Los placeres de la vida son sencillos, aunque siempre acabemos complicándonos la vida... |
Leer no es sólo abrir un libro, todos lo sabemos. Desde hace meses estoy tentado a hacer una entrada sobre "modos de leer", sobre todo atendiendo al recuerdo de amigos y a las peculiaridades que algunas personas me han contado. Las veces que lo he intentado me han salido frases torpes y frías y, al final, es algo que se ha ido quedando en el tintero (como aquella entrada que nunca hice en la que me hubiese gustado contar el día que apareció en la librería un hombre con intención de venderme las bondades -y un par de libros- de una excéntrica (por residual) creencia budisto-cristo-metafísica (una secta, vamos) que resultó ser la que lidera el antiguo guitarrista de Fleetwood Mac, Jeremy Spencer, y yo entusiasmado intenté tener una agradable charla sobre blues y Peter Green con alguien que decía ser amigo de Spencer ("Then play on" es uno de mis discos favoritos (adquirido en diversos formatos), y resultaba que alguien, amigo de Jeremy, estaba en !mi librería!) pero mi gozo se quedó en un pozo cuando con desdén aquel bajito hombre con meliflua voz, calvo y coleta dijo: "Spencer dice que un día se hartó de aquella panda de degenerados invertidos y descubrió a dios"... Vamos, no me jodas... Llamar degenerado invertido a Mick, John, Danny y sobre todo a Peter Green... Venga... Aquello me sentó peor que si llega a llamar barbudo iluminado de mierda a Tolstoi, así que, amablemente, le pedí que abandonase la Pecera porque lamentablemente así no íbamos a llegar a buen puerto, él queriendo hablarme de reencarnación y yo queriendo hablar de un grupo capital en la historia de la música, y más cuando yo hasta ese momento no le había faltado al respeto diciéndole por qué arco del triunfo me paso la meditación transcendental, mis vidas pasadas y mis chakras obviamente obstruidos... Eso sí, si todo hay que contarlo, no le compré ningún libro del Mahatma de turno, pero antes de que saliese por la puerta no pude resistirme a llamarle y le pedí que me vendiese el cd que llevaba del grupo de Spencer, que resultó un chasco lleno de blues edulcorado y sin garra que habré escuchado tres veces con ésta, porque encima, mientras escribía esto, me he levantado a buscarlo... si es que no aprendo... pero... ¿por dónde cojones iba?...)
Leer... si, leer...
Leer... si, leer...
Escribiendo en la cocina, de madrugada...Por cierto, uno de los dos discos es una maravilla, el otro, no, lo juro... |
Hace poco mi santa me dijo, "¿por qué mueves tanto los dedos de los pies cuando lees?". Era finales de verano y por lo visto llevaba mucho tiempo queriéndomelo preguntar, supongo y espero que más intrigada que irritada. Yo no había reparado nunca en ello. A veces me doy cuenta de que leo pasándome la mano por la cabeza (iba a decir pelo, jate...) en una especie de ritual mitad relajante mitad "a ver si activamos las neuronas por fricción", pero no había caído en lo de los pies. Y parece ser que sí, que cuando leo muevo los dedos de los pies, como si entre ellos se contasen lo que estoy leyendo, cuan nabuconodosorcitos en una danza simpática, mitad headbanging mitad ritmillo sincopado. Seguramente lo mismo es hasta reflejo de una conducta patológica, no lo sé, pero desde ese día, cuando estoy leyendo, paro un segundo y compruebo que los dedos de mis pies están ahí, a lo suyo... También desde ese día estoy intentando hacer memoria de esas conductas de amigos y conocidos mientras leen. Como he desistido de hacer una clasificación entomológica (entre otras cosas porque es evidente mi falta de tiempo actual para escribir y si espero a tener algo para hacerlo, lo mismo ni lo hago; joder, lo del seguidor "hare hare" de Jeremy Spencer pasó hace cuatro años y mira...) me pongo y listo...
Leer no es sólo abrir un libro...
Tenía un amigo que le gustaba leer en la linea circular (la 6, creo) de Metro de Madrid, horas y horas, dando vueltas bajo tierra, leyendo. Recuerdo que decía que le gustaba porque el traqueteo le hacía concentrarse y que los vagones eran espaciosos. Recuerdo también que decía que a veces no bajaba del vagón hasta que no había acabado y que Borges era su autor preferido. Yo, siempre que oigo decir "Borges", me entran ganas de subirme al metro, a leer...
Tengo un amigo que siempre que se sienta a leer lo hace con un lápiz de carpintero, de eso anchos de punta gruesa, en la mano. Utiliza uno de dos colores, azul y rojo, mitad de cada. Con el color azul subraya lo que le gusta, con el rojo lo que considera realmente importante. Si alguna vez te deja un libro, uno se siente como si fuese en un avión y él en la distancia, te fuese guiando con esos bastoncitos luminosos a través de, no un libro, sino una guía cartográfica con notas invisibles que a veces te cuesta entender el porqué están subrayadas...
Otro amigo irrenunciable, cuando lee, pone sin darse cuenta cara de estar muy concentrado y se acaricia lentamente la barbilla con el pulgar y el índice, como si mesara una barba que no tiene, adquiriendo sin querer un aspecto bíblico low cost francamente entrañable...
El cuarto amigo es amiga, y reconoce con un placer casi voluptuoso, que disfruta como una loca cuando puede leer descalza en la cama, con las piernas en alto en un cojín rojo que tiene desde la adolescencia, haga frío o calor. Que el cojín lleve impresa la cara de Jon Bon Jovi, a ella le parece irrelevante, pero para mí que no...
Luego está el ya mítico recurso Henry-Milleriano de leer en el retrete. Tengo un amigo que reconoce no ser persona si, al menos una vez al día, no puede estar diez minutos tranquilamente leyendo sentado en el baño, y no, su lectura preferida no está impresa en papel cuché, más bien al contrario, pues admite haber leído la "Crítica de la Razón Pura" de Kant, prólogo de Pedro Ribas incluido, sentado ahí con el culo al aire (ay, si Inmanuel levantase la cabeza). Si le pinchas un poco, es capaz de decirte de memoria, punto por punto, el índice de tan magna obra... Y si lo escuchas con detenimiento, entiendes por completo el orden del mundo...
Yo, dispuesto y preparado para poner los dedos de mis pies a danzar... |
Luego está el amigo que ha acabado deseando ir a trabajar sólo por el trayecto (hora de ida y hora de vuelta) porque ese es el único momento del día en el que pueden leer a gusto...
De la "manía" de este otro amigo hablaré sin tenerlo demasiado claro, aunque ha sido algo que siempre he querido preguntarle, porque no sé si con el tiempo he acabado adornándolo yo, pero nunca he encontrado el momento de hacerlo. Creo recordar oírle en la cafetería de la facultad hace muchos años decir que a veces se iba a la marquesina de cualquier parada de autobús y que se subía a leer, hasta el final de trayecto, y que una vez allí, si la parada final enlazaba con otra, cogía ese otro autobús, sin importarle hacia dónde fuese, hasta que llegaba al final de un trayecto sin correspondencia con ningún autobús más. Y que entonces hacía el camino inverso. Lo que ya no sé si es verdad o no es el recuerdo que tengo de oírle decir que apuntaba los números de las líneas de autobús y que luego en casa releía las páginas del libro con el que estuviese que correspondieran a esos números buscando algo, no recuerdo el qué, igual el sentido de algo. O que dijera también que alguna vez se perdió de verdad encontrándose en mitad de ninguna parte, solo con el conductor del autobús, mirándose extrañados, pero que no le importó. O que más de una vez había estado subiendo y bajando de autobuses todo el día, leyendo y leyendo...
Respecto a la cinematográfica imagen de leer en la bañera, no conozco a nadie que lo haga regularmente, aunque sí conozco a alguien a quien su madre, con doce años, le echó la bronca del siglo porque lo encontró leyendo en una bañera pequeña en un cuarto de baño más pequeño aún, lo cual hubiera tenido su pase si no hubiese sido porque, además, se había pasado el tocadiscos portátil de maleta también al baño y la séptima de Beethoven, poniendo el altavoz en la tapa del vater y el tocadiscos en una banqueta bajo el lavabo. Había cerrado la puerta con pestillo y la pobre mujer le abroncó como nunca por el susto que le entró en el cuerpo al oir desde la cocina que el rayajo al comienzo del cuarto movimiento sonaba y sonaba, una y otra vez, sin el esperado salto que lo arreglase y que le hizo imaginarse lo peor llamar y no poder entrar en el baño. Lo triste de la historia es que al susodicho lector se le habían dormido las piernas (la bañera era pequeña y se había sentado sobre ellas) y no podía levantarse sin que se le acabase mojando el libro (cuentos de Poe traducidos por Cortázar). Después de ese día ella le hizo prometer una cosa; bueno, dos, que nunca más cerraría con pestillo la puerta del baño y que si compraban un radiocasete pequeño dejaría de meterse con el tocadiscos a bañarse y leer. Él aceptó todo, pero respecto a lo de leer, no hizo falta prometer nada, porque le dió tanta rabia que se le estropease el libro al caérsele dentro del agua cuando por fin pudo levantarse que nunca más ha vuelto a leer dentro de la bañera, y eso que ha vivido en casas con bañeras lo suficientemente grandes y ergonómicas como para desear rescatar tan noble afición, pero el recuerdo de una edición en tapa dura de los cuentos de Poe echada a perder y el frustrante comienzo ad infinitum del último movimiento de la séptima pueden más que un ratito de espumosa lectura...
Para el último he dejado a mi preferido. Mi amigo X tiene una manía que me encanta y me fascina, no puede dejar de leer en página impar ni tampoco cerrar un libro si en la hoja hay un cero. Esto, que puede parecer inocuo y hasta entrañable, le ha puesto en algún que otro aprieto, sobre todo si ha estado leyendo en el metro, en el autobús, en un tren o en la calle. ¿Que tu parada llega y te queda media hoja para acabar la página 11? O bajas sin parar de leer, con el consiguiente riesgo para tu salud e integridad física o, si puedes, sigues hasta la siguiente parada... ¿Que estás en casa leyendo tranquilamente, más a gusto que un lagarto al sol, por ejemplo "Los miserables" y resulta que se te ha hecho tarde y tienes mucho sueño y quieres dejarlo? No hay problema, siempre y cuando no estés en la página 1000... Hasta la 1112 no podrás parar, y ya que te has chupado 112 páginas y se ha ido el sueño, cómo no te lo vas a acabar... total... Quien no se ha ido alguna vez a trabajar sin dormir por culpa de Victor Hugo es incapaz de entenderlo... Admiro a este hombre... Es más, le he jurado que si alguna vez tengo una editorial, haré dos colecciones en su honor, una que llamaré "libros del tirón", cuyas páginas irán numeradas con un cero a la izquierda, y otra colección que llamaré "Insomne X -su apellido-", la cual irá en números romanos...
4 comentarios:
'' Luego está el amigo que ha acabado deseando ir a trabajar sólo por el trayecto (hora de ida y hora de vuelta) porque ese es el único momento del día en el que pueden leer a gusto...''
Algo así me sucede con la música. Es todos los días, al salir de la uni, sí o sí me tengo que poner algo, por un lado para huir del horroroso gusto de los conductores, por otro, para evitar escuchar en casa porque, si es así, sería un no parar... Aunque al final termino cediendo, lo cual me ha terminado jodiendo en varias cosas, pero que bah.
Lo mío con las manías lectoras no es nada extraordinario, aunque sí bastante jodido: cuando leo un párrafo o un diálogo que me gusta en demasía me levanto de un tirón y me voy dando pasos por todo el espacio en que me encuentre, imaginándome en la misma situación que personaje X... algo muy chungo y pesado, y como dije, nada extraordinario.
Por otro lado, decir que te vengo leyendo desde hace un buen tiempo y que me encanta la manera como escribes. Cosas como las que tratas se agradecen de manera infinita.
¡Un saludo y un abrazo!
Hubo una época en que yo sólo podía ponerme a leer a la hora en punto o, haciendo un gran esfuerzo, a y media.
Lo superé, algo de lo que no estoy especialmente orgulloso.
Si buscas en el decibelio encontrarás alguna buena palabre para ese cd de Spencer, que vale, nada comparado con Greeny, pero bueno, sobre gustos...
Yo me he pasado toda la vida leyendo tumbado con dos cojines en la nuca y el libro en el ombligo,,, llegó un momento en que no sabía leer en otra postura. Ahora me estoy forzando a leer sentado, con un café a mi zurda y los cascos puestos, de hecho es lo que voy a ponerme a hacer ahora, sin café y tumbado, cosa de la hora.
Por mis problemas no puedo leer en público, así que para mi leer es un acto de intimidad absoluta y muy gratificante. Cuando se da el momento propicio suelo pensarmelo mill veces antes de ponerme, motivo por el cual no suelo ponerme, pero cuando al fin consigo abrir el libro me congratulo y me da mucha alegría porque disfruto.
Saludos Juanmi.
Me apunto las tres formas.... gracias... por pasaros y por comentar...
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