jueves, 14 de noviembre de 2013

Cardiopatías, un libro de relatos


Muchas veces hay dos maneras de ver las cosas, e incluso “dos” se puede antojar poco si uno se pone a discurrir a gusto, pero de momento nos quedaremos con dos. Lejos de intentar meterme en disgresiones sobre la nueva manera (o no tan nueva) de poder hacer cosas en torno a la literatura que ofrece la web, intentaré escribir a vuela pluma un par de tonterías, sobre todo ahora que el proyecto que lancé en Verkami para poder editar y publicar “Cardiopatías” ha terminado. Como sabéis de sobra los que de vez en cuando os dejáis caer por aquí, me lancé a la autopublicación hará cosa de año y medio, y salió a la luz una novela llamada “La muñeca rusa” bajo mi nombre que, en círculos muy reducidos (reducidísimos) ha sido bien acogida. Visto el resultado y sopesando las cartas y comentarios que me llegaron al respecto, decidí que podía volver a hacerlo y publicar otro libro, esta vez un conjunto de relatos. La historia de “Cardiopatías” es similar a la de “La muñeca rusa” en cuanto a rechazos editoriales se refiere, sólo que anterior, pues son 9 relatos escritos y salvados de la papelera entre 1998 y 2006. La diferencia estriba en un detalle, una anécdota, que hizo que los abandonara (yo creía que para siempre). En mayo de 2006 recibí la llamada de un editor (me guardaré el nombre) de una editorial que yo siempre he admirado, por su fondo y por su manera de editar, y me llamaba para decirme que “Cardiopatías” le había gustado mucho. Cuando yo empezaba a pensar que por fin había encontrado editor (y menudo editor), éste comenzó a hablarme de algo que yo ya sabía, que no me conocía nadie, que no era nadie y que nada me avalaba si él, al final, decidía editarme (es decir, que tenía sus reticencias a jugarse su dinero). De repente me dijo que había un premio, de una diputación (que también me guardaré) en el cuál él estaba como jurado y cuyos premiados editaba su editorial. Me dijo que dejara ese título (que no le convencía mucho) pero que lo enviase a ese premio, aunque debía darme prisa porque el plazo expiraba pronto, no sabía cuándo, pero pronto. Él haría el resto (y su dinero estaría a salvo y no tendría reparos en jugarse el de otros, público además, pensé yo). No me aseguraba el premio, pero prometía hacer todo lo que estuviera en su mano. Y colgó.

Yo me quedé un poco (bastante) descolocado. Años buscando editor y recibiendo cartas de rechazo y de golpe me sucedía “esto”… Y, claro, comencé a pensar en cosas éticas, morales o de sinsentido común que, torpe de mí, tal vez debería haber desechado de un plumazo de mi cabeza. Me dije que lo meditaría con la almohada y al día siguiente haría lo que creyera conveniente. Escribir esto, siete años después, puede dar a entender que mi moral se impuso férrea y que no vendí mi culo (una venta insignificante de un culo más insignificante), pero no fue así… La realidad siempre resulta más patética…

Al día siguiente me dije que a la mierda la ética y la moral, que yo enviaba ese libro y qué si el concurso estaba amañado… Encendí el ordenador, busqué las bases del premio dispuesto a copiar la dirección y enviar el manuscrito cuando, oh mísero de mí, vi que el plazo había acabado el día anterior, cuando me llamó el editor....
Mi cara supongo que lo diría todo…

Decidí tomarme eso como una señal y guardé el manuscrito en un cajón…
Estuve varios meses recibiendo cartas de rechazo, y cada misiva era como un clavo en el cajón donde yo ya daba por perdidos esos cuentos…


Pero llegó Milos Meisner, e Irina Belokoneva, y La Internazional Samizdat, y la gente que ha leído “La muñeca rusa” y Andrés Sorel, y Pilar Gómez Rodriguez, y la gente de la librería Muga, y esos cuentos comenzaron (haciendo honor a su título y evocando a Poe) a palpitar ruidosamente en el cajón…

Aún así, yo no podía asumir los gastos de otra aventura editorial, sin red y con el trapecio roído, así que opté por el crowdfunding, aliándome con el colectivo El Quiltro, para sacar “Cardiopatías” y, además, intentar hacer un libro y unos accesorios vinculados con el acto de leer que no redujese todo a un mero “necesito dinero para sacar mi libro”. Estuches, cajas de cartón donde guardar los libros encuadernados artesanalmente, xilografías de la portada (preciosa portada de Andrea Hauer), y un libro escrito (revisado), diseñado, maquetado e impreso con todo el cariño del mundo (o al menos del que somos capaces). Y aquí es donde digo que hay dos maneras de ver las cosas (esta cosa en particular), porque no sé cómo agradecer el apoyo que he encontrado. Toda la gente que ha apoyado el proyecto (42) son para mí mis editores, anónimos cooperativistas de un proyecto inane y en cierto modo vaporoso (un libro), valientes suicidas que han aportado lo que han podido para que yo me crea “escritor”, para que… bueno… dejaré esta rama sin explorar… para que yo publique un libro… Sin embargo no es todo tan sencillo. Casi la mitad de la gente que ha aportado algo no me conoce, no son familia ni amigos, pero aún así, o porque han leído la historia de Milos o porque vaya uno a saber por qué, lo han apoyado… Para alguien que vive en los arrabales del extrarradio de la periferia del mundillo literario, eso es algo que no olvidaré… nunca…

En vez de eso, todo esto podría verlo como que he conseguido que 42 personas compren por anticipado un libro, verlo todo como una mera transacción económica, muy ventajosa para mí, y que esos pedidos por anticipado han propiciado que yo pueda publicar de nuevo, pero no… No ha sido eso… Quiero cambiar de mentalidad, una mentalidad crematística que es donde hemos crecido todos y que estamos viendo día a día que no funciona, que no trae nada bueno, y que no para de alienarnos…

La producción del libro (y de todo lo demás) está en marcha; no paro de pensar en qué hacer para poder agradecerle como merecen a todas esas personas (42, para mí un mundo, una clase de colegio masificada, casi un autobús; tal vez para otros eso no sea nada) que yo pueda sacar un libro estéticamente precioso, acompañado de cosas también preciosas que les serán útiles para leer otros libros a parte de "Cardiopatías". Lo que ese libro contenga por dentro, es algo que yo no puedo juzgar más allá de decir que me he dejado parte de mi corazón en que sean buenas historias, o al menos historias normales contadas de manera decente…

Ya está gestionado el ISBN (¡¡¡¡la Internazional Samizdat operando legalmente!!!!), los textos corregidos sobre la primera prueba de impresión (la de erratas que se le escapan a uno en la pantalla del ordenador...), la maquetación está en fase de “últimos detalles”, la portada con la tipografía definitiva y el gramaje del papel adecuado, la moqueta de los estuches cortada, la lista de los mecenas y los agradecimientos escrita… En quince días podré comenzar los envíos, y el libro como tal estará disponible para quien lo quiera…

Próximamente, “la historia de cómo el libro de Milos Meisner, “La muñeca rusa” encontró editor (digital) allende los mares…


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