domingo, 4 de diciembre de 2011

Abandoned gold mines. Desvaríos frente a una grabadora, I. Sobre concursos a vista de pájaro burlón

Si tiendo a ser duro con lo que escribo, lo soy más con lo que leo; y aquí he de hacer una apreciación, y es el formato "libro". Suena ridículo, lo sé; no se puede explicar que uno piense que el formato donde se lee algo le confiere una entidad que en folios impresos no tiene. Es raro, pero es así. Obviando el hecho de que pudiera tener acceso al manuscrito de algún escritor que admiro, cuando leo algo de alguien en unas hojas mecanografiadas o impresas, saco el cuchillo inconscientemente, como un crítico culinario sentado a la mesa de un restaurante recién abierto. Repito el hecho de que con lo que yo hago soy peor (que no quedó claro al principio, me temo, pero no voy a cambiar ni una coma...). Todo esto viene a que he sido jurado en un premio de cuentos, de relatos, o de lo que sea más correcto, pero de relatos. Llevo varios años en él, y todos los años pienso lo mismo al salir del fallo, que no quiero darle vueltas. Extrapolo y pienso que más o menos en todos los concursos debe ser igual (todos los que no están dados de antemano, claro; seremos pobres, pero honrados). El segundo año de ser jurado cometí la leonina idea de ofrecerme a leer todos lo relatos presentados; mi primera experiencia me había dejado el amargo sabor de boca de un fallo extraño a tenor de lo ocurrido con los 25 relatos finalistas que nos hicieron llegar. No entendía cómo de más de 200 relatos, hubiese tal descompensación en la calidad de los 25 finalistas. Así que me tiré en plancha el segundo año. En la distancia lo veo como algo gracioso, una penitencia que pagué por ingenuo, pero no pienso repetir, y menos por lo que me pagaron, que fue lo mismo que el año anterior y ha sido lo mismo en todos estos años, poco, pero ya se sabe, en este país si algo inútil te gusta los demás tienden a pensar que estás encantado de hacerlo "gratis" si te dan la oportunidad (nota: buscar artículo de Bolaño explicando porqué sólo escribe por dinero). Y ahí empezó mi esquizofrenia literaria. Que hay gente sin pudor ya se sabe, y que hay gente sin el más mínimo sentido de la autocrítica también. Escribir es una actividad que va del patetismo a la heroicidad en lo que dura un parpadeo, que fluctúa entre lo asquerosamente snob y lo puramente candoroso, y hay gente que es capaz de enviar un relato a un concurso de cierto eco pensando que puede ganar sin darse cuenta que lo que envía sólo sirve para limpiarse el culo ilustrada y literalmente. Pero hablamos de "arte", hablamos de algo que no admite objetividad pasado un límite (un límite fantasma que aparece y desaparece y que es inaprensible pero que uno tiene que fijarse a sí mismo y defenderlo con la vida si es necesario). Por eso mismo está el otro lado, el de aquel que envía un relato buenísimo y nadie se da cuenta. Lo que me importa, o de lo que quiero escribir en estos momentos para poder explicármelo a mí mismo, es qué pasa cuando cinco personas se juntan a decidir un premio. La imagen ideal sería la de cinco personas discutiendo y defendiendo unos relatos u otros, pero eso es lo ideal.  Pero antes de eso, está el gran fraude de la preselección. Lo que he contado antes de manera caótica (lo sé, sorry) es que uno acepta el margen de error, que es donde primero está la gran injusticia literaria, en la preselección, en esa manada de orcos literarios que a tropel piden ser tenidos en cuenta y del que el jurado no quiere hacerse cargo por una cuestión que tiene tanto de económica como de preservación de la salud mental; pero hay que elegir, y hay que hacerle llegar al jurado entre 20 y 30 relatos. Por el camino sabes que habrán caído sublimes maravillas, y te consuelas pensando que, por lógica, en otro lugar tendrán más suerte, pero algo dentro de ti te hace dudar de ello. Y piensas en ti como eterno aspirante a concursos de provincias, y al momento como miembro del jurado de un premio de provincias, y acabas asqueado de la literatura que nadie quiere, de esa literatura que pelea a codazos por ser tenida en cuenta, dando pena y aún más gloria a lo que significa hacer literatura. Pero piensas en hacerlo bien, asumes tu papel y lo ejerces como crees que debes hacerlo, y es leyendo a conciencia esos 25 relatos que te dan... Yo he llegado a tirar algún relato por la ventana (desde un primero, que no es un agravante) porque como soy así de tonto, en vez de dejar de leer al segundo párrafo, tal y como me pedían las vísceras, lo he terminado, y ese movimiento del brazo brusco y elegante, como de sembradora, lanzando al viento unos folios infames mientras espetas "venga hombre a la mierda ya", es la única justicia poética que se me ocurre. Ha habido años mejores y peores en cuanto a la selección de los finalistas, y sé que mi apatía en las últimas ediciones es más problema mío que problema de los relatos, pero asumo mi papel y lo ejerzo a conciencia y, además, es un dinero que me permite pagar una par de recibos del móvil y no hay más que hablar.

Cuando nos juntamos, para evitar confrontaciones crueles que puedan provocar peleas verbales y hasta físicas, se obvia toda consideración a quién, porqué y cómo se ha hecho la selección; así que se toma la más fría objetividad y "justicia" y se pasa a votar, llamando a los relatos por su número asignado y dejando de lado los que menos votos van teniendo hasta quedarse con uno. Se evita defender a los que caen, se evita pensar en porqué votas unos y no otros, sacas tu quiniela y punto, y que los dioses repartan suerte. Ver que un cuento que tu tienes por basura, alguien lo justifica no entra en esa imagen ideal de un jurado justo. Por eso los extremos se obvian. Y claro, si se obvia el extremo malo, el bueno quieras o no, también. En eso se resume todo. Se obvian los extremos y se premia lo del medio. Algún año, habiendo quedado dos relatos, se ha intentado defender uno u otro sacando argumentos y razones, pero el que decide es el presidente del jurado. En ese sentido me siento aliviado, intuyo que tenemos ideas muy parecidas y me parece bien lo que decide. Los primeros años aceptaba de mala gana que el relato que más me gustaba (el que me parecía más excelente, valga la tontería) siempre se quedase en la cuneta a las primeras de cambio, las votaciones a la eurovisión son así, y sé que se vota así para no entrar en batallas verdaderas, al fin y al cabo donde estoy es un premio de chichinabo que no tiene la más mínima importancia ni relevancia más allá de dar mediano lustre a currículums literarios de tristes aspirantes a escritores, lustre que se ve recompensado por un peculio que da para una buena cena con los amigos o un fin de semana con tu santo o santa, pero poco más. Pero desde hace un par de ediciones, la calidad de los finalistas deja mucho, pero mucho que desear (vamos, que cada vez salen volando por la ventana de mi casa más cuentos para pasmo de viandantes). A diario leo blogs con más vida y calidad literaria, amén de que cuentas cosas que me interesan y dicen más que otro cuento hueco con "sorprendente gran final", y me pregunto cómo es posible que se condense tanta medianidad con olor a rancio. Este año, ha habido una cantidad de relatos cuya trama argumental era "la sufrida vida del escritor" que me han dado hasta nauseas al acabar alguno de esos relatos vacíos, autoindulgentes, y viejos (y vuelta a pensar en los caídos, en ese desembarco de Normandía literario donde el fuego enemigo mata sin razón con su enjambre de balas perdidas, acabando sin miramientos ni distinciones con bravos héroes, es ahí donde está la verdadera tragedia). Como el jurado está compuesto por muy distintas personas, y a alguna de ellas uno las admira sinceramente, voy con los oídos bien abiertos para, luego, en esa cena infame donde los generales evintan pensar en sus soldados tras la batalla, escuchar y saber historias de otros concursos donde también están algunos del jurado, y tomo notas. Hay concursos donde la preselección la hace personal de una caja bancaria, otros donde funcionarios de ayuntamientos deciden quién pasa y quién no, otros donde editores eligen a los más malos para que el menos malo que él quiere que sobresalga, gane sin problemas, otros donde un bartleby con sueño dejó pasar un relato maravilloso sólo porque llevaba leídos diez infames y no pudo verlo... Hablo de los premios "medianamente" justos de los que oigo hablar. También están los amañados, aquellos donde se sabe quién está tras cada plica, aquellos donde miembros del jurado defienden a amigos sólo por seguir repartiéndose entre ellos un pastel rancio (y bien pagado, algunos, muchos, con dinero público), y curiosamente esto se da más en poesía, pero luego ves que si se da más en poesía es porque hay más premios de poesía que de narrativa. En narrativa, las batallas son más cruentas e infames, ahí flamantes caballeros caen en masa junto a escuderos que se creen caballeros. Y alrededor una industria que está hueca por culpa de las termitas endémicas y la nueva tecnología, a punto de desmoronarse. No defiendo que se desmorone, aún mantengo la idea de que el editor y las editoriales son un jugador necesario en este tablero, son de alguna manera un filtro, un garante de objetividad; pero del mismo modo estoy equivocado y son sólo los representantes de una burguesa industria caduca y elitista repleta de amiguismo y vendedores ambulantes de cacharrería donde, en el mismo lodo, sale de vez en cuando una voz brillante. Pero eso es la industria editorial, y yo hablaba de concursos de relatos. Yo hubiera declarado desiertas las tres últimas ediciones del premio donde estoy de jurado pero eso hubiera implicado muchas cosas, discutir sobre literatura ante todo, pero, amigo, aquí sólo jugamos al bingo, y me temo que yo siempre seré un ingenuo, un ingenuo cada vez más indolente y patético, pero un ingenuo al fin y al cabo, buscando la pepita de oro mientras espero que mi propia alquimia verbal me permita fabricar una pepita falsa que pueda hacer pasar por verdadera....

4 comentarios:

Redacció dijo...

Me imagino que con la música pasará parecido. Me refiero a las listas de éxitos, a quienes entran en radio y medios etc... de todo lo que lleva la palabra "industria" delante no pueden esperarse grandes cosas.La lástimas son todos esos posibles genios que un día dejarán de intentarlo y se diluirán en una vida tirandoa mediocre, como todo buen hijo de vecino. Lo de las preselecciones por ayuntamientos y demás ya tiene peligro.
Entiendo tu malestar, pero te digo una cosa: a seguir peleando.
Saludos caimán

Juan Almohada dijo...

Dos cosas saqué en claro la última vez que formé parte de un jurado literario: que un gran porcentaje de la gente que se presenta tiene muy poco pudor o una autoestima desmesurada; y que una parte significativa de los que valoran las obras y conceden los premios demuestran muy pocos escrúpulos y aún menos vergüenza. Han pasado casi tres años desde entonces, pero te juro que todavía recuerdo aquel episodio con horror. Algún que otro detalle del proceso quedó plasmado en su día en mi bitácora.
Lo curioso de aquel concurso es que salí a la calle con una sensación idéntica a la que describes tú: cuánta gente que conoces se parte a diario los cuernos corrigiendo borradores, atascado durante días en una palabra que no encuentra, para que luego le den un premio a una novela plagada de errores estilísticos y ortográficos, un bodrio infumable cuyo honesto y digno final debería haber sido una papelera o una lumbre.

Un saludo, Juan Miguel.

Teo Serna dijo...

Juanmi: no te voy a dar la razón, porque al que la tiene no se le da. La tiene y basta.
Teo

Vigo dijo...

A veces me han contado experiencias parecidas a la tuya, y siempre me acaban dejando un sabor amargo en la boca. No me queda claro por eso la preelección exactamente como se hace, para que el cupo quede reducido a esos 20 o 25 relatos. Lo de las plicas que garantizase el anonimato de los participantes. Y como método creo que es mejor leer fragmentos de muchos de los relatos sin llegar al final como método de descarte, que leer sólo unos pocos de cabo a rabo. Creo que la calidad estilística se aprecia con sólo leer quince o veinte líneas. Y luego el final será más o menos sorprendente, pero no creo que eso sea determinante para definir un buen relato.

Como yo vengo del mundo de las ciencias, creo que lo mejor sería puntuar el máximo número de relatos -como ya digo aunque sólo sea leyendo un poquito- y de ahí hacer medias entre todas las puntuaciones, para poder hacer una preselección. Luego ya se leerían al completo los seleccionados y otra vez a sacar promedios.

Pero claro, igual eso sería mucho tiempo, para lo mal pagado que parece que está.

El otro asunto sería lo del pudor de algunos aspirantes, pero ahí no me meto, que cada cual tenga su propio nivel de autocrítica.

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