lunes, 10 de agosto de 2020

Antonio Miñán sobre "Canciones de cuna y de rabia"


PRESENTACIÓN DE CANCIONES DE CUNA Y DE RABIA
El Sábado 1 de febrero de 2020, se presentó en la Fundación Isidro Parra la novela “Canciones de cuna y de rabia”. En palabras de Manuela Sanz, "narrativa que provoca interés desde la primera lectura, realismo literario que es a la vez fantasía de todas sus vivencias." 

Presentación y actuación Antonio Miñan.
Fotografías Miguel Calatayud

1 de febrero de 2020. Fundación Isidro Parra de Alcázar de San Juan

Notas textuales de una presentación de Antonio Miñán:



Manuela Sanz, Juan Miguel Contreras y Antonio Miñán. Foto: Miguel Calatayud



Serendipias

Mi relación con Juan Miguel proviene de los años de Lazarillo en Manzanares. Yo vivía en Valdepeñas y a través de un proyecto de teatro escolar entré en contacto con una asociación con más de cuarenta años de existencia que se llama Lazarillo t.c.e. No me podía creer que tanta gente trabajase con esa capacidad de coordinación y en tan variados proyectos como escuelas de  teatro para todas las edades, muestras de teatro escolar, producciones propias, muchas de ellas originales, de un nivel altísimo y, por fin, un festival internacional de teatro contemporáneo programado y dirigido por este señor durante aquellos años, es decir, a principios de siglo XXI. Este festival, decano en la región, más antiguo que el de Almagro, ha salido adelante gracias a la voluntad de la gente que lo pone en marcha y no precisamente por otros apoyos o ayudas que claramente se echan en falta. Que el autor de esta novela fuese capaz de programar ocho o diez días de actividades con aquel presupuesto, no es habilidad, es magia, lo digo en serio. Este festival acaba de hacer su edición 45.

Esto lo cuento porque pensaba que nuestra relación provenía de esos años, pero no. Proviene de otra época y hasta de otra dimensión, si nos ponemos. Me explico. Con frecuencia los lectores vivimos la ilusión, y no lo digo en sentido positivo, sino que experimentamos el engaño, de creer que los autores escriben los libros para nosotros y en eso consiste sentirse identificado con un personaje, una situación, una experiencia o el modo de resolver un problema. La mayoría nosotros aprendemos a partir de ahí y hacemos aquello que decía Skarmeta de que la poesía es de que la necesita y no de quien la escribe. Sin embargo en relación a la novela que nos compete, este fenómeno alcanza para mí unas dimensiones extrañas. El grado de coincidencia que existe entre la novela de Juan Miguel y mi propia vida es apabullante y me refiero a que literalmente da un poco de miedo. Vamos a suponer que se trata de una serendipia más o menos casual o que mi vida y la de otros muchos hombres de en torno 40 años se parece tanto que vista una, vistas toda.


Espero que no sea así, aunque tiendo siempre a aplicar navaja de Occam, es decir, que, en igualdad de condiciones, las explicaciones más simples suelen ser las verdaderas y lo más probable es que Juan Miguel haya acertado con los lugares comunes de la mayoría de hombres estamos en esta década y no que, sin conocer mi biografía, la haya escrito. De todas formas, voy a dejar que sean ustedes mismos y el propio autor quienes decidan cómo de interesantes son estas coincidencias.

La primera serendipia que se me ocurre en relación con la novela es que en 2002 yo toqué en un disco con el mismo título. No me dirán que no es una coincidencia notable. El protagonista de la novela Abel estudió una carrera de humanidades durante los mismos años que yo estuve la mía. Es cierto que no se trata de la misma carrera porque Abel estudió hispánicas y yo estudié filosofía. Pero ambas están en el mismo edificio del mismo campus de la universidad de Granada. Estudiamos la carrera en los mismos años. Visitamos los mismos bares; tanto él como yo íbamos a emborracharnos a los mismos lugares con gente muy parecida... Íbamos a empaparnos de la riquísima vida cultural Granadina, íbamos a los mismos locales donde se reunían estudiantes, músicos, pintores, poetas, etcétera. Para que no parezca que la coincidencia es Granada (algo muy común), concretaré más: Esto sucede en la zona de calle Elvira y el bajo Albaicín. No estoy bromeando, Abel bebía en el Arcoíris y en el 22 y trabajaba por las noches en el pub Eshavira. Eshavira para mí y para muchos era una suerte de templo en una Granada efervescente, donde todo el mundo acaba antes o después. Abel tuvo una aventura con una Erasmus y, en fin, esto también me suena.

Foto: Miguel Calatayud

Más coincidencias, si me permiten; Abel perdió a su madre en torno a la misma época y debido a la misma enfermedad por la que yo perdí a la mía. Abel hizo las oposiciones a secundaria en la misma ciudad y presumo que el mismo año en que yo hice las mías; Córdoba 1998. No me digan que no es algo más que una mera coincidencia. A partir de ahí las coincidencias no son tan acusadas. Sin embargo, el capítulo 14 de la novela podría ser un relato de la vida universitaria granadina que muchos podríamos firmar como propio. Cambién Granada por su ciudad u otra ciudad y lo contado tendrá el mismo poso. Muchas gracias por esto. Me gustaría que alguien me dijera si esto tiene alguna explicación.

Asuntos

Esta novela da la sensación de haber sido un parto muy largo. Trata prácticamente de todo lo importante. Me refiero a que hay una enorme cantidad de asuntos presentes y todos tratados con cierta profundidad. Aunque se sobreentiende que el tema principal es el paso del tiempo y el punto de vista de la mediana edad,hay otros temas subyacentes que no son menos importantes. El peso de los recuerdos y el modo en que los asimilamos son aspectos centrales de la historia.

- De nuevo vuelve a aparecer Almería. Eso también lo tenemos en común el autor, o el narrador que usa el autor y yo; es un lugar de referencia. Hay algunos puntos de conexión con la novela La muñeca Rusa ,si no recuerdo mal. Y aparece este sitio, Almarga, el único que no se puede encontrar en un mapa. Uno no sabe si es San José, Mojácar o nada de eso. Puede que Almarga pueda encontrarse en el mapa de la biografía literaria y emocional de Juan Miguel, pero no en google maps.

- Desde el punto de vista estilístico, la novela tiene ese aire unamuniano que consiste en contar varias historias dentro de la trama principal. Ya he aludido al capítulo 14 donde se relata la vida universitaria de Abel y Silvia, pero hay más; la historia de la pintura en la Iglesia de Almarga, donde transcurre la novela, por ejemplo. El propio proceso creativo de la pintura es muy interesante y la biografías entrecruzadas del abuelo de Abel y del pintor, el tío abuelo  Alonso merecería ser contada exhaustivamente en una pieza aparte.

Otra interesante trama es la publicación del artículo por el que expedientan a Abel y lo acaban expulsando del instituto donde trabaja (no estoy contando nada que no deba, aparece en la recensión de la contraportada) y cómo al final de la historia descubrimos que hay más intereses en juego a margen de que Abel fuera un poco irreverente en cuestiones de religión. Y como todos sabemos, en este país NO SE PUEDE BROMEAR CON LA RELIGIÓN. A lo que me refiero es a que, detrás de eso que le hace perder el trabajo, había algo más, siempre hay algo más.


Foto: Miguel Calatayud

- Desde luego, el capítulo 8 podría ser una pieza teatral independiente. Se trata de una conversación considerablemente larga entre Abel y Roberto, su amigo del alma, llena de ideas brillantes y escrita con un estilo ligero y verosímil. En este capítulo hace un análisis de la situación de ambos, del valor de la familia, de la nostalgia, se habla de política, de la salud de la democracia española, de rock. Como les digo tiene un importante peso específico dentro de la obra. No sé si está escrita con esa intención, la de tener valor por sí misma, pero estoy seguro de que funcionaría como texto teatral o incluso como un corto. Juan Miguel me ha dicho que para este capítulo efectivamente tenía en mente una especie de "Esperando a Godot" y la película "Mi cena de André", de Louis Malle, uno de sus directores preferidos.


- Y la subtrama de la deuda de los aliados con los españoles después de la Segunda Guerra Mundial a propósito de la connivencia con los nazis que investiga Roberto promete mucho y da la sensación de estar solo apuntada. No sé si por no cargar más la novela o por una intención literaria que podría explicar.

- Al protagonista, Abel, o a Silvia, a Roberto, a Miguel y al resto de personajes que aparecen, no les pasa nada especial, son personas normales y sin embargo la historia es sumamente interesante, incluso diría que entretenida, siempre que el término no se malinterprete porque podría entenderse que es menos valiosa por eso. A lo que me refiero es a que la vida por sí misma es de lo más emocionante. En otras palabras, y por no remontarme más atrás;  acabar el bachillerato y decidir qué vas a hacer en la universidad, sobrevivir a ese ejercicio de autodescubrimiento que es la década de los 20 a los 30 años, en la que,como dice Abel, uno hace las cosas sencillamente porque puede, para ver hasta dónde puede llegar sin reventar de una vez por todas. Todo el mundo sabe que a los 20 años somos inmortales (al menos mis alumnos de Bachillerato beben como si lo fueran). Después hay que enfrentarse cara a cara con un enorme, faraónico "y ahora qué". Mal que bien hemos salido adelante. Hemos tenido la infinita suerte de que otras personas nos han podido querer hasta el punto de compartir su vida con nosotros. Y si fuera esta poca aventura, está la paternidad. Todos tenemos amigos que han encontrado actividades para completar sus vidas que les llevan cientos de horas y a las que le dedican toda su energía y talento, como le pasa a Roberto en la novela y esa otra trama de la dictadura española a la que me refería anteriormente. Tampoco es tan raro saber de alguien que anda metido en líos por la cultura del pelotazo urbanístico como le ocurre al personaje de Miguel. Estoy hablando masculino porque la historia trata de Abel, y esta charla sobre Juan Miguel y yo, pero cada palabra que estoy diciendo es aplicable también a nuestras compañeras, aunque con la diferencia de que ellas sí que saben lo que hacen.



Trasuntos

Por fin, hemos llegado a esta década en la que las cosas deberían estar más claras, pero no es así… A menudo hacemos creer a los otros que sabemos lo que decimos y que tenemos las ideas claras. Es lo que debería corresponder a una persona de nuestra edad. Todo esto en realidad es una impostura (en nuestro caso es normal porque nos va el teatro). Muchas ideas que teníamos con 20 años ya no funcionan o no nos las creemos y nos jode una barbaridad que sea así. No a todo el mundo le pasa lo mismo, hay muchos, muchísimos, que tienen las mismas ideas que cuando tenía 20 años. Pero no es nuestro caso. Ahora nos toca repensar nuestras creencias, filias y fobias, las ideas sobre política, arte, sexualidad, moral, economía… Hay algunos pasajes muy notables sobre este asunto. Al principio de la novela se plantea la disolución de los ideales de la juventud, y la paternidad y la maternidad aparecen como una justificación de ello. Es decir, tenemos que hacer y pensar esto y lo otro porque somos padres y hay que hacerlo por el bien de nuestros pequeños. Para explicar esto citaré directamente la novela:

El texto dice: “A Vera y a Ulises -los hijos de Abel y Silvia en la novela- (...) los alimentábamos a menudo con comida precocinada, tal y como nosotros también nos habíamos acostumbrado a comer, o nos rodeábamos de cosas innecesarias: ropa de más, plástico de más, rapidez de más.. incorporándolos así a nuestra vida de adultos sin pensar en su propia manera de ser y de estar en el mundo. Los hacíamos comer como no nos gustaba comer a nosotros, los hacíamos dormir como no nos gustaba dormir a nosotros, de manera férrea y bajo un horario estricto (...) los llevamos a la guardería con alivio y a la vez con sentimiento de culpa al preguntarnos si realmente eso estaba bien, los escolarizamos cuando nos habían dicho que era obligatorio hacerlo, es decir, atendiendo únicamente a estándares que no eran puestos en duda pero que sin duda eran discutibles y, desde que nacieron, los hicimos poseedores de unas malvadas y aviesas intenciones como si hicieran lo que hacían con el único propósito de amargarnos la vida cuando, realmente, en el fondo intuíamos que la vida que ellos nos habían descubierto acaso fuera la real, por eso chocaba frontalmente con la asquerosamente neoliberal que llevábamos. Todo ello hacía que nos sintiésemos agotados, derrotados y hastiados, tomando la salida fácil de seguir la corriente.” pp.30 y 31

No queda todo dicho sobre nuestro tiempo, ni mucho menos. Más adelante dice el texto: “Cuando a veces pienso en estas cosas y me imagino contándose las dentro de unos años a Vera y a Ulises, me pregunto cómo haré para hacerles comprender cómo era la vida sin móviles, ni Internet, sin mensajes instantáneos, ni disponibilidad inmediata si ya hasta me cuesta recordarlo a mí. Explicarles cómo era capaz de pasar días y días sin saber nada de su madre, esperando una carta o una llamada, ahora que necesito saber a todas horas dónde se encuentran ellos, qué hacen, qué necesitan, viviendo como he vivido la mayor parte de mi vida si rendir ni pedir cuentas a nadie cada cinco minutos que es precisamente lo que me sucede ahora con su madre y con ellos, sobre todo con ellos. Por otro lado, sé que de nada vale rebelarme contra ello. Digo que echo de menos esa independencia pero ahora no sabría vivir de otro modo.Me consuelo pensando que es por mis hijos, aunque en el fondo sé que somos una sociedad que prefiere ignorar que está enferma antes que preguntarse si debería hacer algo para remediarlo” pp. 214 y 215

Cuáles son los síntomas de esa enfermedad. ¿Nuestra época es líquida y se han confirmado alguno de las vaticinios de la de los posmodernos? ¿Podemos llamar enfermedad al espíritu de nuestra época, que diría Hegel?

Lo anterior puede llevarnos a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor o a instalarnos en la nostalgia. Debo confesarte que soy bastante anti-nostálgico, es decir, no echo de menos el pasado y, como dice Ortega en alguna parte, me alegro de que haya pasado cuando ya ha hecho su parte. No quiero volver a tener veinte años aunque no me arrepiento de haber hecho lo que hice (sea lo que sea, no es este lugar para sacar trapos sucios...o trapos sin más). Me refiero a que en nuestra sociedad la juventud se toma como un valor en sí misma sin que haya habido que demostrar nada. Sin embargo, esta idea nos conduce a una paradoja: ser joven implica ignorar que se es joven. En algún capítulo de la serie Mad Men, el protagonista, Don Draper, cuando ve que su empresa contrata a demasiados chicos jóvenes, dice: "los jóvenes son idiotas porque ni siquiera saben que son jóvenes". Esta es la paradoja; la única forma de tomar conciencia del valor de la juventud es que haya pasado. Entonces ¿Por qué la crisis de los cuarenta? Sobre esto se habla en algunos momentos de la novela. Atención al paisaje que Juan Miguel, o mejor dicho, el narrador, dibuja cuando habla de la fauna veraniega en un pueblo de la costa andaluza:

“Madres empujando cochecitos que te miran tristes arrastrándote a su abismo y padres vigoréxicos que se aferran a una juventud que irremediablemente dejaron atrás hace tiempo. Madres que han descubierto una voracidad sensual que las hace transitar lo vulgar,sobre todo cuando pasan unos días de vacaciones en la playa y dejan de preocuparse por lo que nadie pueda pensar al ver cómo van vestidas” Pg. 305

El paisaje continúa: ”Padres sombríos a los que les importa una mierda si realmente son un despojo de lo que fueron, corriendo detrás de unos hijos que les anclan a la tierra, pero que aún así no les hacen olvidar que se sienten como si se hundiesen en un lodazal del que ya no esperan salir hasta que mueran. Jóvenes medio alcoholizados que comparten barra y chistes racistas con hombres en chándal que beben más que ellos y hablan de fútbol (...) jovencitas de escote bajo y arrogancia vacía en busca de algo que definitivamente la saque la impostura o por lo menos que las hunda definitivamente en ella. Al girar la cabeza me veo reflejado en un la luna de una heladería, mimetizado como un camaleón mezquino sin nada que me asegure que no soy uno más. Ruido, ruido y ruido” Pg. 305.

En la parte final de la novela, dedica bastantes páginas al colegio de Almarga adonde asistieron Abel y Roberto. Se parece bastante a mi colegio de primaria. Estudié en Maristas en Jaén. Era un colegio muy muy tradicional, muy muy religioso y donde incluso había castigos físicos, y estoy hablando de la década de los 80. Me gustaría saber hasta qué punto el de la novela es un colegio real porque para algunos puede ser difícil creer lo que se cuenta, pero para mí es muy verosímil.

Por último, el trasunto de la música. En esta novela hay una importante lista de referencias literarias, cinematográficas y artísticas en general, pero sin duda la más extensa y creo que la más relevante para el protagonista es la música. Tengo que reconocerle a Abel un gusto musical fantástico. No sé si alguien lo había hecho ya, pero el otro día me entretuve en recopilar todas las canciones que se mencionan en la novela. He encontrado 51 canciones, unas cuatro horas de música. Sé que hay más, algunos discos completos que se citan y otras que se me han pasado, así que compartiré la playlist de spotify abierta en las RRSS de Juan Mi y así la completamos entre todos

Para acabar, me gustaría referirme al título de la novela. Se trata de un verso de una canción del grupo granadino 091 titulada Tormentas imaginarias . Los cero, como los llamamos los fans, son una referencia importantísima del rock en Andalucía y están vinculados al surgimiento de un movimiento cultural en Granada muy importante en los años 90. Quiero regalar a Juan Miguel y todos vosotros una versión de Tormentas Imaginarias en esta mañana de sábado.




Foto: Miguel Calatayud

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