"La pelota es mía, pero si quieres puedes squeeze my lemon, baby..." |
Después de un artículo que encontró revista que lo publicase, como el de la reseña del libro de Aléksievich, a otro que no.
Esto que sigue surgió espontáneamente.
Me cuesta menos escribir cuando me dan el tema: "Escribir algo personal sobre los españoles y el fútbol, Más o menos 3000 caracteres". Ambiguo y abierto. Sin problema. Pero no cuajó del todo, había otro autor apalabrado antes que yo. "Lo sentimos, otra vez será. Úsalo como quieras", me dijeron. Como quiera imagino que es ponerlo aquí para que no se quede en una carpeta perdida. En el contexto para el que me lo pidieron, con motivo de una competición que debe empezar pronto, tenía sentido el texto; aquí, en el caimán, de golpe, como que no. Pero por otro lado, bastantes textos perdidos se acumulan ya por las esquinas de mi portátil, y aunque sólo sea por echar una palada más a la cascada locomotora de este blog, aquí va...
"Y ahora, tras perseguir un rato el esférico, a componer Fear of the dark... ¿A qué hora es el bolo, dude?" |
Muchas veces pienso que me gustaría que me gustase el
fútbol. También me gustaría escribir mejor y no caer en la aliteración, pero es
lo que hay. Mi desconexión con la pelota produce en mi entorno tanto desprecio
como suspicacias. Sin más se me tacha de rarito, de querer hacerme el
interesante y, lo que es peor, surgen esos cinco segundos dramáticos donde se
espera que yo diga algo más, imagino que las razones de mi rechazo. Pero no
digo nada. No me gusta el fútbol, punto. No debería ser una tragedia, pero a
veces lo parece.
George y Paul disfrutando de lo que para mí fue una disyuntiva. Pop o balompie |
La relación de los españoles con el llamado deporte rey es
todo un enigma para mí. Como españolito de a pie que soy, también me supone un
enigma el hecho de que no me guste. Supongo que el meollo está en ver en lo que
se ha convertido y comprobar hasta qué punto el fútbol ha invadido nuestras
vidas, convirtiendo a los futbolistas en las nuevas estrellas, en referentes sociológicos y culturales,
encarnando actualmente una serie de valores y aspiraciones que antes ocupaban
otros: músicos o actores (casi pongo escritores, perdón). Sin entrar a valorar,
resulta evidente la sensación de que algo se ha perdido por el camino. No digo
que Cristiano Ronaldo sea peor referente para un adolescente o un cuarentón que
Axl Rose o Luis Miguel en sus días de gloria, pero me temo que la comparación palidece
con mayor intensidad cuanto más atrás echamos la mirada; hasta, no sé, hasta
Cary Grant o Yuri Gagarin, o hasta Jesse Owens o Zátopek, por nombrar dos
deportistas. Claro que, también es cierto que se ha encumbrado a unos en
detrimento de otros, como Kanouté o Cantona. Quizá mi problema no sea con el fútbol en sí
mismo, sino con las consecuencias socioeconómicas del llamado fenómeno fan,
aunque también es cierto que el fútbol desborda incluso esa categoría. Me gusta
pachanguear en las romerías primaverales y nunca digo que no a hacer el pato
con los amigos de mi hijo a la salida del colegio, pero me cuesta entender la
burbuja del producto Messi; es más, pienso que todo se resuelve con la palabra
empacho. Creo que el mundo fútbol se
ha ido inflando de tal modo que se han pasado, y yo me perdí por el camino sin
posibilidad de redención. Si el gol de Zidane en la novena no me rescató, dudo
que CR7 lo haga.
1973. Saliendo al césped del Watfort F.C, nada para subir la moral de Sir Elton que un sudoroso vestuario mal ventilado |
Antes sí, claro, hace muchos años sí me gustaba. Mi camiseta
preferida en octavo de E.G.B (ya tengo una edad) era una blanca, Abanderado, de
manga larga, a la que mi madre le había cosido el escudo del Real Madrid en el
pecho y el número nueve a la espalda; un nueve negro de tela plastificada que
daba un calor horrible. Creyéndome un superhéroe, pensaba que la camiseta me
otorgaría poderes y acabaría jugando maravillosamente bien al fútbol, pero no,
seguí siendo el mismo manta de siempre. Le ponía empeño, pero no había manera.
Yo me la ponía a todas horas, esperando que, tarde o temprano, se me inoculase
ese virus que me hiciese ser más rápido y más ducho con una pelota entre mis
pies, pero la camiseta empezó a amarillear sin que por eso me eligiesen antes
para jugar en un equipo u otro en el descampado detrás de la iglesia, y, sobre
todo, me cansé de sudar como un pollo por la espalda. Esto último era lo que
más me jodió, porque Santillana era mi ídolo y ese era su número. Por eso la
explicación más extensa que suelo dar cuando se me increpa amablemente acerca
de por qué no me gusta el fútbol y compruebo que mis gafas de pasta son vistas
como una amenaza, es que dejó de gustarme cuando se retiró Santillana. Total, si van a pensar que soy gilipollas, al
menos que quede también como un snob.
Con el paso del tiempo me he ido alejando tanto del hecho
futbolístico que, actualmente, cuando intento ver un partido en casa de mis
suegros o en algún bar con los amigos, (el único sentido que encuentro para ver
un partido, la camaradería) me aburro como una ostra, y no puedo dejar de
pensar que desearía estar en cualquier otro lugar, quizá plantando un árbol, un
laurel, por ejemplo… o un pino. Los partidos me parecen larguísimos, las
pasiones que se desatan me parecen igualmente impostadas y exageradas, y no
entiendo nada. El fútbol es la única cosa que me hace sentir mayor. Eso sí,
también es cierto que si en ese momento me das, por ejemplo, una foto firmada
por David Coverdale o Ray Charles, se me iluminará el rostro y lloraré como un
púber frente al delantero brasileño de moda. A cada uno lo suyo, y a mí me ha
tocado que no me guste el fútbol en un país donde el fútbol es el mayor
espectáculo y casi una religión.
Greenbank F.C. |
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