jueves, 9 de mayo de 2013

La muñeca rusa, fragmento del capítulo 14. Milos en París.

La muñeca rusa, Ed. La Internazional Samizdat, 2012. Fragmentos pág 115-117

"¿Qué había de verdad en el libro de Coppens sobre Milos?
¿Y en la biografía que entregó cuando vino becado a Almarga a hacer su escultura aquel verano? De eso, todo es cierto.
¿Y lo del libro de Armand Coppens? Bueno, nunca estuvo en Londres. Tampoco tiene hijos. Nunca estuvo casado, aunque tuvo un par de relaciones en la que se sintió como si lo estuviera.
En Paris recomenzó otra vez la historia de su vida.
Comenzar de nuevo. Su vida, su historia, ¿qué significa eso?
Tal vez signifique que se eligen unas cosas y se olvidan otras, que se ensalzan los placeres y se olvida el dolor, los pasados y los presentes, pues de los futuros sólo se puede esperar que sean como mínimo algo más benévolos que los que nos definieron. Pero a Milos, una vez allí, en un París hermoso y hostil, le costó llegar a ese punto, al menos un par de años. Por su vida pasaron varias mujeres que no consiguieron hacer que él se mostrara libre y sosegado, y muchas veces se descubrió teniendo aventuras suicidas con amantes que nada le reportaban salvo la oportunidad de romperse en pedazos, encontrando así un motivo que justificara su irremediable huida hacia delante. Acostumbrado a dar placer hasta la extenuación o el aburrimiento, nunca encontró en el sexo ese lugar donde muchos se recluyen o se reencuentran a sí mismos.
(...) Al llegar a París pasó meses en un estado cercano a lo que podría ser el luto, en una pensión barata, malviviendo y mendigando trabajos en el mercado, cargando carne y apilando cajas de verdura, pensando en no pensar y deseando que llegara la noche para poder caer rendido en esa fina cama de colchón acartonado. Poco a poco las cosas fueron cambiando. Encontró trabajo en una ebanistería y en dos meses pudo alquilarse un apartamento.  Al estar lejos de Irina y no poder verla, en lugar de evitar conocer a nadie, se sintió abocado a mantener historias sin futuro, lo cual hizo que poco a poco descubriera cómo era su amor por ella. A veces la recordaba y se quedaba mirando al vacío pensando en el abismo de su cuerpo y sus palabras. La amaba como si todo fuese nuevo, como si él fuese nuevo, como si la promesa de su presencia y lo que ella provocaba le hiciese creer que él mismo era el sol y únicamente tuviera que brillar para ella, Luna, tierra, mar que envolvía con sus mareas su caos, su timidez, sus besos, sus inseguridades y sus certezas. Entonces, ¿por qué no estaba allí, por qué no la había podido llevar a París con él? Esa era una de las preguntas que con más insistencia se hacía, y durante un tiempo la culpabilidad le agrió el carácter, pero con el paso del tiempo Irina se convirtió en algo que se guarda en una vieja caja de galletas y de vez en cuando se rescata para no olvidar lo que fuimos y lo que somos, pero nada más. Así que pasó el tiempo y dejó que Paris le atrapara; la gente que poco a poco iba conociendo le iba haciendo olvidar Praga, lentamente se fuese sintiendo mejor, y poco a poco lo que iba consiguiendo le hizo descansar. A menudo escribía cartas que enviaba a Bohumil a la dirección de éste en la calle Na Hrazí, contándole sus rápidos progresos con el francés y cómo eran los trabajos que iba teniendo, y de vez en cuando él recibía alguna de Bohumil, pero al leerlas descubría que muchas de las suyas no le debían llegar. Luego Milos cambió de casa y aunque sus cartas aumentaron de extensión y de regularidad, hubo dos años que apenas recibió cartas de Bohumil. También escribía a Pavel Sisak, pero éste siempre le contestó con misivas más frías y escuetas. Milos siempre supo que no le perdonó que se fuera, y no podía culparlo por sentirse así. Paulatinamente sus vínculos con Praga fueron haciéndose cada vez más frágiles, hasta que, sin fallas ni sobresaltos, como suceden las cosas a veces, todo quedó en el recuerdo, el presente pasó a ser lo único que tenía bajo sus pies y se aferró a ello con todas sus fuerzas. El hecho de conseguir la nacionalidad francesa en 1979 fue determinante. La solicitó para poder optar a ser profesor de arte. Instigado por unos amigos que le convencieron de que eso era lo mejor para él, y sin darle mucha importancia, solicitó la nacionalidad francesa alegando un exilio político obligado. Más le sorprendió que se la dieran tan rápido, pero optó por interpretar todo aquello como una racha de inesperada suerte, suerte que culminó al aprobar un año después la plaza de profesor en un pueblo cerca de Angouleme." 


Foto de Olga B. C.: "Milos descansa frente al Pompidou"

Sólo me quedan 11 ejemplares...
http://elcaimansincopado.blogspot.com.es/p/como-comprar-la-muneca-rusa.html

1 comentario:

ned henry dijo...

Mañana te pediré que me envíes un ejemplar, para regalárselo a esa novia que nunca tendré. Así que supongo que Milos y su historia, formarán parte por duplicado de mi herencia. Alguien, se fijará entonces de que hay un libro duplicado y le picará entonces la curiosidad. O eso espero. Y así, el recuerdo de Juanmi Contreras, de Milos Meisner y el mio propio, pervivirán en la retina de alguien, posiblemente uno de mis sobrinos.

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