Reseña publicada en la revista FILOSOFÍA HOY, marzo 2016. El texto original y el editado (foto final, siempre me paso de palabras....)
SVETLANA ALEKSIÉVICH. El fin del “Homo sovieticus”. EDITORIAL
ACANTILADO.
De las innumerables ideas y
sensaciones que despierta la lectura de este magnífico libro, resaltaremos
primeramente una, relacionada con la concesión del Premio nobel de Literatura
2015 a su autora, periodista de profesión, y es la radicalidad de su lectura,
la asombrosa capacidad para hacer manifiesta a los ojos del lector la idea de
que el trasfondo de todo lo que se nos está contando es terrible y
necesariamente importante. Dicha idea se supone que debe ser primordial para la
obtención del Nobel, pero en los tiempos que corren y dada la dominación
crematística de otro mercado más, como es el editorial, no resulta tan claro.
De ahí la heroicidad de la autora y la consecución de dicho premio. Este
detalle resulta pertinente al recordar cómo, en los medios de este país, se
citaba inmediatamente el desconocimiento que se tenía de dicha autora en
muestro mercado y la sorpresa que causaba al comunicarse que había obtenido el
Nobel; acto seguido se señalaba que Aleksiévich era periodista y no escritora.
Ambos detalles ponen de manifiesto las paradojas en las que andan sumidos ciertos
sectores de lo que llamamos “periodismo cultural” en este país.
La lectura de esta obra de Aleksiévich
confirma todo lo positivo que uno espera y seguramente ha podido leer de dicha
autora bielorrusa. Es un libro polifónico, terrible y hermosísimo a la vez,
primorosamente escrito (y mejor traducido), donde se dan cita infinitas voces
para dar cuenta del terremoto, hundimiento, y posterior desescombro de lo que
supuso la caída del régimen soviético en la extinta URSS. La radicalidad de la
que hablábamos en el párrafo anterior responde al hecho de que, precisamente,
de lo que aquí se habla no es de acontecimientos, sino de hombres, de personas,
de mujeres, hombres, ancianos, adolescentes, conserjes, carteros,
“emprendedores”, olvidados y olvidadas, habla de sentimientos, de intentos de
hallar una explicación que dibuje un marco en el cual poder entender no sólo el
pasado, sino también el futuro. Una vez más, la lectura de esta obra nos
descubre que todo aquello de lo que habla no se circunscribe únicamente a los
países del eje comunista, ni siquiera de un continente, sino de una manera de
vivir, de un planeta sobre-habitado, esquilmado y sobre-explotado en el cual
nos movemos con la sensación de caminar constantemente al borde del abismo.
Todo este despliegue estilístico
responde a un intencionado plan por parte de la autora, lo que se ha dado en
llamar “novela colectiva”, “novela-oratorio” o “coro épico” entre otras fórmulas,
que Aleksievich formuló junto al escritor Alés Adámovich. El resultado es una
suerte de mosaico coral perfecto y apabullante en el cual se dan cita todo tipo
de voces, una urdimbre polifónica de una armonía embaucadora y áspera a la vez,
cuya lectura nunca hace olvidar la inherente radicalidad de lo que se nos está
contando, obligando al lector a ser él mismo una voz más intentando articular
el sentido y fin último de todo.
“No hago preguntas sobre el socialismo, sino sobre el amor, los celos,
la infancia, la vejez, o sobre la música, los bailes, los peinados, sobre
infinidad de detalles de una vida que ha desaparecido. Ésa es la única forma de
mostrar, de adivinar algo, inscribiendo la catástrofe en un contexto familiar”,
escribe la autora en el prólogo titulado Apuntes
de una cómplice. “Y de repente nos
vimos convertidos en personajes de Chéjov. Nos vimos despojados de nuestro
pasado. Todos los valores colapsaron, menos los valores de la vida. De la vida
sin más. Los nuevos sueños consistían en construirse una casa, comprarse un
buen coche, plantar un grosellero en el jardín… La libertad resultó ser la
rehabilitación de los sueños pequeñoburgueses que solíamos despreciar en Rusia.
La libertad de Su Majestad el Consumo. La consagración de las tinieblas, el
afloramiento de deseos e instintos tenebrosos, de toda una vida secreta de la
que apenas teníamos una vaga noción.”
El libro está dividido en dos
partes. Una primera titulada “El consuelo
del apocalipsis. Diez historias en un interior rojo” donde Aleksiévch
intenta, apoyándose en ese género coral aparentemente periodístico citado
anteriormente, dar cuenta de todos los cambios por lo que atravesó ese “homo sovieticus” entre los años
1991-2001, es decir, el fin de la Perestroika, Gorbachov, Yeltsin, la
liberación económica, el capitalismo salvaje, etcétera, hasta el fin de la
Segunda Guerra de Chechenia. Y una segunda, llamada “El encanto del vacío. Diez historias en medio de ninguna parte”,
donde aborda la transformación final de ese hombre cuya cosmovisión ha sido
demolida, sobreviviendo al periodo de 2002-2012, centrándose en una emocionante
plasmación de ese “nuevo hombre” y en la instauración de unas nuevas formas de
represión que se parecen demasiado a las antiguas.
La citada sucesión de testimonios
recuerda vivamente a otro libro, publicado en 1965 por la Editorial Noguer,
llamado “El futuro es nuestro, camaradas.
Conversaciones con los rusos de hoy”, de Joseph Novak, el cual aparece como
una suerte de vieja fotografía que, indudablemente, no alcanza las cotas de
emoción y hondura del de Aleksievich. De igual modo, el estilo de la autora
bielorrusa nos remite a la personal prosa de Emmanuel Carrére (más a “Una
novela rusa” que a “Limónov”), pero de nuevo el estilo de la premio Nobel
resulta más potente, a pesar, o gracias, a la polifonía documental y estructural
de la obra que nos atañe, la cual brilla en su plasmación de esa cosa llamada
“alma rusa”, y que uno llega a sentir extraña y nítidamente muy cercana.
Las vicisitudes narradas, y que
abarcan veinte años, plasman el desmenuzamiento de toda una cosmovisión vital y
emocional en manos de un capitalismo que se instauró en tromba en una sociedad
perpleja que soñaba con coger las riendas de su propia historia, que se
pregunta qué puede salvar de lo que ha sido, qué debe defender en esa lucha que
se ha visto obligada a mantener contra la mercantilización de todas las esferas
de la vida. “No teníamos que haber
luchado únicamente por la libertad” se lee en la página 32, “pero nos dispersamos y volvimos a nuestras
casas demasiado pronto. Y los traficantes y los especuladores se hicieron con
el poder”. 640 páginas asombrosas, terribles, desoladoras, pero también
fértiles, donde late una suerte de dialéctica hegeliana, en la que, si la tesis
fue el “homo sovieticus” y la
antítesis una desconcertada “alma rusa”
arrojada al capitalismo, la síntesis que tan brillantemente busca Svetlana
Aleksievich se vislumbra, quizá borrosa, quizá oscura, pero sin duda traspasa
las fronteras de la antigua URSS y nos atañe a todos, posibles voces de una
nueva novela coral de tan soberbia escritora.
Juan M. Contreras
1 comentario:
No he leído el libro, Juanmi, pero tu artículo es excelente y me ha tocado mucho (y no solo como republicano y anticapitalista que soy). Enhorabuena.
Un abrazo.
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