“…Y me quedé sin empleo. Quizá debería aprender el oficio de sastre. Me he fijado: los sastres siempre están de buen humor…
-Hola, ¿qué tal?
-Ya ves, buscando trabajo.
-Hay una vacante.Diario “El guardián de la patria”. Apunta este apellido. Kashirin.
-¿Uno calvo?
-Kashirin: periodista veterano. Una persona… bastante tierna…
-La mierda – digo – también es tierna.
-¿Le conoces?
-No.
-Pero hablas… Apunta su apellido.
Lo anoté.
-Deberías vestir como Dios manda. Mi mujer dice que si vistieras como es debido…
Por cierto, su mujer una vez me llamó de repente y… Pero, ¡alto! Estamos entrando en una materia compleja y emocionante que nos aleja demasiado de nuestro relato.
-Cuando gane dinero vestiré mejor; me compraré un sombrero de copa…
Saqué mis recortes de prensa. Seleccioné los que más merecían la pena.
Kashirin no me gustó: rostro gris, humor cuartelero. Mirándome, fijo:
-Naturalmente usted será apolítico, ¿verdad?
Asentí culpablemente. Con cándida idiotez, añadió:
-Veinte personas han optado a este puesto. Hablaban conmigo y… no volvían a aparecer. Al menos déjeme su teléfono.
Le di el teléfono de una tintorería casualmente grabado en mi memoria.
Ya en casa, volví a mirar los recortes. Releí algunos. Reflexioné…
Hojas amarillentas. Diez años de mentiras y simulación. Sin embargo detrás había algunas personas, algunas conversaciones, sentimientos, realidad… No en las páginas mismas, sino por ahí, en el horizonte… Es arduo el camino de lo verdadero a la verdad.
No se puede vadear dos veces el mismo arroyo. Pero sí se puede distinguir el fondo lleno de latas de conservas a través del agua. Y detrás de los suntuosos decorados teatrales, ver la pared de ladrillo, las sogas, el extintor y los tramoyistas ebrios. Esto lo sabe cualquiera que haya estado detrás del telón, siquiera una vez.
Empezaremos con un breve de calderilla…”
Serguey Dovlátov. El compromiso. Ed. Ikusager.
Mis días se pueden explicar como noticias breves. Todo se puede reducir a noticia breve, dejar en los huesos la vida. Curiosidades sin importancia que se escriben para rellenar espacios vacíos. Libros breves que son como cofres sin fondo. Eso es “El compromiso” de Serguey Dovlátov. Un bofetón en la cara sin miramientos. Teoría periodística de cuarto trastero, espejo deforme con restos de carmín y cosmético, olor a vodka. Dovlátov, tras esa introducción escupida con calor de resaca, recupera viejos artículos suyos, que toma como excusa para contar lo que los rodeó, lo que no pudo contar, lo que rodea la vida, es decir, la carne de los huesos, la comida antes de ser digerida y convertida en detritus apestoso. Una noticia breve, o larga, da igual, la palabra, la historia, el relato de los demás, ese es el suntuoso decorado teatral. Simple y lugar común. "El compromiso" fue escrito en 1981. Son doce los compromisos que conforman esta serie de relatos acerca de sus experiencias y anécdotas en la estonia soviética, en los que ejercía de periodista. Dovlátov se ríe, a carcajadas, se mira desde sus casi dos metros y mira a los demás, elefante en cacharrería soviética, y repite la vulgaridad de lo verdadero, que la vida no es un suntuoso decorado teatral. La verdad es todo lo que hay detrás, todos los que están detrás, la pared de ladrillo (rugoso y basto), las sogas (roídas), el extintor (vacío) y los tramoyistas ebrios (ebrios). Eso es “el compromiso”, todo lo que hay detrás. Sin embargo Dovlátov es peculiar. Por eso lo prefiero a Bukowski (por buscar otro vulgar lugar común y situarlo análogamente a alguien más reconocido), a parte de por ser ruso, lo prefiero porque ES ruso en la decadencia de la Rusia soviética. Boutade. Pero es mi impresión, mi preferencia, mi querencia por los derrotados de los derrotados. El capitalismo no se diferencia gran cosa del delirante sistema soviético. Ambos son una mierda y destrozan vidas y sí, aquí tenemos libertad (¡Para ti, Paul, la libertad es como el aire! No la percibes. Simplemente la respiras. Un pez arrojado a la orilla sí podría entenderme… Libre no es aquel que lucha contra el régimen. Tampoco el que supera el miedo. Sino aquel que no lo padece. ¿La libertad, Paul, es una función corporal! ¡Tú no puedes entenderlo! ¡Porque tú naciste libre como un pájaro! le dice un compañero periodista al capitán de un barco finés en la página 128, tras dar cuenta de varias botellas, con la excusa de una entrevista). Y allí no la tuvieron como aquí, libertad, pero allí fueron plenamente conscientes de los mecanismos represores caprichosos y delirantes del poder, y eso da miedo, tú, y mucho, pero a la vez hace que la libertad sea más poderosa, aunque esté escondida en el doble fondo de una estantería. Por eso digo que para a un profano se puede definir a Dovlátov como un Bukoswki ruso, pero por lo dicho antes, prefiero a Serguey antes que al doble de Hank, porque Dovlátov es plenamente consciente de dónde está y porqué su vida es una mierda, siempre a merced de los caprichos del poder (en occidente lo llamaríamos azar, mala suerte, destino…) "Tengo treinta y cuatro años y nunca he vivido un solo día de despreocupación. No me importaría pasar uno sin preocupaciones, insatisfacciones ni deseos". Al final, uno piensa, joder, ya no existen periodistas. Quizás nunca hayan existido. Tal vez sólo podamos encontrar empleados de propaganda de una idea u otra. Dovlátov cuenta las cosas como son, sucias, siempre en el límite, al borde de la locura, al borde de la libertad soñada y que descubre en los pliegues de las cosas pequeñas. Sin embargo Dovlátov sabe que todo es mentira, incluso él mismo, que no existe la verdad, o al menos que él no puede alcanzarla tras lo verdadero, de ahí que no deje de mostrarse como el peor de todos los personajes que hace desfilar ante nuestros ojos. Sí, todo está corrupto, el poder es infame, ilógico, movido por personas pusilánimes que se mueven por impulsos zafios que justifican gracias a un armazón teórico brutal (el comunismo), pero es que él es un borracho indecente sin solución. Incluso cuando tiene en su mano cambiar algo, prefiere beber, no para sumirse en un estado narcótico alienante, sino para no sucumbir y derrumbarse. La euforia, la hibris constante, la dinamita bajo el colchón de la calma. Más que como Bukoswki, a Dovlátov lo veo como un hijo de Bohumil Hrabal, sin la verborrea dionisíaca de éste, pero con un bisturí destripando su máquina de escribir; cuando ya no puede cortar más, encuentra su estilo. Se ríe tanto de sí mismo en su propia cara como de Stalin a la cara de un dirigente del Komsomol. Y su estilo es seco, sí, pero dotado de una efervescencia tal que nunca cae en el caos, más bien al contrario, es implacable, te sirve el tuétano sin ni siquiera el hueso, así que no preguntes por la carne. Aquí parece que no hay chicha, pero la hay, escondida tras los destellos que, uno tras otro, aparecen tan seguidos que uno cree estar viendo un cometa, borracho, irreverente y real. En vez de alargar el chiste, lo suelta como un disparo, y en pleno delirio sólo puedes hacer una cosa, reír. Y acto seguido te dices, esto no tiene ninguna gracia, esto es un chiste cruel, negrísimo, pero tres líneas después te encuentras riendo de nuevo. Todos están locos, todos son unos borrachos indecentes, unos tipejos poco fiables, siempre trapicheando, siempre holgazaneando; todos están al borde de la locura, rodeados de mierda, pero todos son héroes, todos son bellos, todos son hermosos.
Al final, la verdadera obra, la vida, se desarrolla entre la pared de ladrillo, las sogas, el extintor y los tramoyistas ebrios, y los suntuosos decorados son, simplemente, eso, suntuosos decorados. Entonces, claro que sólo importa la libertad, qué más podría importar si todos somos unos redomados hijos de puta, aunque unos más que otros, he ahí la pirueta final, el chiste sin gracia, la patada en los huevos. “El compromiso” es simplemente eso, una sucesión de noticias, de escenarios baratos construidos carromatos mugrientos (los diarios donde escribe se llaman “Estonia soviética”, “Vespertino de Tallín”, “La juventud estonia”), pero él, a un lado, levanta la cortina de atrás y dice, pasen, pasen por aquí y vean, ...por cierto... ¿no tendrían unos rublos sueltos para unas botellas de vodka, verdad?…
Compromiso primero.
Estonia soviética. Noviembre. 1973.
CONGRESO CIENTÍFICO. Científicos de ocho países llegaron a Tallin, sede del VII Congreso de Estudios Escandinavo-Fineses. Son especialistas de la URSS, Polonia, Hungría, RDA, Finlandia, Suecia, Dinamarca y la RFA. E congreso acogerá seis disciplinas y a más de 130 científicos: historiadores, arqueólogos, lingüistas, que presentarán sus ponencias e informes. El congreso se prolongará hasta el 16 de noviembre.
El congreso se celebró en el Instituto Politécnico. Fui, conversé. A los cinco minutos el breve estaba listo. Lo entregué en Secretariado. Aparece el redactor jefe Turonok, persona entre almibarada y amazapanada, el tipo canalla tímido. Esta vez, alterado.
-Ha cometido usted una burda falta ideológica.
-¿?
-Usted enumera los países…
-Pero, ¿no se puede?
-Se puede y se debe. La cuestión es cómo los enumera. En qué orden: Dinamarca, Finlandia, Hungría; luego: Polonia, RDA, RFA…
-Claro, por orden alfabético.
-Ése es un orden desclasado –gimotea Turonok-; pero existe un orden de hierro: los países demócratas, ¡delante!; después los neutrales; y por último los miembros del bloque capi…
-Oquéi –le digo.
Rescribí el breve, lo entregué en Secretariado. Al día siguiente Turonok viene corriendo.
-¿Se burla usted de mí? ¡Lo hace adrede!
- ¿El qué?
-Desordenar democracias populares: pone a la RDA detrás de Hungría. ¿Ya estamos con el alfabeto? ¡Olvide esa palabra oportunista! Usted trabaja en un periódico del partido. ¡Hungría en el tercer puesto! Ahí hubo un alzamiento.
-Y con Alemania hubo una guerra.
-¡No discuta! ¿Para qué discute? ¡Esa fue la otra Alemania! ¡La otra! No entiendo, ¿quién le ha confiado…? ¡Miopía política! ¡Infantilismo moral! Plantearemos esta cuestión ante…
Me pagaron dos rublos por el breve. Yo esperaba tres…”
1 comentario:
Tiene buena pinta. Reírse de las cosas que no tienen ni puta gracia es justo y necesario en ambientes así. Y beber vodka casi que también...
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