jueves, 17 de febrero de 2011

Ilustrado erotismo autoinfundado a modo de primera carta de despido

Mientras continuo sumido en esta especie de mediocre novela, o diario deslabazado, sobre un librero a un mes de cerrar su librería, la falta de tiempo hace que no escriba lo que se debe, o supongo, o espero, escribir. En estas últimas semanas de epitafios lanzados al vacío, subido a un trampolín roído como un ciego al que no le han asegurado que allá abajo haya agua suficiente, acumulo falta de sueño y añado kilómetros a las ya infladas cantidades de deudas y sacástica ironía para conmigo mismo. Busco algo que leer que me sirva de despedida, es decir, algo que me haga olvidar lo inevitable y que a la vez no me haga sentir tan desprotegido como a veces me siento. En estos días ejerzo de pluriempleado, la familia requiere arrimar el hombro, lo cual no es malo, aunque los motivos sí lo sean, así el cansancio hace acto de presencia y aplaca el estrés. Leer, leer, lo que se dice leer, no es que lea poco, sino que habría de confesar que lo que leo es a todas luces desordenado y sin visos de terminar nada; como ando de acá para allá, en cada lugar donde planto el culo durante esos cinco minutos que intento reservarme entre una cosa y otra tengo un libro empezado; me avergüenza enumerarlos, me crecen como setas y he de organizarme. Sin embargo en la mochila he decidido meter uno, un libro al que he de rendirle pleitesia y honores, escondiéndome y pidiendo al mundo un poco de calma, que me quiero sentar a leerlo como merece, sentado al sol, descalzo y con una taza de café al lado. "Memorias de un librero pornógrafo" de Armand Coppens, ese es el libro con el que me gustaría despedirme del oficio. Ya diré algo si se tercia y me dejan.

 
Por inercia sigo mirando catálogos, páginas web de editoriales, boletines de novedades; y me sigo haciendo mis listas de pedidos como si nada fuese a cambiar. Luego reparo en que todo va a cambiar, y opto por compensar saldos a favor y en contra con distribuidores con cosas que pienso que me pueden interesar a mí o a los dos o tres clientes sin fisuras que irremediablemente siguen viniendo. De todos modos, para no perder la cabeza, hoy he acabado en la página web de Taschen, mirando libros que sé que no puedo pedir para La Pecera, nunca nadie se interesó por ellos aquí y, salvo al principio, nunca más volví a traer. Es innegable que es una editorial exquisita; onanista, esteticista y tan necesaria como el último libro de Paul Auster, como el último disco de AC/DC o como comprar en la charcutería, en vez de la paletilla sosa y llena de nervios que sueles comprar porque no te llega para más, un poquito de jamón de pata negra, quiero decir, que no vale para nada porque puedes pasar sin ello, pero reconforta.

                                                              





Y si uno es de los que piensa que cuál es el sentido de libros así, entonces de estos dos de abajo ni hablamos...

Las editoriales españolas no hacen estas cosas para presentar un libro (y Lunwerg debería tomar nota, por ejemplo): TASCHEN Books: The Big Book of Breast

3 comentarios:

José Fernández dijo...

Taschen, siempre en mi corazón... Bueno, y en otros sitios más inconfesables...

Ana S dijo...

Cuando hace ya algunos años por motivos de trabajo viajé a la feria de Frankfur, el Stand de TASCHEN era era ¡...lo abarcaba todo.

Su stand era un ring de boxeo, por entonces anunciaban la próxima publicación de uno de sus libro gigantesco -en todos los sentidos-
de otro gigantesco y gran boxeador.

Sin palabras. Yo iba y venía de un stand a otro, pero siempre acababa en Taschen. Fascinada con su despliegue, sus medios y lo más importante, sus libros.

En algún momento mucho antes ya había empezado mi pequeña colección de algunas de sus joyas.ÓJALA, pensaba yo, pudiera editar y trabajar algín día en un libro así (cualquiera de ellos). Pero como digo, esto fue hace ya mucho tiempo, en mi otra vida.

srta. cora dijo...

Pues me guardaré un Taschen para mi botiquín...!

Qué pena que se acabe la pecera.

Saludos

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