martes, 14 de junio de 2016

Las cenizas del diseñador Jefe. Sergéi Pavlovich Korolev, la estela de un hombre invisible




Con vistas a terminar de una vez de colgar entradas dedicadas a la carrera espacial soviética, pongo el primero de varios artículos que me encargaron para la revista "LA AVENTURA DE LA HISTORIA", número 212, de junio de 2016. Me encargaron una biografía sobre Sergéi Pavlovich Korolev, y dos anexos. como soy nuevo en esto, escribí mas palabras de las que me pidieron, así que hubo que recortar y adaptar. Este que sigue era uno de los anexos, lo pongo íntegro. Los próximos días pondré la biografía y otro artículo que quedó fuera.


Las cenizas de Korolev


Dicen que una de las frases que Sergéi Pavlovich Korolev más repetía era: “Todos desapareceremos sin dejar rastro”. Curiosa expresión para alguien que sobrevivió al gulag y, sobre todo, para un hombre que soñaba con construir naves que viajaran al cosmos. Fue tras su liberación que Korolev se vio obligado a vivir sin rastro; él era el Diseñador Jefe, alguien sin nombre, ocultado para poder con ello proteger su vida, su preciada vida, aunque solamente unos años antes esa misma vida no hubiera valido nada, a punto de dejarla tirada en una mina de oro, convertido en un animal.

Es posible que en toda la historia de la ciencia de la URSS no haya habido especialistas con una identidad más secreta que él. En la prensa nunca se decía su nombre. Las condecoraciones que recibió en vida fueron secretas (Héroe del Trabajo Socialista en 1956 y 1961, Premio Lenin en 1957, y en 1958 fue elegido miembro de la Academia Rusa de las Ciencias). Incluso se le otorgó el Premio Nobel, pero fue rechazado por Jrushchov, alegando precisamente el carácter secreto del Diseñador Jefe. Cuando murió, contradiciendo su ahora famosa frase, fue enterrado con honores en el Mausoleo de la muralla del Kremlin, algo reservado únicamente a los grandes héroes de la revolución. Un gran desfile fue organizado en su nombre y su féretro fue custodiado por una guardia de honor. Se puso su nombre a una calle, actualmente denominada Úlitsa Akadémika Koroliova (Calle del Académico Korolev). En 1975 se inauguró una casa museo en el hogar que habitó en Moscú entre 1959 y 1966. Boris Yetsin renombró la ciudad de Kaliningrado como Korolev, hogar de la mayor compañía espacia rusa, S.P. Korolev Rocket and Space Corporation (el originario bureau que él inauguró en 1946, el OKB-1). Un cráter de la cara oscura de la Luna lleva su nombre, así como otro en Marte. También existe el asteroide 1855 Korolev.


Seguramente, un hombre que pasó por lo que él tuvo que pasar y que falleció sin haber conseguido llevar al primer hombre a la Luna, todas esas distinciones le habrían hecho torcer el rostro y sonreír, pero la historia aún le guardaba una última ironía. Se cuenta que sus cenizas iban a bordo de la Soyuz-1, con la intención de ser depositadas en la Luna. Como sabemos, el destino de la Soyuz-1 fue funesto, por lo que es posible que sus cenizas se dispersaran por el cosmos, mezcladas con los restos del cohete. A pesar de pisar terreno pantanoso en este asunto (puede resultar posible que aparezca un archivo aún sin desclasificar corroborando esto) esta última historia sus a mera especulación romántica, pero uno no puede evitar imaginar que fue así, o que debería haber sido así. Sucediese lo que sucediese, tanto como si sus restos siguen en el muro del Kremlin como si están flotando por el cosmos, no queda más remedio que darle la razón a Sergéi Pavlovich y afirmar que “todos desaparecemos sin dejar rastro”.

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