Hay días que te levantas queriendo escribir, como si tuvieras una espina en un callejón polvoriento de tu cortex y ansiases sacártelo. No va de nada, no significa nada, no quieres decir nada en especial, sólo escribir. Las frases van y vienen y no apuntas ninguna; normal, te estás lavando la cara y buscando las zapatillas bajo la cama. Sin embargo el ánimo es el oportuno, o al menos eso quieres creer. Cada paso que te acerca a la cocina es una historia que deshilvanar, cada parpadeo frente a la cafetera una pista hacia un Grial invisible e inútil. Ahí está todo lo que crees que necesitas, la ambición secreta, el reposo del suicidio colectivo e irreparable de la rutina que supone hacer rodar la piedra hasta la cima de la medianoche, antes de que se te escurra y vuelva a caer.
Tal vez haya sido el sueño, incoherente y surrealista, como debe de ser, con personas que hace años que no ves envueltas en situaciones ridículas sin posibilidad de análisis. Tal vez haya sido un sueño incómodo, aspirante a pesadilla, y que quedó en película de sesión de tarde. Tal vez haya sido que soñé con la librería que tuve. Tal vez haya sido la añoranza de una batalla que siento perdida por un repecho actual que me está costando sobrepasar. Sí, soñé con mi librería; soñé que le quitaba la cancela y abría, antes de que llegara el actual dueño y me echara, llevándome a hurtadillas un puñado de libros. La sensación de aspirar a algo que no puede ser. Si eso es el origen de estas líneas tendré que asumir la perentoria ansiedad de la espuma de los días. Intento escribir mientras una niña de siete años se me sube por los hombros y me sopla en la nuca porque no le hago caso. Su madre se fue a trabajar temprano y nos despertamos como se despierta el lumpen los días de fiesta.
El fin de la historia de Fukuyama era la solución más cómoda pues implicaba no esperar nada y otorgaba la ficticia sensación de placidez que no era otra cosa en el fondo que la asunción de la lobotomia brutal de occidente. Ahora la Historia nos está dando por culo sin compasión ni poppers que hagan el tránsito más llevadero; ahora hemos de engarzar nuestra rutina descolada con la caída libre en la que estamos sumidos. dos cifras, cinco millones y siete mil millones. Parados, población mundial. Antes llegaba el otoño y sentías el ciclo, la rueda... Uno ponía el comienzo donde le pedían sus biorritmos, ahora el sentimiento es el de una espiral sin sentido que va cuesta abajo mientras uno se empeña en salvaguardar las ilusiones lo mejor que pueda. Llegan tiempos difíciles gobernados por políticos incompetentes manejados por los banqueros. Saldremos. Aún estamos poniendo sobre la mesa el coste de vidas que supondrá la codicia asumida o la revolución inevitable. Me desvío del tema; gazpacho intelectual. Uno no puede decir que quiere escribir y teclear dos líneas y ya. "Me desperté con ganas de escribir. Un desayuno con una mesa cubierta de muñecos infantiles, cuentas de sumas y restas, libros, listas de la compra y un ordenador portátil. Dos tazas, un té, un café. Dos platos, una tostada y un trozo de queso. Cesaria Evora. El asalto de la cuestión, escribir, ¿por qué?", y ya. En vez de eso, me pierdo entre divagaciones torpes. Echo de menos la librería que tuve porque no me gusta que, algo que lleva un nombre que yo le puse y decoré como pude, tome un rumbo y sea la seña de alguien con el que, por una perentoria ausencia de empatía, nunca conecté ni conecto. Supongo que sólo se trata de buscar una excusa al vacío. Podría despotricar sobre, no sé, Alberto Olmos, los grupos editoriales, la tele, mi señor alcalde, sobre la industria funeraria... Soy así de infantil. Ayer mandé el manuscrito maldito a dos editoriales más. Sputniks fuera de órbita ejerciendo de globos sonda en los confines del espacio. Día uno, diario de a bordo. La niña vuelve a subirse a mis hombros, tira de mi jersey, me pellizca. Sonrío, creo que es la primera vez en la mañana. La historia comienza en cualquier momento. Publico sin revisar. Quedan dos meses para acabar el año. Ya nada volverá a ser igual.
2 comentarios:
Me ha gustado leer tu historia de esta mañana,es igual a la de otros muchos a los que nos gusta crear,expresar,pintar qué más dá,me he sentido identificada,hasta en lo de la niña,la mía tiene 9 años.No dejes de tener ilusión,escribir para comunicarte,para expresarte,ya está.Y piensa que siempre puedes salir a la calle temprano y sentir el aire frío en la cara.
Mil gracias, Susu...
Saludos a Andrew Dice (y a tu niña)... tu nombre me ha llegado al alma...
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