La cama me viene un poco justa. He de dormir de lado y con
las piernas encogidas. No tengo suero puesto, por lo que duermo bien, la vía no
me molesta, a lo sumo estiro el brazo y listo. Ayer llovió cuando anochecía.
Leí mucho, me leí el cómic de “Malas Ventas” de Alex Robinson. No me hicieron
ninguna prueba, pasé el día el blanco en ese sentido. Es duro estar lejos de
casa. Debería haber puesto esa frase entrecomillada, parece el verso de una
canción de puro ñoña. El susto también ha pasado, hay un momento en el que uno
deja de pensar, dobla su voluntad como se doblan los pantalones al meterlos en
el armario pequeño en la esquina de la habitación y se deja hacer. Sé lo que me
pasa y sé cuál es el fin. Lo que me da miedo es el trayecto, y sobre todo qué
médico se erige como “decididor” de mi paso por aquí. No debería estar aquí. No
lo digo porque no lo merezca o porque haga gala de una mortificación
sensiblera, no; lo digo porque es fin de semana y no me han hecho ninguna
prueba y, además, yo me encuentro bien (normal en mi peculiaridad, como antes
de venir por urgencias).
Veo pasar por la puerta una paciente, de unos cincuenta
años; lleva en la cabeza un pañuelo de un azul más oscuro que el pijama que
parece sacado de una película de los años veinte, con una extraña forma, como
anudado por delante elegantemente. Sus zapatillas son rosa con lentejuelitas
azules y verdes. Extraño sitio este para engalanarse. Ha amanecido bonito,
entra el sol por la ventana y se escucha el ruido de una fuente en el patio
interior del hospital. Me gustaría poder vestirme e ir a buscar a mi hijo para
dar un paseo junto a él y su madre. Las auxiliares hablan mientras cambian las
sábanas de mi cama y lavan a Trinidad (mi compañero de habitación, un campesino
de 84 años con los pulmones machacados) sobre una paciente un par de
habitaciones más allá, dicen que está loca, que no quiere tener a nadie más en
su habitación, que le molesta la gente. Dicen que su hijo también está
ingresado, en la habitación frente a la suya, y que es igual. La alta alcurnia
y las ínfulas tampoco casan bien en este sitio. me ha dado por escuchar "Planet Waves" de Dylan con The Band. Me paro constantemente en "Forever young" y me acuerdo mucho de Pavel. Nunca había dormido lejos de él en su año y medio de vida. No tengo ganas de afeitarme. A
ratos leo un libro que he tardado 14 años en conseguir. “Los frutos amargos del
jardín de las delicias” de Monika Zgustová, una biografía de Bohumil Hrabal que
editó destino en 1997 y que ni en mis años de librero pude conseguir. Hace dos
semanas me saltó un aviso en mi correo, que aparecía en Iberlibro y, claro, lo
compré inmediatamente; además era mi cumpleaños. Es un libro precioso, más allá
de lo que yo pueda amar y admirar al personaje y a la persona Bohumil; es un
libro maravillosamente escrito (imita, sin chirriar, el estilo barroco y
desbocado de Hrabal) y reproduce muchos de los textos que escribió durante toda
su vida, sobre todo sus primeros poemas, sus primeras intentonas. Evoca
perfectamente la idea que uno (yo) se ha hecho a lo largo de los años sobre él,
y la sensación de perpetua ternura y melancolía hacia su vida y sobre todo
hacia la manera en la que vivió, es continua. Leo como a sorbos, como si el libro
fuese una trampilla por la que meto la cabeza y me saca de aquí; como todo lo
relacionado con medicinas, agujas y artilugios galénicos, la evasión es breve,
no puede alargarse mucho. Me acaban de tomar la tensión. Un asco. Y eso que me
acabo de levantar. Es una pelea de la que ya ando algo aburrido, esta que
tenemos mi corazón y yo. Es como si tuviera un gigante bobo dentro del pecho,
como Hodor de “Juego de Tronos”, es un buenazo, pero el cabrón me está
destrozando y su empecinada desmesura va a acabar conmigo como me despiste. “Corazón
de perro”, como el libro de Bulgakov, no casamos bien pero algo nos debemos de
querer cuando la mayor parte del tiempo intentamos mantener vigente el tratado
de no agresión que firmamos desde la niñez y unas fiebres reumáticas nos
enemistaron para siempre.
El nuevo libro está totalmente preparado, el proyecto
elaborado y enviado a los gestores de la página de Verkami, a la espera únicamente
de su aprobación definitiva. Lo único que falta por mi parte es concretar con
ellos la fecha del “lanzamiento” de la propuesta. Después de eso, tendré 40 días
para intentar conseguir la cantidad necesaria para poder publicar el libro, que
para más recochineo se titulará “Cardiopatías”. Es un título que ya lleva
puesto siete años, y ya me puede dar otro amago y/o angina o como sea que
llamen a esta guerra privada, que no lo cambio.
Robo la conexión del móvil de alguien para poder dar señales
de vida en este mundo irreal, esta otra ventanita que, al igual que el libro
sobre Hrabal, me saca un poco de aquí… Siento si hay faltas, erratas o
incongruencias…
5 comentarios:
Cuídate mucho Juanmi, como siempre me ha gustado leerte aunque esta vez la cosa vaya de salud y de hospitales. Me alegra mucho lo del libro y siento que no puedas ver al pequeño Pavel. Tú ponte bien. Fuerte abrazo!!
Ánimo, tío, ánimo.
Un abrazo.
Es acojonante que leer lo jodido que estás sea tan absorbente, tan adictivo al degustar tus palabras igual que tú haces con la obra de Zgustová..Y,¡¡ la ostia..Hrabal..Lo tenia perdido en ese jardín de malas hierbas que es mi memoria..no sé, el destino o el azar son retorcidos..Hoy he escrito un post sobre mi admirado Boris Vian..Leo esta maravilla que has escrito y me nombras a Hrabal..y la nostalgia juguetea con mi alma como un perro lo hace con un trozo de cuerda.
Vian me viene al pelo..Su corazón, como el tuyo, daba asco en su insolente actitud..Pero ahí estuvo..Cuídalo, llega a una tregua con él, sal de ese hospital, sigue respirando...
Espero leer otro texto tuyo ya fuera de ese gulag de batas blancas..
Mi chica Carolynn y yo te mandamos un abrazo y mucho animo.
Lo que son las cosas..Acabo de escribir un post sobre Boris Vian y su paupérrimo corazón y ahora leo este maravilloso texto que has escrito desde ese gulag de batas blancas e, inevitablemente, miro hacia los lados para ver si el destino o el azar se están descojonando de mi desde la zona periférica que mis ojos no ven.
Y me hablas de Hrabal..joder..hacía años que no pensaba en su obra y ahora, entre Vian y tú, me habeis lanzado a una piscina de nostalgia y años pasados.
Cuida tu corazón, llega a una tregua con él y sal pronto de esa cobacha..Neceito leer otro texto tuyo alumbrado por la luz de tu barrio y cobijado por los tuyos...
Cuídate mucho..mi chica, Carolynn y yo, te mandamos muchos abrazos y ánimo..Y que se realice pronto tu gran evasión.
Muchas gracias a los tres, viniendo de vosotros, animan mucho más. TwoHeads... No he querido acordarme de Boris por una cuestión... bueno... acabo de cumplir 39... y yo tambén tuve fiebres reumáticas a los 12... que me han hecho tener lo mismo... extraña coincidencia (que sólo se quedan ahí, lamentablemente)... pero... eso no quita para que tu texto sobre Boris Vian sea magnífico..
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