo es sencillo, creo. Estoy sobreestimulado, y es normal, paso la mayor parte del día literalmente rodeado de libros, a lo cual hay que añadir la lectura diaria de blogs literarios; creo que esto último ha terminado por definir la manera en la que leo últimamente. Lecturas rápidas y fragmentadas, ilusión holística, bibliofilia, logomanía, no sé, pero he de poner remedio. No voy a poner la lista de los libros que se amontonan por los rincones (literal) y que no acabo (no que no logre acabar, de los 18 he quitado lo que sí, he empezado y he dejado por imposibles), porque lo malo es eso, todos me tienen enganchado, aunque igual luego escribo la lista, más que nada por ordenarme yo y saber cuáles son realmente y ponerme un orden de lectura...
Para colmo, releo… Y cuando me agobio por la falta de tiempo real para sentarme a leer despacio (el gran motivo de todo este desorden) me voy de “tapeo” entre las estanterías.
Un par de hojas de Murakami, de Huxley, de Gopegui, de Spinoza y vuelta a empezar…
Ayer leí unas gloriosas páginas de Cyrano de Bergerac de Rostand. Es una de mis piezas dramáticas favoritas. De la generación que vio a Gerald Depardieu encarnando a tan glorioso perdedor (1990), cuando leí el texto de Rostand, Cyrano tenía su cara, pero Roxana era algo privado (por cierto, no me olvido de la versión de José Ferrer). La he visto en teatro varias veces, con mayor o menos fortuna y, hoy por hoy, sigo recordando las 4 veces que vi la versión de Teatro Meridional, sobre todo una, en el festival de teatro de Alcalá de Henares, en una pequeña iglesia, donde no sólo Cyrano acabó llorando a lágrima viva (más de medio aforo terminó igual); inmenso Óscar Sánchez Zafra…
Hace años, cuando Internet era una entelequia, escribí en un fanzine sobre el Cyrano real, su libro "Historia cómica de los Estados e imperios del Sol. Viaje a la luna” siempre ha estado muy presente para mí y para Milos Meisner, y más aún en los pasados meses, pero a saber dónde tengo yo esa revista… Ayer leí la escena IV del primer acto y disfruté, como siempre, me acordé de muchas cosas, de cuando vi la peli, de cuando leí el libro y de un pajarraco torvo y vanidoso, y sobre todo sonreí un poco al saber que lamentablemente uno nunca tendrá la mente tan fresca ni el verbo tan ágil como para enfrentarse así a las afrentas… Porque todos, todos, tenemos una afrenta pendiente…
Edmond Rostand. Cyrano de Bbergerac (1897), I, escena IV
Ed Alianza, 2008 Traducción, Mauro Armiño.10.25 €
Ed. Espasa, 2006. 8.25 €
-¡Ah, no! Eso es muy poco, joven. Se podrían decir muchas cosas más, pero con otro tono. Por ejemplo, con tono agresivo: “Yo, señor, si tuviera tal nariz, me la arrancaba al instante”. O, en tono amistoso: “Se le mojará al beber; debería mandar que le fabricasen una copa especial”. O, con gesto descriptivo: “Es una roca, es un pico, es un cabo, pero ¡qué digo un cabo! ¡Una península!”. O, con aire de curiosidad: “¿Para qué sirve este accesorio?¿Para guardar tijeras?”. También en tono gracioso: "¿Os gustan tanto los pájaros que les ofrecéis paternalmente esa percha para sus patitas?. O truculento: "Cuando fumáis, señor, ¿podéis echar el humo por la nariz sin que los vecinos griten que está ardiendo una chimenea?. O, como advertencia: "¡Tened cuidado, que se os va a caer al suelo la cabeza, arrastrada por ese peso!". O, con ternura: "Debéis encargar para ella una sombrilla, no sea que su color se estropee con el sol". O, con pedantería: "Señor, únicamente el animal que Aristófanes llama hipocampoelefantocamello debió tener en la cara tanta carne sobre tanto hueso". O, con gesto caballeresco: "¡Eh, amigo! ¿Está de moda ese gancho? Por cierto que es muy cómodo para cargar el sombrero". O, con énfasis: "Ningún viento, excepto el mistral, podrá, ¡Oh, nariz!, enfriarte toda entera. Será el Mar Rojo cuando sangra". O, con admiración: "¡Qué emblema para un perfumista". O, con lirismo: "¿Es una caracola o es un tritón?". O, con ingenuidad: "¿Cuándo puede visitarse ese monumento?. O, respetuosamente: "Permitidme, señor, que os felicite; a eso llamo yo tener casa propia". O, con campechanía: "¡Eh, paisano! ¿Eso es una nariz? ¡Ca! ¡Eso es un nabo gigante o un melón pequeño!". O, en términos militares: "Lanzaos contra la caballería!". O, en fin, parodiando a Píramo, con un sollozo: "¡He aquí una nariz que ha roto la armonía de la figura de su dueño! ¡Así está roja de vergüenza la traidora!"... He ahí más o menos, lo que vos me habríais dicho, de tener alguna erudición y algún talento. Pero de inteligencia, ¡Oh, el más lamentable de los seres!, jamás tuvisteis un átomo, y de letras no tenéis más que las cinco que forman una palabra: "tonto". Y aunque hubieseis tenido la inventiva necesaria para dirigirme, delante de esta distinguida concurrencia, todas esas bromas, tampoco hubierais dicho la cuarta parte de la mitad de una sola, puesto que me las digo yo mismo con mucha facilidad y no permito que ningún otro me las diga".
Y aquí la maravillosa versión rimada...
Yo llevo moralmente la elegancia...
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