Reviso escritos que tengo guardados como "borrador" por si ahí hay algo que pueda rescatar, o más que rescatar debería decir que me ayude a asomarme de nuevo al borde del trampolín. Una vez asumido que la regularidad en cuanto a publicaciones es posible que no vuelva más a los dominios del Caimán Sincopado, he de saber cómo afrontar el hecho de qué escribir aquí cuando pueda escribir aquí. Las torpes aliteraciones son a propósito. He preparado la cama para dos, es tarde, Pavel y yo estamos solos, dormimos mal desde hace un tiempo, las vicisitudes de crecer, su mamá no puede estar hoy, trabaja, los sueños son más abruptos, irregulares, derrotados cuando llegan. Yo recojo las libretas de la mesa. Meto el sueño entre las pestañas aún sabiendo que se me escapará en cada parpadeo. Las cosas de las que me gustaría escribir (porque pienso cuando están ocurriendo que me gustaría escribir de ellas, sólo de ellas) se agolpan en la libreta, apuntadas con aparente desdén, cuando realmente es prisa. Lo que deberían ser ejercicios donde teclear y no perder el juego de piernas, escribiendo sobre un concierto en concreto, sobre un libro en concreto, sobre un disco en concreto, sobre la última aventura en el parque de vuelta del supermercado, sobre una reunión de amigos improvisada cuando eso implica días y días de mensajes equívocos para fijar una fecha, todo eso, todo, se queda en un puré mal batido de buenas intenciones, como listados de cosas por hacer (antes de estar muerto o cuando visitemos Denver alguna vez). Sólo así se entiende que apenas pueda hablar sobre Sílvia Pérez Cruz en un increíble concierto en el Circo Price, en el último libro de Winterson que he podido acabar y que ha desaparecido de casa antes de que pudiera releer algunas páginas que quería para entender mejor algo que se ha quedado colgando de un par de canas del lado derecho de mi torpe cabeza, de la estupefacción y la tierna desolación que me ha dejado ver la última película de Julie Delpy, Ethan Hawke y Richard Linklater, esa que completa otro capítulo vital tras Viena y París, llamada "Antes del anochecer", tal vez también hablar sobre los cuatro discos de Bobby Whitlock en los setenta (maravilla tras maravilla) o quizá sobre los dos primeros discos de Rory Gallagher y sobre esas conexiones que a veces hago para evadirme, donde especulo sobre Jimi Hendrix, Mike Bloomfield y el propio Rory (Hendrix dijo una vez que el único guitarrista con el que le daba miedo tocar era Bloomfield, y yo pienso en una jam con Jimi y Rory...¿y por qué no los tres? Descabellada escena que queda en nada ante la noticia del telegrama -real, éste sí- que se ha descubierto en el cual Hendrix le preguntaba a Paul McCartney si quería unirse al grupo que estaba haciendo con Miles David y Tony Williams... telegrama que nunca llegó a su destinatario...) ¿Qué más? No sé qué más... Milos hace mucho que no me manda noticias, aunque tras la feria del libro de Madrid pasó algo de lo que nunca pude (ni quise) hablar y que hicieron que por unos días anduviese algo extraño, mitad eufórico mitad ceniciento; digamos que "La muñeca rusa" ha llegado a manos de dos personas con capacidad de dinamitar un mundo (el mío) o al menos de tambalearlo considerablemente, aunque el tiempo (esos días que pasan formando semanas y cansinos meses) pone cada cosa en su sitio, y en este caso es el que ya tenían... Ni ha pasado nada, ni se espera.
Así que, si no puedo extraer la autonomía que quisiera para abordar esos temas señalados: Cómo no hablar del vestido rojo de Silvia, de su voz, de la piel erizada al oírla cantar el pequeño vals vienés, de las lágrimas reprimidas al escuchar la batalla injusta entre un gallo rojo y un gallo negro; cómo no hablar de un libro ("La niña del faro") donde todo se condensa en una hondura tan liviana como atroz y donde mi extrañeza para con dicha autora hace plantearme tontas reflexiones sobre autores de moda o no, y sobre lo que eso puede significar dentro de un delimitado y concreto canon más o menos común.
Así que, si no puedo extraer la autonomía que quisiera para abordar esos temas señalados: Cómo no hablar del vestido rojo de Silvia, de su voz, de la piel erizada al oírla cantar el pequeño vals vienés, de las lágrimas reprimidas al escuchar la batalla injusta entre un gallo rojo y un gallo negro; cómo no hablar de un libro ("La niña del faro") donde todo se condensa en una hondura tan liviana como atroz y donde mi extrañeza para con dicha autora hace plantearme tontas reflexiones sobre autores de moda o no, y sobre lo que eso puede significar dentro de un delimitado y concreto canon más o menos común.
El dolor de las primeras muelas (¿sólo salen una vez?), el sueño de los atrasos, el calor atroz que cae sobre un cuerpo con un corazón que no se lleva bien con la calima y las pastillas, las nuevas y las habituales. Las palabras esbozadas. Recuerdo tener una idea hace un rato, en duermevela, tumbado junto a alguien muy pequeñito, sobre una novela, o una idea para una novela, o la idea de una novela, y que, por un momento, casi profundamente dormido, haber pensado que era una idea genial. Ahora no la recuerdo. Soñar con leer, simplemente sentado, y leer, es un sueño recurrente que suelo tener de un tiempo a esta parte. Miro la pila de libro sin acabar y pienso que no sería mala idea. Hoy me reuní con alguien de nombre soberbio y del que pienso que podríamos ser buenos amigos pero no, aún no, y le contaba cosas sin parar, y una de las veces he intentado hacer recuento de los libros sin acabar y me ha faltado el aliento. Ayer también me junté, esta vez sí con amigos, y fueron mi tabla de salvación. Les prometí esforzarme, centrarme, organizarme, serenarme, cuidarme, les prometí escribir algo más, o al menos escribir algo... Y eso es lo que he intentado todo este rato, mientras iba y venía. A propósito, ¿qué título le puedo poner a esto?
2 comentarios:
Sabes, (de melón a melón), que estoy prácticamente igual que tú pero sin niño?, tú porque tienes dos niños en casa y yo con la maldita depre pero, he hecho propósito de enmienda, pásate por osada ignorancia y lo entenderás un poco mejor. Así no puedo seguir, días en blanco absolutamente penosos y bueno, a ti te llenan los días los chiquillos, que son pura alegría, pero yo me pierdo en angustias, espirales mentales y penas varias que no me llevan a ningún sitio, por lo menos a ningún sitio bueno.
Más adelante te pediré consejo sobre con qué libro de Hrabal seguir, pero de momento tengo empezados cuatro y no los logro acabar porque me cuesta un mundo abrir un libro. Y eso es malo, porque mientras leo no pienso, mientras leo me olvido de mis problemas.
no sé, es un círculo vicioso, si lees mi última entrada te darás cuenta.
Abrazos!
Me muero de ganas de ver la última peli de la trilogía. No la han puesto en el único cine que hay en Sevilla en V.O., así que estoy esperando a ver si la pillo por estos mundos de internet.
Nos gustaría escribir sobre tantas cosas que nos pasan, o vemos, o escuchamos... Sobre todo cuando nos está pasando, lo estamos viendo o lo estamos escuchando. Luego ya... hay que ponerse, y eso es más difícil. Te juro que mis entradas son larguísimas cuando las pienso, no sé por qué después se quedan en ná...
Besos!
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