Hace ya varios meses, una amiga
que participa en cosas de cuenta cuentos como talleres y certámenes de
narración oral, me preguntó si podría resumirle “La muñeca rusa” en un par de
hojas y además hacerlo de manera que se pudiese contar en voz alta y se entendiese.
Así de primeras me pilló un poco a destiempo y me pareció imposible, o al menos
imposible para mí. De todos modos le dije que sí, primero porque es
encantadora, y después porque ella siempre me hace todos los favores que le
pido cuando necesito algo de la
Biblioteca donde trabaja. Como me seguía pareciendo que yo no
era capaz de hacer lo que me había pedido, al principio desistí, pero tampoco quería
dejar correr el tiempo lo suficiente como para esperar que ella se olvidase de
lo que me había pedido. Creo que volvimos a hablar del tema, tal vez ella me
preguntara o quizá yo le pregunté si le valdría otra cosa o qué, pero al final me
dijo que con que le contara la historia de Milos e Irina tendría suficiente. No
sé qué le hizo creer que eso sería más fácil, pero el caso es que así quedó la
cosa. Ya antes, otras personas me habían preguntado de qué iba “La muñeca rusa”
y no había sabido dar una respuesta
coherente, por lo que opté por no agobiarme y un día intenté hacer algo, aunque
solamente con el primer capítulo. Imaginé recrearlo como si fuese una escena de
una película o como uno de los cuentos nunca publicados en vida de Ilf y
Petrov, pero como si los estuviese contando alguien un tanto torpe a otro que
no lo es tanto, como esas cosas que se cuentan como si nada acodado en la barra
de un bar o en una cena con amigos. Aún no le he preguntado si lo ha llegado a
utilizar o no, pero así es como quedó:
Foto: Josef Koudelka |
"Esta historia comienza la noche en la que los tanques soviéticos entraron en Praga en 1968. Una habitación en un edificio comunitario, una ventana y un hombre asomado sin cuidado viendo un tanque pasar en dirección al Moldava. La ventana se cierra y el ruido de una tetera cuya agua echa a hervir. Un hombre, veintidós o veintitrés años. Al observar su habitación se diría que ese hombre es carpintero, o quizá un fabricante de marionetas u otra clase de artista o artesano cuidadoso y perfeccionista aunque también algo caótico. La habitación está llena de pequeñas figuritas de madera, de alambre y de barro. Sobre la mesa que hay al lado de la ventana descansan varias figuritas de mujer hechas de madera y de barro. Si las pudiésemos apartar veríamos debajo hojas con montones de dibujos del rostro de una misma mujer. Una mujer de unos veinte años. Si viéramos con detenimiento esos dibujos la podríamos ver llorando, triste, seria, sonriendo, y una, el dibujo más acabado, de ella mirando fijamente al frente, a nosotros, si como digo fuésemos capaces de ver despacio esos dibujos. Es ahora cuando descubrimos que ese hombre realmente trabaja como celador en el sanatorio psiquiátrico que hay a las afueras de Praga gracias a un carnet con su foto tirado en la mesa entre todas esas cosas. Ella es una de las internas. Él, que se llama Milos Meisner, aunque se gana la vida como celador, realmente ha estudiado arte y ha trabajado como escenógrafo en los estudios de cine Barrandov, uno de los más famosos de Europa, pero la censura, el hastío y su propio carácter esquivo hicieron que quisiese trabajar de otra cosa, quizá ayudando a gente, concretamente a gente loca; quizá por ello podríamos decir que Milos Meisner se preocupa por los demás, pero a lo mejor realmente acabó trabajando en aquel psiquiátrico porque fue el único sitio en donde consiguió que le aceptasen. Él está enamorado de una de las pacientes, y la cuida con paciencia y la escucha. Es el único que escucha a esa desvalida mujer que hace poco ha dejado de ser niña, venida de Rusia sin que nadie sepa porqué o enviada por quién y que dice ser la hija de un cosmonauta soviético perdido en el espacio por culpa de una misión espacial fallida con destino a
La noche que los tanques soviéticos
acabaron con el sueño democrático de los checoslovacos, Milos miró al cielo y
vio la luna llena sobre el cielo de Praga. El ruido de los tanques y los
aviones inundaba todo. Por un momento sintió miedo, justo cuando un obús
explotó demasiado cerca de esa ventana, de esa casa y de esa calle de Praga,
pero no quiso seguir pensando en su miedo, no quiso seguir dándole forma, no
quiso pensar en qué estaría pensando Irina. Si por un instante hubiera
reaccionado al terror de los tanques, quizá hubiera sabido que Irina en ese
momento estallaba de locura y dolor en el sanatorio donde él la había cuidado,
como todos los días, unas horas antes, en esa habitación con el número 312
clavado en la puerta, donde le había llevado la cena y le había dejado un
pijama limpio, donde le había hablado despacio, donde le había vuelto a
escuchar una vez más cómo le contaba algo sobre su padre, sobre la luna y sobre
las voces que aún escuchaba por las noches, donde él le había acariciado la mano
furtivamente, donde la había dejado sentada, sin atreverse a decirle, ni a ella
ni a nadie, que estaba enamorado de su rostro, de su cuerpo y de su locura, y
que haría lo que fuera para curarla, para devolverla a la tierra desde ese
espacio donde vivía, entre la luna y la tierra. Milos no vió cómo aquella noche
Irina comenzó a temblar al oír las explosiones, aunque lo peor vino cuando
escuchó en los pasillos a los enfermeros correr diciendo que los rusos habían
entrado a la ciudad con tanques y ella supo que estaban allí por ella, que
había ido allí buscándola para que no contase a nadie más su historia. Fue
entonces cuando comenzó a gritar, a pedir ayuda, a golpearse contra las
paredes, a llorar, a llorar y a llorar hasta que una inyección la calmó lo justo
para el electroshock que la hizo perderse para siempre. Todo en la misma noche,
con Milos pensando en su habitación cómo huir de todo, cómo dejar su país,
quizá con ella, lejos de todos los sueños rotos, de todas las esperanzas que
aquella noche de verano de 1968 estaban siendo aplastadas bajo el olor a
gasolina polvorienta de los tanques y las ruedas embarradas de los camiones
llenos de soldados... A pesar de todo, aquella noche Milso Meisner durmió plácidamente y soñó con Irina, con cosmonautas, con caballos, con la cara oculta de la Luna y con el mar, un mar que aún no había tenido la posibilidad de ver; soñó que escapaba, que se marchaba pero no se perdía, que amaba pero no amaba, que pisaba la Luna sin billeta de vuelta y que respiraba extrañamente tranquilo bajo la escafandra en un planeta mutilado como un pez sin futuro."
http://elcaimansincopado.blogspot.com.es/p/como-comprar-la-muneca-rusa.html
http://elcaimansincopado.blogspot.com.es/p/como-comprar-la-muneca-rusa.html
4 comentarios:
Ya te transmití en privado lo que me había gustado tu novela, Caimán, así que ahora lo hago público, recomendando a todo aquél que lea este comentario la compra y lectura de "La muñeca rusa", hermosísimo libro muy por encima de esos tochos vacíos que venden cientos de miles de ejemplares.
Un abrazo.
Debo decir que me ha picado la curiosidad sobre la novela a raiz de leer este fragmento o reaumen. Me podríais indicar nombre del autor? Estoy buscando pero creo que no encuentro el adecuado....
Un saludo y gracias.
Debo decir que me ha picado la curiosidad sobre la novela a raiz de leer este fragmento o reaumen. Me podríais indicar nombre del autor? Estoy buscando pero creo que no encuentro el adecuado....
Un saludo y gracias.
El autor soy yo, y puedes encontrar la manera de conseguirla es desde este blog. En la pestaña de "cómo comprar la muñeca rusa" lo tienes explicado. Muchisimas gracias por tu interés.
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